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El fenómeno de la varianza

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Si relacionamos dos fenómenos mencionados, la mayor selectividad de las hembras y su búsqueda de machos que ofrezcan recursos y protección, conductas que como hemos visto son propias de gran cantidad de especies, nos encontraremos con un fenómeno bien estudiado en gran cantidad de animales, incluyendo al ser humano: la varianza, que implica que hay una mayor variabilidad en la reproducción de los machos en relación a las hembras. Esto significa que pocos machos con fuerza física, recursos o estatus (que implica a menudo acceso a recursos) se reproducen con varias hembras (dejando más descendencia que cada una de ellas), y numerosos machos no se reproducen en absoluto (no son elegidos). Comparados con estos últimos, el promedio de las hembras se reproduce más.

¿Descendemos del 50 % de mujeres y del 50 % de hombres que vivieron en el pasado? Aparentemente no. La mayor parte de nuestras ancestras pasaron sus genes a la actual población mundial, y la mayor parte de nuestros ancestros varones no lo hicieron, según los estudios de ADN de Jason Wilder y su equipo de trabajo (2004).

Por ejemplo, la mayor parte de los caballos macho nunca se aparea, sólo lo hace el dominante (alfa), y ese estatus se mantiene de ser necesario mediante confrontaciones en las que se impone el que tiene más fuerza física. Hacia el final de su vida, el dominante es vencido por el más joven. Si un caballo que no es el alfa se aparea, corre el riesgo de que el dominante lo ataque. Descendemos de una minoría de machos que eran más fuertes o tenían más estatus, los preferidos por las hembras, que en promedio todavía muestran esa preferencia.

Estudios arqueológicos de ADN muestran que entre 4000 y 8000 años después del invento de la agricultura, se reproducían 17 mujeres por cada hombre. Dado que unos pocos acumulaban riqueza y poder, cada uno de ellos se reproducía con varias mujeres (Diep, 2015).

El feminismo hegemónico no tiene una sola hipótesis para explicar este fenómeno denominado varianza. Lo ignora por completo o diría, apelando a la explicación simplista de siempre, “es el patriarcado”. Pero lo que no explica esta narrativa es cómo es que muchas más mujeres que hombres han logrado reproducirse.

Entre los Xavantes de Brasil, el promedio de hijos es de 3,6 para hombres y mujeres (Betzig, 2012). Pero mientras una de cada 195 mujeres no tiene hijos a los 20 años, el 6 % de hombres no tiene hijos a los 40. El hombre que más se reprodujo tuvo 23 hijos, y la mujer que más se reprodujo, 8. El fenómeno investigado por Bateman en las moscas de la fruta fue encontrado en innumerables especies animales, incluyendo la humana. Los machos con estatus acaparan más hembras y son los que más se reproducen. Otros no son elegidos y no tienen cría, o dejan una descendencia más reducida.

En un artículo del 2003, Zerjal y otros geneticistas mostraron evidencias de que el 8 % de las personas de 16 poblaciones de Asia (0.5 % de la población mundial) descienden del emperador mongol Gengis Kan.

En su libro Lo que quieren las mujeres, lo que quieren los hombres, el antropólogo evolucionista John Townsend señala que las mujeres no siempre se benefician compitiendo por los hombres de mayor estatus, puesto que muchas otras mujeres también competirán por los mismos hombres, incrementando las posibilidades de ser abandonadas o, si desean formar una pareja con exclusividad sexual, disminuirán las posibilidades de que el varón no tenga relaciones por fuera de la pareja, puesto que la oferta que se le presentará será superior que para otros hombres.

El patriarcado no existe más

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