Читать книгу E-Pack HQN Sherryl Woods 1 - Sherryl Woods - Страница 11

Capítulo 9

Оглавление

Jess intentó fingir algo de entusiasmo ante los diseños de su padre el domingo por la tarde. Mick la miraba con curiosidad cuando ella asentía de vez en cuando y se limitaba a murmurar:

–Está bien…

–Bueno, pues ya está –dijo él perdiendo la paciencia–. He hecho esto para ti, Jess. ¿Es que ya no te interesa?

Jess enfureció ante la acusación, que le resultó muy familiar.

A su padre le había costado mucho aceptar el problema de su déficit de atención y en más de una ocasión después de que se lo hubieran diagnosticado le había sugerido que lo único que pasaba era que no estaba aplicándose en el colegio. Tras cuatro hijos que habían sido brillantes, Jess había resultado frustrante para él. Y esa misma frustración estaba volviendo a oírla hoy en la voz de su padre.

Antes de poder responderle con brusquedad, Abby, como siempre, medió para calmar las cosas.

–Claro que no. Los diseños son impresionantes, papá, y estoy segura de que a Jess le encantan.

Jess forzó una sonrisa.

–Sí, papá. Y te agradezco mucho todo el tiempo que has invertido en ellos.

–Entonces, ¿qué problema hay? –le preguntó no satisfecho del todo–. ¿Tu actitud tiene algo que ver con el hecho de que Will no haya venido hoy?

–Deja a Will fuera de esto –le ordenó Jess irritada–. La reforma del ático no tiene nada que ver con él. Es mi proyecto –se giró hacia Abby dispuesta a terminar la conversación sobre Will–. ¿Qué te parece el presupuesto? ¿Podemos afrontarlo?

–Si papá puede hacer la mayor parte del trabajo y puede ceñirse al presupuesto que nos ha dado, creo que podemos hacerlo.

Por fin, Jess demostró algo de entusiasmo. Hasta el momento, dejando a Will de lado, no había querido hacerse ilusiones. Desde que había estado a punto de tener que cerrar el hotel, Abby había controlado sus cuentas. Aunque le había resultado humillante tener que recurrir a su hermana para que le pagara las deudas, ahora al menos tenía su hotel gracias a ello. Desde entonces se había jurado que jamás volvería a tener problemas económicos, aunque eso supusiera tener muchas restricciones. Así que el hecho de que en esta ocasión, Abby le permitiera tener esos gastos estaba siendo un voto de confianza.

–¿En serio? ¿Puedo seguir adelante con esto?

Abby asintió con una sonrisa.

–Creo que los gastos están totalmente justificados. Hablaré con el padre de Trace en el banco para el tema de la financiación.

–Deja que hable con Laila –le suplicó Jess–. Necesito ocuparme de esta clase de cosas sola. Pero te prometo que no firmaré nada que tú no hayas visto antes.

–Me parece razonable. Si necesitas ayuda, avísame.

–Jess, deja que yo te financie esto y deja los bancos al margen –le dijo su padre–. La reforma no es tan cara. No quiero que vuelvas a poner en peligro el hotel.

–Te agradezco la oferta, papá, pero este es mi negocio.

–¿Y acaso yo he dicho que no lo sea? ¿Por qué tenemos que armar tanto follón por una cosa tan pequeña?

–Porque quiero que todo el mundo, especialmente Lawrence Riley del banco, vean que he convertido el hotel en un éxito. Yo, Jess O’Brien. No mi hermana. No mi padre.

El señor Riley estaba segurísimo de que no lo lograría y quiero restregarle por la cara que lo he hecho.

–Eso sí que lo entiendo. Pero no seas demasiado orgullosa para pedirme ayuda si lo necesitas, ¿entendido?

Jess abrazó a su padre.

–Gracias, papá. Y gracias a ti también, Abby. Si no hubieras tenido fe en mí después de que lo echara todo a perder hace unos años, el hotel no existiría y, mucho menos, sería un negocio fructífero.

–Todo fue gracias a ti –le recordó Abby–. Yo solo te ayudé con las facturas.

Jess pensó en la promesa que le había hecho a Ronnie.

–Hablando de eso, tengo que hablar contigo sobre añadirle algo al presupuesto –le habló del entusiasmo de Ronnie por ser cocinero y la convicción de Gail de que tenía talento, y para su sorpresa su padre fue el primero en decir algo.

–Sabía que conseguirías que ese jovencito fuera por el buen camino. Abby, seguro que hay algún modo de ayudar al chico. Su padre es un idiota por no animarlo a hacer lo que quiere hacer en la vida y creo que voy a decírselo.

Jess se rio.

–Papá, dudo que vayas a conseguir mucho gritándole al padre de Ronnie –miró a Abby suplicante–. ¿Podemos sacar unos cientos de dólares al trimestre para ayudarle a costearse el curso?

–¿Ha accedido a quedarse en el hotel cuando termine el curso? –preguntó Abby.

–Totalmente. Seguro que hasta lo pondrá por escrito si queremos –le aseguró Jess.

–Pues supongo que sería una buena inversión en el futuro del hotel. Deja que haga números y te dé una respuesta.

Encantada por Ronnie y totalmente entusiasmada con el proyecto de reforma ahora que le habían dado luz verde, Jess miró a su padre.

–¿Cuándo podemos empezar?

–¿Qué te parece la semana que viene?

Jess agradecía tanta premura, pero sacudió la cabeza.

–Primero tengo que hablar con el banco.

–Pues entonces en cuanto tengas eso solucionado. Pero tengo que recordarte que tardaré más de lo habitual porque también tengo que supervisar el trabajo de Hábitat para la Humanidad, aunque lo haremos, Jess. Será todo lo que tú quieras que sea. ¿Quieres ver los planos de la casa?

Ella negó con la cabeza porque en su mente esos planos estaban vinculados a Will, algo ridículo, pero ahí estaba.

–Guárdamelos, ¿vale? Algún día de estos los necesitaré.

Mick asintió y, por una vez, no insistió en el tema.

–Cuando estés lista para echarles un vistazo, no tienes más que decírmelo.

–Creo que volveré al hotel para terminar de limpiar lo que queda del ático –incluso una tarea tan tediosa como esa ahora le resultaba mucho más atrayente porque sabía que después vendría la reforma con la que tanto había soñado.

–¿Necesitas ayuda? –le preguntó Mick.

–No, no hace falta. Gracias, papá –respondió abrazándolo.

–De nada, mi niña. De nada.

Jess intentó salir de la casa sin toparse con nadie más de la familia, pero justo fuera se encontró con su abuela que se dirigía a su casa.

–La comida ha estado genial, abuela. Sé que has hecho la sopa de patata. Nadie la hace como tú y ha venido perfecta para un día frío como el de hoy.

La abuela la miró fijamente.

–Entonces, ¿por qué has comido tan poco?

–Sí que he comido. Estaba deliciosa.

–Puede que le cueles ese cuento a cualquier otro, jovencita, pero no a mí. Tengo ojos en la cara, ¿no? Ahora, dime, ¿por qué estabas tan triste antes?

Hacía años que Jess se había enterado de que cuando su abuela se había hecho cargo de su casa después de que Megan los abandonara, no había podido ocultarle muchas cosas.

Su abuela había comprendido su dolor ante la marcha de su madre y, lo más importante, había podido convencerla de que la marcha de su madre no había sido culpa suya.

Durante aquellos primeros terribles meses sin su madre, Abby había intentado todo lo posible por ayudarla, pero había sido la abuela la que le había ofrecido más consuelo y apoyo.

Además, sabía que su abuela no le contaría sus confidencias al resto de la familia.

–Estoy pensando que tal vez he cometido un error con respecto a Will.

–¿En qué sentido?

–Ya sabes en qué sentido. Tú eres de los que piensan que entre los dos hay algo.

–No importa lo que yo piense. Entonces, ¿estás diciendo que te has dado cuenta de que podrías sentir algo por él?

Jess asintió.

–Pero creo que es demasiado tarde.

–¿Es que se ha casado con otra?

–Claro que no.

–Pues no es demasiado tarde. Solo tienes que volcarte en cambiar las cosas.

–¿Y si no funciona? He perdido a mucha gente a lo largo de los años. Mamá se marchó. Papá estuvo lejos la mayor parte de mi infancia, o al menos así lo sentí yo. Abby, Bree, Kevin y Connor… todos se marcharon.

–Y todos han vuelto ahora –le recordó su abuela–. Nunca los perdiste, cielo.

–Pero me sentía como si fuera así. Si me arriesgo con Will y no funciona…

Su abuela sonrió.

–¿Y si funciona tal y como esperas? Creo que eso es lo que puede pasar con mayor probabilidad.

–¿De verdad crees que Will y yo estamos hechos el uno para el otro?

–Si estás buscando garantías, cariño, no puedo dártelas. El amor tiene riesgos, y la vida también –le apretó la mano–. Pero si tuviera que apostar…

–Y todos sabemos que lo harás… –bromeó Jess–. Tus partidas de bingo son una leyenda familiar.

–Si tuviera que apostar, diría que los dos tenéis más posibilidades que la mayoría.

–¿Por qué?

–Porque he visto cómo te mira ese hombre. Lleva loco por ti desde el instituto, o incluso desde antes, y nunca se ha alejado de ti. Siempre olvida su ego maltratado y vuelve a tu lado.

–No esta vez. Es por mi culpa por lo que no ha venido a comer hoy.

–Pues entonces tal vez deberías disculparte por lo que sea que hayas hecho mal.

–Es que no he hecho nada mal. Solo le he dicho cómo me sentía.

–¿Y has pensado tú en lo que siente él?

–No. Solo intentaba dejarle las cosas claras. Fue una estupidez. Habíamos asaltado la nevera del hotel, habíamos salido a cenar fuera y estábamos viendo la puesta de sol. Apenas habíamos dado el primer sorbo de vino y lo único que le dije fue que no estábamos teniendo una cita.

–Y de inmediato él se vio en la misma situación en la que están Susie y Mack.

Jess miró asombrada a su abuela.

–¿Cómo puedes verlo con tanta claridad cuando a mí ni siquiera se me ha ocurrido?

–No importa cómo lo vea yo. ¿Es así como lo ha visto Will?

–Por desgracia, sí.

–¿Y puedes culparlo por haberse ido? Te juro que no sé lo que les pasa por la cabeza a tu prima Susie y a Mack, pero sí que puedo entender por qué otro hombre no querría verse en esa misma situación. A veces me gustaría espabilar a esos dos para que reaccionaran.

Jess se rio.

–Creo que a todos nos gustaría.

–Pues, hagas lo que hagas, no hagas lo que han hecho ellos. Si quieres a Will, ve a por él. Creo que es hora de que actúes. Estoy segura de que si te arriesgas, verás que Will no se niega. Recuerda que la vida es corta. Puede que ya pase de los ochenta y que haya tenido una vida plena, pero no hay garantías de que los demás vayáis a tener una vida tan buena como he tenido yo. No dejes que el amor se te escape solo porque estés asustada.

Habían llegado a la casita de su abuela con sus rosas en la valla y el pequeño estanque para los pájaros en el centro de un jardín de flores. La bonita casa parecía sacada de un cuento. Por lo menos, así era lo que siempre le había parecido a Jess. A veces se había preguntado cómo su abuela había soportado no estar en ella cuando se había mudado a su casa para ocuparse de todos ellos de pequeños.

–Gracias, abuela –dijo abrazándola y notando lo frágil que era. Tenía tanta fuerza interior y tanto carácter que a veces uno podía olvidar que ya no era joven–. Pensaré en lo que me has dicho. Siempre me dejas las cosas mucho más claras.

–Eso es porque he vivido más tiempo. Incluso con mis cataratas, aún hay muchas cosas que puedo ver. Te quiero, cielo.

–Yo también te quiero –respondió y esperó a verla entrar en casa antes de ponerse en marcha hacia el hotel y pensar en todo lo que habían hablado.

Tal vez su abuela tenía razón. Tal vez todas sus inseguridades al final no importaban y haberlo intentado y perder podría ser mejor que no haberse arriesgado nunca por encontrar el amor.

Connie había ido al vivero el domingo por la tarde después de que Jake la hubiera llamado para que la ayudara a cargar un pedido de plantas para un trabajo de paisajismo que se había pospuesto ya en dos ocasiones por la lluvia.

–No entiendo por qué no has llamado a uno de los chicos para que te ayude –dijo ella refunfuñando mientras llevaba plantas del invernadero al camión. La respuesta, claro está, era que su hermano sabía que a ella no tendría que pagarle…

Jake esbozó esa sonrisa con la que siempre se había ganado a las mujeres del pueblo y que había funcionado con Bree, pero que ya había perdido eficacia con ella.

–Porque quería comprobar por mí mismo que no te quedabas en casa sola y aburrida mientras Jenny está en la universidad –respondió sorprendiéndola–. No sé por qué no has querido venir a comer hoy a casa de los O’Brien. Me preocupas.

–Solo quería tener un día para mí sola –dijo negándose a admitir que le había dado miedo que apareciera Thomas y que ella no hubiera podido ocultar lo que sentía por él.

–Thomas ha preguntado por ti.

A Connie se le aceleró el pulso.

–¿En serio? ¿Estaba allí?

Jake se detuvo frente a ella y la miró a los ojos.

–Me ha dado la sensación de que se ha quedado decepcionado al no verte. ¿Por qué?

–No seas tonto –le contestó rezando para que el calor que estaba sintiendo no estuviera tiñendo sus mejillas–. Nos hemos visto mucho por el trabajo como voluntaria que desempeño para su fundación y seguro que quería preguntarme algo.

Jake no parecía muy convencido, pero no insistió más, por suerte. Justo en ese momento sonó el teléfono de ella.

–Tengo que contestar, podría ser Jenny.

Pero no lo era.

–Connie, soy Thomas.

Para su sorpresa, él parecía encantadoramente nervioso.

–Hola –respondió en voz baja y apartándose para tener algo de intimidad–. He oído que has venido a comer con tu familia.

–Sí, y esperaba verte allí.

–¿Necesitabas algo? ¿Querías que revisáramos los planes para el evento del sábado?

Él se rio.

–No, estoy seguro de que Shanna y tú lo tenéis todo bajo control. Además, Shanna ha ido a comer con Kevin, así que si hubiera tenido alguna pregunta, seguro que ella podría habérmelas respondido.

–Oh, claro.

–¿Qué haces? ¿Estás ocupada? ¿Te apetece tomar una taza de café o algo antes de que me vaya a Annapolis?

Connie miró sus pringosas manos, su ropa sucia y las viejas deportivas que se había puesto cuando había llamado su hermano. Apenas se había peinado y ni se había dado un toque de maquillaje. Si Thomas la veía ahora, lo aterrorizaría.

–Oh, Thomas, estoy hecha un desastre. Estoy aquí en el vivero ayudando a Jake a cargar unas plantas.

–¿Cuánto te queda para terminar? –le preguntó nada intimidado por la imagen que ella le había pintado de su estado físico.

–Unos quince o veinte minutos por lo menos.

–Pues entonces un par de manos más hará que acabéis mucho antes –dijo decidido–. Hasta ahora.

Colgó antes de que ella pudiera protestar. No estaba segura de qué era peor, si que Thomas la viera con ese aspecto o si dejar que su hermano viera cómo babeaba por ese hombre.

Se pasó un minuto debatiendo si entrar en la oficina, asearse y ponerse la ropa que guardaba allí para las ocasiones en las que trabajaba en el vivero en lugar de en la oficina.

Por desgracia, si recibía a Thomas con una ropa más limpia que la patena, él vería que se había cambiado por él y sobraba decir lo que pensaría Jake. Por eso decidió que se quedaría como estaba y que Thomas tendría que aguantarse. Así era ella… al menos en algunas ocasiones.

–¿Quién era? –le preguntó Jake al pasar por delante cargando con dos plantas.

–Thomas –respondió intentando calmar el tono de su voz–. Viene hacia aquí.

Jake dejó las plantas en la camioneta y fue hacia su hermana.

–¿Me quieres decir para qué viene?

–Para echarnos una mano.

–¿En serio? Casi hemos terminado. ¿Lo has invitado a venir?

–No. Solo le he dicho lo que estaba haciendo y se ha ofrecido a ayudar. No es para tanto.

Y cuando el coche de Thomas apareció y entró al aparcamiento, Jake dijo:

–Me estoy perdiendo algo, ¿verdad?

–Nada. Deja de sospechar tanto y se agradecido por la ayuda que nos va a prestar. Hasta podría ayudarte a llevar las plantas al jardín si se lo pidieras.

–Ya he quedado con Will y Mack, que han prometido ayudarme, aunque eres muy generosa por ofrecerme los servicios de Thomas. ¿Lo haces porque te pone nerviosa estar a su lado?

–No digas tonterías –dijo, girándose para que su hermano no viera cómo se había sonrojado–. Y por favor, calla, antes de avergonzarme delante de él.

Cuando Thomas salió del coche, llevaba unos pantalones cortos y una camiseta, un atuendo mucho más deportivo del que habría llevado cualquier domingo para comer. La camiseta resaltaba sus amplios hombros y sus musculosos brazos. Su bronceado y su corpulencia eran la típica de un hombre que trabajaba al aire libre más que en un gimnasio.

Aunque miró a Connie con una sonrisa, se centró en su hermano.

–Jake, dime qué necesitas cargar.

–Te lo enseño –respondió Connie–. Solo esto. Ya te he dicho que casi habíamos terminado.

–Entonces así tendremos tiempo para un café –respondió él levantando los grandes contenedores como si no pesaran nada.

En cuanto la camioneta estuvo cargada, le preguntó a Jake si necesitaba ayuda para descargarla en el lugar del trabajo.

–No, pero gracias por la ayuda.

–De nada.

–Deberías irte –le dijo Connie a su hermano–. Solo te quedan unas pocas horas de luz para empezar. Ya sabes que al señor Carlson le dará un ataque si no ve algún avance hoy después de todo lo que lleva esperando por las lluvias.

–Es verdad –dijo Jake, que seguía reacio a marcharse.

Cuando por fin se marchó, Thomas se giró hacia ella.

–Bueno, ha ido bien, ¿no crees?

Connie se rio a pesar de su nerviosismo.

–¿En qué universo? Mi hermano cree que hay algo entre los dos y no se va a quedar a gusto hasta que descubra lo que es.

–¿Y hay algo entre los dos? ¿O soy yo el único que siente algo?

Ella quería negarlo, darse más tiempo antes de explorar esos sentimientos que la invadían cada vez que estaba cerca de él. Respiró hondo y dijo:

–No eres el único, pero tienes que admitir que da un poco de miedo. ¿O solo me da miedo a mí porque hace años que no salgo con nadie?

–No, sí que da miedo –respondió él con sinceridad–. Porque conozco mejor que tú los peligros de estropear las cosas. La ira de toda la familia recaería sobre mi cabeza.

–¿No sobre la mía? –preguntó ella con una sonrisa.

–Soy mayor, soy un hombre, y todo el mundo sabe que soy un riesgo terrible. La culpa sería toda mía, sin duda.

–¿Si va a ser tan terrible, estás seguro de querer arriesgarte? Mírame. Sin maquillaje, sucia de pies a cabeza y vestida como un chicazo. ¿Merece la pena?

Como respuesta, Thomas se acercó y la besó. No fue el beso de dos personas locas de amor, no fue el preludio a una sesión de sexo desenfrenado, pero sí fue un beso delicado, tímido, el beso de un hombre intentando demostrar que sus sentimientos eran reales, un hombre esperando más.

Cuando dio un paso atrás, había una sonrisa en sus labios y en sus ojos.

–Vamos a tomar ese café, ¿de acuerdo?

–Al menos tendrás que darme quince minutos para asearme un poco. Me niego a que me vean así en público. Me reuniré contigo en Sally’s o donde quieras.

–¿No saldrás huyendo?

–Puede que me estén temblando las rodillas y que esté dudando un poco, pero no soy una cobarde. Allí estaré –le prometió.

–Bien, pero no tardes mucho, ¿vale? Creo que estás genial tal cual estás.

–¿Es que estás quedándote ciego?

Él se rio.

–No. Te juro que hacía años que no lo veía todo tan claro.

Una vez se hubo ido, Connie volvió corriendo a casa en lugar de entrar a la oficina a cambiarse. Tardó algo más de los quince minutos que había prometido, pero a juzgar por cómo se le iluminaron los ojos a Thomas cuando entró en Sally’s, el rato de más había merecido la pena.

–Tienes el café frío, te pediré otra taza.

Connie dudó que hubiera podido notarlo incluso aunque hubiera estado helado porque de pronto le parecía que dentro del local hacía demasiado calor. Intentó recordar una única cita en sus cuarenta y tantos años que la hubiera puesto tan nerviosa… Tal vez la primera que había tenido con Sam, aunque lo dudaba.

Thomas estaba mirándola fijamente. Se acercó y le dijo:

–Sé que cenamos hace unas semanas, pero para mí esto es más como una primera cita. Creo que estoy más nervioso que cuando le pedí a Mindy Jefferson que viniera al baile conmigo en octavo curso.

Connie respiró aliviada.

–Gracias a Dios. Creía que era solo yo.

–Pero será cada vez más fácil.

–¿Eso crees?

–Solo tendremos que practicar hasta que lo sea.

–Me gusta tu forma de pensar, Thomas O’Brien.

Él le agarró la mano por encima de la mesa.

–Lo mismo digo, Connie Collins.

A Connie le resultaron muy reconfortantes la calidez y la rugosa textura de su mano, su fuerza. Una fuerza y un consuelo que había echado en falta durante su vida con Sam, un hombre tan egoísta que se había marchado porque había odiado compartirla con su propia hija.

–Háblame de tu ex marido. ¿Qué pasó?

–No merece la pena hablar de él.

–¿Sigue por aquí?

–No, se mudó poco después del divorcio. Jenny y él apenas tienen relación. Mi hermano ha sido más padre para ella que Sam.

–Lo siento.

–Yo también. Supongo que debería haberle prestado más atención cuando me decía que no quería tener hijos, pero supuse que lo decía solo porque tenía miedo.

–Supongo que la mayoría de la gente tiene miedo antes de dar ese paso.

–¿A ti te daría miedo?

Thomas pareció asombrado por la pregunta.

–Antes pensaba en tener hijos al ver a mis hermanos con sus familias, pero cuando me divorcié me alegré de que no hubiera niños que tuvieran que sufrirlo también. Vi lo terrible que fue para los hijos de Mick cuando Megan se marchó.

–Jenny era demasiado pequeña cuando Sam se marchó como para verse afectada, pero sé que a lo largo de estos años ha tenido preguntas y se ha sentido resentida hacia mí por haber permitido que su padre se marchara.

–¿Alguna vez le has dicho la clase de hombre que era?

Connie sonrió.

–Claro que no. Por si existiera la posibilidad de que volviera a su vida, nunca he querido que lo odie.

–Es una actitud muy generosa por tu parte dadas las circunstancias –le dijo con calidez en la mirada–. Y demuestra la mujer tan increíble que eres.

Connie se sonrojó.

–No soy increíble.

–Ey, soy yo el que tiene que juzgar eso. Tienes que aprender a recibir cumplidos.

–Normalmente los cumplidos que recibo son de clientes en el vivero sobre la voz tan agradable que tengo por teléfono o lo mucho que los he ayudado.

–Tengo que decirte que acabas de hacerme un dibujo muy oscuro del nivel de inteligencia de los hombres de Chesapeake Shores.

Ella se rio.

–Creo que es mejor dejar esa discusión para otro momento.

Thomas se rio con ella.

–Odio hacerlo, pero debería volver a Annapolis. ¿Nos vemos la semana que viene en el festival del otoño?

–Claro.

Fueron hasta el coche de ella y Thomas le abrió la puerta.

–Ha sido una buena primera cita.

–Sí que lo ha sido.

Él le guiñó un ojo.

–La próxima será aún mejor.

El gesto de guiñarle el ojo tuvo en ella un efecto mucho más poderoso que el beso, tanto que pensó que si esa atracción se hacía más intensa, acabaría echándose a sus brazos y montando una escena de la que se hablaría en Chesapeake Shores durante años. Se preguntó qué pensaría su hija, que la consideraba una mojigata estirada.

E-Pack HQN Sherryl Woods 1

Подняться наверх