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Capítulo 6

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Will no tuvo mucho tiempo para preocuparse por el mal humor de Jess una vez la comida concluyó. Apenas habían terminado el postre cuando Susie apareció a su lado.

–Tenemos que hablar –dijo inusualmente desanimada–. Fuera.

Will miró al otro lado de la habitación, vio que Jess estaba saliendo de la cocina y supo que a ella no le gustaría que la acompañara. Forzó una sonrisa y respondió a Susie:

–Claro. ¿Quieres ir a dar un paseo por la playa?

Aunque el día de otoño era sorprendentemente cálido, corría una fuerte brisa que los envolvió mientras caminaban por la arena de la orilla en silencio.

–¿Vas a decirme por qué querías hablar conmigo?

Ella suspiró.

–Es por Mack –dijo y añadió con frustración–: Siempre es por Mack. Ese hombre va a volverme loca.

Will no pudo evitar reírse.

–Creo que el efecto es mutuo.

Susie le quitó importancia al comentario.

–Venga. Mack nunca se entera de nada y últimamente ha sido peor que de costumbre.

–¿Qué quieres decir?

Ella se detuvo y lo miró.

–¿Puedo ser sincera contigo?

–Claro.

–¿Y no irás corriendo a contárselo a Mack?

–Claro que no.

–De acuerdo –respiró hondo–. Estoy loca por él desde hace años.

–¡Vaya, menudo notición! –dijo antes de poder evitarlo y sonrió–. Lo siento, pero es que no estás diciéndome nada que no supiera antes.

Ella suspiró.

–Me lo imaginaba. Supongo que sabía que no era un secreto, pero esperaba poder fingir que verlo no era para tanto. Así, si se marchaba, que es lo que hará con el tiempo, mi orgullo seguirá intacto.

–¿Por qué estás tan segura de que te dejaría?

–Porque eso es lo que hace Mack –respondió–. Se marcha. Cree que es como su padre, ese indeseable que se marchó antes de que él naciera. Se ha pasado la vida demostrándoselo saliendo con una mujer tras otra y dejándolas a todas. Creo que le gustaron algunas de verdad, pero no se quedó con ellas lo suficiente como para ver si la relación podría funcionar. Le vi hacer eso durante el instituto y la universidad y, aunque siempre sentía algo por él, me juré que no dejaría que hiciera eso conmigo.

–Y por eso decidiste ser su amiga –concluyó Will.

Susie asintió.

–Los hombres suelen dejar a las mujeres con las que salen, pero suelen conservar a sus amigos. Miraos a Mack, Jake y tú. Sois como los tres mosqueteros o algo parecido. Yo quería esa clase de relación con Mack, una que durara. Supuse que era fácil, sin exigencias ni expectativas, y que tal vez así él se sentiría relajado.

–¿Y acabaría fijándose en ti? –sugirió Will con delicadeza.

Susie asintió con gesto de abatimiento.

–Hace un tiempo, cuando Shanna llegó al pueblo y empezó a salir con Kevin, me dijo que creía que Mack estaba loco por mí y yo empecé a hacerme ilusiones. Me dije: «oye, si un observador objetivo se ha dado cuenta de algo, tal vez sea verdad» –suspiró–. Pero no cambió nada. Ahora no sé si cambiará algún día. Es como si estuviéramos atrapados en este patrón de relación y nos diera demasiado miedo arriesgarnos a cambiarlo. ¿Crees que es posible que salgamos algún día de este molde de amigos? ¿O me he condenado por jurarme tantas veces que nunca saldría con Mack?

–En cierto modo, creo que es más difícil pasar de ser amigos a ser algo más. Si la amistad importa, nadie quiere correr el riesgo de cambiar las cosas.

–Dímelo a mí.

–Pero ahí está la cuestión. Si no pides más ni esperas más de Mack, si te ciñes al status quo, ¿alguna vez serás feliz? A veces tienes que correr el riesgo de perderlo todo para conseguir lo que de verdad quieres.

Susie se quedó asombrada ante la pregunta y después sonrió.

–¿Tú te has preguntado alguna vez lo mismo sobre Jess? Will frunció el ceño. Se había preguntado exactamente lo mismo hacía unos días, pero eso no iba a hablarlo con Susie.

–Creía que estábamos hablando de Mack y de ti.

–Podemos pasar un par de minutos hablando de ti ya que estamos. Me hará sentir mejor centrarme en la desastrosa vida amorosa de otros.

–No necesariamente. Ya me has contado por qué Mack y tú os habéis quedado atascados en esta relación y lo entiendo. Hasta ahora parecías satisfecha con dejar las cosas como estaban, así que, ¿qué ha cambiado?

A Susie se le llenaron los ojos de lágrimas.

–No lo sé. Durante las últimas semanas ha sido como si hubiera estado alejándose y no sé por qué –lo miró a los ojos–. Si lo pierdo como amigo, será muy irónico, ¿no crees? Sobre todo después de todo lo que he hecho para asegurarme de que con eso me basta. Quiero decir, he estado mintiéndome durante años y diciéndome que ser amigos es mejor que nada. Otros chicos me han pedido salir con ellos, pero no me ha interesado. Mack siempre estaba cerca, así que, ¿quién tenía tiempo para otros? –sacudió la cabeza–. ¡Qué idiota soy!

–No eres idiota. Hiciste una elección que, en su momento, te pareció la correcta.

–Bueno, está claro que fue una elección pésima.

Will contuvo las ganas de sonreír.

–¿En serio? Mack y tú habéis estado muy unidos durante años, tanto que prácticamente termináis las frases del otro, igual que un matrimonio. Seguro que eso ha merecido la pena. ¿Has intentado hablar con él de esto?

–La verdad es que no. No quería darle mucha importancia al asunto.

Will vio la trampa que Susie se había tendido a sí misma: los amigos se dan espacio, no se sientan a hablar profundamente sobre su relación.

–¿No te supone un dilema intentar mantener la ilusión de que Mack no te importa? –le dijo con empatía.

–Es lo peor.

–Tal vez haya llegado la hora de dejar de fingir.

–No sé si puedo. No quiero perderlo, Will.

–Pero ahora no lo tienes.

–Ahora es mi amigo.

–Pues entonces deberías poder hablar con él y preguntarle qué está pasando.

–Pensé que tú podrías decírmelo y que así yo sabría lo que necesita de mí.

Will se rio.

–Si te he prometido guardarte el secreto, ¿qué te hace pensar que violaría su intimidad?

A ella se le iluminó la cara.

–Entonces está pasando algo y tú sí que sabes lo que es –dijo con aire triunfante.

–Habla con Mack –le aconsejó.

–¿Ni siquiera vas a darme una pista?

–Ni hablar.

–Supongo que ya sabía que no me dirías nada –dijo resignada–. ¿Quieres hablar de Jess ahora?

–No.

Por primera vez desde que habían empezado a pasear, Susie se rio.

–Me lo imaginaba. Vaya dos, ¿eh?

Will suspiró.

–Pues sí, vaya dos.

Jess había visto a Will dirigirse hacia la playa con Susie y una sensación nada familiar la había removido por dentro; una sensación que nunca antes había sentido, al menos no al tratarse de Will. Eran, rotundamente, celos. Sabía que era ridículo, sobre todo porque todo el mundo sabía que Susie solo tenía ojos para Mack, pero ahí estaba. No le gustaba quedarse atrás mientras veía a Will con otra mujer, y mucho menos, con Susie. Durante años había mantenido cierta rivalidad con su demasiado perfecta prima y probablemente se trataba de eso; no quería compartir a Will con la prima que ya había tenido todo lo que ella siempre había querido: respeto, éxito académico y popularidad.

«Esto no puede estar pasando», se dijo. No se convertiría en esa clase de mujer. Ya tenía bastantes inseguridades sin dejar que Will la convirtiera en una loca celosa; nada bueno podía salir de esa oscura emoción.

Debería marcharse, volver al hotel y ponerse con la pila de papeles que tenía sobre el escritorio y que seguramente la distraería durante horas… o lo habría hecho si hubiera podido concentrarse, pero su déficit de atención se lo impedía.

Hacía poco tiempo había estado limpiando el ático con la esperanza de convertirlo en otra habitación con baño. Podía hacerlo, pensó mientras miraba hacia la bahía y a la espera de que Will y Susie regresaran.

–¿Buscas a alguien? –le preguntó Abby al apoyarse en la baranda del porche.

–No –mintió–. Solo estaba relajándome.

–Podrías bajar a la playa y alcanzar a Will y Susie.

–¿Y por qué iba a querer hacer eso?

–Porque quedarte aquí sentada a esperarlos está volviéndote loca. Sabes que no tienes que preocuparte por nada, ¿verdad?

–Claro que lo sé.

–Entonces, ¿a qué viene esa expresión melancólica?

–A que, al parecer, he perdido mi control de la realidad.

Abby se rio.

–¿Lo dices porque te gustó besar a Will?

Jess asintió.

–¿Quién iba a decirme que ese hombre podía besar así? Me pilló desprevenida. Quiero decir, seguro que es solo por eso, ¿verdad?

–¿Es eso lo que crees?

Jess asintió.

–Seguro que sí –miró a su hermana mayor–. ¿Recuerdas que querías organizarle una cita a Heather con un tipo de tu oficina para poner celoso a Connor y hacer que reaccionara?

–Me acuerdo –respondió Abby.

–¿Por qué nunca has intentado buscarme pareja a mí? ¿Es porque no crees que sea capaz de tener una relación?

–No seas ridícula. Creo que cuando llegue el hombre adecuado, vas a ser una esposa y una madre maravillosa. Y si alguna vez me hubieras pedido que te buscara pareja, lo habría hecho encantada.

Jess no sabía si creerlo.

–¿En serio? ¿A pesar de lo de mi déficit de atención?

–Cielo, lo has llevado muy bien. Mira el hotel. Es un gran éxito. Has aprendido todo lo que necesitas para regentarlo, hasta has aprendido a pedir ayuda cuando la necesitas. Y harás lo mismo cuando tengas una familia.

Jess suspiró.

–Quiero creerlo, pero incluso tú tienes que admitir que, cuando se trata de hombres, mi capacidad de atención es escasa.

–Tal vez sea por tu problema, o tal vez sea porque ninguno de esos hombres era el adecuado para ti. ¿Recuerdas todos los trabajos que tuviste antes de abrir el hotel? No eran lo que necesitabas, pero el hotel sí. Lo mismo pasa con un hombre.

–Espero que tengas razón. Si alguna vez me caso, quiero que dure –dijo con nostalgia–. Quiero tener lo que Bree y tú habéis encontrado con Trace y Jake, lo que Kevin tiene con Shanna y Connor tiene con Heather.

–Eres una mujer preciosa, inteligente, fascinante e impredecible, y eso lo digo en el mejor sentido. Encontrarás todo lo que te mereces. Te lo prometo –Abby sonrió–. Y si no lo encuentras sola, ya sabes que papá meterá las narices en el asunto tarde o temprano.

–¡No, por Dios! –dijo Jess con sentimiento. Se levantó y miró una última vez hacia los escalones que salían de la playa. Seguía sin haber rastro ni de Will ni de Susie, pero ya no estaba tan furiosa por ello–. Gracias, Abby. Como siempre, me has puesto los pies en la tierra. Creo que me voy al hotel.

–Si necesitas ayuda con las facturas, dímelo.

–Entre el contable y yo todo está bajo control –dijo algo irritada.

–Era solo una oferta, un recordatorio de que estoy aquí si me necesitas.

Jess suspiró.

–Lo sé y lo siento. La verdad es que creo que voy a hacer alguna actividad física. Necesito quemar energía. El otro día compré un montón de cajas, así que creo que embalaré y seleccionaré algunas de las cosas que hay en el ático. Cuando reúna un poco de dinero, me gustaría convertir esa zona en otra habitación con baño, tal vez incluso en una suite nupcial. Desde ahí hay unas vistas impresionantes.

Esperaba que Abby la regañara por estar pensando en gastarse un dinero que no tenía, pero sorprendentemente, sus hermana, la maga de las finanzas de la familia, asintió.

–Me parece una idea brillante –dijo con aprobación–. ¿Por qué no le dices a papá que le eche un vistazo y te dé un presupuesto?

–¿En serio?

Abby alzó una mano.

–Depende de los números, pero sí, merece la pena. A ver si encuentras un modo de hacerlo realidad.

Jess abrazó a su hermana con fuerza.

–Gracias, Abby.

–No me des las gracias. Eres tú la que ha convertido el hotel en un negocio que merece la pena expandir.

–Sí, ¿verdad? –dijo sintiéndose un poco más orgullosa de sí misma.

Con Will olvidado por el momento, volvió al hotel con un ánimo mucho mejor del que había tenido hacía media hora.

Jess se había puesto unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes antes de subir al polvoriento ático. Durante los últimos años había pasado algunas horas allí arriba, perdiéndose en algunos de los viejos libros que había encontrado en los arcones que llevaban almacenados allí desde años antes de que ella hubiera adquirido el lugar. Hoy, sin embargo, estaba decidida a centrarse en la otra tarea.

Armada con cajas y bolsas de basura, subió con la intención de seleccionar las cosas en tres grupos: unas para donar, otras para usar en el hotel y otras para tirar a la basura. Por desgracia, todo estaba cubierto de una gruesa capa de polvo, así que pasó casi tanto tiempo estornudando como limpiando mientras tomaba las decisiones.

Llevaba alrededor de una hora con ello cuando oyó pisadas acercándose. Cuando Will apareció en lo alto de las escaleras, una sonrisa cruzó su rostro.

–Estás hecha un cuadro.

–Gracias. Tú deberías replantearte haber subido aquí con ropa buena.

–Todo lo que llevo se puede lavar –dijo sobre sus perfectamente planchados pantalones chinos y la camisa de vestir con las mangas enrolladas–. ¿Necesitas ayuda? Abby me ha dicho que querías seleccionar todo lo que tienes aquí –miró las bolsas de basura que ya estaban llenas–. Al menos podría bajarte estas bolsas.

–Eso estaría genial –dijo agradecida–, si seguro que no te importa.

–No habría venido si no quisiera ayudarte. ¿Quieres que las eche a tu contenedor?

–Sí, genial. El camión de la basura pasa mañana.

Él agarró las cuatro bolsas y las portó como si pesaran menos que nada. Cuando volvió, llevaba botellas de agua que había sacado de la nevera que ella tenía en su despacho. Le dio una.

–Pensé que estarías sedienta.

–Eres un regalo del cielo –le dijo antes de dar un largo trago, consciente de que la mirada de él parecía estar pegada a su pecho, que brillaba cubierto de sudor. Su camiseta de tirantes se ceñía a sus curvas–. Um, Will…

Él la miró, en esta ocasión a la cara.

–Lo siento –dijo sonrojado–. ¿Qué quieres que haga ahora?

«Que me tires al suelo y me hagas el amor». El desenfrenado pensamiento se coló en su mente encendiendo sus mejillas.

–Arcón –dijo señalando al otro lado del ático–. Ahí –lo más lejos de ella que fuera posible.

–Quieres que seleccione las cosas que hay dentro del arcón.

–Sí.

–¿Y cómo voy a saber qué vale la pena guardar?

Ella respiró hondo e intentó controlar sus nervios y su voz.

–Lo sabrás. Si tienes alguna duda, pregúntame, a menos que prefieras irte. No tienes que ayudarme.

–Jamás he visto a nadie que deseara más librarse de una persona voluntariosa y dispuesta a ayudarla –dijo él abriendo el arcón–. ¿Cuál es la razón, Jess? ¿Es que te pongo nerviosa de pronto?

–Me das pánico –dijo sin pensar–. No me puedo creer que haya dicho eso.

Will se rio.

–En mi negocio, la sinceridad se considera algo bueno, así que, ¿por qué te doy miedo?

–Ya estamos otra vez, poniéndote en plan loquero conmigo.

¿De verdad quieres diseccionar esto?

Él asintió con expresión seria.

–Creo que sí.

–Bueno, pues yo no. Me hace sentir como uno de tus casos de estudio y ya te he dicho antes que lo odio.

–¿No se te ha ocurrido pensar que los amigos hablan de sus emociones entre ellos? Sé que hablas con Abby y con Connor, así que, ¿qué diferencia hay en que hables conmigo?

–Eres psicólogo –respondió como si eso lo explicara todo.

–Pero no soy tu psicólogo.

–Me hace sentir rara.

–De acuerdo, pues no hablaremos de nada de lo que estás sintiendo, ni de mí ni de nada más. ¿Qué tienes pensando hacer con este sitio cuando lo tengas limpio?

–Espero convertirlo en una suite –dijo al instante, deseosa de cambiar de tema–. Una suite nupcial –y entusiasmada con su proyecto, le describió cada detalle que había imaginado–. Y mira por la ventana, Will. Ahí tienes las vistas más asombrosas que puedes imaginar. Me gustaría abrir esa pared y poner más ventanas, si mi padre me dice que la estructura puede soportarlo. Sería increíble despertar en esta habitación con la bahía y prácticamente todo el pueblo bañado por la luz del sol.

Will sonrió ante su entusiasmo y fue hacia la ventana.

–Sería fantástico, Jess. En lugar de una suite nupcial podrías convertir este lugar en tu habitación. Hay espacio suficiente para que tengas un salón e incluso una pequeña cocina. Sería increíble acurrucarte aquí junto a una chimenea. Podrías poner una.

Ella miró a su alrededor y se imaginó el lugar tal como él estaba describiéndolo.

–Oh, jamás se me había ocurrido eso. ¡Qué idea tan genial! Claro que, no debería quedarme con el mejor sitio para mí. Los huéspedes pagarían una fortuna por una suite así.

–Como quieras, pero a mí me parece que el propietario del hotel debería estar cómodo.

–La habitación que tengo abajo está bien –insistió. Además, tenía la sensación de que la habitación que Will estaba describiendo y que ella estaba imaginándose sería demasiado romántica para una sola persona. Estaría bien para una pareja, para dos personas enamoradas. Aun así, la idea la cautivó.

–¿Qué pasará cuando tengas familia, Jess? ¿Te irás a vivir a otra parte o seguirás aquí?

–Jamás he pensado en ello. Quiero decir, si fuéramos solo mi marido y yo, supongo que nos quedaríamos aquí, pero si tuviera hijos… –su voz fue apagándose y se encogió de hombros.

–Tienes mucho sitio –le recordó–. Siempre podrías construirte una casa aquí. Así tendrías intimidad, pero estarías lo suficientemente cerca como para echarle un ojo a todo lo que pasara en el hotel.

Jess no podía negar que la idea tenía sentido, pero para algo así quedaba mucho tiempo. Ni siquiera tenía novio, así que mucho menos una familia. Sin embargo, mientras se decía todo eso, no podía evitar imaginarse a Will ahí arriba, en ese mismo sitio, a su lado, sentado frente a una agradable chimenea y viendo Chesapeake Shores extendiéndose ante ellos. La imagen era tan clara, tan cautivadora, que la asombró. Parpadeó y se obligó a centrar su atención en los arcones de libros viejos que tenía delante.

–Jamás seré capaz de hacer nada aquí arriba si no dejo de soñar despierta.

–Pero soñar despierta tiene su función, ¿no crees? Te permite exponer todos los posibles escenarios de nuestro futuro para poder seleccionarlos y ver cuál nos encaja mejor.

–¿Tú sueñas mucho despierto?

–Todo el tiempo.

–¿Y en qué piensas?

Las mejillas de Will volvieron a sonrojarse.

–En esto y aquello. Nada sobre lo que merezca la pena hablar.

Jess se rio.

–Esto y aquello, ¿eh? ¿Y sale alguien especial en esas ensoñaciones tuyas?

Él la miró fijamente.

–¿Qué gracia tiene soñar despierto si no hay nadie contigo en esos sueños?

Ella tuvo que morderse la lengua para evitar preguntarle a qué mujer veía, porque no estaba segura de querer saberlo.

Si decía que era ella, ¿qué pasaría? No, mejor dejar las cosas como estaban.

–En los míos durante mucho tiempo ha aparecido Brad Pitt –dijo ella para quitarle tensión al momento–. Pero entonces dejó a Jennifer Aniston para irse con Angelina Jolie y eso acabó conmigo.

Will se rio.

–¿Y nadie ha sido capaz de reemplazar a Brad?

–Si te lo digo, ¿prometes no decírselo a nadie?

–Soy el alma de la discreción –le aseguró.

–Tim McGraw, pero claro, seguro que Faith Hill tiene muy mal genio cuando alguien se acerca demasiado a su chico –suspiró exageradamente–. ¿Quién puede culparla?

–¿Quién? –dijo Will con una sonrisa.

De pronto estar en un lugar cerrado hablando de todos esos sueños le pareció demasiado. Jess se levantó.

–Ya hemos hablado bastante por hoy. Vayamos a la cocina y asaltemos la nevera –sugirió ella–. Podemos hacer un picnic en una de las mesas que dan a la playa. Todos los huéspedes se han marchado, así que tenemos el hotel para los dos solos.

Will se levantó y las siguió hasta la gran cocina del hotel.

–Um, Jess… –comenzó a decir vacilante junto a la puerta.

Ella abrió la nevera y lo miró.

–¿Qué?

–Lo último que he oído es que no sabes cocinar. Tal vez deberíamos salir y comprar una hamburguesa o una pizza.

–Los dos somos un desastre y no quiero tener que ponerme a limpiar luego –dijo y sonrió–. Pero no temas, Gail siempre deja algunas cosas preparadas para mí. Además de Dillon, es la mejor cocinera del pueblo.

A él se le iluminó la cara.

–En ese caso, vamos a ver qué posibilidades hay –dijo situándose tras ella.

Estaba tan cerca que Jess podía oler el aroma de su aftershave.

De pronto tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no girarse y hundir la cara en la curva de su hombro. Se puso derecha con tanta brusquedad que su cabeza chocó con la barbilla de Will.

–Lo siento. ¿Estás bien?

–Nada que un poco de hielo no pueda curar –respondió él y la detuvo cuando Jess hizo intención de sacar hielo del congelador–. Estoy de broma, estoy bien –se le iluminaron los ojos–. Y ahí dentro veo pollo asado. ¿Podemos comer eso?

–Hemos comido pollo en mi casa.

–No importa. No hay nada mejor que pollo frío con un vaso de vino. Supongo que puedes encontrar una botella de pinot grigio o de Sauvignon blanco. He oído que la bodega que tenéis aquí es de calidad.

–Pollo frío y vino, allá va. Yo me encargo de sacar el pollo y tú ve a por el vino –le indicó la refrigeradora de vino que habían instalado hacía unas semanas y que estaba llena de unas excelentes marcas californianas, además de varios vinos locales e incluso de algunos vinos franceses.

Will silbó mientras miraba las etiquetas.

–Es una selección excelente.

–Gail sabe lo que hace, yo no –dijo Jess buscando un sacacorchos en un cajón–. Elige el que quieras.

Encontró algunas cosas más para la comida: algunas verduritas cortadas, queso, uvas y pan francés del día. La bandeja estaba llena cuando había terminado de prepararlo todo.

Will sacudió la cabeza al verlo.

–Creía que sería un simple picoteo.

–Ha sido simple, ¿es que me has visto encender un solo fuego? Lleva la bandeja, yo llevaré el vino y las copas.

El sol estaba empezando a ponerse por el oeste cuando se sentaron en una de las mesas de picnic dispuestas alrededor del jardín del hotel. Will sirvió el vino y alzó su copa.

–Por las cenas simples con buenas amigas –dijo en voz baja.

No hubo nada remotamente insinuante en sus palabras, ni la más mínima indirecta de que quisiera algo más. Y aun así, a Jess le pareció ver deseo en su mirada y no pudo evitar preguntarse si a ella le sucedía lo mismo. La idea resultaba tan aterradora que sintió que tenía que decir algo.

–¿Will?

Él asintió sin dejar de mirarla ni un instante.

–Sabes que esto… –señaló la comida, aún intacta– no es una cita. Deberíamos dejarlo claro.

–¿Y cómo lo describirías tú?

–Como un picoteo para darte las gracias por haberme ayudado.

–De acuerdo –respondió él lentamente–. Pero ya que estamos siendo claros, deja que te diga que no pretendo caer en una de esas ridículas situaciones de «no estamos saliendo » como en la que están metidos Susie y Mack. Ya que ha sido idea tuya, puedes llamar a esto como quieras, pero la próxima vez que compartamos una comida… si es que volvemos a hacerlo… será una cita.

Jess tembló ante la intensidad de su voz y la intensidad de su mirada. Y se sintió más agitada todavía cuando él se levantó, la besó en la frente y le dijo que tenía que irse.

–Pero…

–Tú quédate aquí fuera y disfruta viendo salir la luna –le dijo interrumpiendo sus protestas–. Habrá luna llena.

Se marchó antes de que ella pudiera pedirle que se quedara, pero Jess se dijo que no pasaba nada. Con lo confusa que estaba, haber estado sentada a su lado viendo la luna llena habría sido demasiado romántico y quién sabía qué locuras podría haberse visto tentada a cometer.

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