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Capítulo 2
ОглавлениеUnos días después de registrarse en Almuerzo junto a la bahía, Jess comprobó su bandeja de entrada.
–No lo entiendo –le dijo frustrada a Laila, que acababa de pasar por el hotel–. Connie y tú habéis obtenido respuesta casi de inmediato. Yo no he tenido nada, ni siquiera una confirmación de mi registro.
–Seguro que habrá sido un error –respondió Laila, aunque a Jess le pareció que se sintió algo culpable al decirlo.
–¿Es que sabes algo que yo no sé? –preguntó Jess observando a su amiga.
–Claro que no –respondió Laila demasiado apresuradamente–. Tal vez los intereses que pusiste eran demasiado pocos. La empresa promete alguien con intereses similares, y puede que tarde un poco en encontrar la pareja adecuada. Seguro que no todo el mundo recibe una respuesta inmediata. Lo importante es que la persona con la que acaben emparejándote sea la correcta.
–La verdad es que me da igual. De todos modos no confiaba mucho en esto. ¿Qué te parece si vamos a Sally’s y comemos algo?
Laila se estremeció.
–Lo siento, no puedo. Tengo mi primera cita.
Jess se quedó mirándola, intentando juzgar la extraña expresión del rostro de su amiga. Laila parecía más preocupada que emocionada y no era la reacción que Jess se habría esperado.
–¿Por qué no me has dicho nada al llegar? ¿Quién es? ¿Sabes su nombre? ¿Dónde vais a reuniros?
–En Panini Bistro.
De nuevo, Jess la miró fijamente.
–Me sigue dando la sensación de que ocultas algo. ¿Quién es ese hombre? ¿Lo conozco?
Laila asintió.
–La verdad es que sí. Por eso he venido, para poder contártelo por si tenías alguna objeción.
–¿Y por qué demonios iba a tener alguna objeción? No hay nadie en este pueblo con quien haya salido en serio, a menos que contemos a Stuart Charles de tercer curso. Fui a un montón de partidos de la Liga Menor para ver jugar a ese niño.
–Creía que ibas a esos partidos para ver a Connor.
–¿Crees que quería que alguien se enterara de que me gustaba un hombre mayor? –respondió Jess con una sonrisa–. Creo que Stuart tenía doce años, estábamos condenados desde el principio –su sonrisa se desvaneció–. Pero nos hemos salido de la conversación. Estábamos hablando de tu cita e intentaba dejarte claro que no tienes que preocuparte por nada en lo que a mí concierne.
–No estoy tan segura de eso –dijo Laila sin mirarla a los ojos–. Es Will.
Jess se quedó absolutamente quieta e incluso le pareció como si el corazón le hubiera dado un vuelco.
–¿Vas a almorzar con Will? –le preguntó lentamente–. ¿Estás diciéndome que el ordenador os ha emparejado?
Laila asintió y después le preguntó preocupada:
–No estarás molesta, ¿verdad? Quería que te enteraras por mí por si alguien nos ve juntos. Si te molesta, puedo llamar para cancelarlo.
–No seas ridícula. ¿Por qué iba a molestarme? –preguntó intentando sonar despreocupada y aparentar que no estaba afectada, a pesar de que en realidad la noticia la había dejado desconcertada–. Nunca he salido con Will –vaciló–. ¿No crees…?
–¿Qué?
–El folleto decía que la empresa la dirigía un psicólogo. ¿Crees que podría ser Will?
Laila se encogió de hombros.
–Podría ser, pero no sé por qué tendría que importar eso.
–¿No crees que será raro salir con un loquero? –a Jess le había costado estar en la misma habitación que él, nunca había sido capaz de quitarse de encima la sensación de que Will estaba analizándola. Tal vez bajo otras circunstancias esa atención que él le dirigía habría sido halagadora, pero por el contrario la hacía sentirse expuesta y ya había experimentado esa sensación demasiado cuando los médicos habían estado intentando determinar su síndrome de déficit de atención años atrás. Todas esas pruebas psicológicas la habían hecho sentirse como un espécimen de laboratorio.
–¿Por qué iba a ser raro? –preguntó Laila encogiéndose de hombros–. Con suerte, será más perspicaz que la mayoría de los hombres con los que me he topado. Es curioso, pero nunca antes había pensado en salir con Will. Tenemos la misma edad, pero nunca salimos con la misma gente cuando estudiábamos.
–Porque tú ibas con la gente popular y él iba con los friquis.
–Will no era un friqui –dijo Laila saltando en su defensa de un modo que sorprendió a Jess–. Jake y Mack son sus dos mejores amigos y los dos eran atletas. Siempre estaba en tu casa con Kevin y con Connor, además. Si no recuerdo mal, incluso jugaba al baloncesto en la universidad –se le iluminó la cara–. ¡Esa es otra cosa buena! Es más alto que yo; estoy cansada de tener que llevar zapatos planos cuando salgo por ahí para no intimidar a algún tipo que no pase del metro setenta.
Jess no podía explicar por qué la idea de que Laila fuera a salir con Will la molestaba tanto. ¿Era porque estaba más interesada en él de lo que había admitido nunca? ¿O era porque ese estúpido ordenador había confirmado lo que ella siempre había dicho, que harían una pareja terrible? Y ya que no quería que su amiga se preocupara por nada de eso, esbozó una forzada sonrisa.
–Espero que lo paséis genial. Estaría muy bien que todo esto de los emparejamientos funcionara.
Laila sonrió, claramente aliviada por tener la bendición de Jess, por muy poco entusiasta que se hubiera mostrado su amiga.
–Cruzaré los dedos. Luego te llamo para contarte cómo ha ido.
En cuanto se marchó, Jess agarró las llaves y se dirigió a Sally’s, donde sabía que encontraría a Jake y a Mack. Tal vez ellos podrían decirle si Will estaba detrás del servicio de citas. Si lo estaba, una vez se recuperara del impacto, no querría volver a saber nada de él.
Will se encontraba en la acera delante del Panini Bistro esperando a Laila Riley. Se había sentido un poco extraño al emparejarse con una persona a la que conocía prácticamente desde siempre, pero habían intercambiado un par de e-mails desde que habían hablado el día antes y había descubierto unas cuantas cosas más que tenían en común, además de todas las personas que conocían los dos y de los intereses que ambos habían mencionado en sus solicitudes. Por lo menos podrían pasar la siguiente hora charlando y poniéndose al día de cómo les iba en la vida sin ningún tipo de presión. Todo ello hizo que ella fuera ideal como su primera cita de Almuerzo junto a la bahía.
La vio salir del coche al final de la calle y caminar hacia él decididamente. Laila sonrió al verlo, extendió la mano para estrechársela, pero entonces se encogió de hombros y lo abrazó directamente.
–Es extraño, ¿verdad? –preguntó ella.
–Pues yo estaba pensando en lo fácil que sería. Nos conocemos prácticamente de toda la vida.
–Pero no así. No como un esposo o esposa potencial.
Will la miró con tanto asombro que la hizo reír.
–Lo siento –dijo ella inmediatamente–. Solo quería decir que esto no es como encontrarnos por casualidad en una fiesta o en Brady’s. Es una cita real, incluso aunque sea solo para almorzar.
Will sonrió a medida que pasaba el incómodo momento.
–Entonces debería apartar una silla y pedirte que te sentaras –dijo haciendo exactamente eso antes de sentarse en la mesa de la terraza–. ¿Te apetecería una copa de vino con el almuerzo?
Ella negó con la cabeza.
–Una cosa que he aprendido de la banca es que para mirar todos esos números necesito tener la cabeza despejada. Tómala tú, si quieres.
–Yo no; mis pacientes esperan que les dé consejos sensatos y que, al hacerlo, esté sobrio.
Miraron las cartas, pidieron la comida y se acomodaron en sus sillas. A Will no se le ocurría nada que decir que no hubiera dicho ya en sus e-mails.
–He ido a ver a Jess antes de venir aquí –dijo Laila al cabo de un instante.
Will sintió que el corazón se le detuvo un instante.
–¿Ah, sí? ¿Cómo está?
–Se ha quedado un poco asombrada cuando le he dicho que iba a verte, pero sentía que tenía que contárselo.
–¿Por qué?
–Bueno, no estoy segura… –admitió–. Supongo que es porque siempre he pensado que los dos teníais una especie de conexión. Y, claro, nosotras somos amigas. Ya te dije que no se me daba bien ocultarles secretos a mis amigas.
Will se dijo que lo que Laila estaba contando sobre la reacción de Jess no significaba nada, que probablemente la había sorprendido tanto como si le hubiera dicho que los dos se habían encontrado en el supermercado.
Cuando no dijo nada, Laila añadió:
–Jess se preguntaba si todo esto del servicio de citas era idea tuya. ¿Lo es?
Will vaciló, pero no le vio sentido a darle una respuesta evasiva.
–Sí –explicó las razones por las que había creado la empresa y añadió–: Hasta el momento ya he formado diez parejas para que tengan su primera cita, aunque esta es la primera para mí.
–¿En serio? –le preguntó impresionada–. ¿Y me has elegido a mí? ¿Por qué?
–¿Sinceramente?
–Por supuesto.
–Quería comprobar por mí mismo los criterios que he empleado y tú parecías ser la oportunidad menos amenazante para hacerlo –admitió–. En el peor de los casos, si resultaba ser un absoluto desastre, pensé que podríamos reírnos de ello.
–No estoy segura de si hay algún cumplido enterrado en alguna parte de lo que has dicho o no…
—Seguro que enterrado muy en el fondo —respondió Will riéndose.
—Bueno, ¿y qué tal las demás parejas?¿Alguna parece estar funcionando?
—Mi criterio parece estar funcionando, por lo menos cuando se trata de extraños. Varias personas me han dicho que ya van por la tercera, e incluso por la cuarta, cita con la primera persona con la que quedaron emparejados.
—¿Y qué criterios te hicieron emparejarte conmigo? —preguntó Laila y lo miró fijamente—. En lugar de con Jess, ¿por ejemplo? Ella se registró el mismo día que yo.
Will no podía negar que él había pensado eso mismo. Después de todo, era la oportunidad perfecta para animar a Jess a pensar en él de forma distinta, pero no había estado preparado del todo para la humillación de que ella se riera a carcajadas ante la sugerencia de que tuvieran una cita.
—Jess y yo no encajamos en realidad.
—¿Según tus criterios?
—No exactamente. Me excluí de su búsqueda de pareja cuando encontré sus datos en el ordenador.
Laila pareció sorprendida.
—¿Por qué?
—Como te he dicho, ya sabía que no encajaríamos.
—¿Pero nosotros sí, según el ordenador?
Él asintió.
—Tú y yo teníamos al menos unas cuantas cosas en común, intereses parecidos, ambiciones y cosas así.
Ella lo miró divertida.
—Parece que somos una pareja ideal.
—¿Quién sabe? Podríamos serlo —la miró fijamente esperando sentir algo, el más mínimo atisbo de la química que sentía cuando Jess y él se encontraban en la misma habitación, pero no pasó nada. No obstante, eso no significaba que sus criterios no funcionaran, sino que él no tenía un modo cuantificable de medir la atracción, a pesar de saber que era un ingrediente clave en cualquier relación.
Tras un incómodo momento cambió de tema para pedirle opinión sobre una variedad de asuntos económicos y de banca. Laila era una persona informada, una que daba sus opiniones y que era directa, todas ellas buenas cualidades según él lo veía. Habían terminado el postre antes de que se diera cuenta de que era tarde y que debía volver al despacho para atender a su próximo paciente.
—Ha sido divertido —dijo, y lo dijo en serio—. Me encantaría volver a almorzar contigo.
—A mí también, pero la próxima vez invito yo.
Will interpretó esa declaración como lo que era: una oferta de amistad. Y ya que él había estado pensando lo mismo, se sintió aliviado.
—Trato hecho.
—Pero no una cita. Olvídate de tu estúpido ordenador, Will, y pídele salir a Jess. Sabes que es la chica que quieres. Siempre lo ha sido.
—No encajamos.
—¿Y eso quién lo dice?
—Principalmente, Jess —confesó él.
—¿Le has pedido salir de verdad y te ha dado calabazas?
—Bueno, no, pero me ha dejado abundantemente claro que la hago sentirse incómoda.
—Eso es exactamente lo que Jess necesita, alguien que pueda darle caña. Deja de perder el tiempo intentando encontrar una sustituta que nunca llegue a igualársele. Ve a buscar lo auténtico —le dio un abrazo—. Ese es mi consejo —sonrió—. Y por suerte para ti, no te cobro por él.
Se alejó por la calle dejando a Will mirándola y preguntándose por qué no podía haber sido ella la mujer de su vida. La sincera y directa Laila Riley era mucho menos complicada de lo que jamás sería Jess O’Brien.
Suspiró. Ese, por supuesto, era el problema. Al parecer, le gustaban las complicaciones y, por desgracia, esa sería su perdición.
La primera cita a ciegas oficial de Connie fue con un contable de Annapolis, un padre soltero cuyos hijos, al igual que Jenny, estaban ya en la universidad. Por escrito, le había parecido un tipo genial; los e-mails que se habían intercambiado habían revelado otras cosas que tenían en común, incluyendo el amor por el agua. Por todo ello, ya se había imaginado que disfrutarían de un agradable almuerzo con una estimulante conversación, aunque la cosa no fuera a más.
Ya que había accedido a conducir hasta Annapolis, había decidido salir temprano y parar en las oficinas de la fundación de Thomas O’Brien para conocer el estado de sus esfuerzos por recaudar fondos para la protección de la Bahía Chesapeake. Aunque era sábado por la mañana, sabía que se encontraría al tío de Jess trabajando. Su reputación de adicto al trabajo era ampliamente conocida. Cuando llamó a la puerta de su despacho, él levantó la mirada de los papeles que tenía sobre la mesa y le sonrió.
—Vaya, eres exactamente lo que necesitaba esta deprimente mañana —dijo quitándose las gafas de leer y soltando su boli—. ¿Qué te trae por Annapolis?
A Connie se le aceleró el pulso ante el entusiasmo de su voz, a pesar de que se había dicho miles de veces que eso se debía a su gratitud por sus esfuerzos para con la fundación y nada más.
—Tengo una cita —admitió arrugando la nariz—. Una cita a ciegas, mejor dicho.
Él se echó atrás, asombrado.
—¿Y por qué una mujer tan encantadora como tú tendría que tener una cita a ciegas?
—Me he apuntado a un servicio de citas online —dijo tímidamente—. Y Jess y Laila también.
—¿Las tres? —sacudió la cabeza tristemente—. No llego a entender en qué están pensando los hombres de Chesapeake Shores si vosotras tenéis que recurrir a un servicio de citas online —aun así, se mostró ligeramente intrigado—. ¿Y es tu primera cita?
Connie asintió.
—Para ser sincera, estoy un poco nerviosa.
—Hoy en día, eso es perfectamente comprensible. Tal vez deberías reconsiderarlo.
—No puedo echarme atrás y no presentarme. Eso sería muy grosero.
—Entonces iré contigo —dijo decididamente—. No como cita, por supuesto, sino para estar cerca por si hay algún problema.
—¿Lo harías?
—Me siento obligado a hacerlo, de hecho. Alguien necesita mirar por ti, y somos prácticamente familia.
Ella se rio ante la seriedad de su voz.
—¿Sabes cuántos años tengo?
—Me hago una idea. ¿Qué quieres decir con eso?
—Que soy lo suficientemente mayor como para cuidar de mí misma.
—No, si este hombre resulta ser un depredador zalamero —insistió apretando la mandíbula.
—¿Por qué estoy empezando a pensar que pasar por aquí ha sido una mala idea? —dijo ella con actitud divertida a pesar de la actitud extremadamente protectora de él. Thomas le sonrió y esa sonrisa hizo que se le encogieran los dedos de los pies.
—Ya que está claro que no has venido buscando mi protección, ¿por qué has pasado por aquí?
«Para ver esa sonrisa, por un lado», pensó, aunque no se atrevió a decirlo. Sus sentimientos enfrentados por Thomas O’Brien eran una fuente constante de consternación para ella y sabía que jamás la abandonarían. Al mismo tiempo, parecía no saber mantenerse alejada de él. Se sentía atraída hacia su pasión por el trabajo, su atenta personalidad, su pícaro sentido del humor… En resumen, se sentía atraída hacia él.
–No te veo desde los eventos de este verano y quería ver cómo iba la recaudación de fondos y qué puedo hacer para ayudar durante el invierno.
–Tengo algunas ideas al respecto –dijo él de inmediato–. ¿Por qué no nos vamos antes a ese almuerzo tuyo y nos tomamos un café mientras esperamos a que llegue tu cita? Una vez lo haya conocido y haya visto por mí mismo que no pretende hacerte daño, me esfumaré.
Connie podía ver todo tipo de cosas potencialmente desastrosas en cuanto a ese plan, pero no se veía capaz de decirle que se olvidara del tema. Un café con Thomas sonaba mucho mejor, francamente, que almorzar con un extraño.
–Sería genial –dijo.
Fueron caminando hasta el restaurante que la cita de Connie había sugerido, eligieron una mesa con vistas al cercano río Severn y pidieron un café. Connie estaba tan ensimismada en lo que Thomas estaba diciendo que no se percató cuando otro hombre se acercó a la mesa y se quedó allí mirándolos con gesto de irritación.
–¿Eres Connie Collins?
Ella se sobresaltó.
–Sí. ¿Steve Lorton?
El hombre asintió y miró a Thomas con gesto serio.
–¿Interrumpo algo?
–Por supuesto que no –respondió Connie antes de que pudiera hacerlo Thomas, que había adoptado una extraña expresión territorial. Los presentó–. Thomas y yo estábamos charlando sobre los últimos progresos de su fundación para proteger la bahía. He estado trabajando como voluntaria para él.
Steve pareció apaciguado por la explicación, pero cuando Thomas no hizo intención de moverse, se vio obligado a agarrar una silla de una mesa cercana. Se sentó al lado de Connie, como reclamándola. Era la primera vez que se veía en mitad de dos hombres enfrentados por ella, pero descubrió que no le gustó tanto como siempre se había imaginado.
–Thomas ya se marchaba –dijo, aunque, para su pesar, él no parecía tener intención de moverse.
–Estoy seguro de que a Steve no le importará que me quede un rato más –respondió tensando la mandíbula de un modo que Connie reconoció porque ya lo había visto en otros O’Brien con demasiada frecuencia.
Estaba a punto de obligarlo a marcharse cuando él añadió:
–Hay algunas cosas que tenemos que discutir, Connie.
Connie lo miró confundida.
–¿Qué cosas?
–Nuestros planes para el próximo fin de semana.
Ahora sí que estaba confundida de verdad.
–¿Es que tenemos planes?
–Claro que sí –respondió mirando a Steve.
Steve se levantó tan bruscamente que su silla se volcó.
–Mira, no sabía que ya estabas saliendo con alguien –le dijo a Connie con mirada acusatoria–. Deberías habérmelo dicho.
Antes de que ella pudiera defenderse, él se giró y se marchó sin decir ni una palabra más.
Connie se quedó mirándolo y después se giró hacia Thomas.
–¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué lo has espantado?
–No me ha gustado –le dijo sin el más mínimo atisbo de remordimiento.
Connie lo miraba incrédula.
–Creo que la finalidad de que se celebrara esta cita era descubrir si a mí me gustaba.
–No te habría gustado –predijo Thomas–. Es demasiado egocéntrico.
–¿Y eso lo sabes por haberlo visto dos minutos sentado aquí?
–Lo he sabido en cuanto no he visto el más mínimo interés en sus ojos cuando has mencionado lo de proteger la bahía.
Eso Connie no podía negarlo. Aun así, se sentía obligada a decir:
–Creo que tienes cierta predisposición cuando se trata de la bahía. No todo el mundo tiene tanta pasión por lo que hace como tú.
–Tú sí –le dijo mirándola fijamente–. ¿Puedes decirme sinceramente que estarías interesada en un hombre al que no le importa lo que le rodea?
–Probablemente no, pero no eres tú el que tiene que decidirlo –respondió.
–Te he hecho un favor –dijo él tercamente.
Ella suspiró; sabía que no iba a ganar esa discusión. Aunque, para ser sincera, no estaba tan descontenta con lo que él había hecho, no si eso les daba a los dos la oportunidad de pasar más tiempo juntos.
–Digamos que acepto que creyeras que estabas haciéndome un favor. He conducido hasta aquí para almorzar. ¿Significa eso que ahora vas a invitarme?
La expresión de él se iluminó y su resonante carcajada despertó sonrisas en las otras mesas cercanas.
–Creo que es lo mínimo que puedo hacer.
–¿Y qué me dices de esos planes que, supuestamente, tenemos para el próximo fin de semana? –preguntó ella, de pronto sintiéndose atrevida y osada, como hacía mucho tiempo que no se sentía.
–¿Cena en Brady’s el sábado por la noche? –sugirió él.
A pesar del zumbido de emoción que la recorrió ante la sugerencia, Connie vaciló.
–¿En Brady’s? ¿Estás seguro de eso?
–¿En territorio O’Brien? –preguntó demostrando que entendía exactamente qué le preocupaba.
–Sí.
–Bueno, no puedo pedirte que vuelvas a Annapolis, ¿verdad? Tendremos que encontrar un lugar ahí abajo que mi familia no haya descubierto. Chesapeake Shores no es el único lugar con restaurantes. Déjamelo a mí.
–De acuerdo –dijo ella con las manos temblando de pronto, tanto que tuvo que soltar la carta y dejarla sobre la mesa. Y para asegurarse de que no estaba malinterpretando lo que estaba pasando, se obligó a mirarlo a los ojos.
–¿Es esto una cita, Thomas? ¿O una reunión de trabajo? Quiero tenerlo claro.
Él no respondió inmediatamente. Es más, parecía como si estuviera intentando decidirse.
–La respuesta inteligente sería llamarlo «reunión de trabajo », ¿verdad? –respondió con arrepentimiento en la voz.
–Probablemente sería lo más sensato –contestó ella sin ni siquiera intentar ocultar su decepción y antes de recordarse que tenía más de cuarenta años y que ya no era una tímida adolescente. Thomas O’Brien era el primer hombre en años que había capturado su atención. Lo miró directamente a los ojos y añadió–: Pero me gustaría mucho que fuera una cita.
La expresión de Thomas se iluminó inmediatamente.
–¡Pues que sea una cita! Pero…
–No tienes que decirlo, Thomas. La familia no tiene por qué saber nada de esto.
–No es que crea que pase nada porque fuéramos a tener una cita –se apresuró él a decir.
Connie se rio.
–Créeme, lo entiendo. Una vez se los suelta, los entrometidos O’Brien son difíciles de contener.
–Exacto –agarró su carta–. De pronto me muero de hambre. Creo que tomaré la bandeja de marisco. ¿Y tú?
Connie estaba segura de que no sería capaz de dar bocado.
–Yo una ensalada pequeña.
–Tonterías. Necesitas proteínas antes de conducir hasta casa. Al menos tómate los pasteles de cangrejo. Aquí los hacen excelentes.
Ella cedió porque no tenía sentido luchar contra él y porque sabía que lamentaría haber tomado la ensalada cuando a medio camino de casa comenzara a rugirle el estómago. Aun así, no podía dejarle salirse con la suya del todo porque eso sentaría un precedente con un hombre tan terco como parecía serlo Thomas.
–Un sándwich de cangrejo, entonces.
–¡Excelente!
Miró sus centelleantes ojos azules, azules, y pensó que no podía recordar haberse sentido tan cautivada por nadie así, ni siquiera por el padre de Jenny. Por mucho que había creído amar a Sam, a ese hombre le había faltado fuerza, madurez, pasión y compasión, todas ellas cualidades que Thomas personificaba.
Sí, estaba enamorada. Pero ojalá esa situación no tuviera el potencial de romperle el corazón.