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Capítulo 7

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Connie ya había estado en tres citas a ciegas hasta el momento, a cada cual más deprimente. Y no porque los hombres no hubieran sido agradables, sino porque no eran Thomas O’Brien. Les faltaba su madurez, su pasión por su trabajo preservando la bahía Chesapeake, sus ojos azules que se iluminaban y chispeaban cuando se reía al compartir un chiste con ella.

El modo en que deseaba a ese hombre resultaba patético y estaba empeorando desde que habían ido a cenar un par de semanas atrás.

Por muy inocente que hubiera sido la cena, no habían compartido ni un abrazo y mucho menos un beso, ella había estado reviviéndola en su cabeza desde entonces. Esas tres intelectualmente estimulantes horas habían hecho que no le apeteciera estar con nadie más que no fuera él. Y, además, nunca se había reído tanto en años. Thomas tenía una forma maravillosa de contar historias suyas y de la familia O’Brien y de reírse de sí mismo.

Ella estaba sentada en su despacho en el vivero de su hermano intentando empaparse de entusiasmo para llamar a un cliente y explicarle que no era posible plantar palmeras en Maryland y esperar que sobrevivieran al invierno, cuando Jess entró.

–Tienes pinta de estar tan deprimida como yo –comentó Jess levantando una silla sobre pilas de catálogos de semillas en la abarrotada habitación y se sentó–. ¿En qué estás pensando?

Ya que solo la idea de hablar de lo que sentía por Thomas con una O’Brien le ponía los pelos de punta, Connie optó por una evasiva.

–Solo estoy hasta arriba de trabajo.

–¿Seguro que no tiene nada que ver con mi tío?

Connie fingió asombro con la esperanza de sonar convincente.

–¿Te refieres a Thomas? ¿Por qué iba a tener algo que ver con él mi estado de ánimo?

–Podría haber estado refiriéndome a Jeff, así que el hecho de que hayas pensado directamente que estaba hablando de Thomas es muy revelador.

–¡Oh, por favor! ¿Qué clase de asuntos podríamos tener Jeff y yo en común?

–Asuntos de paisajismo –improvisó Jess–. Tiene muchas propiedades por el pueblo.

–No tengo nada con Jeff, ni con Thomas. No sé de dónde te has sacado semejante idea.

–Porque, a juzgar por lo que he oído, saltan chispas cada vez que los dos estáis en el mismo sitio.

Connie suspiró.

–Has estado hablando con Connor.

Jess sonrió.

–Y con Kevin. Y creo que Heather también ha mencionado en alguna ocasión cómo se te ilumina la cara cuando lo ves. Yo misma lo he visto, amiga mía, y corre el rumor de que os han visto a los dos en Easton cenando hace unas semanas.

Connie gruñó.

–Eso es muy humillante. Podría haber jurado que no nos había visto nadie de la familia.

–Y no os ha visto nadie. Mi chef, Gail, y su marido salieron una noche. Ella quería probar un restaurante nuevo y había oído que ese sitio tenía un gran chef, y ya sabes lo competitiva que es.

–No la vi –dijo Connie disgustada al darse cuenta de que no había tenido ojos para nadie más que para Thomas.

–No creo que estuvieras prestando mucha atención a lo que te rodeaba –bromeó Jess–. Por supuesto, ya me hacía una ligera idea de lo que estaba pasando gracias a lo que me decían mis hermanos y a lo que yo misma veía, pero esto acaba de confirmármelo.

–Podría tener que matarlos. Sabía que se imaginarían lo que sentía, pero no creía que fueran a contarlo.

–Son O’Brien. Ninguno podemos guardar un secreto, seguro que ya te has dado cuenta. Bueno, ¿y qué vas a hacer? ¿Por fin estáis saliendo de verdad? Creo que sería genial si lo hicierais, por cierto. El tío Thomas necesita una mujer fuerte y maravillosa que comparta sus intereses.

–Cenamos –dijo Connie y añadió–: Y hemos almorzado un par de veces, además de tomar café de vez en cuando.

Jess se rio.

–Oh, para ya –murmuró Connie–. No es que esto se haya convertido en un gran romance ni nada parecido.

–¿Qué piensas hacer para cambiar eso? –insistió Jess.

–¿Yo? –preguntó Connie, horrorizada–. Nada.

–¿No irás a quedarte esperando a que él haga algo, verdad?

Porque ya puedo oír las tuercas girando en la cabeza de mi tío mientras evalúa cómo reaccionara la familia, sobre todo tu hermano, si comenzara a salir en serio contigo.

Supongo que también le preocupa un poco el tema de la edad. Depende de ti demostrarle que el sentimiento es mutuo. –No sé si lo es. Quiero decir, sé que me siento atraída hacia él, pero por lo que sé, él simplemente está siendo amable conmigo. Seguro que solo está agradecido por la ayuda que le he prestado con las recaudaciones de fondos para la fundación. La cena de la otra noche fue amistosa, nada más.

Pronunció esas palabras sin dejar que su frustración se reflejara en ellas. Ya le había hecho frente a una posible humillación al decirle a Thomas por adelantado que quería que fuera una cita, pero una vez que se habían visto en el restaurante, él se había comportado como todo un caballero y no había actuado más que como un amigo. No podía criticar sus modales, pero sí su pasmoso autocontrol. La relación estaba empezando a seguir el mismo camino extraño que definía la relación de Susie y Mack e incluso de Will y Jess. Y eso a ella le parecía preocupante además de frustrante.

Jess puso los ojos en blanco.

–¿Amistosa? No puedes ser tan ingenua. Si te invitó a cenar, eso ya es mucho. Toda mujer puede saber la diferencia entre la gratitud y la atracción. Sé que prácticamente vivías como una monja cuando Jenny tenía una edad impresionable, pero no hace tanto tiempo que llevas alejada del mundo de las citas.

–Algunas mujeres que conozco no ven la diferencia entre la atracción y el interés profesional. ¿Quieres hablar de ese beso con Will en Brady’s?

–No –respondió sonrojada.

–Entonces supongo que no hay nada más que decir. Por cierto, ¿para qué has venido?

–Estaba buscando un poco de distracción, para serte sincera. Mi próxima parada es el banco. Tal vez Laila esté más comunicativa sobre lo que está pasando en su vida. Es la única de nosotras que ha estado teniendo citas de manera activa desde que se registró en el servicio de citas de Will.

–Yo he tenido un montón de citas –protestó Connie.

–¿Has visto dos veces a alguno de esos hombres?

–No, pero tampoco Laila. ¿Qué pretendes decir?

–Ella sigue aceptando citas. Tú, no.

–¿Y cómo demonios sabes eso? –preguntó indignada–. ¿Te lo ha dicho Will?

Jess sonrió.

–No. Era algo que suponía y tú me lo has confirmado –se levantó y le dio un beso en la mejilla–. Habla con Thomas. Pídele salir, si de verdad estás interesada en él. Te repito que vas a tener que tomar las riendas de la situación, al menos al principio.

Se marchó antes de que Connie pudiera responder. Probablemente tenía razón, tal vez sí que necesitaba dar el siguiente paso, aunque hacerlo se le hacía demasiado peligroso para su gusto. Además, solo faltaban un par de semanas para estar juntos en un evento de recaudación de fondos que celebrarían en un festival del otoño y, con suerte, la decisión se la quitarían de las manos. De lo contrario, tendría todo un largo y solitario invierno al que sobrevivir sin ni siquiera contar con la posibilidad de tener algún encuentro con él.

De camino al banco, Jess se pasó por Sally’s y compró un par de croissant de frambuesa junto con dos tazas de café para llevar. Pero antes de poder marcharse, se giró demasiado deprisa y casi se chocó de lleno con Will. Él la sujetó del brazo y ella se apartó de inmediato.

–¿Qué estás haciendo aquí? Ni siquiera es mediodía.

Will sonrió.

–Suelo comprarme un café para llevarme a la consulta a primera hora de la mañana. ¿Y tú? ¿No sueles tomar algo en el hotel por las mañanas?

–Esta mañana me apetecía cambiar. Voy de camino al banco a visitar a Laila.

–Entonces no te entretengo. Que pases un buen día.

Esa manera de despedirse la puso de los nervios y por un momento pensó en quedarse allí, pero ya que no sabía qué haría a continuación, suspiró y se marchó, refunfuñando sobre los hombres en general y sobre ese hombre en particular.

Cuando se chocó directamente con otra persona fuera de la cafetería, alzó la mirada y allí se encontró a Connor mirándola con gesto divertido.

–Pareces distraída, hermanita. Primero te chocas con Will dentro y ahora prácticamente me arrollas. ¿Te pasa algo?

–Nada –le aseguró.

–No tendrá nada que ver con el encuentro que has tenido con Will, ¿verdad?

Ella se detuvo en seco y lo miró muy seria.

–¿Es que esta familia tiene espías por todas partes? ¿Tengo que ataros cascabeles al cuello para saber cuando un O’Brien está cerca?

Él tuvo el atrevimiento de reírse.

–Estaba sentado en la barra pensando en mis cosas cuando has entrado. No es culpa mía que Will y tú hayáis empezado a moveros alrededor del otro como un par de boxeadores esperando a ser el primero en soltar un puñetazo.

–Una analogía preciosa. Pero no ha sido así.

–Entonces, ¿cómo ha sido? Te has marchado farfullando sobre Will. Ni siquiera estabas mirando adonde ibas y por eso te has chocado conmigo en la calle. ¿Qué te ha dicho para ponerte así esta vez?

–Nada –insistió, pero no pudo evitar añadir–: Se ha librado de mí, ¿te lo puedes creer? Como un profesor diciéndole a su clase que se marche antes de que haya sonado la campana.

Connor la miró confundido.

–¿Y eso qué quiere decir?

–¿Qué derecho tiene a hacerme marcharme así con una colleja en la nuca?

–No he visto que te haya dado una colleja.

–Lo digo en sentido figurado –dijo impacientemente–. Estaba siendo condescendiente y todo porque anoche le dije que no era una cita.

–¿Anoche? ¿Estuviste con Will anoche? Pero si no te fuiste de casa de papá y mamá con él.

–No, vino al hotel a ayudarme a limpiar el ático. Y sin invitación, por si acaso te lo preguntas.

Connor, que estaba acostumbrado a tratar con testigos reticentes a hablar en un juicio, asintió como si lo que ella estuviera diciendo tuviera sentido, aunque en realidad estaba totalmente confundido.

–De acuerdo, así que no fue una cita que estuvierais limpiando el ático juntos. ¿Y él creía que lo era?

–No, creía que lo fue la cena. Bueno, la verdad es que no dijo que lo creyera, pero yo le dije que no lo era para que no hubiera malentendidos, y se enfadó y se marchó.

Connor se rio y ni siquiera tuvo la cortesía de disimularlo.

–¿Sabes? Creía que Susie y Mack vivían en una especie de estado de negación, pero Will y tú puede que los ganéis.

–Will casi dijo lo mismo, aunque después dijo que no lo aguantaría.

–¿Y puedes culparlo? Todos nos hemos cansado un poco de las ridículas protestas de Susie y de Mack.

Jess suspiró.

–No, entiendo lo que decía Will. Pero yo solo intentaba ser sincera y clara.

–¿En serio? Porque ni siquiera creo que estés siendo sincera contigo misma sobre tus sentimientos hacia Will. Oh, es posible que en su momento no sintieras nada, pero ahora sí que lo sientes. ¿Por qué no lo admites y ves lo que pasa?

–Porque no puedo –respondió con frustración.

–¿Por qué?

–Cuando estoy con él, siento que sabe más sobre mí de lo que yo sé. Y es irritante.

–¿Tienes idea de cuántas mujeres darían lo que fuera por encontrar a un hombre que las comprendiera de verdad?

–Esto es distinto.

–¿En qué?

Como no podía explicarlo, respondió:

–Lo es y punto.

–Ahí está esa parte racional tuya que tanto me gusta.

–Oh, déjame tranquila. Nunca he dicho que fuera racional. Es solo cómo me siento.

Connor le echó un brazo sobre los hombros y la abrazó.

–Lo solucionarás.

–Parece que tienes mucha más esperanza en mí que yo.

–Como todos los de la familia. Tal vez deberías pararte a pensar por qué es eso, Jess. Hasta que no veas que eres una persona fantástica que se merece ser feliz, no te sentirás bien –la besó en la frente–. Te quiero. Tengo que ir al despacho.

Ella vio a su hermano marcharse y suspiró. Algo le decía que Connor, que no era conocido por ser la persona más perspicaz del universo, había dado en el clavo en esa ocasión. Si él podía ver lo que le estaba pasando, entonces tal vez era hora de que ella se detuviera a mirarse a sí misma.

Will fue a Brady’s al salir del trabajo y se sentó en la barra. Era algo que no solía hacer solo, y menos un lunes por la noche, pero aún estaba dándole vueltas a su encuentro con Jess esa mañana y al fiasco del domingo por la noche.

Para su sorpresa, encontró a Mack y a Jake allí.

–¿Qué estáis haciendo aquí?

–Estábamos de acuerdo en que hoy en el almuerzo no parecías tú mismo y en que acabarías apareciendo por aquí esta noche. Además, necesitaba relajarme durante una hora y dejar de oír llorar al bebé. Para ser tan pequeña, puede armar un gran alboroto.

–Y aun así pretendes que Bree se ocupe de ella sola todo el día –comentó Will ignorando las referencias a su estado de ánimo.

–Bree tiene ayuda, créeme. Su abuela pasa por casa y la ayuda durante una hora. Deja al bebé con Megan todas las tardes y cuando la lleva al teatro, las chicas de la obra se turnan para entretenerla. Esta niña tiene más niñeras no oficiales que cualquier niño de la tierra.

Will sonrió.

–En otras palabras, el único momento en que estás con ella es por la noche, cuando está agotada y llorando.

Jake asintió.

–Y no tengo la única cosa que quiere: comida. Eso solo puede dárselo Bree.

–¿De verdad estás celoso porque tu mujer pueda amamantar al bebé y tú no? –preguntó Mack incrédulo.

Jake se quedó asombrado con el comentario.

–Eso sería una locura –dijo y se encogió de hombros–. Pero tal vez –se sonrojó–. No te atrevas a repetir esto, pero antes de que naciera, solía cantarle por la noche. Ahora en cuanto come, cae rendida y a Bree le pasa casi lo mismo.

–No me has pedido consejo, pero Bree y tú tenéis que hablar de ello y buscar algo de tiempo para vosotros. Hay muchos reajustes que hacer cuando nace un bebé, y los dos no querréis que vuestra relación se pierda en medio de todo esto.

–Supongo que no –dijo Jake dando un sorbo de cerveza. Se levantó del taburete–. Debería irme a casa –vaciló mirando a Will–. Mack y yo hemos venido por ti. ¿Va todo bien? ¿Debería quedarme?

–Yo tengo coartada –dijo Mack.

–Sí, vete a casa con tu familia –le dijo Will.

Una vez Jake se había ido, Mack lo miró preocupado.

–¿Crees que estarán bien?

–Claro.

–Quiero decir, si no logran solucionar la situación, después de todo por lo que han pasado para volver a estar juntos, ¿quién podría superarlo?

–Estarán bien –dijo Will con énfasis.

Mack pareció aliviado por la certeza con que hablaba.

–De acuerdo, entonces, vamos a centrarnos en ti. ¿Quieres que hablemos de eso que te tiene de un humor tan pésimo?

–No. ¿Qué me dices de ti? ¿Algo de lo que quieras hablar?

Mack sacudió la cabeza. Se tomaron sus cervezas en silencio y mirando la televisión de vez en cuando para seguir el canal de deportes.

–Susie está enfadada conmigo.

–No lo creo.

Mack lo miró sorprendido.

–¿Qué sabes tú?

–Nada que tú no sabrías si los dos os hubierais sentado a hablar con sinceridad por una vez. Me paso toda mi vida profesional intentando ayudar a gente a aprender a comunicarse con eficiencia, y nadie de los que me rodean sabe cómo hacerlo.

Mack parecía confuso.

–¿Seguimos hablando de Susie y de mí?

–Sí, y de Jake y Bree y de Jess y yo. Todos somos penosos.

–¿Es que hay un «Jess y yo»?

–No, claro que no.

–Pero acabas de decir que…

–Oh, no me hagas caso. Estoy frustrado, enfadado e irritable.

–Eso es lo que las mujeres le producen a uno –dijo Mack.

–Amén, hermano.

Mick estaba en el ático del hotel tomando notas y farfullando algo. Jess estaba sentada sobre un arcón y lo observaba con emoción contenida.

–¿Y bien? ¿Qué piensas, papá? ¿Se puede hacer?

–Claro que se puede hacer. Cuando se trata de construcción, puedo convertir esta habitación prácticamente en lo que yo quiera.

–¿Y a qué precio?

Le sonrió.

–Esa es la pregunta, ¿verdad? ¿Tienes algún presupuesto en mente?

Jess negó con la cabeza.

–Abby me dijo que le llevara una estimación y que vería qué podíamos hacer para encontrar el dinero.

–Derribar esa pared de ahí, construir las ventanas que quieres podría ser caro. ¿Tanto quieres hacerlo?

–Sí, mucho.

–Puedo hacerte el trabajo a coste, hacerlo yo mismo. Eso te ahorrará algo de dinero, pero tardaremos más. ¿Tienes mucha prisa?

–Tendríamos todo el invierno. Estaría bien tenerlo listo cuando llegue la primavera.

Mick asintió.

–Eso no sería ningún problema.

–¿Podrías poner una chimenea?

–Sí. Pero, ¿seguro que quieres hacer dos habitaciones? Podría quedar mejor si fuera un único lugar abierto con sillones frente a la chimenea y una cama gigante frente a los ventanales y esas vistas de la bahía. ¿Qué te parece? De lo contrario todo podría quedar un poco estrecho. Ven, te lo enseñaré.

Dibujó lo que tenía en mente.

–Claro que, si quieres que la zona del dormitorio tenga intimidad, podríamos levantar un muro.

–No, tienes razón –dijo Jess estudiando el esbozo–. Debería haberme imaginado que tú sabrías exactamente lo que hacer. Todo el mundo sabe que estas casas las diseñó el mejor arquitecto del mundo.

–Tal vez no el mejor –dijo guiñándole un ojo–. Pero tengo la sensación de lo que la gente quiere en una casa en la playa.

–Lo que hiciste para Connor y Heather en Driftwood Cottage fue impresionante. No podía creerme que fuera la misma casa.

–Heather tiene parte del mérito. Trabajé partiendo de sus ideas. Y aquí haré lo mismo. Tú me has dado tus ideas y yo solo estoy perfeccionándolas un poco.

–Algunas de las ideas eran de Will.

A Mick se le iluminaron los ojos.

–¿Ah, sí? ¿Ha estado aquí?

Jess asintió, consciente de que había destapado la caja de los truenos.

–El otro día. Me ayudó a limpiar esto –y decidida a cambiar de tema, preguntó–: ¿Y qué pasa con el baño? ¿Podrías instalar una bañera de estilo antiguo, una ducha y un lavabo doble?

Mick se mostró decepcionado por un momento ante su deliberada evasiva, pero después respondió:

–¿Va a ser una suite nupcial o estás pensando en algo más permanente, tal vez un lugar en el que vivir tú?

–No estoy segura del todo. En un principio pensé que podría ser una suite nupcial, pero Will mencionó que sería un lugar para vivir perfecto para mí. No puedo evitar pensar en ello. Sería maravilloso tener un lugar así para mí y no una de las habitaciones de abajo.

–¿Necesitas una bañera grande, una ducha y dos lavabos solo para ti o tienes alguien en mente con quién compartirlo todo?

–No vayas por ahí –le ordenó–. Si voy a hacerlo, no tiene nada de malo pensar en el futuro. ¿Quién sabe lo que pasará?

Con suerte, no pasaré sola el resto de mi vida.

–Por supuesto que no –dijo su padre inmediatamente–. Aunque este lugar no será lo suficientemente grande para una familia.

–Will sugirió…

–Para ser un hombre que no significa nada para ti, te tomas muy en serio sus ideas.

–Me pareció una buena idea –dijo a la defensiva–. No importa de quién sea. Pensó que podría construir otra casa en este terreno en el futuro y estoy pensando que podría estar bien esa zona de árboles en lo alto de la colina.

–¿Y tuvo Will otras ideas que yo debería saber?

–Ninguna. ¿Cuándo puedes darme el presupuesto para que lo estudie con Abby?

–Puedo tener algo para este fin de semana y los tres lo hablaremos el domingo después de comer. ¿Te parece bien?

Jess lo abrazó.

–Gracias, papá.

Él le devolvió el abrazo y la besó en la cabeza.

–Y supongo que, ya que estoy, puedo pensar en algo para esa otra casa.

–No tienes por qué hacerlo. Pasarán años antes de que vaya a necesitarla.

–Nunca se sabe –insistió–. Nunca está mal ser previsor.

–Pero no hace falta serlo tanto.

–A veces el futuro está más cerca de lo que crees, si tienes la mente abierta. Y tampoco pasará nada porque Will vea mis esbozos. Parece que tiene unas ideas excelentes, así que me aseguraré de que lo invitamos a comer también a él.

Jess se quedó absolutamente quieta mientras su padre salía del ático. Que Dios la ayudara porque había puesto en acción las tendencias de casamentera de su padre. Sin duda, la comida del domingo sería muy tensa para ella.

E-Pack HQN Sherryl Woods 1

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