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Capítulo 15

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El domingo, Jess estaba que echaba humo por la repentina marcha de Will la noche anterior, pero más todavía al ver que no se presentó a la comida familiar. Y no es que lo hubiera invitado específicamente, pero había dado por hecho que estaría allí. Claro que, cabía la posibilidad de que a pesar de lo que le había dicho, estuviera evitando a Mick. Buscando a alguien a quien culpar por la ausencia de Will, encontró a su padre en el despacho después de la comida y se enfrentó a él.

–¿Le dijiste a Will algo anoche para ahuyentarlo?

–¿Te dijo que lo hice? –preguntó él furioso.

–No, la verdad es que me dijo que las cosas habían ido bien, pero no ha venido, así que ha debido de pasar algo.

–Los dos os quedasteis cuando tu madre y yo nos fuimos, así que tal vez deberías pensar si tú le dijiste algo.

Frustrada, Jess se sentó frente a su padre.

–No dije nada. No discutimos. Creía que estábamos bien.

–Pues entonces todo estará bien. ¿Te dijo que fuera a venir hoy?

–No se lo pregunté.

–Pues ahí lo tienes.

–Pero casi siempre viene –protestó–. Y nunca he tenido que preguntárselo. Todo ha empezado a cambiar ahora. ¿Qué pasa?

–Mira, cariño, cuando los hombres y las mujeres empiezan a verse de un modo distinto, las cosas cambian. No puedes dar nada por sentado.

Una vez más, Jess se sintió culpable. Eso era exactamente lo que había hecho.

–Bueno, pues no debería ser así.

Mick se rio.

–Estoy de acuerdo, pero así son las cosas. De aquí en adelante, si quieres que Will esté con nosotros, probablemente tendrás que invitarlo. A menos que quieras que lo haga yo.

–Rotundamente no. Algo me dice que cuanto menos tiempo pases con Will, mejor.

–No lo presioné, si eso es lo que estás pensando –dijo indignado–. Solo le pregunté qué pasaba entre los dos y me contestó. Eso fue todo.

Jess dudaba que hubiera sido así de sencillo, por mucho que los dos lo dijeran.

–Entonces asegúrate de que sigue así, papá. Esto es entre Will y yo.

–¿Y qué haces aquí hablando conmigo de ello? Ve a hablar con él.

–Puede que lo haga –contestó Jess levantándose.

Pero cuando salió de la casa, la idea de intentar ir a ver a Will para preguntarle por qué no había ido a comer le resultó patética. No debería importar que no hubiera ido, ya se había perdido otras comidas y a ella le había dado igual. ¿Por qué ahora? ¿Por qué se estaba tomando esa ausencia de un modo tan personal?

Tal y como su padre había dicho, cuando dos personas empezaban a salir todo cambiaba y la madurez salía volando por la ventana. Era ridículo.

En lugar de ir a buscar a Will, llamó a Laila.

–¿Qué estás haciendo?

–Intentando inventarme una excusa para dejar a mi familia antes de que empiecen a interrogarme sobre por qué estoy saliendo con un hombre distinto cada pocos días en lugar de sentar cabeza.

–Queda conmigo, a mí puedes explicármelo. Voy a llamar a Connie también, hoy no ha venido a comer. Ni ella ni mi tío Thomas. O están evitándose el uno al otro o están juntos en alguna parte. Quiero saber cuál de las dos opciones es la correcta.

Laila se rio.

–Oh, genial, posibles cotilleos. ¿Dónde quedamos? Es demasiado pronto para ir a Brady’s.

–¿Y el hotel? Podemos ir a pasear por la playa y pedir una pizza más tarde.

–Perfecto. Estoy allí en veinte minutos. Es lo que tardaré en escapar del proceso de inquisición que está teniendo lugar aquí.

Jess colgó y marcó el número de Connie.

–Hoy no has venido a comer. ¿Dónde estás?

–En casa.

–¿Sola?

–¿Por qué me preguntas eso? –preguntó Connie a la defensiva.

–Porque hoy el tío Thomas ha estado desaparecido en combate también. ¿Está contigo?

Connie se rio, aunque fue una risa un poco forzada.

–No, tenía un almuerzo con un comité en Annapolis.

–Qué bonito que estés al tanto de su agenda. ¿Qué vas a hacer para cenar?

Un silencio lo dijo todo.

–Oh, Dios mío, va a ir a tu casa, ¿verdad? Por eso te has quedado en casa, para prepararlo todo para su visita. ¿Esta noche es la noche?

–¿La noche de qué?

–Ya sabes, cuando los dos vais a hacer cosas feas.

–¡Qué bonita descripción! Va a venir a cenar. Ese es el plan.

–¿Y además de eso?

Connie soltó una risita nerviosa.

–Ojalá lo supiera. Estoy aterrada por lo que podría pasar después.

Parecía asustada de verdad y Jess sintió lástima por ella.

–No tiene que pasar nada más si tú no quieres.

–Lo sé. No es que esté presionándome, pero es que sé que tarde o temprano acostarme con él será el paso siguiente. ¿Y si se me ha olvidado hacerlo?

–Estoy segura de que a uno no se le olvida cómo se practica el sexo. Solo estás desentrenada, pero he oído que mi tío es muy bueno.

–¿Habláis de esas cosas en tu familia? –suspiró Connie–. Bueno, ¡cómo no! Los O’Brien no tenéis límite y esa es una de las razones por las que no sé si salir con él es buena idea.

–No te preocupes. Nunca hemos hablado abiertamente de algo tan íntimo, pero el tío Thomas tiene un largo historial de citas, así que tiene que haber alguna razón para que tantas mujeres hayan revoloteado a su alrededor.

–Oh, Dios –murmuró Connie abatida–. No necesitaba que me recordaras que voy a competir con la mitad de las mujeres solteras de Annapolis, que seguramente son mucho más sofisticadas que yo.

–¡Para ya! Todo saldrá bien. Le gustas y a ti te gusta él. Después de eso, todo fluye de manera natural, o eso me dicen.

–Espero que tengas razón –dijo Connie, pero no sonó muy convencida.

–Mira, Laila va a venir al hotel. Iba a invitarte, pero está claro que no puedes. Llama si nos necesitas e iremos allí si hace falta, ¿de acuerdo?

–Gracias. Me gustaría quedar con vosotras.

–No, claro que no. Si vienes, es que estás loca. Relájate y disfruta. Mi tío es un buen tipo y sería muy, muy, afortunado de tenerte en su vida.

Estaba sonriendo cuando colgó. Parecía que el amor estaba en el aire, al menos para una de ellas. En su caso, aún estaba por ver…

Thomas llegó a casa de Connie con flores, dulces y un libro nuevo sobre la bahía. Estaba más nervioso que antes, cuando había tenido que hablar ante un comité. A pesar de estar acostumbrado a hablar en público y de que le salía de manera natural, siempre se ponía nervioso cuando tenía que explicarles a los más importantes mecenas de la fundación por qué no habían logrado avanzar más. Lo último que la fundación podía permitirse era que sus mecenas pensaran que estaban malgastando su dinero, pero ahora mismo eso no le parecía nada comparado con tener que ver a Connie y cenar en su casa. Se sentía como un niño de nuevo… y no en el buen sentido porque él no era uno de esos hombres interesados en revivir su juventud.

Cuando sonó el timbre a la hora señalada, Connie abrió la puerta con las mejillas sonrojadas.

–¡Tengo que sacar el pollo antes de que se me queme! –anunció y salió corriendo.

Thomas la siguió hasta la cocina.

–¿Puedo ayudarte en algo? –le preguntó cuando ella se echó atrás y se chocó contra él, con la bandeja de pollo en las manos. Thomas estaba a punto de sujetarla cuando le gritó:

–¡No! Está caliente –prácticamente la dejó caer sobre la encimera y suspiró aliviada antes de girarse hacia él–. Lo siento. La idea era tenerlo todo más preparado para cuando llegaras.

Él soltó los regalos que le había llevado y la agarró por los hombros.

–No pasa nada, estamos bien. No tenemos que estar nerviosos por nada –era increíble, pero el obvio ataque de nervios de Connie lo había calmado a él.

–Pero casi he echado a perder el pollo –protestó–. Debo de haberlo cocinado cientos de veces y jamás lo había tostado ni un poco más de la cuenta.

–El pollo no está quemado.

–Tal vez no, pero estará más seco que una piedra.

–Pues lo ablandaremos con jugo de carne –dijo y vio una expresión de pánico.

–¡He olvidado el jugo de carne! ¿Pero qué me pasa? Nadie sirve puré de patatas sin jugo de carne.

Thomas contuvo las ganas de reír, pero la miró y la besó lentamente. La sintió suspirar contra sus labios y relajarse en sus brazos. Cuando se apartó, ella parecía asombrada, pero mucho más feliz y tan dulcemente vulnerable que se le encogió el corazón.

–¿Mejor?

–Mucho, gracias.

–Besarte ha sido un placer. Es más, creo que voy a volver a hacerlo.

Ella esbozó una amplia sonrisa.

–Ojalá lo hagas.

Y eso hizo él.

Un par de horas más tarde, sin que hubieran podido salvar ni un poco de la cena, pidieron pizza. Thomas le aseguró que era la mejor cena que recordaba porque el aperitivo había sido absolutamente increíble…

Animada por la conversación con Laila y calmada por el largo paseo por la playa y un par de copas de vino, Jess levantó el teléfono y llamó a Will el domingo por la noche.

–Hoy te he echado de menos en la comida.

–¿Ah, sí?

Casi podía ver la sonrisa en su rostro.

–Sí. ¿Dónde estabas?

–Intentando ponerme al día con papeleo de Almuerzo junto a la bahía. Está abrumándome.

–Tal vez deberías contratar a alguien para que te ayude.

–Yo puedo con ello.

–No, si para ello tienes que saltarte comidas y no, si quieres cortejarme como me merezco.

Su comentario, al parecer, lo dejó sin palabras.

–¿Will?

–Estoy aquí.

–Pues tal vez deberías estar aquí.

–Jess, ¿qué te ha pasado?

–Nada. Bueno, un par de copas de vino, pero eso no es lo que me hace estar tan atrevida.

–¿Entonces qué?

–Que he decidido ir detrás de lo que quiero.

–¿Y me quieres a mí? ¿Estás segura?

–Esta noche sí.

–¿Y mañana? ¿O pasado mañana?

–Lo siento. Ahora mismo no puedo mirar tan al futuro.

–Y yo no puedo vivir solo el momento. Lo quiero todo, Jess. No un par de horas a la noche.

–Sabía que sería un riesgo. Eres muy difícil de seducir.

–No. Solo tienes que descubrir las palabras mágicas.

Jess pensó en ello. Sabía cuáles eran las palabras que quería oír, las mismas palabras que querían oír la mayoría de las mujeres, un simple «te quiero». Pero ella no había llegado a ese punto todavía y no sabía si llegaría nunca. ¿Cómo podía garantizarle un «para siempre» cuando ni siquiera podía garantizarle dos horas?

–Sé qué palabras son, pero no puedo decirlas.

–Lo sé, cielo. Las dirás cuando llegue el momento.

–Pero, ¿y si no llega nunca?

–Ahí estás, infravalorándote como siempre.

–Estoy siendo realista. No se me da bien mantener las cosas.

–Pues tienes un negocio que dice lo contrario –le recordó–. Deja de presionarte, Jess. Soy un hombre paciente y me gusta lo que está pasando entre los dos.

–Pero va demasiado lento.

Will se rio.

–Deberías verlo desde mi punto de vista: va lentísimo. Pero merecerá la pena, cuento con ello.

–O eres el hombre más asombroso que he conocido nunca o eres el que está más loco.

–Dejémoslo en «asombroso». Dulces sueños. Hasta mañana.

–¿Cuándo?

–Creo que te sorprenderé.

Ella maldijo entre murmullos y él se rio.

–Creo que añadiré «irritante» a la lista –apuntó exasperada.

–¿Qué lista?

–La que tengo sobre ti.

–Al menos, por fin, has descubierto que estoy vivo. Lo consideraré un avance.

Colgó antes de que ella pudiera maldecir de nuevo y después pensó en la conversación y comenzó a reír. Ese hombre sí que sabía mantenerla en su sitio y tal vez eso era lo que había necesitado toda su vida.

El lunes fue un mal día para Will. Una paciente suya tenía una crisis y todo lo demás tuvo que quedar en segundo plano. Canceló las citas de la tarde y se dirigió al hospital, donde la mujer había ingresado por voluntad propia, pero del que ahora quería salir. Estaba armando tal escándalo que los empleados le suplicaron que intentara calmarla. De camino allí llamó a Bree.

–Necesito que me saques de un apuro. Jess espera que pase por el hotel y, si no lo hago, se va a pensar que me he echado atrás –le dijo después de explicarle lo sucedido durante el día.

–¿Por qué me llamas a mí y no a ella?

–Porque tú tienes flores. Muchas flores. Y quiero algo que la deje sin aliento.

–Ah, entonces quieres la disculpa especial. No hay problema.

–¿Recibes esta clase de llamadas muchas veces? –le preguntó sorprendido.

–Más de lo que te imaginas. Tengo algo para cada ocasión cuando una docena de rosas no funciona.

–Tal vez eso sería excesivo dadas las circunstancias. ¿Qué te parece algo clásico y romántico?

–Puedo hacerlo, sin duda.

–¿Algo único para Jess?

–Así que lo vuestro va en serio…

–Eso espero. ¿Alguna objeción?

–Por mi parte, ninguna. Adoro a mi hermana, aunque Jake está un poco preocupado.

–Eso me ha dicho. Ya le he dicho que no se meta.

–Al parecer, eso se lo han dicho mucho últimamente.

–¿Quién, además de yo, le ha dicho que no se meta en sus asuntos?

–Connie. Parece que está saliendo con Thomas y a Jake casi le dio un infarto cuando se enteró.

–Me lo imagino. Thomas es… ¿diez años mayor?

–Algo así.

–No me extraña que ella haya dejado de aceptar las citas que estaba enviándole –murmuró imaginándose a Connie y a Thomas juntos. Ya había visto señales en el festival–. Podría funcionar. Connie necesita un hombre que sepa quién es, que sea formal y que pueda ofrecerle todo lo que se merece.

–Así lo veo yo también, pero me preocupa lo que pasará cuando mi padre se entere. Por ser la hermana de Jake, a pesar de que ella es más mayor, seguro que acusa a Thomas de asaltacunas y dejan de hablarse otra vez.

–Les encanta discutir, yo no me preocuparía demasiado.

–Pero no quiero que mi padre haga que Thomas o Connie se sientan incómodos.

–Ahora mismo creo que está ocupado intentando manejarnos a Jess y a mí.

–Oh, créeme, puede con todos a la vez. Antes ha estado aquí discutiéndome que el parque del bebé debería estar delante, donde le da más luz. Y me ha dicho que tenía que ponerle a la niña un jersey más grueso y que tendría que empezar a tomar sólidos porque cree que está demasiado delgada.

Will se rio.

–Puede resultar exasperante, pero al menos Mick es un padre y un abuelo implicado. Recuerdo una época en la que todos os quejabais del tiempo que pasaba fuera y de lo poco que sabía de vuestras vidas.

Bree suspiró.

–Sí, creo que esto entra en la categoría del «ten cuidado con lo que deseas».

–Mira, tengo que correr para llegar al hospital antes de que mi paciente logre darse de alta. ¿Te ocuparás de las flores?

–Hecho. Y también escribiré una nota cursilona.

–Tal vez las notas cursilonas deberías dejármelas a mí.

Tú limítate al «con cariño, Will».

–Confía en mí. Vas a necesitar más que eso para que Jess deje de enfadarse porque faltes a una cita.

–No teníamos una cita, solo planes provisionales –aunque recordó cómo Jess había convertido eso mismo en un auténtico compromiso unos días antes–. No importa. Ponte cursilona. Gracias, Bree.

–De nada.

Will esperaba que no tuvieran que sacarlo de un apuro muchas veces más, pero dada la impredecible naturaleza de su trabajo, era lo más probable. Se preguntó si Jess sería capaz de aceptarlo y, si no podía, ¿qué pasaría con el futuro que quería compartir con ella?

Cansada de esperar a un hombre que, claramente, había olvidado que había prometido ir a verla, Jess subió al ático para seguir con la limpieza. Laila había prometido encargarse del papeleo del préstamo a finales de semana y, después de eso, Mick podría empezar con la reforma.

Furiosa con Will, aunque sabía que probablemente estaba siendo ridícula, metió cosas en bolsas de basura sin fijarse en que algunas podían conservarse.

Cuando finalmente oyó pisadas por las escaleras, miró hacia la puerta esperando encontrarse allí a Will. Pero era su hermana con un pequeño ramo de lirios en un elegante y caro jarrón de cristal.

–¿Por qué estás armando tanto escándalo aquí arriba? –le preguntó Bree y sonrió–. ¿Es que estás disgustada porque Will no ha venido?

–¿Qué te hace pensar eso? –preguntó irritada–. Me importa un bledo Will.

–¿En serio? Entonces, ¿por qué estás enfadada?

–Por la vida. Por los hombres. No sé… –dijo con un suspiro. Vio las flores. Siempre le habían encantado los lirios. Su madre había tenido en el jardín y, cuando se marchó, Jess había esperado a que florecieran cada primavera esperando que trajeran consigo a su madre de vuelta–. ¿De dónde los has sacado? Es difícil conseguir lirios en esta época del año.

–Pero son tus favoritos y resulta que yo tengo una floristería, así que cuando un cliente llama y pide algo especial para mi hermana pequeña, sé qué le gustaría.

Jess contuvo el aliento.

–¿Quién ha llamado?

–Will, por supuesto. Al parecer, tiene una paciente con una crisis y ha tenido que ir al hospital. No quería que pensaras que se había olvidado de ti, pero claro, eso es exactamente lo que has pensado, ¿verdad?

Jess asintió, agarrando las flores y oliéndolas. Cuando alzó la mirada, tenía lágrimas en los ojos.

–¿Ey, estás bien? –preguntó Bree preocupada–. ¿De pronto odias los lirios por alguna razón?

–No, es solo que siempre me recuerdan a mamá. Solía recogerlos en primavera y los metía en casa por si ella volvía.

–Oh, cielo, no me he dado cuenta de que te entristecerían tanto. Lo siento.

–No, no siempre me ponen triste. También me alegran y me hacen sentirme unida a ella porque sabía lo mucho que le gustaban. Has sido muy dulce al pensar en ellos y Will ha sido muy dulce al pensar en enviarme flores. ¿Hay tarjeta?

Bree se sacó una del bolsillo y se la dio. En el interior había una simple poesía que la hizo reír.

–¿Lo has escrito tú, verdad? Will jamás escribiría algo tan pésimo.

–¿Cómo lo sabes? –preguntó Bree indignada–. A lo mejor sí lo haría.

Jess se levantó y abrazó a su hermana.

–Gracias por intentar hacerme sentir mejor. ¿Por qué no me ha llamado y me ha dicho que no podía venir?

–Creo que pensaba que un gesto como el de enviar flores diría más. Está claro que ese chico está loco por ti y, lo más importante, creo que sabe cómo piensas. Estabas aquí arriba pensando que te había dejado plantada, ¿verdad?

Jess asintió tímidamente.

–Es una locura, lo sé. No teníamos ningún plan específico.

–¿No crees que esa reacción por tu parte puede tener que ver con el hecho de que mamá nos abandonara? Si nuestra propia madre pudo hacerlo, ¿por qué no lo iba a hacer cualquier otro?

–Exacto. Y durante mucho tiempo me he culpado a mí misma, creía que se fue porque yo le suponía demasiados problemas.

–No lo sabía. Debería haberme dado cuenta.

–¿Por qué? No eres mucho mayor que yo, también eras una niña. Abby y la abuela sí lo sabían.

–¿Y papá?

Jess negó con la cabeza.

–No, a menos que se lo dijera la abuela. Estaba tan hundido que seguro que no era consciente de lo dolidos que estábamos los demás.

Bree se sentó en el suelo.

–Sabes que no todo el mundo se va, ¿verdad? Confío en Jake con todo mi corazón, y lo mismo opino de Trace. Abby estará con él el resto de su vida –miró a Jess–. Y creo que Will entra en esa misma categoría. Es uno de esos hombres que están con su pareja para siempre.

Jess sonrió.

–Yo también lo creo –admitió–. Pero, ¿y si yo no soy una de esas mujeres? Sé que a Jake, a Mack y a la mitad de la gente que nos conoce les preocupa eso. Incluso Connor y Kevin, que me conocen mejor, tienen sus dudas.

–Todos se preocupan por nada –le aseguró Bree–. Te tomarás tu tiempo, pero una vez que te decidas, ya sea con Will o con cualquier otro hombre, te quedarás a su lado. Personalmente, creo que será Will. Vi algo en tus ojos cuando hablabas de él el otro día y es la misma mirada que tiene Abby cuando habla de Trace, o Kevin cuando habla de Shanna, o de Connor cuando mira a Heather, o incluso de mamá y papá cuando se ven. Will es tu hombre, cielo. Pero espera a estar segura y no te alejes porque tengas miedo.

Jess suspiró.

–Es demasiado tarde. No creo que pudiera, aunque quisiera.

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