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Capítulo 3

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Desde que había descubierto que Almuerzo junto a la bahía era, en efecto, la nueva empresa de Will, Jess había estado sintiéndose más inquieta de lo habitual y había estado evitando también las llamadas de Laila, no muy segura de querer saber nada sobre su maravillosa cita con Will. Pero sabía que no podía evadir a su amiga para siempre. Es más, era muy infantil que lo hubiera hecho.

Entró en la cocina del hotel, donde Gail estaba preparando comida para las cestas de picnic que varios de los huéspedes habían solicitado.

–Voy a marcharme una hora o así. Llámame al móvil si me necesitas.

–¿Quién está atendiendo en recepción?

–Ronnie.

Gail la miró sorprendida.

–Vaya, debes de estar ansiosa por largarte de aquí. Creía que no te fiabas de Ronnie en el mostrador.

Ronnie Forrest era un veinteañero, pero tenía la madurez de un preadolescente. Su padre, un amigo de Mick, había perdido la esperanza de ver a Ronnie desarrollando un trabajo responsable y manteniéndolo. Jess se había mostrado dispuesta a darle una oportunidad, pero hasta el momento la única tarea que podía desarrollar sin echarlo todo a perder era llevar las maletas de los huéspedes. Con bastante frecuencia se le podía encontrar en el vestíbulo principal viendo la televisión en lugar de desempeñar algunas de las otras tareas que se le habían asignado, pero por muy frustrante que resultara su hábito de fingir estar enfermo, en cierto sentido, Jess podía identificarse con él. Más de una vez se había preguntado si el chico no padecería también el síndrome de déficit de atención que a ella le había marcado la vida.

Jess sonrió a Gail.

–Y esa es la razón por la que tú vas a supervisar lo que hace mientras yo esté fuera. Eres mucho más dura que yo. A lo mejor tú puedes lograr que se tome su trabajo en serio.

Gail no podía negar que era una chica dura. Sin embargo, con una ceja enarcada preguntó:

–¿Y cómo se supone que voy a echarle un ojo desde la cocina?

–Transfiere las llamadas a tu línea, si quieres, y tráelo aquí y haz que pele cebollas –sugirió Jess–. Tal vez así empezará a ver que mis amenazas de despedirlo si no espabila no son en vano.

Gail la miró sorprendida.

–¿Ya le has dicho que su trabajo pende de un hilo?

Jess asintió.

–La semana pasada. No tenía elección después de que tres personas se quejaran de que nadie había respondido cuando llamaron para hacer reservas y lo encontraron viendo reposiciones de Ley y Orden.

–¿Qué va a decir tu padre?

–Le diré que si quiere darle una oportunidad al chico, entonces debería contratarlo él –dijo Jess–. Podría ser lo mejor. Mi padre no tolera a nadie que no se esfuerce en su trabajo. Tal vez le dirá al padre de Ronnie que le hagan pruebas por si tiene problemas de déficit de atención, que es lo que sospecho que está pasando.

Gail la miró sorprendida.

–¿En serio?

Jess asintió.

–¿Y por eso sigues dándole flexibilidad, a pesar de hablarle con dureza?

–Es probable que sí –admitió Jess con un suspiro–. Mientras tanto, es todo tuyo. Lo mandaré aquí antes de marcharme.

Por supuesto, no encontró a Ronnie en el vestíbulo, que era donde se suponía que tenía que estar. Y tampoco estaba en el salón. Estaba en el porche, con una gorra de béisbol tapándole los ojos y profundamente dormido. La imagen la enfureció tanto que agarró el respaldo de la mecedora en la que estaba sentado y a punto estuvo de volcarla y tirarlo desde el porche al jardín.

–¿Pero qué…? –murmuró él al agarrarse a una columna para evitar caer–. ¿Estás loca?

–Ni la mitad de lo loco que estás tú, si piensas que esta es una forma aceptable de comportarse en el trabajo –respondió dándose cuenta de pronto de por qué Abby se pasaba tanto tiempo furiosa con ella–. ¿Es que no lo has entendido cuando la semana pasada te dije que estabas acabando con mi paciencia?

–Tranqui, no pasa nada.

–¿Cómo puedes saberlo cuando el teléfono que deberías estar atendiendo está dentro? He pasado la línea de reservas a la cocina. Entra ahí y ayuda a Gail. Si cuando vuelva no me dice que lo has hecho genial, estás despedido. ¿Queda lo suficientemente claro? –en esa ocasión simplemente tenía que mantenerse firme. No iba a hacerle ningún favor si dejaba que siempre se saliera con la suya a pesar de tener ese comportamiento en el trabajo.

Por fin, él se mostró moderadamente agitado.

–Vamos, Jess.

–Para ti, señorita O’Brien –le contestó con brusquedad.

Él sonrió como si hubiera dicho algo histéricamente divertido.

–Vamos, señorita O’Brien, ya sabe que a mi padre le va a dar un infarto si pierdo otro trabajo.

–Pues entonces no lo pierdas –dijo ella y se marchó antes de decirle unas cuantas cosas más sobre su ética del trabajo que probablemente no entendería. Si Devlin Forrest se quejaba a Mick de que hubieran despedido a Ronnie, ella hablaría con su padre. La insolencia y la haraganería eran dos rasgos que Mick tampoco toleraría jamás. De eso estaba bien segura.

Tras llegar a la conclusión de que necesitaba un poco de aire fresco y un largo paseo para mejorar su estado de ánimo, fue caminando los kilómetros que la separaban del pueblo y se dirigió al banco. En la recepción saludó a Mariah y después asintió hacia los despachos de los directores.

–¿Está Laila? ¿Está libre?

Mariah asintió.

–Pasa. Puede que una cara amiga la anime un poco.

–¿Está teniendo un mal día?

–Días –le confió Mariah–, pero no te atrevas a decirle que te lo he dicho yo.

–¿Tienes alguna idea de por qué está así?

–Ni idea.

Jess fue al despacho que antes había pertenecido a Trace hasta que él había convencido a su padre de que era Laila la que tenía que estar ahí. Trace no había hecho nada durante el breve periodo que lo había ocupado, pero Laila había pintado las paredes de un cálido tono crema y había añadido toques de arte moderno a las paredes. Los cuadros habían horrorizado a su padre, que no los veía lo suficientemente tranquilizadores para estar en un banco de pueblo, pero Laila se había mostrado firme. Era la habitación más alegre en ese viejo y deprimente edificio.

–He oído que los ánimos no andan muy bien por aquí. ¿Es seguro entrar?

Laila sonrió.

–Pasa. Prometo no arrancarte la cabeza de un mordisco.

Jess se sentó y miró a su amiga.

–Pareces agotada. ¿Qué está pasando?

–Estoy intentando evitar que algunos de nuestros clientes más antiguos pierdan sus casas al no poder pagar sus hipotecas. Creía que la economía estaba recuperándose, pero aún tenemos gente por aquí que está pasándolo muy mal. El comité ejecutivo no quiere oír sus excusas. Estoy pidiéndoles compasión, pero me temo que voy a perder la batalla.

–Lo siento. Sé lo que es estar al otro lado de la apertura de un juicio hipotecario. Si Abby no hubiera venido y me hubiera puesto al día los asuntos económicos del hotel, quién sabe lo que habría pasado.

–Pero a ti te salió bien. El banco sabía que eras apta para el préstamo, al igual que sé que estas personas también lo son para los suyos si les quito un poco de presión. Echar a familias a la calle debería ser el último recurso.

Bueno, vamos a hablar de otra cosa. ¿Tienes tiempo para almorzar? Hace siglos que no hablamos.

Jess sonrió, aliviada por que la tensión que había estado sintiendo se hubiera evaporado al verse con una amiga.

–Estaba esperando que me lo propusieras. ¿Llamamos a Connie?

–Por supuesto –dijo Laila, llamando y haciendo que Connie accediera de inmediato a reunirse con ellas en un nuevo restaurante de ensaladas y sopas que había abierto sus puertas unas semanas atrás. Después de colgar, dijo–. Habría sugerido ir a Sally’s, pero Will estará allí, así que he supuesto que preferirías ir a alguna otra parte.

–Por eso eres mi amiga. Me conoces muy bien. Aunque quiero que me cuentes cómo fue tu cita con él.

Laila la miró extrañada.

–¿En serio? Creía que por eso no estabas contestando a mis llamadas.

Jess se estremeció. Debería haber sabido que Laila reconocería exactamente lo que había estado pensando.

–Y así era –admitió–, pero estaba comportándome como una estúpida. Quiero saberlo todo.

–Y yo quiero saber cómo fue la cita de Connie en Annapolis el otro día –dijo Laila mientras agarraba su bolso y salían hacia el restaurante–. Me dijo que era un contable. Podría haberla advertido al respecto. No somos tan interesantes, pero no quería espantarla.

Jess se rio.

–No puedo hablar por todos los contables, pero tú eres la persona menos aburrida que conozco –le dijo–. A lo mejor ha tenido suerte.

Unos minutos después, sin embargo, cuando estaban sentadas en una mesa frente a la bahía, Connie se ruborizó cuando Laila sacó el tema de su cita.

–Fue un fiasco, ¿verdad?

–Por completo –respondió Connie con las mejillas encendidas. Vaciló y después dijo–: Acabé almorzando con Thomas.

Jess la miró.

–¿Thomas? ¿Mi tío?

Connie asintió.

–Pasó, sin más. Empezamos a hablar de cosas de la recaudación de fondos y terminamos almorzando. No es para tanto.

Pero Jess podía ver que sí era para tanto. Laila, sin embargo, pareció aceptar la explicación de Connie. Jess tenía cientos de preguntas en la punta de la lengua, pero las contuvo.

Connie rápidamente se giró hacia Laila.

–¿Y tu almuerzo con Will? ¿Cómo fue? –se sonrojó de pronto, miró a Jess y le preguntó–: ¿Te importa que hable de ello?

–Ojalá todos dejarais de actuar como si Will y yo hubiéramos tenido un gran romance –se quejó–. Porque nunca lo hemos tenido. Nunca hemos tenido una cita.

–Pero eso es solo porque él cree que no quieres salir con él –dijo Laila–. Eso es lo que me dijo.

–¿Los dos hablasteis de mí en vuestra cita? ¡No me extraña que tu vida social apeste!

–Estuvimos hablando de ti porque era imposible ignorar lo obvio. Tiene sentimientos hacia ti y, en contra de lo que puedas decir, creo que tú tienes sentimientos hacia él.

–Creo que es irritante. ¿Es eso a lo que te refieres?

Laila puso los ojos en blanco y Connie se rio.

–No me convences –dijo Laila y miró a Connie–. ¿Y a ti?

–No.

Jess estuvo a un paso de borrar esa expresión de la cara de Connie soltando lo que sabía sobre lo que ella sentía por Thomas, pero llegado el momento, no pudo hacerlo. Si estaba pasando algo entre los dos, no quería ser ella la que lo arruinara todo causando un alboroto en la familia. Kevin y Connor habían pensado lo mismo, obviamente, cuando le habían jurado que lo mantendrían en secreto.

–Mirad las dos, pensad lo que queráis. Will y yo jamás funcionaríamos como pareja. Apenas nos soportamos como amigos y, si estuviera tan interesado en mí como las dos pensáis y fuéramos tan perfectos el uno para el otro, ¿no nos habría emparejado ese programa informático?

–No incluyó su nombre cuando pasó tu informe por el filtro –reveló Laila.

–¿Veis lo que quiero decir? No quiere tener nada que ver conmigo y eso lo demuestra. Vamos a dejar el tema, ¿de acuerdo? No quiero hablar ni de Will ni del hecho de que esa estúpida empresa que tiene sea un fraude.

Sus dos amigas la miraron consternadas.

–Estás siendo un poco dura –dijo Laila–. Que nuestras primeras citas no funcionaran no significa que las próximas no vayan a hacerlo.

–¿Vais a aceptar más citas? –preguntó Jess incrédula.

–¿Por qué no? –dijo Laila–. No ha cambiado nada sobre las razones por las que nos registramos, ¿verdad, Connie?

Connie asintió, aunque Jess pensó que parecía dudosa.

–Estoy dispuesta –dijo Connie con deslucido entusiasmo.

Laila centró su atención en Jess.

–Has pagado tu dinero. Ahora no puedes echarte atrás.

–Ya que no he recibido ni un e-mail ni una llamada, estoy pensando que debería exigir mi dinero. Es más, la próxima vez que vea a Will, pretendo decirle lo que pienso sobre todo este ridículo asunto de las citas online.

–Tienes que darle una oportunidad –insistió Laila–. Dale tiempo.

–¡Como si Will y tú formarais una buena pareja! O Connie y su contable. Vamos, chicas, admitid que esto es un error.

En lo que respecta a hacer de casamentero, Will es un aficionado.

–Pues yo no voy a tirar la toalla todavía –respondió Laila con decisión–. Y tampoco Connie, y Jess, tú prometiste que también te apuntabas. ¿Vas a echarte atrás después de habernos dado tu palabra?

–Vosotras dos podéis hacer lo que queráis, pero yo me quedo fuera.

–Una promesa es una promesa –persistió Laila.

Jess suspiró y cedió.

–De acuerdo, vale. Le daré un poco más de tiempo.

Pero a pesar del optimismo de Laila y de la renuencia de Connie, nadie iba a persuadir a Jess de que no era una pérdida de energía y de tiempo.

La cliente de Will, una mujer soltera que había perdido la esperanza de encontrar al hombre adecuado, llegó a su cita seguida por un hombre.

–Es Carl Mason –le dijo Kathy Pierson con los ojos brillantes de emoción–. Espero que no le importe, pero le he pedido que estuviera presente en nuestra consulta de hoy. Nos conocimos a través de Almuerzo junto a la bahía y vamos a casarnos.

Will vio el rubor de sus mejillas y la adoración en los ojos de Carl Mason y se dio cuenta de que eso era exactamente lo que había esperado al lanzar la empresa. Por desgracia, también sabía que Kathy tenía tendencia a precipitar las cosas sin pararse a pensarlas primero. ¿Y si era una de esas ocasiones? No podían haber tenido más que un puñado de citas. Estaba segurísimo de que los había emparejado hacía menos de dos semanas.

–Cuando algo está bien, está bien –le dijo Carl, obviamente captando la falta de entusiasmo de Will ante la noticia–. Sé que debe de parecerle que todo va muy deprisa, pero en cuanto conocí a Kathy, conectamos.

–Me alegro por los dos. De verdad que sí –les aseguró–. Pero el matrimonio es un gran paso. ¿No deberíais pasar un poco más de tiempo juntos antes de establecer esa clase de compromiso?

Kathy lo miró muy seria.

–Tengo cuarenta y seis años. He esperado toda mi vida para conocer a un hombre como Carl. Ya he perdido mi oportunidad de tener hijos, pero eso no significa que sea demasiado tarde para el amor. Es usted el que lleva diciéndomelo todos estos meses. Por fin lo he encontrado y no quiero esperar. No queremos esperar.

–Los dos estáis contándome lo bien que va todo, ¿no seguiría yendo bien dentro de unas semanas, o meses incluso? Así lo sabríais con seguridad.

–Y habríamos desperdiciado semanas o meses de nuestras vidas.

–No quedarán desperdiciadas –insistió Will–. No estoy sugiriendo que no podáis estar juntos durante todo ese tiempo, solo digo que no deis aún el salto al matrimonio. Os conoceréis el uno al otro, os aseguraréis de que sois tan compatibles como pensáis.

–No entiendo por qué no puede alegrarse por nosotros –dijo Kathy–. Quiero decir, somos prácticamente la pareja de anuncio de Almuerzo junto a la bahía. ¡Somos una historia con éxito! Debería estar alardeando por el hecho de que su programa informático haya hecho una pareja tan perfecta en lugar de intentar desmoralizarnos.

–No intento desmoralizaros –le aseguró Will–. Es más, si funciona, seré el primero en levantarme y proponer un brindis en vuestra boda. Es solo que me preocupa que estéis volcando demasiada fe en un programa de ordenador y que no confiéis en vuestro propio juicio. Lleva tiempo llegar a conocer a otra persona. El ordenador es una herramienta que puede acortar el proceso, pero no es infalible.

Kathy se levantó.

–Bueno, había esperado que viniera a la boda, pero ahora me parece una idea terrible. No quiero malas vibraciones que arruinen el día más feliz de mi vida. Vamos, Carl.

Carl la siguió hasta la puerta.

–Para ser sincera, creía que eso del programa informático era una locura, pero una vez que conocí a Kathy me convertí en un creyente. Esto saldrá bien, doctor. No tiene que preocuparse por nosotros.

Will agradeció el esfuerzo de reconfortarlo, pero los miró con una sensación de pavor en el estómago. La confidencialidad con los pacientes le impedía decirle a Carl que Kathy tenía una larga historia de entusiasmos que se desvanecían con demasiada rapidez. Una cosa era aficionarte por algo y dejarlo prácticamente de la noche a la mañana y otra muy distinta era hacer eso mismo con un marido.

Estaba intentando pensar si había algo que pudiera hacer para detener esa impulsiva boda que estaban planeando cuando sonó su móvil. Aliviado por la distracción, respondió al segundo tono.

–¿Will Lincoln? –preguntó vacilante una mujer.

–Sí.

–Tu nombre me apareció como pareja potencial de Almuerzo junto a la bahía. Estaba preguntándome si podrías quedar para almorzar algún día de esta semana. Probablemente debería haber esperado a que tú llamaras, pero temía que si esperaba, perdiera el valor de hacerlo. Nunca antes he hecho nada parecido.

Will contuvo un suspiro. ¿Cómo podía rechazarla? Era él el que había fundado la empresa en parte para poder conocer a gente y destrozaría su reputación que el dueño comenzara a rechazar parejas.

–Me encantaría almorzar contigo –dijo intentando inyectar una nota de entusiasmo en su voz–. ¿Qué te parece el viernes?

Charló un poco más y después colgó. Merry Landry tenía una voz dulce y, por la información que había obtenido del ordenador, parecía que compartían algunos intereses. Era una mujer formada, con su propio negocio y una gran familia, como las que él siempre había envidiado. Una familia como los O’Brien.

Claro que Merry tenía un gran inconveniente que la chica, obviamente, no podía remediar: ella no era Jess.

El viernes al mediodía, Jess recibió una llamada de Heather, la mujer de Connor. Heather tenía una tienda de colchas en Shore Road justo al lado de la galería de arte que su madre había abierto.

–¿Estás ocupada? –preguntó Heather.

–Es viernes, así que esperamos tenerlo lleno el fin de semana, aunque la mayoría de la gente no aparecerá hasta dentro de unas horas. ¿Por qué?

A Jess le pareció haber oído un susurro de fondo, pero podrían haber sido clientes hablando.

Al momento Heather dijo:

–Esperaba que pudiéramos quedar para comer algo rápido. Y Connor también. Te hemos echado de menos.

–¿Está Connor ahí?

–No –respondió Heather apresuradamente–. Acaba de irse para reservarnos una mesa en Panini Bistro. ¿Puedes ir?

–¿Tenéis noticias? –preguntó Jess suponiendo que tal vez Heather estaba embarazada. Ya tenían un hijo nacido antes de que se hubieran casado.

Heather se rio.

–Si dejas de hacer preguntas y vas allí, tendrás respuestas en menos tiempo.

Jess suspiró.

–Vale, dame diez minutos. Pide un panini de jamón y queso con lechuga y tomate para mí.

–Hecho –le prometió Heather.

Jess fue a hablar con Gail, se aseguró de que Ronnie estaba de nuevo trabajando en la cocina y se marchó. Tardó varios minutos en encontrar aparcamiento y otros pocos más en ir caminando hasta el restaurante. Inmediatamente vio a su hermano y a su mujer y, entonces, en otra mesa demasiado cerca como para ser una coincidencia, estaban Will y una atractiva rubia que parecía estar mirándolo con adoración.

Aunque desde la silla que Connor y Heather le habían dejado se podía ver perfectamente a Will y a su acompañante, Jess la agarró y la colocó entre los felices recién casados para estar de espaldas a él.

–Por favor, decidme que esta no es la razón por la que me habéis hecho venir –dijo casi sin aliento.

Connor la miró con inocencia.

–¿Estás hablando de Will? Creo que tiene una cita de esas de Almuerzo junto a la bahía. Una chica preciosa, ¿no te parece?

Jess enfureció.

–Me importa un bledo si es más guapa que Marilyn Monroe. ¿Por qué hacéis esto? ¿Para volverme loca?

Heather empezó a reírse y después se cubrió la boca, aunque no pudo ocultar la expresión de diversión de sus ojos.

–Entonces, ¿ver a Will con otra mujer te vuelve loca? –y aunque empleó un tono inocente, en su voz había demasiada diversión–. ¿Por qué?

Jess quería matarlos a los dos. De verdad que sí, pero no iba a darle a Will la satisfacción de presenciar cómo perdía los nervios en un sitio público. De modo que se plantó una sonrisa en los labios y miró a la camarera.

–¿Podrías prepararme lo mío para llevar, por favor?

Tengo que volver al trabajo.

–¡Jess! –protestó Heather consternada–. Por favor, quédate.

–Salir corriendo no es la respuesta –añadió Connor–. ¿No ves que es una tontería que los dos sigáis perdiendo el tiempo al negar vuestros sentimientos?

–El único sentimiento que tengo por Will ahora mismo es desprecio y, sinceramente, mis sentimientos hacia ti, querido hermano, no son mucho mejores –miró a Heather con seriedad–. ¿Por qué has participado en esto? Sé que ha sido idea de Connor.

Heather se sonrojó.

–Me parecía que era buena idea –admitió y añadió–. Connor tiene razón. Al menos deberías darle a Will una oportunidad.

Jess decidió que necesitaba señalar lo obvio.

–Will no parece querer una oportunidad. Está ahí mismo con otra persona. No voy a girarme para mirar, pero cuando he llegado parecía muy contento con ella. Y no hace tanto tiempo estaba aquí también con Laila.

Connor se quedó asombrado.

–¿Laila? ¿Will tuvo una cita con la hermana de Trace?

–Sí. Está claro que se lo está pasando muy bien. Ahora, ¿podéis dejar de meteros en mis asuntos? –agarró su comida cuando llegó la camarera y miró duramente a su hermano–. Gracias por el almuerzo, por cierto. Ha sido encantador.

Fue echando humo durante el camino de vuelta al hotel, entró en la cocina hecha una furia y echó su comida sobre una de las encimeras de acero inoxidable. Gail la miró y se giró hacia Ronnie.

–Pasa las llamadas al mostrador de recepción –le ordenó–. Y vete allí para atenderlas.

–Claro –dijo Ronnie de buena gana.

Jess lo miró.

–¿Has hipnotizado a ese chico?

–Es asombroso lo que puedes llegar a hacer cuando un tipo te ve con un cuchillo en la mano –dijo Gail con una carcajada–. No he tenido ni un solo problema con él.

Jess sacudió la cabeza.

–No estoy segura de que sea una estrategia que pudieran emplear muchos jefes, pero gracias.

–Bueno, dime por qué estás tan enfadada… y comparte ese panini conmigo. Huele de maravilla y me muero de hambre.

–¿Es necesario que diga que eres chef con una despensa entera y un congelador a tu disposición? –dijo Jess mientras ponía la mitad de su sándwich en un plato, añadía unas patatas fritas y se lo pasaba.

–Estoy demasiado ocupada para cocinar para mí. Mi jefe, es decir tú, ha insistido en que haga un montón de aperitivos para recibir a los huéspedes los viernes por la noche. Me ha ayudado Ronnie, pero ahora le has mandado a recepción, así que me quedo sola. Bueno, cuéntame qué ha pasado. Estoy segura de que tu intención era comer en el restaurante.

Jess le contó a Gail lo que se había encontrado al llegar allí.

–No sé en qué estaban pensando –dijo sobre su hermano y Heather.

–¿Que necesitas despertar antes de que sea demasiado tarde? –sugirió Gail.

–¿Por qué dice eso todo el mundo?

–Porque tú eres la única que parece no haberse dado cuenta de que Will es perfecto para ti.

–¿El hombre más detestable, exasperante y altivo de Chesapeake Shore es perfecto para mí? ¿Qué dice eso sobre mí?

–Ahora mismo dice que estás ciega y que eres una testaruda –respondió Gail con tono alegre y, pasándole un cuchillo, añadió–: Ahora corta esos champiñones o dile a Ronnie que vuelva aquí. Tengo trabajo que hacer.

Jess empezó a cortar y miró a Gail.

–Tengo que recordar que cuando se trata de compasión, está claro que no eres mi chica.

Gail se rio.

–Eso no entra en mis tareas, lo tengo clarísimo.

Por lo menos el esfuerzo de evitar cortarse los dedos hizo que Jess dejara de pensar demasiado en Will y en la preciosa rubia que había estado escuchando atentamente cada palabra que decía. Tendría tiempo de sobra para torturarse con esa imagen cuando estuviera sola en su cama esa noche.

E-Pack HQN Sherryl Woods 1

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