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Capítulo 17
ОглавлениеWill no sabía por qué le había sorprendido tanto la reticencia de Jess para ir a Sally’s. Aunque ella había iniciado lo que había sucedido entre ellos la noche antes, era evidente que aún tenía reservas sobre verlos como pareja. Debería haber dormido en el sofá; no quería una noche increíble a su lado en su cama, quería todo un futuro. Se lo había dejado bien claro, y aun así, ella no parecía asumirlo.
–Se te ve desolado –dijo Connor cuando se sentó frente a él–. ¿Problemas?
–Nada sobre lo que quiera hablar –de toda la gente que podía presentarse allí esa mañana, ¿por qué tenía que ser el hermano de Jess? No pensaba hablar del tema con Connor.
–¿Qué ha hecho mi hermana ahora?
–¿Quién ha dicho que tenga algo que ver con tu hermana?
–Según la abuela, Jess fue a tu casa anoche para darte una sorpresa con la cena. Llevo toda la noche llamándola para ver si había llegado bien a casa, pero no me ha contestado, así que supongo que se quedó a dormir contigo.
–¿Es que en este pueblo no se pueden tener secretos? –no le extrañaba que Jess no hubiera querido ir con él esa mañana y darle al pueblo más cotilleos de los que hablar.
Connor se rio.
–En mi familia, no, eso seguro. ¿Habéis discutido? –le preguntó ahora más serio y atento.
–No.
–No me digas que anoche fue un desastre. Ya me entiendes…
–Te entiendo –dijo Will indignado–, y no fue un desastre. Ni mucho menos. Y es lo último que voy a comentar sobre el tema.
–Me parece bien. No estoy tan ansioso por conocer la vida sexual de mi hermana, si quieres que te diga la verdad.
–Entonces, ¿por qué preguntas?
Connor se encogió de hombros.
–Sentía que tenía que hacerlo. Así que si todo va bien en ese apartado, ¿por qué tienes cara de haber perdido a tu mejor amiga?
Will estaba perdiendo la paciencia y la conversación estaba resultándole totalmente incómoda.
–¿Podemos dejarlo, por favor?
Pero su súplica cayó en oídos sordos.
–Deja que adivine… Los dos pasasteis la noche juntos y Jess salió corriendo esta mañana.
Will evitó mirarlo.
–De verdad que no quiero hablar de esto contigo, Connor. ¿Cómo tengo que decirlo para que lo entiendas?
–¿Con quién mejor que conmigo para hablar de ello? Nadie comprende a Jess como yo. Ella es así, colega. Mete un dedo en la piscina y sale corriendo antes de arriesgarse a ahogarse.
–Bonita metáfora. ¿Y alguna idea sobre cómo puedo solucionar eso?
–Se paciente con ella. Sigue viéndola. Deja que sepa que no vas a ir a ninguna parte. Tendrás que seguir haciéndolo hasta que te crea, pero será un hueso duro de roer.
–Sí, está obsesionada con eso de que la gente se vaya y la abandone, pero lo entiendo. Sin embargo, no estoy seguro de que haya tiempo suficiente o paciencia para convencerla de que no voy a abandonarla.
–Espero que te equivoques con eso. Quiero que Jess sea feliz, pero eres mi amigo y quiero que tú también seas feliz. Admitiré que fui un escéptico cuando supe que te gustaba, aunque supongo que si hay alguien que puede tratar con Jess, ese eres tú. Tienes mucha más perspicacia de la que el resto de los hombres mortales podemos imaginar.
–Ojalá me dejara acercarme –dijo dejando ver su desaliento–. No sé, Connor, pero tal vez no sé cómo actuar con ella, después de todo.
–Si vas a rendirte después de solo una noche…
–No ha sido solo una noche. Llevo años enamorado de ella.
–Pero te has acostado con ella anoche por primera vez, si no me equivoco. Vamos, tienes que saber que esto solo está empezando y solo terminará si te alejas.
Will suspiró.
–Y si lo hago, solo estaré dándole la razón a ella.
–Eso creo yo. Mándale flores.
–Ya lo he hecho –y le había supuesto una noche con Jess en su cama–. Pero entiendo lo que me dices.
–Entonces, ¿vas a seguir con esto?
Will sonrió, resignado.
–Claro. Tu trabajo aquí ha terminado.
Connor se rio.
–¿Qué clase de tarifa estableces para esta clase de asesoramiento? ¿Debería enviarte una factura?
–Te invito a desayunar. Si el consejo funciona, puede que incluso acabe invitándote a champán.
–Me conformo.
Cuando se hubo ido, Will miró el reloj. Tenía menos de una hora antes de recibir al primer paciente del día. Era suficiente para ir a Ethel’s Emporium. A la mayoría de las mujeres se las podía cautivar con los mejores bombones, pero sabía que a Jess lo que le gustaba eran los caramelos antiguos, los que le habían negado de niña por temor a que contribuyera a su hiperactividad. Como resultado, los había deseado aún más y se había escapado a Ethel’s cada vez que le habían dado la paga.
Eligió un colorido cubo de playa de metal y le pidió a Ethel que lo rellenara con una variedad de caramelos, que le pusiera un gran lazo y que se lo entregara en el hotel, si era posible. Ethel enarcó las cejas.
–¿Jess y tú?
Will asintió.
–Jess y yo.
–Bien, lo haré.
–No se lo cuentes a nadie, ¿de acuerdo?
–¿El mejor cotilleo que tengo en semanas y me pides que no lo cuente?
–Sí.
–Bueno, tratándose de ti, lo haré. ¿Quieres que le ponga una nota?
Will sacó una tarjeta y garabateó algo por detrás.
–Esta vez nada de poemas cursis, solo amor.
Por supuesto, Ethel la leyó y se rio.
–Funcionará.
–Me alegra mucho que me des tu aprobación –dijo él secamente.
–Alguien tiene que daros la bendición. Seguro que habrá muchos que estén dudando sobre vuestra relación.
Will suspiró. Sí que los había, incluyendo a la mujer en cuestión.
Jess estaba sentada en la cocina del hotel con una taza de descafeinado delante junto con una porción de queso danés que había logrado hacer migajas. Aún seguía enfadada consigo misma por haber dejado así a Will; había estado a punto de presentarse en Sally’s, pero en el último momento había visto el coche de Connor aparcado en la calle y se había acobardado. Desde entonces, no había parado de reprenderse por su cobardía.
Gail entró, se quitó el abrigo y lo colgó en la percha.
–¿Qué te pasa?
–Nada.
Gail se sirvió una taza de café e hizo una mueca de disgusto al dar un sorbo.
–Si vas a hacer café en mi cocina, ¿podrías intentar no echarlo a perder? ¿Y si un huésped lo prueba?
–Aún no hay ninguno levantado –señaló la gran cafetera que utilizaban para los clientes–. Tu juguetito está intacto, así que, úsalo. Y si tanto odias mi café, no lo bebas.
–Estoy falta de cafeína y me he arriesgado pensando que podrías haberte despistado y haber hecho café de verdad.
Aunque ya estaba preparándolo todo para el menú del desayuno y no dejaba de moverse por la cocina, miraba continuamente en dirección a Jess. Al rato, con la máquina de café despidiendo un delicioso aroma, una montaña de huevos listos junto al fuego, y beicon y salchichas en la parrilla, se preparó una segunda taza de café y se sentó delante de Jess.
–De acuerdo, van a abordarme con un montón de desayunos de un momento a otro, así que date prisa. ¿Qué pasó entre Will y tú anoche para que tengas esa cara? ¿Te tuviste que ir de su casa sin que te diera lo que habías ido a buscar?
–Qué bien sabes elegir las palabras, es encantador.
–Me gusta ir al grano, es una de las cualidades que aprecias en mí –dijo Gail con una sonrisa.
–Esta mañana no tanto.
–Estás perdiendo tiempo, preciosa. El beicon está crepitando. Tengo que volver ahí, así que habla.
–De acuerdo. Lo de anoche fue genial, pero esta mañana lo he estropeado todo.
–¿Cómo?
–No yendo con Will a Sally’s.
Gail se rio.
–¿Y quién podría culparte?
–Seguro que Will sí. Parecía muy decepcionado conmigo, Gail, y me he sentido fatal. Prácticamente le he dicho que me avergonzaba demasiado de nuestra relación como para dejar que nadie se enterara de ella. ¿Y sabes lo que es peor? Que he ido hasta allí con la intención de entrar y arreglar las cosas, pero me he asustado porque he visto el coche de mi hermano.
En esa ocasión, Gail no se rio ni sonrió.
–Tengo que preguntarte esto: ¿De verdad te preocupa tanto lo que la gente, o más específicamente tu familia, piense? ¿O es algo que haces siempre? ¿Empiezas a salir con alguien, te asustas cuando las emociones son demasiadas, y después te inventas una excusa para poder salir corriendo o para invitar a la otra persona a abandonarte?
Jess odió la recreación que hizo de la situación, pero tuvo que admitir que Gail había dado en el clavo. ¿Era eso lo que había hecho esa mañana? ¿Había evitado intencionadamente ir a Sally’s sabiendo que heriría los sentimientos de Will y, por lo tanto, que estaría retándolo a abandonar la relación?
Gimió y hundió la cara en las manos.
–Soy un desastre con estas cosas. Parece que tengo quince años en lugar de treinta, es patético.
–Sí que lo es –dijo Gail con delicadeza–. Tal vez esta vez hayas empezado a pensar seriamente en hacer un cambio.
–Es irónico que la persona mejor cualificada para decirme cómo hacerlo sea Will. ¿No sería el colmo? «Ey, Will, ¿puedes ayudarme a encontrar un modo de dejar de estropear mi vida?».
Gail no se rio.
–Sé que estás de broma, pero tal vez no sea una idea tan terrible.
–No pienso acudir a Will para que me asesore. ¿No crees que sería poco ético que después saliera conmigo?
–Es interesante que perder a Will como cita sea lo primero que se te haya ocurrido, pero tienes que hacer algo antes de seguir cometiendo el mismo error una y otra vez.
–Sé que tienes razón, de verdad que sí.
Justo en ese momento, Ronnie asomó la cabeza.
–¿Ha terminado la charla de chicas? Hay gente en el comedor esperando el desayuno.
Gail miró a Jess.
–¿Estarás bien?
–Claro –respondió inyectando un tono alegre en su voz–. Estaré bien.
Ronnie entró.
–Esto ha llegado hace unos minutos. Puede que la anime –dijo sacando el cubo de caramelos.
Ella comenzó a sonreír antes de mirar la tarjeta. Solo una persona podía haber elegido un regalo tan perfecto para ella.
–¿Will? –preguntó Gail.
Jess asintió y se rio al leer la tarjeta.
–Parece que esta mañana no lo has estropeado todo tanto, después de todo –comentó Gail–. Las segundas oportunidades no se tienen todos los días, preciosa. Aprovéchala.
Y eso era exactamente lo que pretendía hacer, por muy difícil que le resultara.
Thomas había logrado superar veinticuatro horas enteras sin hablar con Connie, pero tenía que admitir que no le había gustado. Lo había convertido en una especie de prueba para él, para ver si sus sentimientos hacia ella se enfriarían al poner un poco de distancia entre los dos. Sin embargo, había sido un ejercicio en vano porque no había podido dejar de pensar en ella.
No sabía por qué lo atraía tanto, no se parecía a ninguna de sus esposas. Era una madre soltera fuerte e independiente que se alejaba mucho de las sofisticadas mujeres con las que había tenido relaciones en el pasado.
Aunque no había tenido hijos, sí que había sido un gran observador de las familias de sus hermanos y sabía el trabajo que suponía ser un padre fuerte y luchador, aunque nunca lo hubiera experimentado por sí mismo. Admiraba la dedicación de Connie y cómo había criado a su hija sola. Por supuesto, había tenido a Jake a su lado, pero no había duda de que ella era la única responsable de la estupenda jovencita en que se había convertido Jenny.
Connie era una madraza y su casa así lo atestiguaba. Era la casa en la que ella había crecido y estaba llena de toques cálidos que la convertían en un verdadero hogar. Probablemente nunca había pedido comida para llevar, al menos no más allá de una pizza. Era algo que se preguntaba, ya que el otro día le había costado mucho encontrar el número de teléfono de la pizzería en Chesapeake Shores. Él, por ejemplo, tenía el número de la más cercana a su casa grabado en el teléfono.
–Odio interrumpir tu ensoñación –le dijo su secretaria cuando entró en su despacho–, pero tu hermano está aquí. ¿Le digo que pase? Tienes media hora antes de tu próxima cita.
–¿Mick está aquí? –preguntó sorprendido.
–Ha dicho que tenía algo importante que hablar contigo.
–Pues dile que pase –contestó Thomas recostándose en su silla. Mick solo había ido a verlo al despacho en una ocasión, para pedirle consejo sobre Megan, y eso ya le había sorprendido bastante. Estaba deseando oír lo que su hermano tenía que decirle ahora.
Mick entró con el ceño fruncido y Thomas se incorporó.
–¿Hay algún problema? ¿Está bien mamá?
–Mamá está genial, aunque creo que quiere que me dé a la bebida, porque no deja de hacer comentarios sobre echarse novio.
–¿Mamá quiere salir con alguien?
–Eso dice. Sinceramente, creo que lo hace para que me suba la tensión.
–Seguro que le vendría bien –dijo Thomas pensativo una vez superó el impacto inicial–. Estaba acostumbrada a que sus días se vieran ocupados con tu familia, y seguro que ahora se aburre mucho.
–No he venido aquí para hablar de mamá y sus citas, tengo algo que decirte sobre las tuyas.
–Ve con cuidado, hermano. Estás entrando en territorio peligroso. Mi vida social no es de tu incumbencia.
–Lo es cuando he oído que estás a punto de quedar como un idiota con una chica que es lo suficientemente joven como para ser tu hija, una chica que es parte de la familia.
Thomas suspiró.
–Así que te has enterado de lo que tengo con Connie.
–Sí. ¿Qué tienes que decir al respecto?
–No pienso defenderme ante ti, si eso es lo que esperas. Connie no es tan joven como para poder haber sido mi hija, ni siquiera aunque hubiera sido un chico precoz. Y es lo suficientemente mayor como para saber lo que quiere. Los dos nos hemos metido en esto con los ojos bien abiertos.
–¿Esto? ¿Qué es «esto» exactamente?
–Una relación.
–Entonces es verdad. ¿Estáis teniendo un romance? –preguntó incrédulo–. ¿En qué demonios estás pensando?
–En que me hace feliz. Y, gracias a Dios, parece que yo también la hago feliz a ella.
–¿Y qué pasa con Jake? ¿Cómo le sentará que estés aprovechándote de su hermana mayor?
–Nadie se está aprovechando de nadie. Eso puedo asegurártelo.
Y en cuanto a Jake, nos hemos mirado a los ojos y hemos llegado a un entendimiento, así que supongo que el problema eres tú y no él. –¿Y qué si lo es? Me parece que esto está mal. ¿Es que no puedes verlo?
–Lo que veo es que esto no es asunto tuyo. Connie y yo estamos siendo discretos.
–¿Y por qué? Te diré por qué. Porque incluso tú sabes que deberías estar avergonzado de ti mismo. Te da miedo que mamá se entere de esto y que le dé un ataque.
Thomas se levantó y dio un puñetazo a la mesa.
–¡Ya es suficiente, Mick! Puede que seas mi hermano mayor, pero no dejaré que nadie convierta esto en una relación escandalosa y sórdida. Nadie respeta y admira a esa mujer tanto como yo y no dejaré que insultes a Connie ni que me insultes a mí sugiriendo que lo que hemos encontrado juntos es sórdido. Y deja a mamá fuera de esto. Lo único que ha querido siempre para todos es que fuéramos felices.
–Si tan seguro estás de que no hay nada malo en lo que estás haciendo, entonces ¿por qué no lo habéis contado? No has llevado a Connie a la comida del domingo, ¿verdad?
–Porque esta es exactamente la clase de reacción que intentaba evitar. No dejaré que avergoncéis a Connie, Mick, y al parecer ese es el único comportamiento que puedo esperar de ti.
Por un momento, Mick pareció atónito por su vehemencia.
–¿De verdad te importa? ¿En serio?
–Cada vez más –dijo Thomas sorprendiéndose a sí mismo.
Mick asintió lentamente, como si estuviera absorbiendo la información.
–Entiendo.
–¿Sí? Eso espero porque creía que por fin tú y yo estábamos haciendo progresos a la hora de arreglar nuestra situación. Odiaría ver que volvemos a perderla, aunque solo sea por el bien de mamá. Por cierto, ¿cómo te has enterado de todo esto? Creo que está claro que Jake no te lo ha contado.
–Oí a Connor y a Kevin hablando –admitió–. No podía creer lo que estaba oyendo, así que decidí que tenía que venir a oírlo directamente de ti.
–Bueno, supongo que debería estar agradecido de que hayas venido directamente a mí en lugar de hablar de ello con toda la familia. Una vez que los O’Brien al completo empiecen a diseccionar noticias, Connie podría asustarse y salir corriendo.
–No imagino que saliera corriendo si le pusieras un anillo en el dedo.
–¿Un anillo de compromiso? –esa idea tan inesperada no lo inquietó tanto como debería haberlo hecho.
–O podrías pasar directamente a un anillo de boda. No es que seáis muy jóvenes. Los dos podríais tener un hijo, si os dais prisa y os ponéis manos a la obra.
–Gracias por la sugerencia –le dijo con el gesto torcido.
–Solo digo que…
–Sé lo que dices –dijo impaciente–, pero creo que Connie y yo tendremos que decidir el camino que ha de seguir esta relación.
–Como quieras. La traerás a comer el domingo –dijo como si hubieran llegado a esa conclusión–. Cuenta esto.
Connie se merece esa franqueza, sobre todo cuando se trata de tu familia.
Thomas no podía negárselo, pero tenía miedo de que ella rechazara la invitación y saliera corriendo, aunque no podría culparla por ello. A él tampoco le apetecía mucho.
–Tal vez.
–Este domingo, o hablaré con mamá. Imagino que te echará una buena bronca sobre cómo mostrarle respeto a una mujer que a todos nos importa mucho.
Eso era lo último que Thomas quería.
–Allí estaremos.
O eso o tendrían que mudarse a Tahití unos cuantos meses donde no hubiera O’Brien a la vista.
–Tienes que estar de broma –dijo Connie cuando Thomas la llamó para decirle que tenían una cita obligada el domingo.
–Iba a decírtelo el viernes cuando fuera a verte, pero tenía la sensación de que necesitarías tiempo para hacerte a la idea. O para huir del país.
–No, lo que pasa es que no querías decírmelo cuando yo tuviera a mano una sartén de hierro fundido.
Él se rio.
–Eso también.
–Thomas, ¿es esto lo que quieres de verdad? ¿Estamos listos para hacerlo público?
–Creo que no tenemos elección. La mitad de la familia ya lo sabe y ahora que Mick lo sabe, los demás no tardarán mucho en enterarse. No quiero que nadie piense que nos avergonzamos de lo que tenemos. Adoro lo que nos está pasando.
–Yo también, pero no hemos definido lo que es. Tal vez no es más que una aventura pasajera –dijo conteniendo el aliento y deseando que él lo negara.
–Connie Collins, ¿es eso lo que crees de verdad? –le preguntó indignado–. No eres la clase de mujer que tiene aventuras y seguro que sabes que te respeto demasiado como para eso.
Aliviada por su vehemencia, se permitió sonreír.
–Esperaba que te sintieras así, pero una nunca sabe…
–¿Por mi reputación?
–Llevas tiempo siendo soltero y tal vez ese es el estilo de vida que te gusta. Por lo que sé, yo podría ser solo un coqueteo para no aburrirte.
–Rotundamente no. Además, soy penoso como soltero. Me gustaba estar casado, aunque tampoco se me daba muy bien.
–Las mujeres equivocadas.
–Tal vez. O podría haber sido yo. El jurado aún está deliberándolo.
–Yo lo sé. Solo llevamos juntos, oficialmente juntos, un par de semanas, y ya he visto la clase de hombre que eres. Has estado tratándome como cualquier mujer quiere que la traten.
–¿Como una reina?
–No, como una pareja de verdad. No me gusta acostarme contigo únicamente, Thomas. Me gusta el modo en que me hablas, en que compartes conmigo lo que pasa en tu vida, el modo en que me pides opinión y parece importarte lo que digo. Eso supone un cambio de lo más refrescante para mí. Quiero decir, Jake me escucha de vez en cuando, pero mi ex marido nunca lo hizo y Jenny es una adolescente.
Apenas escucha a nadie.
–Bueno, yo siempre te escucharé porque eres inteligente y valoro mucho tus opiniones. Creo que formamos un buen equipo.
Connie suspiró.
–Yo también.
–Entonces, ¿te armarás de valor y vendrás a la comida del domingo conmigo?
–Podríamos quedar allí directamente –sugirió no muy segura de por qué la idea de cruzar la puerta con él delante de todas las miradas expectantes de la familia la aterrorizaba–. O podría ir con Jake, Bree y la bebé. Así, si las cosas salen bien, podría marcharme contigo.
–De ninguna manera. Lo haremos juntos, mano a mano. De lo contrario, me entrará el miedo.
Ella se rio.
–Como si eso fuera a pasar. Creo que estás ansioso por restregarles esto por la cara.
–En absoluto. Estoy ansioso por mostrarles que soy el hombre más afortunado de la zona.
Connie contuvo las lágrimas.
–A veces dices cosas muy dulces.
–¿Te he hecho llorar? –preguntó preocupado.
–Solo por la mejor razón posible. Me haces sentir la mujer más afortunada, no solo del pueblo, sino de toda la costa Este.
Y eso nunca, nunca, lo había hecho nadie antes. Se olvidaría de los entrometidos O’Brien. Sería capaz de enfrentarse a todo un batallón por ese hombre.