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Capítulo 10
ОглавлениеJess pasó cerca de una hora limpiando el ático y después se cansó. Decidió que lo que necesitaba era algo más físico, algo que le hiciera quemar energía de verdad y que la ayudara a dejar de pensar en Will y en su penosa y pobre vida social.
A diferencia de sus hermanos, nunca había sido una gran deportista. Como mucho, el único deporte que la había atraído era el kayak. Encontraba algo relajante en remar por el agua y, de vez en cuando, también podía resultar todo un desafío emocionante.
El hotel tenía un par de kayaks para uso de los huéspedes. Abrió los candados, agarró el más ligero y lo echó sobre las calmadas aguas. Era una tarde perfecta y, al parecer, más gente había tenido la misma idea. El agua estaba moteada de kayaks, además de demasiadas lanchas para su gusto.
Manteniéndose cerca de la orilla para evitar la estela de las embarcaciones más grandes y agresivas, la recorrió hasta girar a la izquierda al llegar a la estrecha ensenada que conducía a la zona más tranquila de Moonlight Cove. Allí había pocas personas en el agua y ninguna lancha. Era una pequeña cala adorada por la gente del lugar porque los turistas no la habían descubierto, además de ser un lugar ideal para ver águilas pescadoras posadas sobre las ramas de viejos robles, cedros y sauces llorones que tanta sombra le proporcionaban a la orilla.
Y su diminuta playa, no muy lejos de la casita de Connor y Heather, Driftwood Cottage, permanecía inaccesible por carretera. Siempre había sido un lugar popular entre los adolescentes que buscaban un sitio para estar solos.
Pensó en las veces que había ido allí con algún novio y cómo Connor o Kevin habían ido a buscarla en su pequeña lancha para llevarla de vuelta a casa antes de que cometiera alguna estupidez. Aunque había protestado en aquella época por su excesiva protección y por las humillaciones que le hacían pasar, ahora agradecía que le hubieran evitado cometer un error que podía haberle arruinado la vida.
Hoy, sin embargo, la playa estaba desierta. Remó hasta cerca de la orilla, puso el kayak sobre la arena y fue a nadar antes de tumbarse sobre la cálida arena para secarse con los últimos rayos de sol del día.
Agotada, se quedó dormida casi de inmediato. Cuando se despertó, la oscuridad estaba cayendo con rapidez, sobre todo al tratarse de una tarde de otoño.
Maldiciendo, agarró la toalla, pero cuando se giró hacia el punto donde había dejado el kayak, se dio cuenta de que había desaparecido, que lo había arrastrado la marea. Podía verlo moverse con las olas, y al hacerlo, maldijo unas cuantas veces más.
¿Y ahora qué? Tal vez podría ir nadando hasta él, pero no era lo más inteligente ahora que había oscurecido. Tenía el móvil, así que podría pedir ayuda. Connor o Kevin irían a rescatarla, pero también se pasarían la semana entera reprendiéndola por haber sido una irresponsable. También podía atravesar el bosque y llegar a casa de Connor, pero pasaría lo mismo si se presentaba en su puerta y explicaba lo que había pasado. Además, por muy cerca que estuviera Driftwood Cottage, era muy probable que acabara perdiéndose en el bosque con tanta oscuridad.
Casi sin darse cuenta de que estaba haciéndolo, llegó hasta el número de Will. Seguro que su reprimenda no sería mucho más llevadera que las de sus hermanos, pero hizo la llamada antes de poder darse cuenta.
–¿Jess?
–Hola –dijo relajándose ante el sonido de su voz.
–¿Dónde estás? Te oigo muy mal.
–Te llamo desde el móvil. Estoy en Moonlight Cove.
–¿Y qué demonios haces ahí a estas horas? Está oscureciendo.
–Créeme, lo sé. Odio tener que molestarte, pero tengo un problema.
–¿Qué clase de problema? –y su tono de voz cambió al instante, volviéndose más eficiente–. Dime.
–Creo que mi kayak se lo ha llevado la marea.
–¿Y cómo ha pasado eso? –le preguntó y ella prácticamente pudo ver su expresión de perplejidad.
–¿De verdad eso es tan importante ahora?
–No, supongo que no. Dame media hora.
–Gracias, Will.
–¿Dónde estás exactamente? ¿Tienes alguna luz para que pueda localizarte?
–Creo que si enciendo el teléfono y lo levanto podrías verlo. Y hay luna llena, así que eso también ayudará.
–Sí. No enciendas el teléfono ahora mismo por si te quedas sin batería. Espera media hora, ¿vale? Dame tiempo para llegar a casa de tus padres y llevarme la vieja barca pesquera de tus hermanos. El motor no es muy potente, pero me llevará más deprisa que mi kayak.
–Gracias.
–¿Estás bien?
–Sí, aunque me siento como una estúpida.
Él se rio.
–Pero esa sensación pasa, confía en mí. Ahora te veo.
Incluso después de haber colgado, Jess se aferró con fuerza al teléfono porque eso la hizo sentirse menos aislada. No, se corrigió. Lo que la hacía sentirse menos aislada y sola era oír la voz de Will, reconfortándola, y su inmediato ofrecimiento de ir a buscarla sin ningún tipo de recriminación.
Claro que, por muy amable que había estado, sabía perfectamente bien que seguro que tendría mucho más que decirle cuando llegara allí.
Will no había tenido miedo por Jess porque sabía que estaría perfectamente segura en Moonlight Cove. No, lo que lo había aterrorizado era la idea de estar con ella allí a solas. Solo había ido un par de veces cuando era un adolescente, pero nunca con Jess. Sí que sabía que Connor y Kevin habían ido a buscarla hasta allí en alguna que otra ocasión, aunque él nunca había querido conocer más detalles.
Solo saber que había estado allí a solas con un chico le había bastado para que se le hiciera un nudo en el estómago.
Por lo menos, ese no era el caso hoy. Al parecer había ido sola y la encontraría en la playa con un diminuto bañador e incluso temblando ahora que el sol se había ido. Con esa luna llena, el rescate tenía la palabra «Peligro» escrita por todas partes. ¿Cuánto podría aguantar un hombre antes de perder el control en una situación así?
Forzándose a no pensar en lo que podría encontrarse cuando llegara, fue a casa de los O’Brien, entró en el muelle y tomó prestado el bote de pesca. Siempre estaba listo y ya lo había utilizado en varias ocasiones. Aunque solía preguntar antes, se imaginaba que esa noche requería discreción.
Al subir a la barca, se preguntó por qué Jess no habría llamado a ninguno de sus hermanos, pero podía hacerse una idea. El rescate de cualquiera de los dos habría ido acompañado por una reprimenda que, obviamente, ella no quería oír.
Diez minutos más tarde, encontró la ensenada hasta Moonlight Cove y fue hacia la playa. Supuso que el sonido del pequeño motor la alertaría y, efectivamente, así fue porque pudo ver una luz desde la orilla.
–¿Jess? –gritó.
–¡Estoy aquí!
–Será mejor que no acerque mucho la barca a la orilla. ¿Crees que puedes nadar un poco?
–Claro. La luna alumbra bastante como para iluminar el camino. Te veo desde aquí. Supongo que no importa si dejo aquí los remos del kayak y la toalla.
–No creo que importe.
–Por suerte se me ocurrió meter el móvil en una funda protectora resistente al agua.
Él podía oírla chapoteando en el agua y nadar hacia él. Le hablaba para guiarla y la seguía con la mirada. Cuando ella llegó a la barca, Will la alzó y la envolvió en una toalla que había llevado.
–Toma, ponte mi camisa –le dijo cuando ya estaba seca, aunque temblando.
Al oír que, a pesar de todo, le castañeteaban los dientes, la rodeó con los brazos. Ella se quedó quieta por el inesperado contacto, pero se acurrucó al momento.
–Resultas muy cálido –le murmuró contra el pecho.
¿Cálido? Él se sentía como si estuviera ardiendo y su cuerpo estaba empezando a reaccionar ante esa casi desnuda mujer, una mujer a la que llevaba amando una eternidad, y que tenía contra su cuerpo. Tragó con dificultad. Era un infierno… bueno, no, mejor dicho, era como estar en el paraíso.
–Um, Jess, no es buena idea –dijo apartándola–. Siéntate. En unos minutos estarás de vuelta en el hotel.
Ella no protestó y fue una suerte porque él no creía que pudiera haberlo resistido si la hubiera tenido cerca un rato más.
Giró la pequeña barca para entrar en la bahía y recorrió la orilla hasta ver el muelle del hotel. Se detuvo, amarró la barca, y le tendió una mano a Jess para ayudarla a bajar.
Ella lo miró con unos ojos que resplandecían bajo la luz de la luna.
–Gracias, Will. ¿Quieres pasar a tomar un café o algo? ¿Una copa de vino?
Él vaciló.
–Deberías darte una ducha y tomar algo caliente.
–Pero en eso no tardaré nada –le dijo sin dejar de mirarlo–. Te debo una por haber venido a buscarme y podríamos tomar esa cena que no llegamos a tener la otra noche. Creo que hay más pollo asado de Gail.
Él sonrió.
–No tienes que chantajearme ni con bebida ni con comida, y lo sabes.
–Lo sé. La verdad es que esperaba que pudiéramos hablar.
–¿Oh? ¿Sobre qué?
Ella miró a otro lado.
–Ya sabes, sobre esto y aquello.
–Vas a tener que darme alguna pista más. Si esta va a ser otra de esas conversaciones en las que explicas que no estamos saliendo, paso.
La carcajada de Jess sonó forzada.
–Oh, creo que he aprendido la lección. Echo de menos charlar contigo sobre cosas.
–¿Cosas? ¿Cuándo hemos hablado sobre cosas?
–Hace mucho tiempo, antes de que se complicara todo.
–¿Te refieres a antes de que me enamorara de ti y tú no te enamoraras de mí?
–Vale, sí.
–De acuerdo, una pregunta más. ¿Por qué me has llamado esta noche? Entiendo que no hayas llamado a tus hermanos, pero ¿por qué a mí?
–Eres la primera persona en la que he pensado.
–¿Y alguna idea de por qué?
–Porque confío en ti y quería compensar lo que pasó la última vez que te vi. Me sentí como si hubiéramos perdido algo y quiero recuperarlo.
Intrigado por su repentina nostalgia del pasado, decidió correr el riesgo. ¿Quién sabía lo que se le estaría pasando a Jess por esa cabeza tan poco predecible que tenía?
–Anda, vamos, antes de que pilles una neumonía.
Cuando entraron en el hotel por la cocina, Jess señaló la nevera.
–Sírvete. Prepárame un sándwich o algo así, si no te importa. Me muero de hambre. Y puedes asaltar la bodega. Vuelvo en unos minutos.
Will encontró una barra de pan recién horneado, cortó unas rebanadas, las cubrió con mostaza y mayonesa y añadió unas lonchas de queso cheddar, jamón y tomate. Encontró un buen alijo de patatas fritas caseras, una de las especialidades del hotel, y las echó en un cuenco. Acababa de servir dos copas de vino cuando Jess regresó.
Tenía las mejillas sonrojadas, el cabello húmedo y revuelto, pero estaba fantástica con un par de vaqueros desteñidos y un jersey que suplicaba que alguien lo tocara. Estaba descalza, tenía las uñas pintadas de un atrevido rojo, algo que se contradecía con su sencilla y discreta imagen. Pensó que esa era una de las cosas que más le atraían de ella: que era una persona llena de contradicciones e imprevisible. Ningún hombre podría aburrirse nunca con ella.
Claro, que lo que él veía como un rasgo encantador, otros a lo largo de los años le habían hecho creer a Jess que era un defecto causado por su déficit de atención. Por ello se había convertido en una persona insegura e irritable que veía que tenía defectos que no podía superar.
–Estás mil veces mejor ahora.
–Y ese sándwich tiene una pinta fantástica. Gracias. ¿Quieres que nos los llevemos al salón? Podríamos encender la chimenea, si quieres. Hoy no hay nadie, así que tenemos todo el lugar para los dos solos. Me encantan los domingos por la noche por eso. Lo tengo todo para mí. ¿Recuerdas cuando éramos niños lo mucho que nos gustaban los domingos porque los turistas se marchaban a la hora de la cena y el pueblo volvía a ser todo para nosotros? No había filas de gente esperando a comprar un helado y nuestros bancos favoritos en Sally’s no estaban ocupados por extraños.
Will sonrió.
–Lo recuerdo –apartó la mirada–. ¿Por qué no llevas tú los sándwiches y yo llevo el vino, las copas y las patatas? ¿Quieres que lleve postre también? Hay una tarta en la nevera que tiene un aspecto impresionante.
–Tráete la tarta entera –dijo ella sonriendo–. Te he dicho que estoy hambrienta, ¿verdad?
Él se rio.
–Llevaré unos platos y tenedores.
–Olvida los platos. Si es la tarta de doble capa de dulce de chocolate que hace Gail, nos la terminaremos. O yo me la terminaré.
–Con lo delgada que eres, ¿dónde metes toda la comida?
–Es porque soy muy nerviosa y activa –dijo entrando en el salón con los sillones frente a la chimenea–. ¡Qué bien que hay leña! –dijo al acercarse a la chimenea después de haber dejado los platos en la mesa.
–Siéntate, ya me ocupo yo –le dijo Will.
Ella lo miró con escepticismo.
–¿Sabes encender el fuego? Creía que eras de los intelectuales que no saben hacer esa clase de cosas.
–Pero también fui Boy Scout, al igual que todos los niños del pueblo –sonrió–. Claro, que suspendí algunas de las pruebas, así que mi colección de chapas de méritos es bastante limitada. Pero creo que puedes dejarme encender el fuego sin que pase nada.
Lo hizo y vio que Jess se había sentado en el suelo y que estaba indicándole que se sentara a su lado. Se sentó y la miró.
–¿Qué está pasando, Jess?
Ella le lanzó una mirada de lo más inocente.
–No sé a qué te refieres.
–A lo mejor estoy viendo más allá, pero esta escena es pura seducción. No nos pega nada. Llevas mucho tiempo manteniéndote lo más alejada de mí posible.
Ella se ruborizó.
–Te estás imaginando cosas.
–¿En serio? Algo ha cambiado esta noche e intento descubrir qué.
–¿Es que no puedo estar agradecida por que hayas venido a buscarme?
–¿Y eso es todo?
–Claro, ¿qué más puede ser?
Will suspiró, más desconcertado que nunca en años. Durante unos minutos había llegado a pensar que sus sueños podían hacerse realidad.
Jess no se había esperado que Will preguntara por sus intenciones, sobre todo porque ni siquiera ella estaba segura de por qué de pronto quería romper la regla de no salir con él. Tenía que admitir que tenía razón en una cosa: algo había cambiado entre los dos esa noche. Notaba algo en el aire que no recordaba que hubiera estado antes, esa poderosa atracción. Al menos no había existido hasta aquel beso en Brady’s, pero desde entonces la había sentido cada vez más.
Tal vez por fin se encontraba en un punto en el que estaba preparada para dejar de lado sus temores y darle una oportunidad a lo que pudiera haber entre los dos. Qué irónico sería si, ahora que ella estaba preparada, él fuera el que se echara atrás.
–¿Con qué frecuencia vas a Moonlight Cove? –preguntó Will mirándola fijamente.
–Ya no tanto. ¿Por qué?
–He oído algunas historias.
–De mis hermanos, seguro. Puse mi virginidad en riesgo allí al menos una vez a la semana durante mi adolescencia.
–¿En serio?
–Realísticamente, supongo que tuve muchas oportunidades.
Es curioso, ahora que lo pienso, siempre contaba con que Connor o Kevin vendrían a rescatarme en el último momento.
–Un juego algo arriesgado, ¿no?
–Ahora sí lo veo así, claro –admitió encogiéndose de hombros–. Pero por entonces, solo quería conectar con alguien.
Era demasiado joven y demasiado estúpida como para darme cuenta de que el sexo no era la respuesta.
Will se quedó verdaderamente asombrado con su respuesta.
–¿Te sentías sola?
Jess pensó en la pregunta.
–No exactamente. Quiero decir, nuestra casa siempre estaba abarrotada de gente, ya sabes, ¿no?
–Sí. Yo era uno de ellos.
–¿Te paraste a fijarte alguna vez en que nunca había amigos míos? Podía estar allí porque era la hermana de Connor, o de Kevin o de Bree, pero los niños de mi edad no podían estar. Pronto me gané la reputación de la niña que armaba follones en el cole, la que siempre estaba interrumpiendo en clase. Ningún padre quería que sus hijos se acercaran a mí, como si el déficit de atención fuera algo contagioso.
El rostro de Will se llenó de compasión y eso a ella la enfureció.
–No sientas lástima por mí. Cuando llegué a la adolescencia, pensé en un modo de compensarlo, al menos en lo que respectaba a los chicos.
–Sexo –dijo él algo triste–. Oh, Jess, ¿es que no sabías que todos los chicos que íbamos a casa de tus padres te adorábamos?
–Tal vez tú sí. Los demás, no tanto. Creo que mis hermanos los amenazaban para que me aguantaran.
La expresión de Will cambió, como si de pronto hubiera entendido algo.
–Por eso no te fías de mí cuando te digo que me importas. Aún sigues siendo esa niña pequeña que quiere sentirse parte de algo, pero cree que jamás lo logrará.
Jess estaba incómoda, como siempre, cuando Will empezaba a analizarla. No le gustaba que pudiera ver en su interior con tanta claridad, y menos cuando sacaba a relucir las inseguridades que tanto tiempo le había llevado ocultarle al mundo.
Forzó una sonrisa.
–¿Cómo nos hemos desviado tanto del tema? Todo esto ya nos lo sabemos. El sándwich está genial. Gracias.
–Ya estás otra vez, metiéndote en tu caparazón. ¿Por qué lo haces, sobre todo conmigo?
–Tú eres el loquero, dímelo tú.
–De acuerdo –dijo aceptando sus palabras como un desafío–. Esto es lo que veo: te aterra dejar que alguien se acerque demasiado a ti y se debe al divorcio de tus padres. Si los dos adultos que tenían que adorarte te abandonaron, ¿cómo podría amarte otra persona?
El análisis, que tanto reflejaba lo que ella misma le había dicho a su abuela, la hizo detenerse. Debería haberse enfadado, pero resultó ser reconfortante. La entendía y a pesar de ello, parecía que le gustaba igualmente.
Aun así, aún no estaba dispuesta a reconocérselo.
–No me asusta que nadie se me acerque –insistió–. De hecho, me registré en tu servicio de citas, ¿no? ¿No demuestra eso que quiero encontrar a alguien con quien pasar el resto de mi vida?
–Lo único que demuestra es que Connie y Laila te pillaron en un momento de debilidad.
Odiaba que eso también lo hubiera descubierto, pero no podía negarlo.
–¿Cuántas citas has tenido?
–Solo me has emparejado con un chico –le recordó ella.
–¿Has salido con él?
Ella suspiró.
–No.
–¿Por qué no?
–No me apetecía.
–Dime por qué.
Jess se quedó mirando al fuego en silencio.
–Vamos, Jess –dijo Will con impaciencia–. ¿Por qué no dices la verdad? ¿Cómo voy a hacer ajustes en el sistema de citas si no eres sincera conmigo? ¿Qué tenía ese chico que no te gustara?
–¿Así que todo se trata de ti y de tu preciado sistema informático? –dijo sin saber muy bien por qué. No quería que Will indagara en su psique, así que, ¿por qué no se alegraba de que lo único que le importara a él fuera cómo poder ajustar el programa de citas?
–Estás evitando mis preguntas.
Jess suspiró.
–No era nada específico. Tal vez era solo por el momento. Tal vez ese día no podía o algo así. No es para tanto. Saldré con el próximo chico o el siguiente. ¿Cuántas citas has tenido tú?
–Tres.
–Incluyendo a Laila. ¿A qué vino eso, por cierto?
–El programa dijo que teníamos mucho en común y es verdad –añadió con tono desafiante.
–Entonces, ¿por qué no le pediste salir otra vez?
–Porque no teníamos química. No sé cómo hacer para que el programa también calcule eso. Ni siquiera creo que se pueda hacer.
Jess se rio.
–Sí, esas viejas feromonas pueden ser un problema, ¿verdad? Nunca se sabe cuándo se van a poner en acción.
–Algunos dicen que cualquier pareja que se lleva bien en otros terrenos puede desarrollar una atracción sexual con el tiempo.
–Pero está claro que tú no eres de los que creen eso.
–¿Por qué dices eso?
–Por la experiencia con Laila. Si creyeras que esa atracción puede crecer en el curso de una relación, ¿por qué no le pediste salir otra vez?
–Porque, para que lo sepas, tú estuviste sentada con nosotros durante toda la cita –dijo irritado.
–¿Yo? Ese día no me acerqué al Panini Bistro.
–Pues fue como si lo hubieras hecho. Laila no paraba de hablar de ti. Los dos sabíamos que yo habría preferido tener una cita contigo.
–Y aun así, cuando estabas haciendo las parejas para las tres, tú te excluiste del programa cuando me llegó el turno. Laila me lo dijo.
–Porque habías dejado claro que no querías salir conmigo y yo tenía que respetarlo, fueran cuales fueran tus razones.
–Ya veo –dijo y se quedó en silencio. Agarró el tenedor y se tomó un buen bocado de la tarta de Gail antes de cerrar los ojos y saborear el delicioso sabor del chocolate deslizándose por su lengua–. ¡Oh, Dios mío! –murmuró.
Abrió los ojos y vio que Will estaba mirándola fijamente.
–Tienes que probarla –le dijo hundiendo el tenedor para partir un pedazo y poniéndoselo delante de la boca. Aceptó el ofrecimiento y suspiró.
–Es impresionante –dijo sin apartar la mirada de su boca–. Tienes chocolate ahí –le tocó la comisura de los labios con el dedo–. Y aquí –deslizó el dedo por su labio.
Para su asombro, ella tembló. Ahí estaba otra vez, ese increíble crepitar. Era mucho más atrayente que la tarta, y eso era decir mucho. La inesperada sensación la sacudió.
–Um, Will…
–Sí –dijo él sin dejar de mirarla.
–¿Harías algo por mí?
–Lo que sea, ya lo sabes.
–Vuelve a introducir mis datos en el ordenador, pero esta vez inclúyete a ti en la búsqueda.
–No.
–¿No? ¿Por qué no?
–Porque el ordenador no es infalible. Incluso yo lo acepto. Si no da ningún resultado, no quiero que lo utilices como una excusa para justificar que no saldremos nunca.
–¿No confías en tu programa?
–Claro que sí, confío en que funciona para lo que es. Un modo de emparejar a extraños que podrían ser compatibles.
–Entonces, ¿por qué no lo pruebas con nosotros?
–No somos extraños –la miró a los ojos–. Y yo ya sé que encajamos bien. Y creo que tú también lo sabes.
–Pero…
–No, Jess –dijo interrumpiéndola–. Ni siquiera intentes negarlo. Sabes que podríamos estar genial juntos, pero te aterroriza admitirlo. Lo que no sé es por qué.
Jess apartó la mirada. Tenía sospechas de cuáles podían ser las razones, pero no estaba preparada para enfrentarse a ellas. Por otro lado, resultaba irónico que fuera un alivio saber que, por una vez, Will no podía saber del todo lo que pasaba por su mente. Eso le hacía parecer menos un psiquiatra y más un tipo del que podría enamorarse.