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Capítulo 1

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–Tenemos una idea –anunció Laila Riley cuando Connie Collins y ella aparecieron en el despacho de Jess O’Brien en La Posada en Eagle Point el sábado por la noche.

El brillo que tenían sus ojos puso inmediatamente nerviosa a Jess, por lo que sus amigas pudieran tener en mente.

–¿Hará que nos arresten? –preguntó con desconfianza. Y no es que no estuviera dispuesta a correr el riesgo, pero le gustaría conocer las posibilidades por adelantado, calcular las probabilidades y tener un plan alternativo.

Laila sonrió.

–Si hubiera alguien interesante trabajando para el departamento del sheriff, nos lo plantearíamos, pero no. Esto es solo para hacer algo distinto, algo que ninguna de nosotras haríamos nunca a menos que decidiéramos hacerlo juntas.

–¿Me atrevo a preguntar? –se planteó Jess.

–Citas online –reveló Connie. La falta de entusiasmo en su voz sugirió que había sido idea de Laila y que ella solo había accedido impulsada por el mismo aburrimiento que había estado afectando a Jess últimamente.

Sin embargo, Jess no estaba tan desesperada.

–No puedes estar hablando en serio.

–Oh, claro que sí –confirmó Laila.

Jess miró a las dos mujeres que invadían su despacho una noche de la semana en la que las mujeres más atractivas e inteligentes deberían haber estado saliendo con algún hombre. Connie y Laila estaban emparentadas con ella indirectamente mediante los matrimonios de sus hermanos con sus hermanas y habían elegido ser amigas a pesar de su diferencia de edad.

Connie era la madre soltera de cuarenta y un años de una adolescente que acababa de marcharse a la universidad. Su hermano pequeño, Jake, estaba casado con la hermana de Jess, Bree. Laila era la directora del banco, tenía treinta y seis años y era la hermana pequeña de Trace, que estaba casado con Abby, la hermana mayor de Jess. Jess, a sus treinta años, era la más joven.

A veces parecía como si todo el mundo en Chesapeake Shores estuviera emparentado con un O’Brien de una forma u otra.

–De acuerdo, vamos a pensar en esto –dijo Laila sintiéndose como en casa y sirviéndose un té de la tetera que siempre estaba presente sobre la mesa de Jess–. ¿Qué vas a hacer esta noche? Estás aquí en el despacho cuando deberías estar por ahí, ¿verdad?

Jess miró a la perpetua montaña de papeles de su escritorio; esa era la peor parte de su trabajo.

–¿Tiene sentido para ti? –insistió Laila–. ¿Qué pasa con los hombres de este pueblo para que las tres estemos solas un sábado por la noche? Está claro que tenemos que ampliar nuestros horizontes, salir por ahí y animar un poco las cosas.

–¿Y encontrar a un hombre que, por razones geográficas, nunca podrá estar a nuestro lado? –respondió Jess–. A mí me parece contraproducente.

–Al principio pensé lo mismo –dijo Connie pidiéndole otro vaso de té a Laila–, pero la triste verdad es que ese aburrimiento me ha abierto la mente. Durante mucho tiempo he estado deseando que mi hija creciera y se marchara a la universidad, pero ahora que de verdad Jenny se ha ido, la casa está tan vacía que no puedo soportarlo.

–Y yo he estado muerta de aburrimiento desde que Dave y yo rompimos hace tres años, que es decir mucho, ya que salir con él era tan estimulante como ver crecer la hierba –dijo Laila–. Las citas online son el modo perfecto de cambiar el status quo. Está de moda y será divertido.

Jess seguía sin estar muy convencida. Se giró hacia Connie, que era conocida por ser la más sensata.

–¿De verdad estás a favor de esto?

Connie se encogió de hombros.

–Puedo ver algunas ventajas.

–Geográficamente indeseable –dijo Jess con énfasis.

–Eso no es problema –insistió Laila–. Es un nuevo servicio local. Todos estos hombres están por aquí.

Jess no podía creerse que Connie estuviera dispuesta, o más bien ansiosa, a probar una cita online. Mirándola a los ojos, comenzó a decir:

–Pero yo creía que… –se suponía que ella no sabía que habían saltado chispas entre Connie y su tío, Thomas O’Brien porque sus hermanos, Connor y Kevin, le habían hecho jurar que lo mantendría en secreto. Suspiró–. Bueno, no importa.

Connie la observó con desconfianza, pero ya que era un tema en el que no quería ahondar, se quedó en silencio.

Laila, al parecer ajena a todo ello, dijo emocionada:

–Es perfecto, ¿no crees?

–¿Hay hombres solteros por aquí que no conozcamos ya? –preguntó Jess, aún escéptica–. ¿No es esa exactamente la razón por la que estamos aquí sentadas un fin de semana sin ningún hombre con quien salir?

–La región se extiende más allá de los límites del pueblo –admitió Connie.

–Eso incluye Annapolis –explicó Laila sacando un folleto de su bolsillo y entregándoselo a Jess–. ¿Lo ves? Almuerzo junto a la bahía. ¿No te suena de maravilla? Y eso es todo a lo que nos comprometeríamos, a un almuerzo con un acompañante. Tiene que ser mejor que esperar en Brady’s a que alguien se fije en ti. Si paso más tiempo allí, Dillon ha amenazado con ponerle mi nombre a uno de los taburetes.

–Por lo menos tendrías un legado de tu vida en Chesapeake Shores –bromeó Jess–. Mucho mejor que tener tu foto en la pared de ese viejo banco que tiene tu familia y al que te sientes tan unida.

–Búrlate de mí todo lo que quieras, pero creo que deberíamos hacer esto –insistió Laila–. Somos mujeres inteligentes y atractivas. Nos merecemos pasar algo de tiempo con hombres excitantes y de éxito que no estén emparentadas con nosotras.

–Y yo estoy hartísima de las cenas de sábado en la casa de Jake y Bree –añadió Connie–. Desde que Jenny se marchó, esperan que vaya allí para hacerle monerías al bebé. Es una monada, pero no me veo pasando así los sábados por la noche de los próximos años.

–Yo ya he tenido bastantes cenas de esas con mis hermanos; cenas a las que te invitan por pena –añadió Jess.

–Pues a mí ni siquiera me invitan a cenas de esas. Trace y Abby solo cuentan conmigo para cuidar de las gemelas. Si no me caso pronto, acabarán haciendo que me mude a su casa y me convierta en niñera interna.

–Tienes una carrera –le recordó Jess–. Estoy segura de que puedes mantener un estilo de vida independiente.

–La independencia apesta –declaró Laila.

–Amén –añadió Connie–. No es que quiera que un hombre controle lo que hago con mi vida, pero sería agradable acurrucarse con alguien delante del fuego.

–Di lo que quieres de verdad –dijo Jess–. Quieres sexo.

Connie suspiró.

–¿No es lo que queremos todas?

–Entonces, ¿vamos a hacerlo? –preguntó Laila.

Aunque no era conocida por su cautela, Jess no pudo evitar preguntar:

–Pero, ¿qué sabemos de esta compañía?

–Solo lo que dice en el folleto –respondió Laila mirando la página trasera–. Promete emparejamientos discretos hechos por un psicólogo que lleva años trabajando con clientes solteros. Ha desarrollado un buen criterio de selección para asegurarse de que la gente a quien empareja tiene los mismos valores y objetivos –soltó el folleto y las miró–. ¡Vamos, chicas! ¿Qué tenemos que perder? Y si las citas resultan un espanto, pues siempre podemos reírnos mientras nos tomamos unas copas en Brady’s.

–Yo me apunto –dijo Connie de inmediato–. ¿Jess?

Jess miró los papeles del trabajo; no irían a ninguna parte.

–¡Qué demonios! Me apunto.

Se giró, apagó el ordenador y buscó la página Web de la empresa.

–Tiene un diseño muy bonito –dijo con aprobación.

–Da la sensación de ser de fiar –apuntó Connie.

–Y me encanta la foto –añadió Laila–. Estoy segura de que la sacaron en Shore Road. Ahí a la izquierda está el muelle de pesca del pueblo.

–¿No os preocupa que podríamos acabar emparejadas con alguien que ya conocemos, incluso alguien con quien hayamos salido en el pasado? –preguntó Jess–. Eso podría ser humillante.

–O podría hacer que le echáramos otro vistazo al chico en cuestión –respondió Connie con expresión pensativa–. Después de todo, si un experto pensara que haríamos buena pareja, tal vez es que estuvimos infravalorando a la otra persona.

–O tal vez el experto no es tan listo –contestó Jess.

Aun así, cuando el formulario para registrarse apareció en la pantalla, ella fue la primera en rellenarlo. Tuvo la tentación de fingir las respuestas solo por ver qué pasaría, pero Connie y Laila se le adelantaron.

–Tienes que tomarte esto en serio –la reprendió Connie.

–Estamos esperando que un ordenador y un supuesto experto haga lo que no hemos sido capaces de hacer solas –respondió Jess–. ¿Y queréis que me lo tome en serio?

–Yo sí –dijo Connie–, porque esta podría ser mi última oportunidad.

–No va a ser tu última oportunidad –dijo Laila con fuerza–. Si vas a mirarlo así, Connie, entonces tal vez no deberías hacerlo. La desesperación nunca es un camino inteligente cuando se trata de quedar con hombres. Estamos haciendo esto para reírnos y para tener algunos almuerzos gratis, eso es todo. No podemos tener nuestras expectativas demasiado altas y tenemos que concentrarnos en divertirnos.

Connie no parecía convencida del todo, pero cuando el formulario de Jess estuvo cumplimentado, Connie inmediatamente se acercó y se situó frente al ordenador. Laila la siguió.

Cuando habían enviado el último formulario, se miraron.

–Necesito una copa –dijo Jess.

–Me apunto –añadió Laila.

Connie asintió.

–Creo que yo me la tomaré doble.

Una de las pocas cosas que no habían cambiado desde que Jake se había casado con Bree era que Mack Franklin, Will Lincoln y él seguían almorzando cada día en Sally’s. Los almuerzos habían comenzado cuando Jake necesitaba apoyo después de que Bree y él hubieran roto unos años atrás. Ahora que estaban juntos otra vez y felizmente casados, la tradición del almuerzo se había convertido para los tres en una forma de mantener su amistad bien cimentada. Will se apoyaba en esos dos hombres más de lo que probablemente ellos sabían.

Como psicólogo, pasaba los días escuchando los problemas de los demás, pero él no tenía a nadie más que a Jake y a Mack para escuchar los suyos. Aunque los tres lo sabían prácticamente todo sobre la vida de los otros, había una cosa que Will llevaba tiempo ocultándoles: su nuevo negocio, Almuerzo junto a la bahía.

El servicio de citas había sido fruto de la frustración. Pasaba demasiado tiempo apoyando psicológicamente a solteros sobre las relaciones de su vida y demasiado poco cultivando cualquier relación suya. El nombre de la empresa, que se le había ocurrido en mitad de una solitaria noche, pretendía ser irónico, aunque solo fuera para él. Por mucho que le gustaba reunirse con sus colegas, pensaba que ya era hora de empezar a almorzar con alguien que llevara falda y se echara perfume. Sí, en ocasiones, Jake olía a rosas, pero eso era solo después de que hubiera pasado la mañana plantando rosales para uno de sus muchos clientes de paisajismo. Estaba claro que no era lo mismo.

Además, pensaba que ya era hora de dejar de apoyar a Jess O’Brien. A lo largo de los años, Jess había tenido muchas oportunidades de mostrar el más mínimo interés por él, pero por lo general lo trataba como si fuera un hermano mayor especialmente molesto.

O peor; desde que era psicólogo lo acusaba de analizarla, porque padecía trastorno por déficit de atención, y de querer convertirla en un caso de estudio y, por mucho que se lo había negado, no había logrado que dejara de pensar semejante ridiculez. Y ya que se veían mucho, las sospechas de Jess hacían que la mayoría de sus encuentros acabaran resultando incómodos y ambos se mostraran irritados.

Lo cual significaba que había llegado el momento de seguir adelante de una vez por todas, aunque no era fácil en un pueblo con una población inferior a cinco mil habitantes exceptuando las épocas de primavera y verano cuando los turistas y los domingueros lo llenaban. Almuerzo junto a la bahía había sido creado no solo para llenar un hueco en la escena social de Chesapeake Shore, sino también para aliviar la soledad de Will.

Se lo explicó todo a Jake y a Mack, que lo miraban como si de pronto le hubieran salido cuernos.

–¿Vas a abrir una Web de citas? –repitió Mack.

–Exacto –respondió Will–. Si no estuvieras tan ocupado «no saliendo» con Susie, te animarías a apuntarte. Eres uno de los solteros más codiciados del pueblo.

–¿Pretendes hacer uso tú mismo de la web? –dijo Jake asombrado–. Creía que estabas viéndote con una psicóloga que se había comprado una casa de verano.

–Y lo estaba –respondió Will–. Hace dos años, pero no funcionó y lo sabrías si alguna vez prestaras atención a lo que te digo.

–Pero has estado saliendo con alguien, eso no me lo estoy imaginando.

–¿Qué puedo decir? –dijo Will encogiéndose de hombros–. Ninguna de esas relaciones ha llegado a nada.

–Supongo que tiene sentido –apuntó Mack–. Susie siempre está quejándose por la escasez de hombres disponibles en el pueblo.

Jake esbozó una sonrisa.

Mack lo miró muy serio.

–¿Qué?

–Creía que te tenía a ti –respondió Jake.

–No estamos saliendo –repitió Mack.

–Y aun así ninguno de los dos parece estar buscando a nadie –apuntó Will–. Si me equivoco y estáis abiertos a otras posibilidades, puedo registraros en la nueva Web. Eres un ex atleta y un columnista de deportes semi famoso. Para cuando acabe la semana ya te habré encontrado una pareja.

Jack lo miró con incredulidad.

–¿Ya tienes clientes?

–Unos treinta, por ahora –confirmó Will.

–¿Alguien que conozcamos? –preguntó Mack–. ¿Susie, por ejemplo? –añadió con un tono que indicaba que su relación con ella era más de lo que quería admitir.

–No estoy en libertad de decir nada –le dijo Will.

–¿Cuándo has abierto esta empresa? –preguntó Jake.

–Oficialmente, hace tres semanas, aunque llevaba tiempo pensando en la idea de emparejar a gente. Finalmente me decidí, hice unos folletos y los he repartido por la ciudad.

No tenía ni idea de qué esperar, pero cuando los clientes comenzaron a registrarse, supuse que debía decíroslo todo antes de que os enterarais por otra fuente. Alguien acabará descubriendo que yo soy el psicólogo que se encuentra detrás de todo esto. Después de todo, no somos muchos en la zona.

–Entonces, ¿estás haciendo esto para ganar dinero? —preguntó Mack aún intentando entender qué motivaciones tenía. Antes de Susie, no había tenido ninguna dificultad para atraer a mujeres solteras, así que no comprendía la frustración de Will.

—Podría ser una mina de oro, sí, pero esa no ha sido mi motivación realmente —insistió Will—. Lo veo más como un servicio a la comunidad.

—Buen intento, pero ya has admitido que estás haciendo esto para poder conocer a mujeres. ¿No podrías haberte pasado por Brady’s más a menudo?

Will sacudió la cabeza.

—No me estaba funcionando.

—¿Y la iglesia? He oído que muchos hombres conocen a mujeres en la iglesia —dijo Mack—. Ahora que lo pienso, si hubiera sabido que estabas tan desesperado, podría haberle pedido a Susie que te hubiera buscado algo. Tiene un montón de amigas.

—No estoy desesperado –contestó Will, ofendido—. Solo estoy siendo activo.

Jake y Mack se miraron y fue Jake el que se atrevió a preguntar:

—¿Y qué pasa con Jess?

Will se quedó paralizado.

—¿Qué pasa con ella?

—Bueno, no es que esté loca por mí —dijo Will, sin negar sus sentimientos, ya que nunca se le había dado bien ocultarlos—. Vamos a dejarla al margen de esto. No tiene nada que ver con el tema.

Ninguno de sus amigos parecía demasiado convencido, pero lo dejaron.

—Entonces, ¿vas a organizar fiestas de chicos y chicas como en la universidad y vas a hacer que todos se pongan etiquetas con sus nombres? ¿O vas a preparar citas de esas de sesenta segundos? Ya sabes, como el juego de las sillas musicales. He oído que son muy animadas.

Will captó su tono irónico.

—¡Que te den! —se levantó—. Ahora, si me disculpáis, voy a volver a mi despacho a jugar a los casamenteros.

—Tú y Dolly Levi —dijo Mack con una impenitente sonrisa.

—¿Quién? —preguntó Will.

Hello, Dolly. Es un musical. Susie y yo vimos la reposición hace poco. Ella es una casamentera.

—Por favor, no le digas a mucha gente que tú, el que fuera una estrella del fútbol de la universidad, va a musicales de chicas. Destruirá tu buena reputación como uno de los mejores solteros del pueblo de todos los tiempos y dejarás de ser considerado un jugador en el terreno de las citas. Es más, es muy probable que no vuelvas a tener una cita en tu vida.

—No necesita otra cita —dijo Will—. Ya tiene a Susie.

—Que, sin duda, es una mala influencia —respondió Jake.

—¿Tengo que señalar que tu mujer produce obras de teatro en su bonito y nuevo teatro de Chesapeake Shores y en el que, de vez en cuando, hay musicales? ¿Piensas asistir?

Jake se estremeció.

—Eso es una obligación marital, no una elección. Hay una diferencia.

—Will, ¿te tragas esa excusa? ¿De verdad hay diferencia?

—No pienso mediar en esto, chicos. Ahí os quedáis.

Quería volver a su despacho para ver si podía encontrar a la mujer de sus sueños. Tal vez estaba justo ahí, a la vuelta de la esquina, aunque de ser así, ya tendría que haberse cruzado con ella.

Por primera vez desde el viernes anterior, Will abrió su email el lunes por la tarde para comprobar las nuevas solicitudes de ingreso al servicio de citas online. Durante el fin de semana habían llegado seis; ya había introducido los datos de todos cuando vio las solicitudes de Laila, Connie y Jess. Se le abrieron los ojos como platos. Lo de Laila y Connie podría hacerlo, ¿pero Jess? ¿Qué iba a hacer con ella?

Ya que había adjuntado un pago con su tarjeta de crédito al registrarse en la Web, la integridad profesional requería absolutamente que él incluyera sus datos en el sistema y viera si su perfil encajaba con el de algún hombre. Sin embargo, sentía un cosquilleo en el estómago que le decía que borrara su solicitud como si nunca la hubiera visto. No quería ser el hombre que ayudara a Jess a irse con otro. Sí, tarde o temprano, ella acabaría haciéndolo, pero no quería ser él el que se lo facilitara.

Estuvo batallando con su propia conciencia durante unos diez minutos antes de que, muy a su pesar, incluyera sus datos en el sistema. Deliberadamente, excluyó su propia información y cuando vio que la búsqueda no daba resultados, suspiró aliviado.

Se dijo que le devolvería el dinero y le diría que volviera a enviar la solicitud pasado un tiempo, pero cuando estaba a punto de enviarle ese correo, no pudo hacerlo. Por mucho que no le gustara, se lo debía a Jess.

En cuanto a Laila y Connie, lo tuvo más fácil con sus solicitudes. Tres parejas potenciales aparecieron casi de inmediato en el caso de Connie y envió a los tres implicados la información de contacto mutua. Para Laila salieron cuatro posibilidades y, sorprendentemente, una de las mejores parejas, el hombre que parecía tener más en común con ella, era él mismo.

–No, ni hablar –murmuró para sí. Jamás había pensado en salir con la hermana pequeña de Trace… aunque, ¿por qué no? Tal vez sería la mejor forma de comprobar si los criterios que estaba empleando en su programa eran efectivos.

Ya casi se había convencido para llamarla cuando pensó que no era casualidad que las solicitudes de las tres hubieran llegado el sábado por la noche una detrás de otra. ¿Las habían enviado juntas? ¿Y cómo reaccionaría Jess si saliera con Laila? ¿La ofendería que sus amigas hubieran encontrado citas y ella no? ¿Le molestaría que la primera cita de Laila fuera él? ¿Y por qué iba eso a preocuparlo a él, si estaba intentando vivir su vida tal y como se había jurado que haría?

Antes de poder cambiar de opinión, levantó el teléfono y llamó a Laila al banco.

–Ey, Will, ¿qué tal? –dijo con su amistoso tono.

–Seguro que no te lo crees, pero un servicio de citas online nos ha emparejado –le dijo sin explicarle que se trataba de su propio negocio. Ya se enteraría enseguida…

–¿Almuerzo junto a la bahía? ¡Estás de broma! No me esperaba que surgiera algo tan rápido.

–Estoy tan sorprendido como tú, pero he pensado que tal vez deberíamos intentarlo. ¿Te gustaría almorzar mañana?

–¿Por qué no? –dijo antes de vacilar y preguntar–: ¿Estás seguro de que es una buena idea?

–¿Por qué no iba a serlo? Está claro que los dos estamos buscando nuevas formas de conocer gente, y si un ordenador dice que somos compatibles, creo que al menos deberíamos probar.

–Bueno, al menos nos echaremos unas buenas risas, ¿no?

–Exacto. ¿Qué dices?

–¿A qué hora y dónde?

–¿Panini Bistro al mediodía? ¿O preferirías ir a algún otro sitio?

–Creía que siempre comías con Mack y Jake al mediodía –dijo ella demostrando que su rutina era bien conocida por todos.

–He decidido que ya es hora de modificar mi rutina.

–Entonces, cuenta conmigo. Y el Panini Bistro me parece bien. Nos vemos allí. ¿Tengo que llevar un clavel rojo detrás de la oreja para que puedas identificarme? –le preguntó entre carcajadas.

–A menos que hayas pegado un gran cambio desde la comida en casa de los O’Brien hace dos domingos, creo que te reconoceré –respondió antes de añadir–: Tal vez por ahora deberíamos mantener esto en secreto. ¿Qué te parece?

–¿Te da vergüenza que te vean en público conmigo, Will Lincoln?

–Si así fuera, no iríamos a almorzar a Shore Road. Es solo que pienso que puede que lo mejor sea ser discretos hasta que veamos cómo funciona esto. Puede que nuestros amigos tengan mucho que decir si se enteran.

–¿No estarás pensando en un amigo en particular, verdad? ¿Es Jess quien prefieres que no se entere?

–¡Claro que no! ¿Por qué iba a importarle a ella?

–Me alegra que pienses eso, porque no se me da nada bien guardar secretos, y menos a mis amigas.

–Vale, de acuerdo –dijo resignado ante la posibilidad de que su almuerzo pudiera crear una conmoción–. Nos vemos mañana.

–Lo estoy deseando.

Will deseó poder decir lo mismo, pero por el contrario, una sensación de pavor se instaló en su estómago porque sabía que estaba jugando con fuego.

E-Pack HQN Sherryl Woods 1

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