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Capítulo 16
ОглавлениеDespués de que Bree se hubiera marchado, Jess puso las flores de Will en la mesilla de noche junto a su cama para que fueran lo primero que viera en cuanto abriera los ojos por la mañana. El adorable aroma llenaba la habitación y removía sus sentidos, además de remover una especie de reacción sentimental que nunca antes había experimentado.
Mientras había estado trabajando en el ático, la tarde se había vuelto fría y lluviosa y, aunque no sabía a qué hora llegaría Will a casa después de ocuparse de su paciente, sintió una inesperada necesidad de estar allí esperándolo. Movida por un impulso, agarró el bolso y el chubasquero, y bajó a la cocina.
–Gail, ¿queda algo de sopa? –le preguntó, ya con la nevera abierta.
–He congelado un poco de la sopa de verduras que hice. ¿Quieres que la descongele?
Jess negó con la cabeza. Un día como ese pedía la sopa de patata de la abuela y tal vez una barra de pan crujiente.
–Pero sí que hay pan, ¿verdad?
–Recién sacado del horno. He hecho unas barras de más por si te apetecía para esta noche y lo que quede vendrá bien para las tostadas del desayuno.
–Eres fabulosa. Gracias. ¿Puedes envolverme una barra? –y después llamó a su abuela–. Hola, abuela.
–Hola. Supongo que tienes antojo de sopa.
De nuevo, Jess se quedó asombrada por la intuición de su abuela.
–¿Cómo lo sabías? ¿Es que ahora lees la mente?
Su abuela se rio.
–No, aunque algunos dicen que mi madre tenía el don de la clarividencia. En mi caso, solo se trata de lo mucho que conozco a mis nietos. Siempre que los días se ponían así, tú eras la primera olfateando por la cocina y preguntando si había hecho sopa de patata.
–¿Y la has hecho?
–Por supuesto. No podía defraudarte, ¿verdad? Pásate por aquí y nos la tomaremos juntas. Me encantaría tener tu compañía.
Jess se sonrojó por lo culpable que se sentía.
–¿Te importaría mucho si me la llevara? Había pensado llevarla a casa de Will, pero me quedaré contigo mientras tú te tomas la tuya.
–De acuerdo –dijo la abuela sin un ápice de resentimiento en la voz. Se conformaba con ver a sus nietos y nunca los juzgaba por el mucho o poco rato que iban a visitarla–. Ahora nos vemos. Conduce con cuidado.
–Sí. Hasta ahora –dijo y agarró otra barra de pan y unas cuantas galletas de Gail para su abuela antes de salir.
–No soy tu chef personal, ¿sabes? –le gritó Gail fingiendo exasperación.
–Eres más que eso –le respondió Jess riendo–. Gracias. Eres un ángel. ¡No me extraña que a nuestros clientes les encantes!
Cuando llegó a la casa de su abuela, se puso la capucha del chubasquero y corrió hacia la puerta. Estaba abierta y Nell la esperaba con una toalla.
–Toma, sécate y siéntate frente al fuego. Voy a comer aquí. Es mucho más agradable que la cocina.
–He traído pan y galletas hechos por Gail.
–Maravilloso. Su pan es perfecto para acompañar la sopa. ¿Seguro que no quieres comer un poco antes de ir a casa de Will?
–No, esperaré –dijo y se sentó en el sofá cubriéndose las piernas con una manta–. Qué a gusto se está. La noche se está poniendo cada vez peor.
–He oído que podría nevar durante la noche, así que ten cuidado con la carretera.
–Tendré cuidado –le prometió Jess mirándola fijamente. Desde que Megan y Mick se habían vuelto a casar y la abuela había vuelto a su casita, tenía mejor aspecto. Su vida social había mejorado mucho y ahora que estaba libre del cuidado de una casa enorme y de sus nietos, parecía más llena de vitalidad.
–¿Cómo te encuentras?
–Perfecta ahora que no os tengo a los cinco dándome problemas. Ya les he pasado esas preocupaciones a tus padres.
Jess sonrió.
–No puedes romper un viejo hábito tan rápidamente, abuela. Siempre te preocuparás por nosotros.
–Oh, supongo que pienso en vosotros de vez en cuando –admitió–. ¡Ah! Gané cincuenta dólares en el bingo la otra noche. Estuve a punto de llevarme el premio gordo, solo me faltaba un número, pero la madre de Heather me lo arrebató.
–Había olvidado que Bridget había venido desde Ohio de visita.
–Echaba de menos a su nieto. Se unió mucho a él cuando estuvo viviendo con Heather. Tengo la sensación de que cuando su marido se jubile, se mudarán aquí.
Jess se quedó sorprendida.
–Por lo que me había contado Heather, creía que iban a divorciarse.
–Es lo curioso de las bodas. Hacen que la gente se fije en lo que tiene en su vida y lo que les importa. Creo que cuando Heather y Connor se casaron, eso les pasó a los Donovan. Bridget parece mucho más feliz ahora. Bueno, y ahora háblame de Will y de ti. Imagino que ya os habéis decidido a daros una oportunidad.
–No hay mucho que contar –respondió Jess encogiéndose de hombros y no del todo cómoda hablando de ese tema con su abuela, a pesar de que le había pedido consejo hacía unas semanas–. Estamos pasando más tiempo juntos, pero yo todavía estoy un poco predispuesta a juzgarlo y a sacar conclusiones demasiado rápido.
–Una vieja costumbre –dijo la abuela–. Aprendiste a proteger tus sentimientos siendo muy pequeña.
–Y aún me cuesta creer en la gente, incluido Will.
–Pero, aun así, esta noche vas a ir a su casa con una sopa. Eso lo hace una mujer que se está permitiendo empezar a creer.
–Sí. Siento algo por él, pero no sé cuánto. Creo que mucho, pero no me fío de mí misma tampoco. He estado con otros hombres antes y los he dejado en cuanto he perdido interés. Con la mayoría no me importó mucho hacerlo, pero en el caso de Will no quiero hacerle daño.
–Es un hombre adulto que se conoce a sí mismo y, lo más importante, que te conoce a ti.
–Creo que me hago una idea de las ventajas que tiene eso –dijo Jess mirando el reloj.
–Vete –le contestó la abuela sonriendo ante su impaciencia–. Ya te he puesto la sopa en un recipiente. Está en una bolsita encima de la mesa de la cocina. Dale recuerdos de mi parte a Will.
–No sé si llamar primero para ver si ya está en casa, aunque quería darle una sorpresa.
–Una sorpresa sería un gesto muy agradable. Seguro que te lo agradecería. Arriésgate. De eso se trata la vida, de correr riesgos.
Jess sonrió mientras abrazaba a su abuela.
–Eres una vieja romántica, ¿eh?
–He tenido mis momentos –le respondió Nell guiñándole un ojo–. ¿Quién sabe? Puede que alguno de estos días tenga más. Sigo amenazando con echarme novio y tu padre se pone como loco cuando lo menciono.
–¡Pobre papá!
La abuela se rio.
–Pero merecería la pena solo por ver cómo llevaría que yo saliera con hombres, ¿verdad?
–Y tanto. Tal vez si lo haces pronto, así tendrá alguien más en quien centrarse y nos dejará tranquilos a Will y a mí.
–Eres una soñadora, niña.
–Sí, seguramente. Te quiero. Nos vemos el domingo, si no antes.
–Yo también te quiero, cariño. Pásalo bien.
–Eso espero –dijo. Y, en efecto, tenía las expectativas muy altas, más que nunca.
Will no estaba seguro de qué era peor, si intentar convencer a su paciente de que se quedara en el hospital para que la evaluaran y la trataran o el camino de vuelta a Chesapeake Shores bajo una incesante lluvia. Lo único que sabía era que se sintió de lo más aliviado cuando por fin entró en el aparcamiento de su edificio, abrió la puerta y entró al calor del vestíbulo, donde recogió el correo y subió las escaleras a su apartamento.
Al girarse hacia el rellano, vio a Jess sentada con una bolsa. Estaba apoyada contra la pared y parecía medio dormida, lo cual no era de extrañar, ya que eran más de las once.
–Vaya, ¡qué agradable visión!
Ella parpadeó y una lenta sonrisa se dibujó en su cara.
–Ya era hora de que llegaras a casa. Estaba a punto de perder la esperanza, pensé que pasarías la noche en el hospital.
–Ha sido un día horrible y muy largo. Vamos. ¿Qué llevas en la bolsa?
–La sopa de patata de la abuela y una barra del pan que ha hecho hoy Gail.
–¡Eres una diosa!
–Creo que son la abuela y Gail las que merecen llevarse el mérito, pero gracias. Habrá que calentar la sopa porque llevo aquí un buen rato. Quería darte una sorpresa.
–Pues lo has conseguido. Vamos dentro. Si has estado esperándome para comer, debes de estar hambrienta.
–¿Seguro que no estás demasiado cansado para tener compañía?
–Nunca estaré demasiado cansado para estar contigo –soltó el maletín y la chaqueta sobre una silla y tomó el abrigo de Jess–. ¿Te importaría mucho si me diera una ducha?
–Adelante. Iré calentando la sopa y el pan.
Él le dio un beso en la mejilla.
–Como te he dicho, ¡una diosa! Te veo en unos minutos.
–Tómate el tiempo que necesites.
Mientras se encontraba bajo el chorro del agua pensó en lo que había supuesto encontrarse a Jess en su puerta al final de un largo y duro día. No sabía qué la había llevado hasta allí, pero la inesperada visita lo había cargado de energía, como si lo hubiera rejuvenecido, y la ducha remató el trabajo. Cuando entró en la cocina con unos vaqueros y un jersey limpios, el aroma a sopa y a pan lo hicieron detenerse en seco y olfatear el aire. Al abrir los ojos, Jess estaba sonriendo.
–Ten cuidado o voy a pensar que estás más interesado en esta comida que en mí.
La rodeó por la cintura mientras ella removía la sopa.
–Ahora mismo he de decir que tendría que echarlo a cara o cruz.
–Muy bonito decir eso cuando estás intentando ganarte mi corazón –lo acusó, pero con un intenso brillo en la mirada–. Entonces, ¿no te ha importado que te diera esta sorpresa?
–Claro que no. Ha sido la mejor parte del día por ahora.
–¿Por ahora?
–Bueno, haberte encontrado en mi puerta a estas horas de la noche ha despertado unas interesantes posibilidades, sobre todo teniendo en cuenta que no pienso dejarte marchar con este tiempo. Estaba empezando a granizar.
–Ya. ¿Es muy cómodo ese sofá?
–Yo jamás permitiría que un invitado durmiera en el sofá –protestó sonriéndole.
–Lo preguntaba por ti. No me gustaría que te levantaras con un tirón en el cuello.
Will se rio.
–Supongo que aún nos quedan unas duras negociaciones que hacer antes de que termine la noche, así que será mejor que primero me des de comer.
Encontró una botella de vino y sirvió dos copas, mientras Jess ponía dos cuencos de humeante sopa sobre la mesa de la cocina junto con unas rebanadas de pan crujiente y mucha mantequilla. Él le retiró la silla y se sentó frente a ella. Alzó su copa.
–Por ti. Gracias por ser justo lo que necesitaba esta noche.
Jess sonrió con las mejillas sonrojadas.
–Y por ti. Los lirios que me has enviado son perfectos.
–Supongo que nos conocemos muy bien el uno al otro, ¿no? Claro que, no puedo echarme el mérito por la elección de las flores. Ha sido Bree.
–Pero tú sabías qué pensaría y que por eso necesitabas enviarme algo para recordarme que no te habías olvidado de mí. Ha sido un gesto muy dulce, Will. No sabes cuánto ha supuesto para mí.
Will la miró a los ojos.
–Dime en qué estabas pensando antes de recibirlas.
–Exactamente lo que creías, que me habías dejado plantada.
–¿Cómo puedo demostrarte que eso nunca pasará?
–Supongo que llevará tiempo y práctica. Durante toda mi vida, la gente que me rodeaba se ha ido. Mi madre se fue y también mi padre. Incluso Abby, Bree, Kevin y Connor, todos me dejaron sola.
–¿Alguna vez has pensado que, al menos en el caso de tus hermanos, no es que ellos se fueran dejándote atrás, sino que tú fuiste la que eligió quedarse?
–¿No es lo mismo? Se fueron y yo me quedé aquí.
–Por elección, Jess. Si hubieras querido marcharte de Chesapeake Shores podrías haberlo hecho, pero elegiste ir a la universidad local y quisiste regentar el hotel incluso desde antes de comprarlo. Este pueblo siempre ha sido parte de ti. Me pregunto si no querrías construir aquí la casa que habías deseado de niña. También creo que te quedaste por tu padre. Sabías lo mucho que significaba para él construir este lugar y creo que pensaste que quedándote le demostrarías lo mucho que lo quieres.
Lo miró pensativa.
–Jamás se me había ocurrido, pero podrías tener razón. Por cierto, ¿cómo sabías que había querido tener el hotel desde hacía tanto tiempo?
–No me hizo falta investigar mucho para saberlo. Pasaba mucho tiempo contigo, ¿lo recuerdas? Connor, tú y yo paseábamos por la playa y tú mirabas el hotel siempre con esa expresión en la cara y decías que algún día sería tuyo.
La asombró que lo recordara y él sonrió ante su reacción.
–No hay mucho de lo que decías o hacías que no pueda recordar.
–¿Cómo he sido tan poco consciente de tus sentimientos durante todos estos años? Lo siento.
–No lo sientas. Por entonces no te habría dicho nada. Sabía que tenías muchas cosas por hacer antes de estar preparada para mí, aunque me aterrorizaba que todo eso pasara antes de que yo volviera de estudiar.
–Entonces supongo que es bueno que me haya llevado mi tiempo madurar –dijo con una sonrisa–. Ahora ya lo tengo todo claro, Will. O eso creo.
–¿Qué significa?
–Quiero que me hagas el amor esta noche –le dijo en voz baja–. No se trata solo de sexo, sino de que quiero dar ese paso. Creo que lo necesitamos. Quiero decir, sería una locura enamorarnos y después ver que en la cama somos totalmente incompatibles, ¿no?
Will se rio.
–¿Así que sería un test práctico?
–Algo parecido –no dejaba de mirarlo–. Por favor.
Will tenía muchas objeciones, pero también tenía el mismo deseo de tomarla en sus brazos, un deseo con el que llevaba años conviviendo. No creía que pudiera negarlo otra vez más, no teniéndola ahí mirándolo de ese modo.
–¿Estás segura, Jess? ¿Segura del todo? No quiero que esto sea más que un experimento.
–No lo será –le aseguró con solemnidad–. Estoy cien por cien segura.
–Sabes que, después de esto, no habrá forma de que te deje escapar.
–Me lo imaginaba –respondió ella sorprendentemente contenta.
Él alargó la mano y le acarició la boca con un dedo.
–No estoy de broma, Jess. Para mí después de esto no habría vuelta atrás. Te daré todo el tiempo que necesites, pero serás mía.
Por un instante, ella pareció dudar un poco por su vehemencia, pero después suspiró.
–De acuerdo. Estoy lista. Más que lista, de hecho. Últimamente es lo único en lo que he podido pensar, en estar los dos juntos, en cómo sería.
Will se levantó lentamente, la tomó en sus brazos y se dirigió a su dormitorio, agradecido de haber tenido la precaución de estirar la cama antes de irse y de haber recogido la ropa sucia. Había dejado encendida una suave luz en su cómoda.
Jess se acurrucó contra su pecho como si lo hubieran hecho miles de veces y él sintió su sonrisa contra la curva de su cuello cuando ella vio la enorme cama.
–Debería habérmelo imaginado.
–Estaba pensando por adelantado. Pero, para que lo sepas, esta cama resulta horriblemente grande y solitaria cuando no hay nadie con quien compartirla.
Sin embargo, esa noche tenía intención de utilizar cada centímetro de esa cama.
En cierto modo, Jess había sabido cuando había ido a casa de Will esa noche que existía una posibilidad de que acabaran ahí, en su cama. Por supuesto, él se había opuesto rotundamente en el pasado, tanto que no había estado segura de poder persuadirlo de que había llegado el momento. Ese hombre tenía una habilidad asombrosa para resistir a la tentación.
Apartó las sábanas, la posó sobre las sábanas color crema y suaves como la seda, y se tendió a su lado. Le rozó la mejilla al apartarle un mechón de la cara.
–¿Te he dicho ya lo preciosa que eres? –le preguntó casi sin aliento.
Ella sonrió.
–La verdad es que no.
–Pues permite que cambie eso ahora mismo –le respondió con una sonrisa–. Tienes la cara más asombrosamente expresiva que he visto nunca, los ojos tan azules como la bahía en un día de verano y una melena que parece iluminada por el sol.
–No está mal para ser un tipo que escribe una poesía espantosa –murmuró.
–¿Poesía?
–Venía con las flores.
Él se rio.
–Ah, el poema romántico y cursilón que Bree insistió en que era necesario. No estaba muy bien, ¿no? ¡Menuda escritora está hecha!
–Lo intentó. No es Elizabeth Barrett Browning pero fue muy dulce que la dejaras probar.
–Lo que hiciera falta con tal de hacerte sonreír.
La invadió un agradable escalofrío junto con un deseo que la asombró por su intensidad.
–Em, Will, ¿vamos a empezar? Es que estoy poniéndome un poco nerviosa.
Él se rio.
–Estaba tomándome mi tiempo cortejándote.
–Ahora mismo no necesito que me cortejes. Lo que necesito es sentir tus labios y tu cuerpo sobre los míos.
Suspiró de placer cuando él cubrió su boca con la suya y coló una mano bajo su camisa para acariciar sus pechos.
–Mejor –murmuró ella contra sus labios antes de gemir cuando sus manos se deslizaron por sus caderas y sus muslos, le bajaron la cremallera de los vaqueros y se colaron dentro–. ¡Oh, madre mía!
Él la trató con máximo cuidado y atención, como si estuviera tocando con delicadeza las cuerdas de una adorada guitarra.
–No tenía ni idea –susurró ella contra su cuello cuando Will acarició la zona más íntima de su cuerpo. Tal vez era cierto que no era virgen, pero estaba claro que nunca la habían tratado con tanta delicadeza y ternura.
Ella hizo intención de tocarlo, pero él le apartó las manos.
–Ahora nos centramos en ti –le dijo buscando modos de complacerla hasta que ella gimió y perdió el control aferrándose a sus hombros y dejándose llevar por las sensaciones.
Will estaba sonriendo cuando, finalmente, abrió los ojos y respiró hondo.
–Ahora vamos a ver qué pasa cuando hagamos este viajecito los dos juntos –bromeó Will quitándose el jersey y dejando que Jess le quitara el cinturón y le bajara la cremallera de los vaqueros.
Se quitó los zapatos y los pantalones y, con cuidado, la tendió bajo él. No dejó de mirarla mientras se adentraba en ella y la llevaba a un lugar donde ella nunca antes había estado y con alguien con quien jamás se habría imaginado que pudiera encontrar esa magia.
Fue otra cosa más en la que Will había tenido razón, otro ejemplo de cuánto la conocía, más que ella a sí misma: esa noche la había hecho suya.
La mañana llegó demasiado pronto para Will. De haber sido por él, no habría salido de la cama en una semana, o tal vez un mes, aunque dado el estado de su nevera de soltero dudaba que Jess o él hubieran aguantado tanto tiempo allí metidos.
Se giró y observó a la mujer que tenía a su lado. Estaba durmiendo boca arriba con los brazos extendidos y las sábanas por la cintura. Resistirse al deseo de acariciarla y despertarla para tomarla de nuevo con la luz del sol colándose por la ventana fue más duro que nada que hubiera hecho nunca.
Se conformó con darle un beso en la frente y salió de la cama para darse una ducha. Se había vestido y había puesto una cafetera de descafeinado cuando la oyó moverse. Sirvió dos tazas y las llevó a la habitación.
–Me preguntaba adónde te habrías ido. Es café –sacudió los dedos–. Dame, por favor.
Will se rio.
–Me gusta saber cuáles son tus prioridades por las mañanas.
He hecho descafeinado especialmente para ti, pero si quieres comer algo, me temo que tendremos que ir a Sally’s.
Jess lo miró por encima de la taza.
–¿Por qué eso me suena a desafío?
Will se encogió de hombros.
–Seguramente lo haya sido. Supongo que me pregunto cuánto estás dispuesta a dejar que la gente hable de nosotros. ¿Estás preparada para despertar especulaciones?
–¿Tú estás preparado de verdad para enfrentarte a los cotilleos?
–No me molestarán.
–Pero, ¿qué le decimos a la gente?
–No creo que tengamos que decir nada. Sacarán sus propias conclusiones al vernos juntos, pero no tenemos ni que confirmar ni que negar nada.
–Supongo que los que me preocupan son mi familia, además de Jake y Mack. Ninguno sabe guardarse sus opiniones y ya han sido bastante expresivos con las dudas que tienen sobre nosotros. Al menos, algunos lo han hecho.
–Entonces, no quieres ir a Sally’s –dijo intentando ocultar lo desmoralizado que se había quedado–. Vale, depende de ti.
Jess le agarró la mano.
–Por favor, no te pongas así. No me avergüenza lo que ha pasado aquí anoche y espero que sea el comienzo de algo, Will, de verdad que sí. Pero hasta que estemos seguros, tal vez lo mejor sería…
–Mantenerlo en secreto. Lo entiendo.
Y lo entendía. Pero eso no significaba que no le doliera.