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Capítulo 5

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Besar a Jess había sido todo lo que Will había esperado que fuera y un poco más. Ni siquiera con su vívida imaginación se había esperado la sensación tan inmediata y total de que algo marchaba bien, de que algo, por fin, era exactamente como debía ser. Y eso lo aterrorizaba.

Era lo suficientemente inteligente como para saber que había pillado a Jess completamente con la guardia bajada. Estaba demasiado sensible, y también había bebido un poco, y él se había aprovechado de la situación. Era muy sencillo convertir una clase de pasión en otra; cualquier libro de psicología podría habérselo dicho. Eso no significaba que la opinión que Jess tenía de él hubiera cambiado de pronto y estaba claro que no garantizaba que ella le diera la espalda a años y años de haberlo rechazado para, de pronto, verlo como posible novio.

Pero a pesar de recordarse que tenía que ser cauto, no podía evitar pensar que tal vez la mirada aturdida de ella decía otra cosa. Esperaba que eso significara que, de pronto, lo veía con otros ojos. Tal vez el beso había sido el comienzo de algo, después de todo.

O no. Pero mientras no dejaba de darle vueltas al asunto, no estaba seguro de querer saber hacia dónde apuntaban las cosas. No, aún no quería saberlo.

Deja ya de analizarlo todo, se dijo. Ahora mismo quería deleitarse con las sensaciones que ese beso había despertado en él. No quería analizarlo hasta morir, ni arriesgarse a encontrarse con Jess y desmoronar su frágil esperanza de que la relación de los dos pudiera tener una nueva base.

En una estrategia claramente diseñada para evitar cualquier encuentro casual, se pasaba el día en la consulta y la noche en su apartamento. A pesar de las razones obvias de su comportamiento, logró convencerse de que tenía trabajo atrasado y de que necesitaba ponerse al día con la dirección de Almuerzo junto a la bahía. Ya puestos a negarse, incluso se dijo que no estaba escondiéndose, ni de sus propias emociones y, mucho menos, de Jess.

Aun así, al cabo de varios días de no seguir su habitual rutina ni responder a las llamadas de sus amigos, no le sorprendió tanto abrir la puerta una noche y encontrarse allí a Mack.

–Llevas tres días seguidos saltándote el almuerzo –dijo Mack mirándolo de arriba abajo–. No me has llamado ni has llamado a Jake.

–No creo que hayáis estado tan preocupados, teniendo en cuenta todo lo que habéis tardado en venir a ver cómo estoy.

Mack se limitó a fruncir el ceño ante el comentario.

–No se te ve enfermo, así que, ¿qué está pasando?

–Tenía mucho trabajo acumulado –respondió.

Mack no parecía creerlo, pero ya estaba moviéndose por el apartamento con una expresión distraída que le dijo a Will que otra razón totalmente distinta lo había llevado hasta allí esa noche.

–¿Qué se te está pasando por la cabeza? –le preguntó.

–No mucho –respondió Mack–. ¿Tienes alguna cerveza en este sitio?

–Siempre –respondió Will, apenas ocultando su diversión. Desde que habían tenido la edad legal para beber y él había tenido su propio apartamento, siempre había tenido cervezas a mano para Jake y Mack–. Sírvete.

–¿Quieres una?

Will sacudió la cabeza.

–No.

Mack volvió con su cerveza, pero no se sentó. Siguió caminando de un lado a otro, deteniéndose solo para mirar por la ventana y contemplar las vistas de la bahía. Cuando suspiró profundamente, Will ya no pudo soportarlo más.

–¿Cómo está Susie? –preguntó.

Mack se encogió de hombros.

–Bien, supongo.

–¿Qué quieres decir con eso de que supones? ¿Es que no la has visto?

–Ayer –dijo Mack–. Y estaba bien, pero hoy no he hablado con ella.

Will lo sabía todo sobre ser paciente cuando uno de sus pacientes estaba abordando un tema difícil, pero en su vida personal solía ser más directo. Odiaba ver a Mack esforzarse tanto por no decir lo que pensaba.

–Mira, podríamos jugar a las veinte preguntas un rato y al final acabaría descubriendo lo que está agobiándote, pero sería más fácil si me lo dijeras directamente.

Mack estaba al otro lado de la habitación de espaldas a Will, aún mirando por la ventana.

–Susie me preguntó algo ayer que no he podido sacarme de la cabeza.

–¿Algo sobre vuestra relación?

–No, estábamos hablando de periódicos, de cómo está costándoles salir adelante, de ese tipo de cosas.

–Ah, sí –respondió Will lentamente aún sin seguirlo–. ¿Y?

–Me preguntó qué haría yo si alguna vez perdía mi trabajo como columnista para el periódico de Baltimore.

Will se quedó mirándolo.

–¿Crees que tu trabajo pende de un hilo? –preguntó asombrado. No le extrañaba que Mack estuviera tan agitado.

La columna de Mack era una de las más populares del periódico, por lo que Will sabía. Su fotografía estaba plantada por todas las marquesinas de autobuses de Baltimore, ¡por el amor de Dios!

Mack había pasado de ser un famoso atleta local a escribir sobre deportes en una ciudad que adoraba a sus equipos. Ahora era tan famoso como lo había sido durante su breve carrera profesional, y esa era una de las razones por las que era un gran partido, y por la que Will y Jake creían que era increíble que hubiera renunciado a un montón de mujeres por una relación con Susie que se negaba a definir.

–Mi trabajo es seguro –dijo Mack, aunque aún parecía preocupado–. Al menos por ahora. Pero no puedo negar que el negocio está cambiando –se giró y miró a Will–. ¿Qué demonios iba a hacer si lo perdiera?

–Encontrarías otra cosa –le respondió Will con seguridad–. ¿Recuerdas cuando te destrozaste la rodilla y terminaste tu carrera como futbolista? Estabas convencido de que tu vida se había acabado, pero entonces escribiste un par de artículos para el periódico y, antes de que pudieras darte cuenta, ya te habían contratado. Así es la vida. Cuando una puerta se cierra, otra se abre.

Mack mostró una mirada de enfado.

–¿Podrías ahorrarte los clichés? Además, no es que haya otro periódico al que pudiera irme. Todos están haciendo recortes de personal.

–Hay cadenas de televisión –le recordó Will–. Eres un tío muy guapo. Podrías trabajar delante de las cámaras. Además, ¿no te está yendo muy bien? No hay nada que indique que vayan a despedirte. Eso es lo que has dicho, ¿verdad?

Mack asintió, pero lo miró desolado.

–Pero hoy el periódico ha despedido a unos cuantos periodistas. Ha sido así, sin más. Es casi como si Susie tuviera percepción extrasensorial.

Will enarcó una ceja.

–¿En serio? ¿Eso crees?

–Venga, vamos. Ella sacó el tema ayer mismo y, ¡bum!, hoy las cosas han empezado a suceder. En el periódico ni siquiera habíamos oído rumores de que existiera la posibilidad de hacer recortes. Y también han echado a gente del departamento de producción. Ni siquiera han ofrecido acuerdos. Simplemente han despedido a los que tenían menos antigüedad. ¿Y si esto es el comienzo de una fase de apretarse el cinturón?

–Pues si es así, lo superarás –le aseguró Will–. Baltimore no es la única ciudad del país. Hay un par de periódicos en Washington, no está tan lejos.

–El futuro a largo plazo de la industria al completo es inestable. Todo el mundo está intentando contener estos ríos de tinta roja.

Will lo observó.

–¿Qué te preocupa en realidad, Mack? ¿Es tu trabajo? Tienes que saber que tendrías opciones fuera de los periódicos y de la televisión. Podrías volver aquí y entrenar, si de verdad quieres hacerlo. Sé que el director del instituto ya te ha hablado de ello.

Mack no parecía aliviado, así que Will probó de nuevo y sugirió lo que suponía que inquietaba a su amigo.

–Mack, ¿todo esto es por la posibilidad de tener que mudarte algún día y dejar a Susie?

Por un momento, Mack se quedó atónito. Al momento, sonrió y casi pareció aliviado de que su amigo hubiera ido al grano.

–¡Vaya, eres bueno!

Will se rio.

–Por eso me pagan tan bien. En cuanto a Susie, a pesar de que no quieras admitir que los dos tenéis una relación, sois los únicos que parecen no saberlo. No estoy diciendo que quiera que pierdas tu trabajo, pero tal vez sería la llamada de atención que necesitaríais para asumir lo mucho que significáis el uno para el otro. O podrías asumirlo ahora y seguir adelante con la clase de relación que los dos queréis de verdad. Y así, si algo cambia en tu carrera, los dos lo asumiríais juntos.

Mack sacudió la cabeza.

–Susie ha dejado claro que jamás saldría con un hombre como yo.

–¿Un ligón empedernido?

Mack asintió.

–No quiere tener que preocuparse y agobiarse por todas las mujeres con las que he salido.

Will puso los ojos en blanco.

–¿No os habéis fijado ninguno de los dos en que hace tiempo que no juegas a eso? A menos que me haya perdido algo, no has salido con una mujer desde que Susie y tú empezarais a pasar tanto tiempo juntos.

–Estoy seguro de que cree que es una casualidad.

–Vale, ahora mismo estamos solos los dos y te juro que no repetiré esto ni te lo restregaré por la cara más tarde, pero dilo por una sola vez. ¿La quieres?

Mack parecía verdaderamente asombrado por la pregunta.

–Todo el mundo sabe que a mí no me van ni el amor ni el compromiso.

–Y a pesar de ello, durante tres años, o así has estado «no saliendo» con Susie. Para mí, eso muestra un increíble nivel de compromiso, sobre todo teniendo en cuenta que no os habéis acostado… ¿o es que os habéis acostado?

–¿Cuántas veces tengo que decirte que no tenemos esa clase de relación? –dijo Mack frustrado.

–Pues si me lo preguntas, es de lo más sorprendente que no la hayas engañado ni una sola vez –dijo Will–. Aunque tampoco sería engañar, si no estáis saliendo de verdad. ¿Sabes lo ridículo y confuso que es esto para todos nosotros?

–No sois mi problema.

–Vale, así es como lo veo yo: sé que sería muy fácil mirar al pasado, ver todos los fallos que ha cometido tu familia y entender exactamente por qué no crees en el amor ni en el compromiso, pero la verdad es que eres mejor en esas dos cosas de lo que crees. Y no estoy hablando solo de Susie. Eres uno de los mejores amigos que tengo y creo que Jake diría lo mismo. Contamos contigo. Nunca nos has dado la espalda a ninguno.

Mack parecía avergonzado por el halago.

–Venga, vosotros haríais lo mismo por mí.

–Claro porque los dos nos preocupamos por ti. Tienes lo que hace falta para tener una relación duradera, Mack. Espero que despiertes y lo aceptes antes de que sea demasiado tarde. No pierdas a Susie porque estás asustado.

Mack puso mala cara ante la elección de esas palabras.

–Yo no estoy asustado.

–Pues entonces estás loco. A la hora de la verdad, a todos nos asusta un poco el amor y hacer compromisos de por vida.

–¿Por eso no te has esforzado más por conseguir a Jess?

Will no estaba acostumbrado a que lo psicoanalizaran a él, y menos aún Mack, que solía evitar hablar de temas emocionales. Es más, toda esa conversación había sido una absoluta rareza.

–Tal vez –admitió Will, ya que Mack había abierto la puerta–. O tal vez me ha aterrorizado que si insistía y la perdía de todos modos, jamás pudiera recuperarme después.

–Entonces debería contarte lo que me dijo una vez mi abuela antes de que se fuera a bailar a las Vegas o a donde fuera que iba –dijo Mack–. Nunca hay que dejar de intentarlo. Ese consejo fue lo que me mantuvo en un campo de juego cuando era pequeño y todo el mundo decía que era demasiado pequeño para jugar al fútbol. Supuse que si seguía intentándolo, fracasaría, pero si me rendía, fracasaría seguro.

Will se rio.

–Esas palabras son consignas de vida. Los dos deberíamos tomárnoslas al pie de la letra.

Pero se preguntó si alguno de los dos estaba preparado para volcarse en conseguir a las mujeres que querían tener en sus vidas… y arriesgarse a perderlas para siempre.

Las comidas del domingo en casa siempre habían sido una obligación familiar de los O’Brien, pero estaban cambiando. Por un lado, la abuela había soltado las riendas. Sí, Nell O’Brien seguía contribuyendo con el plato principal, pero había estado entrenando al resto de la familia para que aprendieran a cocinar sus platos y postres favoritos. Cada semana sus nietos tenían que llevar un plato nuevo hecho según las detalladas recetas escritas a mano de la abuela.

Esa semana, Jess tenía que llevar pan irlandés casero. Se preguntó si la abuela descubriría que le había pedido ayuda a Gail para hacerlo. Jess, al igual que su madre, era un desastre en la cocina. Antes de que se marchara abandonándolos a todos, Megan había evitado que murieran de hambre, pero sus comidas no habían sido más que apenas comestibles.

Jess entró en la cocina el domingo, encontró a la abuela junto al fuego y le dio un beso en la mejilla antes de dejar dos panes perfectamente horneados sobre la encimera. Su abuela la miró con suspicacia.

–¿Los has hecho tú sola?

–¿Qué les pasa? –preguntó Jess. A ella le parecía que estaban perfectos.

–Normalmente, la primera vez que alguien hace pan, no le sale tan bien –dijo la abuela mirándola a los ojos.

Ella esperó y Jess se estremeció.

–Vale, me has pillado. Gail ha hecho el pan.

La abuela sacudió la cabeza.

–Eso me imaginaba. ¿Cómo esperas aprender a cocinar mis recetas si no lo haces sola?

–Confío en que el resto de la familia aprenda a hacerlas –le dijo Jess sonriendo justo cuando entró Abby y dejó un cuenco de pudding de arroz sobre la mesa. Miró bajo la tapa del envase–. Parece comestible.

–Eso espero –dijo Abby–. Es mi tercera hornada. Trace me ha hecho tirar los dos primeros intentos. Hasta las gemelas apartaron la nariz y eso que esas niñas se comen todo lo que les des.

–¿Cómo puede salirte mal el pudding de arroz? –preguntó la abuela–. ¿Es que no os he enseñado nada, chicas?

–Solo tuviste un año para influenciarme después de que mamá se marchara –dijo Abby–. Recuerdo que me echaste de la cocina en más de una ocasión. Cocinar se me daba tan mal como coser.

Nell se rio.

–Eso sí que es verdad. Esperemos que a Bree se le dé bien esto, porque si no os moriréis de hambre cuando me vaya.

–Lo primero de todo, tardarás mucho tiempo en irte a ninguna parte –dijo Abby deslizando un brazo por la cintura de Nell–. Y, en segundo lugar, por cada fallo que cometamos Bree, Jess y yo, puedes dar por hecho que Kevin lo hará bien. Nuestro hermano ha heredado los genes cocineros de la familia. Espera y verás. Entrará aquí en un momento con algo que nos hará la boca agua. Por cierto, ¿qué le toca preparar esta semana?

–Está haciendo mi pollo y mis buñuelos de carne –les dijo Nell–. He hablado con él hace media hora y ha dicho que sus buñuelos le han salido más ligeros que el aire. Ya veremos. Hacen falta años de práctica para hacer bien esos buñuelos.

–Oh, creo que puedes contar con que a Kevin le habrán salido –dijo Abby, al parecer ajena al hecho de que la abuela no parecía muy dispuesta a ceder su puesto como mejor cocinera de la familia. Parecía casi más feliz con sus fracasos que con el posible éxito de Kevin.

–Abuela, por muy buenos que sean los buñuelos de Kevin, no estarán ni la mitad de buenos que los tuyos –le aseguró Jess a su abuela.

Nell pareció quedar satisfecha con el cumplido.

–Sé que lo estás diciendo solo para no herir mis sentimientos, pero te lo agradezco.

Abby se sonrojó al darse cuenta de que, sin quererlo, había molestado a la abuela, pero tuvo la sensatez de no prolongar la conversación. Por el contrario, centró su atención en Jess.

–Pareces cansado. ¿Va todo bien?

–Han sido unas semanas muy moviditas en el hotel –dijo Jess, no dispuesta a desvelar que apenas había dormido nada desde el beso que Will le había dado. No había podido sacárselo de la cabeza. Solía ser una persona inquieta y nerviosa, pero lo era aún más desde aquella noche.

Y lo peor era que apenas había visto a Will. Incluso había probado a pasar por Sally’s a la hora del almuerzo, pero había sido en vano. Jake y Mack habían estado allí, pero sin él. Y ya que no había querido que nadie sospechara que estaba buscándolo, había dejado de pasarse por allí y de ir a cualquier otro sitio donde pudiera encontrárselo.

–¿Entonces no tiene nada que ver con tu vida social? –preguntó Abby con un pícaro brillo en los ojos.

–Yo no tengo vida social –respondió Jess–. Ninguna.

–¿En serio? Pues entonces Will…

Jess la interrumpió.

–Hace siglos que no veo a Will.

La abuela lo escuchaba todo sin decir ni una palabra, pero Jess no pudo evitar fijarse en la sonrisa que estaba esbozando.

–¿Qué?

–Solo estaba pensando que estaría bien que Will viniera a comer hoy –dijo Nell inocentemente–. Así los dos podréis poneros al día, y tal vez aclarar vuestras historias.

–¿Will va a venir a comer? –repitió Jess–. ¿Quién lo ha invitado? –si había sido idea de su padre o de Connor, los mataría–. ¿Y qué quieres decir con eso de aclarar nuestras historias? No hay ninguna historia.

–Pues eso no es lo que he oído –dijo la abuela antes de lanzarle una desafiante mirada–. Y soy yo la que lo ha invitado.

–Pero… –estaba a punto de protestar, pero la abuela la interrumpió con una mirada de reprimenda.

–Sabes que no tiene familia por la zona. Debería pasar los domingos con la gente que se preocupa por él. Will siempre ha sido bienvenido aquí y eso no va a cambiar solo porque tú te sientas incómoda.

–¿Quién ha dicho que me sienta incómoda? –preguntó Jess–. Supongo que solo me sorprende que haya aceptado –pensaba que la comida de los domingos de los O’Brien sería lo último que él quisiera hacer en ese momento. No solo tendría que verse las caras con ella, sino que tendría que enfrentarse a las miradas curiosas de toda la familia.

–Por supuesto que ha aceptado –dijo la abuela–. ¿Por qué no iba a hacerlo?

–Pensé que le resultaría incómodo –respondió Jess sin pensar en las consecuencias de ese comentario.

–¿Y por qué tendría que sentirse incómodo con nosotros? –preguntó Abby–. Como ha dicho la abuela, es prácticamente de la familia. Ha estado saliendo con Kevin y con Connor desde el colegio. Pierdo la cuenta de todas las fiestas de Navidad que ha pasado aquí con nosotros.

–Solo quería decir que… –comenzó a decir Jess antes de darse cuenta de que no tenía una explicación razonable–. Oh, no importa. Iré a ver si mamá necesita ayuda para poner la mesa.

Antes de poder marcharse, sin embargo, su abuela la miró fijamente para decirle:

–¿No estarás intentando evitar hablar del beso que te dio Will en Brady’s, verdad?

Jess la miró impactada.

–¿Cómo sabes eso?

La abuela se rio.

–Ese tipo de noticias vuelan.

–Y tanto –dijo Abby y su amplia sonrisa indicó que también lo sabía–. ¿Quién iba a decir que Dillon Brady podía ser tan chismoso?

–A mí me lo ha contado su mujer –añadió la abuela.

–Bueno, pues yo no tengo nada que decir al respecto –dijo Jess saliendo de la cocina corriendo.

–Imagino que Will sería más comunicativo –le gritó su abuela–. Adora mi pollo y mis buñuelos. Seguro que puedo hacer que se le suelte la lengua.

Jess contuvo un gruñido y siguió avanzando. Si hubiera podido, habría salido de la casa sin mirar atrás, pero la conmoción que habría causado con ello no habría merecido la pena. No, tenía que quedarse allí y hacer lo que pudiera por mantenerse alejada de Will para que ninguno de los ávidos observadores de su familia se pensara que algo había cambiado entre ellos… si es que algo había cambiado. Sinceramente, no podía estar segura.

Cuando vio que la mesa del comedor ya estaba preparada y que no había rastro de su madre, salió afuera. Se sentó en la mecedora y al instante llegó Will con un gran ramo de flores.

–Will, es muy mala idea. No deberías haberme traído flores. Va a ser como si removieras un avispero.

Él se rio.

–Pues entonces es una suerte que no sean para ti. Las he traído para tu abuela en agradecimiento por haber contado conmigo hoy.

Jess se recostó contra la mecedora, no segura de si la respuesta la había dejado avergonzada o decepcionada.

–Oh, claro. Le encantarán. Pero deberías saber que le interesa más la información.

–¿Cómo?

–Se ha enterado de lo del beso, y también Abby. Imagino que todos los demás lo saben también. Por lo que he oído, Dillon y Kate son más bocazas que los O’Brien.

Él se sentó a su lado.

–Entiendo.

–La abuela cree que deberíamos aclarar nuestras historias.

–¿Qué historias?

–Esas en las que negamos cualquier cosa o intentamos convencerlos de que nuestros labios se engancharon de manera accidental –dijo encogiéndose de hombros–. Lo que sea con tal de que no aprovechen esto para empezar a ejercer de casamenteros.

–¿Por qué creo que es un poco tarde para eso?

–Porque conoces a los O’Brien. Siempre estamos ansiosos por inmiscuirnos en algo.

–¿Y cuál es nuestra historia? ¿Se te ocurre algo?

–Opto por probar la teoría del choque de labios accidental.

Will se rio.

–Nadie que nos viera aquella noche va a creerse eso. Con el primer beso, tal vez, pero fueron dos.

–Me acuerdo –el segundo había sido más intenso aún que el primero–. A lo mejor no lo saben.

–Tal vez, en lugar de preocuparte por ellos, deberíamos centrarnos en lo que significan los besos verdaderamente –sugirió mirándola directamente a los ojos de un modo que la dejó desconcertada.

Jess sacudió la cabeza.

–¿Por qué no?

–No estoy preparada para empezar a analizar lo que pasó.

–¿Preferirías pensar que no pasó nada?

–Me gustaría intentarlo, pero estoy segura de que va a ser imposible.

Will intentó ocultar una sonrisa, pero no lo logró del todo.

–No dejes que eso se te suba a la cabeza. Solo estoy diciendo que no es tan fácil obviarlo.

–A mí ni se me ocurriría intentarlo.

–¿Por qué has venido?

Él la miró un largo rato antes de responder:

–Por el pollo y los buñuelos de tu abuela, por supuesto.

–Sabes que Kevin ha cocinado, ¿verdad? Puede que no sea lo mismo que la comida de la abuela.

Él se rio.

–Imagino que se acercará mucho, y seguro que será mejor que cualquier cosa que yo pueda tener en el congelador.

Jess se sintió culpable por haber insinuado que no debía haber ido.

–Lo siento. Estoy siendo una egoísta. Es que no estoy preparada para todo esto, supongo. Para lo que sea que es esto.

En lugar de intentar definírselo, él sacó una rosa blanca del ramo y se la dio.

–No creo que Nell vaya a echarla en falta.

Ella frunció el ceño e ignoró la flor. Tal vez fue un gesto dulce, pero de pronto no se sentía con humor para gestos dulces.

–Gracias, pero incluso eso suscitará preguntas, Will. Lleva las flores dentro y ponlas en agua.

–Jess, ¿tenemos que hablar? Podríamos marcharnos e ir a alguna otra parte, si quieres.

–¿Qué tendríamos que hablar? –preguntó ella no del todo segura de por qué estaba tan furiosa. Nada de ese encuentro había salido tal y como había esperado. Y, a decir verdad, ni siquiera estaba segura de cuáles habían sido sus expectativas.

Will parecía confuso, y con razón.

–No estoy seguro de qué necesitaríamos hablar. Solo sé que, de pronto, te veo muy enfadada.

–No estoy enfadada –dijo ella. Dolida, tal vez. Confundida, eso seguro. Pero no enfadada. ¿Había significado algo ese maldito beso después de todo? Will siempre hablaba de la sinceridad y de ser directo, pero no había dicho ni una sola palabra que indicara que el beso lo hubiera afectado de algún modo. Ella se había abierto, bueno… un poco…, pero lo único que había hecho él había sido destacar lo sucedido.

Y aunque no parecía que la hubiera creído cuando había negado que estaba enfadada, simplemente asintió y se levantó.

–Pues te veo dentro.

Una vez se hubo ido, Jess suspiró. Iba a ser mucho más duro de lo que se había imaginado. Era como si el beso hubiera desencadenado toda clase de emociones inesperadas y ahora tuviera que guardarlas en su interior y fingir que no existían, no solo delante de su familia, sino también delante de Will.

Una parte de ella quería entrar y dejarse llevar, pero sabía muy bien que si hacía lo que quería y besaba a Will delante de toda su familia para comprobar si la experiencia seguía siendo mágica, no habría vuelta atrás.

Y aunque últimamente no estaba segura de muchas cosas, sí que estaba segura de que no estaba preparada para eso.

E-Pack HQN Sherryl Woods 1

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