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Capítulo 8

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Jess abrió su correo el jueves por la mañana y encontró uno de un cliente de Almuerzo junto a la bahía, que estaba interesado en pedirle una cita para el viernes por la noche. Pero en lugar de causarle cierta curiosidad o emoción, la invitación hizo que la recorriera un escalofrío. Miró las palabras escritas en la pantalla y las vio como una prueba de que Will estaba siguiendo adelante. ¿Por qué, si no, de pronto le había buscado una cita con otra persona? Al parecer, había perdido la paciencia con sus vacilaciones y su negativa de reconocer que aquel improvisado picnic era una cita.

Estaba tan furiosa que apenas se fijó en nada de su posible futura cita. Por el contrario, escribió una respuesta indicando que lo sentía mucho, pero que no quería ninguna cita aunque, por supuesto, no era nada personal. Se estremeció al imaginar que fuera ella la que recibiera una contestación así y modificó las palabras para expresar que lo lamentaba verdaderamente aunque tampoco quería darle a entender que podía volver a sugerírselo en otra ocasión.

Claro que, en cuanto pulsó el botón de enviar, la invadieron las dudas. Debería haber aceptado, aunque solo hubiera sido por demostrarle a Will que no significaba nada para ella, que aún estaba abierta a la posibilidad de salir con otros hombres. Y así era, se dijo. Pero no saldría con un hombre que hubiera sido elegido por Will y su estúpido juego de ordenador.

Suspiró ante su lógica; incluso ella reconocía que no estaba teniendo mucho sentido. Si Laila o incluso Connie, que sabían lo que era tener sentimientos confundidos hacia alguien, se enteraran de lo que había hecho, se enfadarían con ella por haber rechazado a alguien sin haber esperado a tener ni una cita.

–Oh, bueno, ya está hecho –se dijo cerrando el ordenador y dirigiéndose a la cocina para hablar con Gail sobre los menús.

Para su sorpresa, encontró a Ronnie con un delantal y siguiendo las direcciones de Gail para preparar un chutney de mango y papaya como acompañamiento para el pescado asado de esa noche. Alzó la mirada cuando Jess entró.

–He desviado aquí las llamadas de recepción –se apresuró a decirle–. Y he hecho tres reservas. Juro que no estoy escaqueándome de mi trabajo.

–Es verdad –confirmó Gail–. Y me ha ayudado mucho aquí dentro –miró a Jess como suplicándole que le diera una oportunidad a Ronnie–. La verdad es que he estado intentando convencerlo de que haga algún curso en una escuela culinaria.

Jess miró a Ronnie sorprendida.

–¿En serio? ¿Estás interesado?

Él asintió con expresión tímida.

–Siempre me ha gustado cocinar, pero mi padre se ponía de los nervios cada vez que lo mencionaba. Creo que me gustaría probar. Además, no puede decirme nada si me lo pago yo, ¿verdad?

Jess se quedó tan impresionada con su entusiasmo que dijo:

–Deberías estudiar la posibilidad, Ronnie –ella, más que nadie, sabía lo importante que era descubrir una pasión por algo. Tal vez la cocina supondría para él lo mismo que había supuesto el hotel para ella, así que ¿cómo podría no animarlo a hacerlo? –y así, impulsivamente, añadió–: Averigua cuánto cuesta el curso. No te prometo nada, pero si eres tan bueno como Gail cree que eres, puede que encuentre el modo de que el hotel te costee parte de los cursos.

Gail se mostró tan asombrada por la oferta como Ronnie.

–¿Abby?

–Abby lo entenderá. Además, no podremos cubrir todos los gastos, Ronnie, ¿de acuerdo?

–Lo que sea será una ayuda –respondió él emocionado.

Jess pensó cómo convencer a Abby para sacar algo de dinero del presupuesto y solo se le ocurrió una cosa.

–Si puedo organizarlo, tienes que prometerme que trabajarás aquí durante un año o así como ayudante de Gail una vez te hayas graduado.

Por primera vez desde que había ido a trabajar al hotel, Ronnie demostró verdadero entusiasmo.

–¡Genial! Sé que no he sido el mejor empleado hasta ahora, pero prometo que eso ha cambiado. Sea lo que sea lo que necesites por aquí, cuenta conmigo.

Jess sonrió.

–Tendré que ver cómo encajarlo en el presupuesto –volvió a advertirle–. Tráeme información de los cursos cuando la tengas.

–De acuerdo –prometió–. Y gracias, Jess. Quiero decir, señora O’Brien. Es usted increíble. Será mejor que salga e introduzca en el sistema informático estas tres reservas que he anotado antes de que el papel se llene de comida.

Prácticamente salió dando saltos de la cocina. Jess lo miró y sacudió la cabeza.

–¿Quién iba a decirlo? Pensé que jamás encontraría su lugar en el mundo. Has hecho un milagro.

Gail sonrió.

–No es para tanto. Solo necesitaba que alguien le prestara atención a lo que él quiere hacer con su vida. Empecé a verlo la primera vez que me ayudó aquí. Es bueno, Jess. Con un poco de práctica, creo que será especial. Y gracias al trato que le has mencionado, se quedará con nosotras al menos un tiempo.

–Debe de ser agradable saber que has descubierto el talento oculto de alguien –dijo deseando haber sido ella la que hubiera visto más allá de las meteduras de pata de Ronnie.

–No puedes descubrir lo que alguien no quiere dejarte ver. Ronnie tenía demasiado miedo a perder este trabajo, que era como su última oportunidad, si te decía lo que de verdad quería hacer. Si no hubieras insistido en que me ayudara aquel día, tal vez seguiría ahí fuera haciéndose líos a la hora de anotar reservas. O peor aún, lo habrías despedido.

Gail levantó la mirada de la masa de pan que estaba preparando y miró a Jess fijamente.

–¿Qué te pasa? Pareces deprimida.

–No estoy deprimida, estoy enfadada.

–Con Will, supongo. ¿Qué ha hecho ahora?

–Me ha buscado una cita o, mejor dicho, Almuerzo junto a la bahía me ha encontrado una cita. Es lo mismo básicamente.

–¿Pero no te estabas quejando antes porque no te había encontrado ninguna cita?

Jess asintió.

–En lo que respecta a Will soy totalmente contradictoria. No me extraña que se haya hartado de mí.

–¿Qué te hace pensar que se ha hartado de ti? –preguntó Gail e, inmediatamente, dijo–: Oh, claro, la cita.

–No perdamos tiempo con esto. ¿Estás lista para que preparemos los menús de la semana?

Gail parecía querer discutir el tema, pero finalmente se limitó a sacar unas hojas plastificadas de un cajón. Había llegado a desarrollar la clase de habilidad organizativa que Jess tanto envidiaba. Sus recetas más preciadas estaban impresas y plastificadas para poder combinarlas y crear distintos menús. A veces las modificaba un poco con nuevos experimentos y las que eran más populares entre sus huéspedes se imprimían y plastificaban para añadirlas al resto.

–Allá vamos, a ver qué te parece. He estado trabajando en algunas ideas para la boda de los Parker a finales de este mes.

Jess pasó la siguiente hora revisando los menús de Gail y los respectivos costes y después se recostó en su asiento con un suspiro.

–No sé por qué no te doy rienda suelta con todo esto. Nunca te has pasado en el presupuesto y tienes mucho mejor control de los gastos que yo.

Gail sonrió.

–Sé que odias los números y también sé que Abby confía en mí, pero a pesar de todo, me siento mucho más cómoda sabiendo que lo has revisado y supervisado todo –les sirvió una taza de té y miró a Jess.

–Bueno, volvamos al tema de Will.

–Preferiría no hacerlo.

–Solo dime por qué has estado tan decidida a no admitir que estás interesada en él.

–Es posible que en el pasado me afectara exageradamente. Me ha asustado de algún modo pensar que está ahí sentado analizando cada palabra que digo, pero la gente no deja de decirme que tener a un hombre que de verdad te entiende es algo muy positivo.

Gail sonrió.

–Eso digo yo. En el caso de mi marido y yo, el hecho de que los dos seamos chef es fantástico. Siempre que uno de los dos ha tenido un mal día, el otro lo entiende y podemos darles vueltas a muchas ideas juntos. Además, los domingos, cuando los dos estamos libres, nos encanta pasar el día en la cocina experimentando con recetas. Es divertido tener en común el amor por la comida. Y todos esos fabulosos aromas… –suspiró–. Es un afrodisíaco asombroso.

Jess no pudo más que preguntar:

–¿Cómo puedes llamarlo día libre si te pasas el día en la cocina cocinando?

–Porque es algo con lo que los dos disfrutamos y no tenemos oportunidad de hacerlo con demasiada frecuencia. Claro que cuando algo sale realmente bien, discutimos para ver quién lo va a usar. Esas discusiones solían ser muy acaloradas hasta que decidimos que alternaríamos. Y, por supuesto, algunas cosas funcionan mejor en un gran y fino restaurante como ese en el que trabaja él.

–¿Y nosotras nos quedamos con sus sobras? –preguntó Jess con fingida indignación.

Gail se rio.

–Rara vez. Cuando creo que algo es perfecto para nosotras, tengo mis métodos para quedármelo.

A Jess le encantaba el retrato que Gail estaba pintando sobre la relación con su marido. En cierto modo, era lo que había experimentado con Will en el ático aquel día. Había sido toda una revelación ver lo bien que habían combinado las ideas de la reforma.

Es más, aunque se negaba a admitirlo, apenas podía esperar a que llegara el domingo para que los dos pudieran ver cómo su padre había transformado esas ideas en diseños concretos. Ver a Will en una «no cita», por mucho que él odiara ese término, parecía el modo más inteligente de probar si sus sentimientos hacia él habían cambiado de verdad.

Will estaba terminándose su almuerzo con Mack y Jake cuando Mick O’Brien entró y se unió a ellos.

–¿Cómo está Bree? –le preguntó Mick a su yerno.

–Genial –respondió Jake sonriendo con orgullo de padre–. Y la bebé está fantástica. Tengo fotos en el móvil. ¿Quieres verlas?

A Mick se le iluminaron los ojos.

–Claro.

Mientras Jake sacaba el teléfono, Will empezó a levantarse. Momentos así le recordaban lo lejos que estaba del matrimonio y de la paternidad.

–Debería volver al trabajo.

–Espera un minuto –le dijo Mick antes de agarrar el móvil para ver las últimas fotos de su nieta–. No es que mis hijas no fueran las niñas más guapas del mundo cuando eran pequeñas, pero esta pequeña es algo especial.

–No digas eso delante de Abby –le advirtió Will–. Seguro que cree que Caitlyn y Carrie también eran especiales de pequeñas.

–Bueno, claro que lo eran. Y cuando Abby tenga otro bebé, seguro que será el más bonito del mundo, también. Pero ahora mismo este es el bebé que tengo que mimar y adorar.

Will se rio.

Mick le devolvió el móvil a Jake y se giró hacia él.

–Solo quería asegurarme de que vendrás a comer este domingo.

Había algo en la expresión de Mick que puso nervioso a Will. Conocía esa mirada, era la mirada de la intromisión.

–No lo tenía pensado –y ahora menos, con esa invitación por parte de Mick. Las cosas ya estaban demasiado tensas entre Jess y él.

–Pues tienes que cambiar de opinión. Tengo unos diseños preparados para Jess y sé que le gustaría que tú también les echaras un vistazo.

–¿Qué diseños?

–Los de la reforma del ático del hotel y de la casa. Me dijo que tenías algunas ideas y te agradeceríamos tu aportación.

Jake y Mack estaban escuchando con expresión divertida. Estaba claro que los dos sabían muy bien lo que pretendía Mick y unos planos no tenían nada que ver con ello. No eran más que una excusa.

–El hotel es como un hijo para Jess –dijo Will–. No tiene nada que ver conmigo.

–¿Hay alguna razón por la que no quieres venir?

–Tengo otros planes esta semana.

–¿Qué planes? –preguntó Jake inocentemente.

–Una cita –respondió Will lanzándole a su amigo una cortante mirada. Sí, tal vez ahora mismo no tenía ninguna, pero la tendría en cuanto volviera al despacho y llamara a alguien de su lista de Almuerzo junto a la bahía.

Mick no pareció creérselo. O eso, o le había decepcionado oír que Will iba a verse con otra mujer que no era su hija. Se levantó.

–Le diré a Jess que no puedes ir. Imagino que se quedará muy decepcionada.

–En otra ocasión –contestó Will aliviado de ver a Mick marcharse.

–¡Vaya, tío! –murmuró Jake.

–¿Qué?

–Has mentido a Mick.

–No he mentido.

–¿De verdad tienes una cita? –preguntó Jake con escepticismo.

–La tendré dentro de una hora.

–No importa. El caso es que has desaprovechado una oportunidad de pasar algo de tiempo con Jess, y Mick no lo olvidará. Será una cruz negra en tu contra para siempre.

–¿Qué va a hacer? ¿Prohibirme volver a ver a Jess? No estoy saliendo con ella y, por cierto, eso es algo que Jess ha elegido, no yo.

–¿Supones que Mick comprende que ella es el problema?

–Claro que sí –dijo Jake–. Por eso ha sido él el que te ha invitado, en lugar de dejar que lo hiciera ella.

–¡Qué retorcido es todo esto! Me alegro mucho de que Susie… Bueno, de que Mick no sea su padre.

Jake se rio.

–Sí, Mick habría insistido en que los dos pasarais a la acción hace mucho tiempo.

Will sacudió la cabeza. No es que no estuvieran diciendo nada que él no supiera ya, pero era un recordatorio de que podría ser inteligente seguir manteniéndose alejado de Jess.

–Lo siento por ti, amigo mío. Cuesta creer que te hayas casado voluntariamente con esta familia.

Jake se rio.

–Después de saltar un millón de obstáculos, sí, lo hice. Bree bien vale todo ello. Y no intentes engañarnos, amigo mío. Tú también lo harías, y sin pensarlo, si pudieras conseguir a Jess.

Will suspiró.

–Puede que tengas razón –y no era algo que le gustara mucho.

El domingo, Jess estaba preocupándose más de lo habitual por su aspecto. Se probó unos cuantos modelos antes de optar por unos pantalones de lino y una blusa de lino sin mangas. Cuando sacó su bolsa de maquillaje, pensó un momento y volvió a guardarla.

–Eres absurda –le dijo al espejo.

–¿Estás hablando sola? –preguntó Abby al entrar en su habitación sin llamar.

–Tristemente, sí –admitió Jess.

–Estás preciosa. Ese color melocotón de la blusa te sienta muy bien. Resalta el tono de tus mejillas.

–Gracias.

–¿Cuál es la ocasión especial?

–No es ninguna ocasión especial.

Abby la miró con incredulidad.

–Pues entonces tendrá que ver con los planos en los que papá ha estado trabajando, los que iba a enseñaros hoy a Will y a ti.

–¿Por qué iba a arreglarme para ver los planos de papá? –preguntó Jess fingiendo inocencia.

Por supuesto, Abby no la creyó. Prácticamente la había criado y conocía muy bien el carácter de su hermana.

–Estaba pensando que podría tener que ver más con Will y he venido a avisarte de que no va a venir. No quería que te sintieras decepcionada y que papá viera tu reacción.

Jess no podía ocultar lo desilusionada que se había quedado ante la noticia de Abby.

–¿Y cómo sabes que no va a venir?

–Antes, cuando he llegado, papá estaba contándoselo a mamá mientras refunfuñaba. Dijo que Will tenía otra cita.

Jess se sentó en el borde de la cama.

–Ya…

–¿Estás bien?

–Claro –mintió–. ¿Por qué no iba a estarlo?

–Tal vez porque por fin estás dándote cuenta de que tendrías que darle una oportunidad a Will.

–No importa –insistió Jess–. No le des demasiada importancia a esto, yo no lo haré.

–Bueno, de todos modos, seguro que es una de esas citas que ha sacado el sistema informático.

–Seguramente. Pero mejor que no vaya a venir. Últimamente lo único que hacemos es discutir –forzó una sonrisa–. Será mejor que vayamos a la casa. A la abuela le gusta que comamos a la una.

Abby vaciló.

–¿Seguro que estás bien?

–Totalmente –se plantó una sonrisa en la cara, más para practicar para el resto de la familia que con la intención de que Abby se la creyera–. Estoy deseando ver los diseños de papá.

–Yo también –admitió Abby siguiéndola por las escaleras–. Me ha prometido que el presupuesto es muy razonable, al menos para la reforma del ático. ¿Sabías que también estaba diseñando una casa? ¿Y eso?

Jess asintió.

–Le mencioné algo sobre construir una si alguna vez tengo familia. Le dije que no era nada que necesitara de manera inmediata, pero ya conoces a papá.

–Ha pensado en Will y ya está dispuesto a reservar iglesia. Claro que, si Will y tú dejarais de jugar y dejarais las cosas claras…

La mirada de Jess hizo callar a su hermana, al menos por el momento. Ahora lo único que tenía que hacer era sufrir un poco durante la comida y ver esos planos sin dejarles ver que se sentía decepcionada por la ausencia de Will.

Si superaba esa prueba, tal vez podría probar suerte en la compañía de teatro de Bree.

La cita de Will estaba siendo un desastre. Había estado tan distraído que la mujer, una abogada de Annapolis que había trabajado con Connor en Baltimore, perdió la paciencia.

–¿Por qué me has pedido salir? –le preguntó Anna Lofton.

Will se obligó a mirarla a la cara. Tenía unos ojos marrones que parecían estar atravesándolo y suponía que le venían muy bien en un tribunal.

–Me parecía que teníamos algunas cosas en común.

–A mí me parecía lo mismo, pero desde que nos hemos sentado es como si no hubieras estado aquí. ¿Ya estás saliendo con alguien?

–No –se apresuró a decir, asombrado por su perspicacia, pero reacio a admitir que tenía razón en lo que decía.

Ella se rio.

–Has respondido demasiado rápido. ¿Quién es ella? ¿La chica que has perdido?

Will suspiró.

–Nunca he llegado a tenerla, y siento mucho cómo está yendo esta cita. No debería haberte pedido salir hoy. Ha sido una reacción instintiva.

–¿Ante qué?

–Créeme, si te lo dijera, no haría más que hacerme parecer más cretino de lo que ya crees.

Ella se rio con ganas.

–Ahora sí que veo ese sentido del humor que tanto me gustó ver en tus e-mails.

Will sonrió.

–¿Y si probamos otro día? Podría ir mejor.

Anna sacudió la cabeza.

–No hasta que olvides a esa mujer. Si eso sucede, llámame. Me gustas, Will Lincoln, pero no quiero perder el tiempo. Pero muchas gracias –miró a su alrededor–. Te doy las gracias por haberme dado a conocer Chesapeake Shores. Me gusta este pueblo. No sé por qué no había venido nunca. La próxima vez tendré que venir a pasar un fin de semana.

–Hay un hotel genial.

–¿Por qué parece que me lo estés diciendo con pesar?

–La mujer que lo regenta…

A Anna se le iluminaron los ojos.

–Ah, es ella. Entonces ahora sí que voy a tener que volver. ¿Cómo se llama el hotel?

–La Posada en Eagle Point –dijo con renuencia–. Te encantará. Tiene unas vistas magníficas del mar y una chef estupenda.

–¿Esa mujer también es la cocinera?

–No, ella solo es la propietaria.

Anna se levantó.

–Bueno, puede que no tardemos mucho tiempo en volver a vernos.

Will dejó dinero sobre la mesa y la acompañó hasta su coche.

–De nuevo, siento mucho cómo ha salido todo. No es un buen reflejo del funcionamiento de Almuerzo junto a la bahía.

–Oh, no sé. Yo creo que la persona que ha creado el sistema es genial. Por desgracia, tú sientes algo por otra persona y apuesto a que eso no se lo has dicho al sistema informático.

Will se rio.

–No. Intento no decírselo a nadie. Por desgracia, en este pueblo casi todo el mundo ya lo sabe.

–Parece que tiene la maldición de todo lugar pequeño. Saluda a Connor de mi parte.

–Lo haré. Conduce con cuidado.

La vio arrancar su deportivo y alejarse. Y solo cuando ya no podía verla, suspiró. En otras circunstancias, tal vez incluso cualquier otro día, esa mujer lo habría atraído.

Pero, por el contrario, sabía que solo sería una sustituta de Jess, un modo de demostrarle a todo el mundo que no sentía nada por ella. Irónicamente, lo que esa tarde había demostrado había sido exactamente lo contrario.

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