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IX -Ixhian La llegada al País

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Ixhian monta sobre Sumo, compartiendo el bello caballo azabache con el abuelo. Preferían que Thyrsá hiciese la entrada en solitario al Valle, sobre la orgullosa y blanca Dulzura, tal como mandaba la tradición; tan solo era una cuestión de géneros.

Desciende nuestro joven del caballo y se adelanta hasta Thyrsá que se encuentra junto a la agraciada Asia, besándola y aguardando una palabra que no llega. Con el corazón acongojado intenta disimular su turbación. Él sabe que de momento la historia hace un receso y la niña Thyrsá se ha de incorporar a Casalún, en donde habrá de formarse y pasar los próximos años. En esos instantes de incertidumbre, la mujer más hermosa de la tierra, se marchaba coronada por una diadema de flores rosadas, y cuando menos se lo esperaba nuestro joven, volvió su rostro ausente y dispuso su mejilla en espera de recibir un último beso. Hasta que definitivamente, la niña se decide por unirse al grupo de muchachas, emprendiendo la bajada hacia el Valle. Madre Latia le ofrece una toga de piel al joven para que se arrope durante la travesía.

—Arrópate y no cojas frío, mi niño. Ahora comienza tu historia, hemos pasado un tiempo de lo más hermoso, compartiendo nuestras usanzas y rutinas. Toca despedirse por un tiempo que deseo, no se prolongue en demasía. Continuaremos cada uno por nuestro camino, así es la vida; encuentro y despedida, tal como dice tu abuelo —hablaba sonriendo—. Deberás ser un gran hombre y para eso necesitas forjarte y endurecer ese carácter mantecoso que todavía se conserva en ti. En suma hijo mío, aprende a conocerte y a tener fe en ti mismo, que es sin duda lo que más importa en la vida de uno. Adiéstrate y prepárate para lo que ha de venir, y que dicho sea de paso; intuimos el abuelo y yo no será nada fácil de afrontar. Llévate mis bendiciones y todo el amor que te he podido ofrecer, aunque ni que decir tiene que te hubiese dado mucho más.

—Cuídate madre, cuida de Thyrsá, nos volveremos a ver pronto, supongo…

—Y no te preocupes por tu niña que estará bien cuidada, déjanos hacer a nosotras. Lo demás que decirte… esta tierra y sus habitantes necesitan de gente como vosotros, entiéndelo. Ningún camino llano y sin recodos atrae a los valientes. La vida es misteriosa y seductora a su vez. Vívela así y nunca des nada por concluido, pues ten en cuenta que a nadie más que a tu madre le duele esta separación —diciendo esas palabras, madre Latia se marchó junto a Thyrsá, rodeada por al séquito de jóvenes muchachas y emprendiendo a pie el camino de bajada hacia Casalún.

En esos momentos Ixhian, aún era muy joven para entender cuanto acontecía a su alrededor, pues apenas había sucedido el tiempo desde que dejó la Sidonia y la oscuridad en la que creció. Quedó nuestro joven como paralizado y sin fuerzas para ni tan siquiera, poder montar sobre Dulzura. El abuelo y el Gris le observaban inmunes sin querer intervenir. Hasta que el Cabalganieblas, el caballo mágico del Gris, comenzó a vaporizar y el camino empedrado fue deshaciéndose a la vista, Thyrsá volvió para mirarle por última vez y entonces una profunda niebla cubrió el Valle.

Habían pasado casi cuatro meses desde que abandonaron Vania y ahora el destino dirigía sus pasos hacia el País de la Roca, la casa originaria del abuelo, un lugar poblado en leyendas. Después de casi dos años colmados de plenitud y regocijo; viviendo más cerca del cielo que de la tierra, se desplomaba cayendo hacia un vacío inexplorado. Quedaba solo y sin ellas; las mujeres que de una manera u otra le habían sostenido. Llegaba a un mundo forjado por hombres al igual que en la Sidonia y eso le inquietaba profundamente, produciéndole cierta desazón, pues se había hecho a la dulce y apacible presencia femenina. Quedaba a merced y bajo la custodia de un extraño, aunque fuese este la persona que le apartara de la oscuridad y le ofreciera la posibilidad de una nueva existencia. A pesar de todo ello y desde el fondo de su alma, sentía que el abuelo le era un total desconocido. Aunque, por otro lado, deseaba demostrarle su gratitud y probarse a sí mismo, pues comenzaba a correr por sus venas sed de acontecimientos y aventuras. Anhelaba convertirse en alguien importante y llegar a ser como el abuelo o el brujo Dewa. Tener la posibilidad de vivir una vida propia y poder así recorrer el mundo.

Se introdujeron en el interior del Bosque Powa, cruzando multitud de retorcidos senderos y dando la sensación de entrar en un laberinto sin final, donde un penetrante olor a hinojo y enebro, le invadían los sentidos. Riscos y grandiosas vetas de piedra, emergían súbitamente de la tierra, arropadas por plantas trepadoras que ocultaban peligrosas pozas de agua. Un lugar virtuoso en el que los árboles y sus sombras atesoraban el tesoro de un conocimiento inaccesible para el resto de los habitantes de la isla.

Llegaron a un claro encubierto y rodeado por tejos centenarios de raíces retorcidas, en donde confluían varios senderos. Una enorme barca de piedra, ofrecía en su interior el agua que manaba de un manantial y en donde su sutil vibración, no superaba las paredes del contenedor de piedra. El abuelo bebió primero, ayudándose con la palma de la mano, seguidamente le imitaron el Gris y nuestro joven. En la profundidad del estanque, se manifestaba un diverso ecosistema vegetal en donde jugaban a esconderse pequeños pececillos de plata, entre plantas acuáticas y piedras de colores.

Pasaron un par de días inmersos en el interior del Powa, sin apenas cruzar palabra alguna. Hasta que al fin se decidieron por acampar bajo unas colosales ruinas, resguardadas por la sombra de los robles y del musgo. El abuelo Arón mandó al joven a buscar leña y encender el fuego, mientras que el Gris no le perdía de vista, a la vez que levantaba su particular campamento.

—Esta noche la pasaremos bajo el refugio de la fortaleza de Ínsula, y ya mañana, pasado el mediodía, alcanzaremos el País, pues se dice que es de buen augurio entrar en la Roca, al atardecer —dijo el Gris.

Ixhian se mantenía sentado sobre la toga que le proporcionara Latia, masticando un trozo de pan endurecido, mientras se sumía en la nostalgia. Recordaba a la niña Mó, a la que echaba mucho de menos. Hacía tan solo unas horas que se habían separado y ya se le hacía insoportable su ausencia. El fuego iluminó la noche, y las estrellas se dejaban ver pretenciosamente bajo el cielo. Las viejas ruinas les hablaron de otros lugares, de un tiempo perdido plagado de personajes insólitos, nacido de las fábulas y las ficciones.

—La vida del hombre es similar al río que desciende, sin que nada sea capaz de interrumpir su corriente. El agua no se detiene nunca, continúa bajando y sorteando pacientemente sus trances y dificultades. Mientras nosotros actuamos inversamente al río, sin saber dejar atrás nuestros apegos ni compromisos y con un tremendo temor a deshacernos de ellos ¡Cuán difícil es navegar solos y en libertad! ¡Cuánto nos cuesta desprendernos! El transito es corto y apremia, dedícate a reflexionar en ello, hijo.

Ixhian, se hallaba fascinado oyendo las palabras del abuelo que parecía realmente inspirado, mientras el Gris permanecía callado, como si no estuviese mirando al cielo y tumbado sobre la hierba.

Cartas a Thyrsá. La isla

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