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Capítulo 4

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Megan levantó la mirada del lienzo que estaba enmarcando para preparar su próxima exposición en la galería y se encontró a Mick yendo hacia ella con gesto serio.

–¿Qué pasa contigo? –le preguntó a su marido, que se había sentado en un taburete del taller en la parte trasera de la galería.

–Acabo de ver a nuestra hija…

–¿A cuál?

–A Jess. Estaba saliendo del Panini Bistro con cara de buscar pelea. Ni siquiera se ha girado cuando la he llamado.

–Me sorprende que no la hayas seguido –dijo Megan secamente.

–¿Es que no me has oído? –preguntó Mick con impaciencia–. He dicho que parecía que buscaba pelea. Hasta yo sé que es mejor esperar a que se calme antes de hablar con ella cuando se pone así.

Megan sonrió.

–Vaya, parece que has aprendido unos cuantos trucos desde que nos hemos vuelto a casar.

–¿Puedes dejar de preocuparte por mí y por mis trucos? Tenemos que centrarnos en nuestra hija pequeña. Le pasa algo, Meggie. No es feliz. He intentado sacarle algo de información a Connor y a Heather, pero no me han dicho nada.

Megan lo miró confundida.

–¿Qué tienen que ver con todo esto Heather y Connor?

–Me ha parecido que son ellos con los que Jess se ha marchado enfadada. O tal vez ha tenido algo que ver con Will.

Ahora Megan sí que le prestó absoluta atención.

–¿Will? ¿Estaba allí?

–En la mesa de al lado con una mujer que no había visto nunca. Una chica muy guapa –se quedó pensativo–. Jess no estaría molesta por eso, ¿verdad?

Megan no sabía cómo responder. Durante un tiempo había pensado que Will y Jess sentían algo el uno por el otro, pero nunca se lo había contado a Mick, ya que él no era un hombre que pudiera quedarse sentado y dejar que las cosas siguieran su curso. Llevaba mucho tiempo quejándose de la falta de vida social de su hija y en cuanto viera algún motivo para hacerlo, se entrometería.

–No tengo ni idea –dijo, y era verdad. Jess nunca le había mencionado que sintiera algo por Will.

Mick la miró con escepticismo.

–¿Por qué tengo la sensación de que ha sido una respuesta evasiva? ¿Me ocultas algo?

–¿Por qué iba a hacer eso?

–Porque no quieres que me entrometa. Crees que me falta tacto. Así que estás ocultándome algo deliberadamente –concluyó él–. ¿Tienen algo esos dos? Will y Jess, quiero decir.

–No, que yo sepa –insistió Megan con total sinceridad.

–Pero sospechas algo, ¿verdad?

Ella lo miró con impaciencia.

–Mick, ¿es que no has aprendido nada de nuestros otros hijos? Entrometerte solo empeora las cosas.

–Lo cual significa que pasa algo en lo que no quieras que me entrometa –dijo con aire triunfante–. ¡Lo sabía! Jess ha salido así de enfadada porque Will estaba allí con otra mujer y se ha molestado al verlos.

Su fugaz momento de satisfacción por haber averiguado lo sucedido se disipó casi de inmediato cuando dijo:

–Si ese hombre le hace daño a Jess, tendrá que responder ante mí.

Empezó a levantarse, pero Megan lo agarró del brazo y lo miró a los ojos.

–A menos que Jess acuda a ti y te pida ayuda, vas a mantenerte al margen de esto, Mick O’Brien. Ninguno de los dos tiene la más mínima idea de lo que está pasando, si es que está pasando algo. Si vas detrás de Will, podrías empeorar las cosas. Incluso podrías humillar a tu hija.

Mick se quedó sentado, aunque no parecía muy convencido.

–Pues entonces tal vez debería pasarme por el hotel y hablar con Jess.

Megan se estremeció ante la idea, pero en lugar de decirle que no lo hiciera… porque sería malgastar saliva…, optó por una advertencia:

–Si quieres ir a visitar a Jess, me parece bien. Si quieres interrogarla sobre Will o sobre lo que ha pasado hoy, olvídalo. Es una mala idea. Jess es una mujer adulta.

–Es nuestra niña y siempre ha sentido que ninguno de los dos le hemos prestado suficiente atención. Puede que sea tarde, pero tiene que saber que estamos a su lado.

Megan suspiró.

–Nadie es más consciente que yo de que la abandoné cuando apenas tenía siete años y creo que ha llegado a comprender, por fin, todos los motivos de nuestro divorcio, y hasta creo que está empezando a creer que nunca dejé de quererla. Pero eso no significa que esté preparada para que yo me ponga a agobiarla y a darle consejos sobre sus citas. Y lo mismo te digo a ti, Mick. Tenemos que dejar que sea Jess la que acuda a nosotros.

Mick dejó escapar un suspiro.

–No me gusta estar al margen cuando uno de nuestros hijos no es feliz.

–Lo sé, pero tal vez no es tan infeliz. Tal vez Connor y ella han tenido una de sus habituales discusiones. Es posible.

–Supongo…

–¿Por qué no te pasas por el hotel para ver si necesita que le eches una mano? Los viernes son siempre una locura allí en cuanto empiezan a llegar los huéspedes de fin de semana. Te agradecerá el gesto y estarás allí por si decide sincerarse. ¿Qué te parece?

A Mick se le iluminó la cara.

–Eso sí que puedo hacerlo. Te cuento luego en la cena. ¿Vamos a ir a Brady’s esta noche?

–A menos que quieras invitar a Jess a cenar con nosotros en casa…

–¿Y que tengas que cocinar después de haber trabajado tanto hoy? Le diré que se venga a cenar con los dos a Brady’s. Luego te llamo para contarte lo que me ha dicho –la besó–. Casarme con una mujer sensata es lo más inteligente que he hecho en mi vida.

Megan se rio.

–¿Y no es genial que te haya dado la oportunidad de casarte con ella dos veces?

Lo vio marcharse y sacudió la cabeza, preguntándose si haberlo enviado al hotel había sido lo más inteligente. Sabía que Mick tenía buenas intenciones, pero las perdía en cuanto llegaba a la conclusión de que sabía qué era lo mejor para todo el mundo.

Megan podía confiar en que se ciñera al plan o podía llamar a Jess y avisarla de que su padre iba de camino. Cualquiera de las dos opciones tenía sus riesgos.

Al final, optó por no hacer nada. Después de todo, era ella la que había dicho que su hija era una mujer adulta. Tenía que confiar en que Jess podía manejar a Mick y su bien intencionada intromisión.

Pero claro, ella también sabía mejor que nadie que para manejar a Mick hacía falta un delicado equilibrio entre tener confianza en sí misma y tener las habilidades ofensivas y de bloqueo de un guardalínea porque, si no, Mick podía pasarte por encima.

Jess tenía una multitud de recién llegados en la recepción intentando registrarse. Ronnie había desaparecido hacía veinte minutos y estaba a punto de tener un ataque de nervios cuando alzó la mirada y vio a su padre.

–¿Qué puedo hacer para ayudar? ¿Necesitas que lleve estas maletas?

–¿Lo harías? –preguntó ella, sin pararse a pensar en por qué había aparecido justo cuando lo necesitaba. Estaba agradecidísima de tener un par de manos extra.

–Claro, sin problema. ¿Dónde está el hijo de Forrest? Creía que este era su trabajo.

–No me hagas hablar –murmuró y sonrió a la pareja que acababa de registrarse–. Señores Longwell, tienen su habitación en el segundo piso con vistas a la bahía. Papá, ¿puedes ayudarlos con el equipaje?

–Claro –dijo Mick agarrando las dos pequeñas maletas y dirigiéndose a las escaleras.

Había regresado para cuando ella había terminado de registrar a los siguientes huéspedes, dos mujeres de Nueva Jersey. Al cabo de una hora, todos los huéspedes se habían registrado y varios ya estaban relajándose en el salón mientras tomaban una copa de vino y unos aperitivos. Jess había respirado hondo por primera vez en toda la tarde cuando su padre volvió a aparecer.

–Todo el mundo está instalado –le aseguró–. Parece que el negocio marcha bien.

–Debería seguir así, al menos, hasta finales de octubre –le dijo Jess–. También estamos casi completos para Acción de Gracias.

–Bien por ti –le dijo él sonriéndole–. Deberías estar orgullosa, Jess. Este lugar está siendo un éxito, tal como pensabas. Tu madre y yo estamos muy felices por ti. Has hecho un trabajo estupendo.

–Gracias, papá –respondió verdaderamente agradecida por el cumplido–. Por cierto, ¿qué te trae por aquí? Estoy segura de que no has pasado para llevar maletas, aunque no hay duda de que me has venido como caído del cielo esta tarde.

–Me alegro de haber podido ayudar.

–¿Te apetece una copa de vino o algún aperitivo de los que ha hecho Gail?

–No, gracias. Solo quería preguntarte si te apetecía venir a cenar esta noche a Brady’s con tu madre y conmigo, si no estás ocupada.

Jess se quedó paralizada.

–¿Por qué?

–¿Por qué no? Te mereces salir alguna noche, ¿no? A menos que ya tengas planes, claro.

–Papá, mamá y tú aún estáis prácticamente de luna de miel y sé que esas cenas en Brady’s son, oficialmente, como citas para vosotros. ¿Por qué, de pronto, queréis que vaya?

Él se sonrojó.

–Porque hace tiempo que no te vemos, eso es todo.

–Estuve en casa el domingo –le recordó ella–. Y me pasé por la galería a tomar café con mamá a principios de esta semana.

Él se encogió de hombros.

–No me lo había dicho.

Jess miró a su padre.

–Esto no tiene nada que ver con el hecho de que me hayas visto salir del Panini Bistro antes, ¿verdad?

–¿Me has oído llamarte?

–Podrían haberte oído en Ocean City, papá.

–Pues entonces, ¿por qué no has parado? Parecías enfadada.

Solo quería asegurarme de que todo iba bien.

–Seguro que Connor y Heather te han puesto al tanto.

–No me han dicho nada. Creo que he supuesto algunas cosas por mí mismo, ¿quieres decirme si he acertado? ¿Tenía algo que ver con el hecho de que Will estuviera allí con esa mujer?

Jess intentó no mostrar que su pregunta la había dejado descolocada.

–¿Y por qué has pensado eso? –preguntó esperando que no le temblara la voz.

No sabía por qué ver a Will con otra mujer la había afectado tanto. Es más, se había dicho en un principio que su enfado había ido dirigido únicamente a Heather y a Connor, pero una vez había estado bien lejos del restaurante, se había dado cuenta de que ver a Will teniendo una cita, sobre todo una que había surgido de ese servicio de citas online, la había enfurecido.

Se forzó a mirar a su padre a la cara.

–Sabes muy bien que no hay nada entre Will y yo, ¿verdad?

–¿Sí? –preguntó escéptico–. Admitiré que ha sido una suposición por mi parte, pero cuando le he presentado la teoría a tu madre, ella no me ha negado que pudiera ser una posibilidad.

–¿Así que mamá y tú habéis estado especulando sobre esto? –dijo con tono gélido. Ya era un poco tarde para que los dos empezaran a preocuparse por sus sentimientos.

–Me preocupo por ti. Eso es lo que hacen los padres.

–Pues no te preocupaste mucho cuando tenía siete años, ¿no? –le respondió en tono acusatorio–. Mamá acababa de marcharse y tú ibas recorriendo el país con tus trabajos. Ninguno de los dos pasó mucho tiempo teniendo en cuenta mis sentimientos.

–Era una época distinta –dijo sin ni siquiera intentar defender lo indefendible–. Estoy aquí ahora mismo y me preocupa lo que pase en tu vida.

Jess sabía que el único modo de que se echara atrás era contándole algún cuento que lo tranquilizara.

–Mira, Connor y yo hemos discutido antes, eso es todo. No ha sido para tanto. Llevamos discutiendo desde que éramos pequeños y siempre nos reconciliamos.

Mick no parecía convencido del todo.

–Y eso es todo, ¿una discusión con tu hermano? ¿No ha tenido nada que ver con Will?

–Nada en absoluto –insistió ella–. Todo está bien. Te prometo que ya estaré hablando con Connor para cuando llegue la comida del domingo.

–De acuerdo –dijo Mick, aceptando la explicación no sin cierta renuencia–. ¿Y no te interesa salir a cenar con nosotros esta noche?

–Ojalá pudiera, pero no me gusta dejar el hotel cuando estamos tan llenos. Cualquiera de los huéspedes podría necesitar algo.

Mick la abrazó y la besó en la cabeza.

–Llámame si necesitas algo, ¿de acuerdo?

Ella olvidó su enfado, contenta de ver que el asunto parecía resuelto por el momento.

–Sí, papá. Te lo prometo. Gracias por ayudarme esta tarde.

–De nada, hija.

Lo vio marcharse y respiró aliviada justo antes de sobresaltarse al oír la risita de Gail tras ella.

–Menuda trola le has metido a tu papaíto –se burló Gail.

–He hecho lo que tenía que hacer para quitármelo de encima. Si supiera que estaba enfadada por lo de Will, ninguno de los dos estaría a salvo de las intromisiones de mi padre.

–¿Te da miedo que pudiera entrometerse o te aterroriza que se le diera bien?

–¿Qué quiere decir eso?

–Por lo que he oído, una vez que Mick O’Brien pone la cabeza en algo, las cosas suelen salir como él quiere.

–Mi padre puede entrometerse desde hoy hasta el día del Juicio Final, y eso no cambiaría nada en lo que concierne a Will y a mí.

Por desgracia, tras su declaración no había tanta convicción como debería haber habido.

Cuando pasó otra semana sin ni una sola cita concertada por Almuerzo junto a la bahía, Jess enfureció aún más. Era peor ahora que sabía que era la empresa de Will, porque eso demostraba lo poco que ella le importaba.

Prácticamente podía oírle recitar todas las razones por las que no quería emparejarla con ninguno de los hombres que solicitaban sus servicios. La consideraba una chica voluble y consideraba que su historial de citas era demasiado errático. La conocía demasiado bien, o eso creía él, y no quería arriesgar la reputación de su estúpida empresa al emparejarla con un pobre hombre.

Solo pensar en cómo la había rechazado la hizo enfurecer todavía más. Si a eso se añadía el hecho de que ni siquiera le había devuelto el dinero de su ingreso en el servicio de citas, estaba preparada para partirlo en dos si se cruzaba con él.

Y no, por supuesto que no intentaría buscarlo. Es más, lo mejor sería que no se cruzaran en meses, o incluso en años.

Pero claro, mucho antes de que pudiera quitarse todo eso de la cabeza, lo vio en Brady’s una noche de viernes que decidió salir del hotel.

–Ahí está ese gusano –le farfulló a Connie y a Laila mientras se levantaba. Las dos copas de vino que había consumido y habían caído sobre su estómago vacío la hicieron tambalearse un poco.

–Vuelve a sentarte –le suplicó Connie–. Puede que Dillon Brady te adore, pero no le alegrará que montes una escenita en su restaurante. Es el lugar con más clase del pueblo y no le gustan las broncas.

Jess centró su atención en Connie.

–Pues en ese caso, Will debería marcharse. Es escoria, es una persona imposible, es irritantemente crítico. Y es un cobarde.

–Hablando de mí, supongo –dijo Will sacando una silla para sentarse a su lado.

Connie le lanzó una mirada de advertencia.

–Puede que no sea el mejor momento –murmuró.

–Oh, estoy acostumbrado a las críticas fáciles de Jess. Es lo que hace siempre que estoy venciéndola en una discusión. En lugar de ofrecer argumentos racionales, recurre a ataques personales.

El mal humor de Jess aumentó ante su condescendiente tono.

–Nosotros no discutimos. Eres un estirado y un pretencioso. Haces juicios de valores como si fueran la única verdad y nosotros fuéramos mortales que no pudiéramos atrevernos a cuestionarte.

Will la miró con incredulidad.

–¿Cuándo he hecho yo eso?

–Todo el tiempo.

–Dime una vez –la desafió.

Jess vaciló y dio un sorbo de vino. Por desgracia, los ejemplos específicos parecían estar perdidos en las profundidades de su ebrio cerebro.

–No tengo que hacerlo, sabes que tengo razón –dijo orgullosa de su maniobra de evasión.

Will se limitó a sonreír con esa actitud de superioridad que siempre la ponía rabiosa.

–¡Oh, lárgate! –le gritó irritada.

–No hace ni cinco minutos creía que tenías algo que querías decirme. Ahora es tu oportunidad. Vamos.

–He cambiado de opinión. Sería una pérdida de saliva. Nunca escuchas ni una palabra que digo o, al menos, nunca te tomas en serio nada de lo que digo.

–No, vamos. Suéltalo. Puedo asumirlo.

Connie suspiró.

–Creo que iré a por otra bebida. Laila, ¿quieres algo?

–¿Estás de broma? –dijo Laila levantándose–. Voy contigo.

–Yo tomaré más vino –dijo Jess.

–Ni hablar –respondió Connie.

Sus dos amigas la dejaron allí sentada con Will, que parecía esperar pacientemente a que dijera algo.

–¿Y bien? ¿Tiene esto algo que ver con que me vieras la semana pasada en el Panini Bistro con una mujer? Parecías muy enfadada.

–No estaba enfadada. ¿Por qué iba a estarlo? No significas nada para mí. Menos que nada.

Pero él no parecía creerlo.

–¿Entonces qué está pasando por esa cabeza tuya? Está claro que estás enfadada conmigo por algo. Más de lo habitual, de hecho. Dilo claramente para que podamos hablarlo.

–Esa es tu solución para todo, ¿verdad? Hablar hasta morir.

–Pues sí, resulta que creo que la comunicación ayuda mucho –dijo conteniendo una sonrisa–. Pruébalo.

Ella deseaba poder quitarle ese gesto de la cara de una bofetada.

–Vale, de acuerdo. ¿Por qué no me has emparejado con nadie con ese estúpido sistema informático que tienes? Estoy pensando en denunciarte por fraude.

–¿Fraude? –preguntó él enarcando una ceja.

–Prometes encontrarle citas a la gente. He pagado mi dinero y ¡no he tenido ni una sola cita! Ni siquiera has tenido las narices de decirme que nunca vas a emparejarme con nadie.

–Ahora mismo no hay nadie en el sistema que pudiera ser una buena pareja para ti. Estoy añadiendo clientes nuevos cada día, así que el chico perfecto podría aparecer mañana mismo.

–Muy buena salida. Los dos sabemos que es porque no te parece que sea lo suficientemente buena. Crees que soy una cabeza de chorlito y no estás dispuesto a arriesgar tu preciada reputación recomendándome a un solo cliente.

Había que admitir que Will parecía verdaderamente asombrado por sus palabras.

–¿Es eso lo que crees?

–Es lo que sé –respondió ella con terquedad, incapaz de no mostrar dolor en su voz–. Se supone que eres mi amigo a pesar de saber lo de el déficit de atención. Eso no me convierte en una mala persona, Will Lincoln y tú, mejor que nadie, debería saberlo. No significa que no pueda tener una relación normal. Tal vez no haya tenido ninguna hasta ahora, pero si ese sistema tuyo es tan bueno, podrías encontrarme al hombre correcto.

Will sacudió la cabeza.

–No hay duda de que eres la mujer más exasperante e irritante que he visto en mi vida.

–¿Lo ves? Eso es exactamente lo que quiero decir. Tienes una opinión muy mala de mí.

–Shh –dijo él acercando la silla.

–¿Por qué?

–Shh, calla –repitió posando una mano en su nuca.

Jess se quedó tan asombrada que se limitó a mirarlo.

–¿Will?

Él la miró exasperado.

–¿Es que no sabes estar callada diez segundos?

Se inclinó hacia delante para besarla y ese beso hizo lo que ninguna otra cosa podía haber hecho: callarla. Es más, la dejó aturdida. La boca de Will era firme, persuasiva, tierna.

Cuando la soltó, ella parpadeó atónita.

–¿Will? –y en esa ocasión cuando murmuró su nombre, sonó sin aliento. Estaba sin aliento. ¡Eso sí que era un giro inesperado de la situación! ¿Quién iba a pensar que ese hombre pudiera besar así de bien y con tanta pasión?

–¿Qué acaba de pasar?

–Ya estás otra vez, hablando –dijo él cubriéndole la boca otra vez.

Ese beso continuó hasta que el corazón de Jess palpitó con fuerza y ella estuvo a punto de arrancarle la ropa allí mismo, donde estaban. ¡La ropa de Will! Esa idea la hizo apartarse de golpe y mirarlo asombrada.

–¡Me has besado! –dijo como si él no supiera lo que había hecho.

–Sí –respondió Will tranquilamente.

–¿Vas a hacerlo otra vez?

Él sonrió ante el nostálgico tono de su voz.

–Podría.

–¿Cuándo?

–Eso habría que verlo –se levantó.

–¿Te marchas? ¿Ahora?

–Creo que es lo mejor.

–¿Por qué?

–Te dejaré pensarlo por ti misma. Nos vemos, Jess.

Ella se quedó mirándolo mientras salía de Brady’s y sus amigas volvían a sentarse a su lado.

–Ha sido muy interesante –dijo Connie con actitud divertida.

–¡Ha sido apasionante! –declaró Laila abanicándose con la mano.

Cuando Jess se quedó en silencio, Connie le tiró del brazo.

–Ey, ¿estás bien?

–No estoy segura –respondió saliendo del estupor provocado por el beso. No pudo contener la sorpresa en su voz al decirles–: Will me ha besado. Quiero decir, me ha besado de verdad.

Laila se rio.

–Nos hemos fijado. Todo el mundo se ha fijado. Kate incluso ha entrado corriendo en la cocina y ha sacado de allí a Dillon para que lo viera. Me sorprende que no haya habido aplausos. Ha sido todo un espectáculo. Si Chesapeake Shores tuviera una cadena de televisión, ese beso saldría en las noticias de las once.

Aún impactada, Jess dijo:

–Ha dicho que podría pasar otra vez.

–Bueno, pues ¡aleluya! –respondió Laila con entusiasmo.

Jess no estaba del todo segura de lo que acababa de pasar allí esa noche, pero sí que estaba segura de que la aguardaba todo un coro de aleluyas.

Lo que no sabía era qué podría pasar después, aunque fuera lo que fuera, no podría ser nada más sorprendente que ese beso.

E-Pack HQN Sherryl Woods 1

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