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Capítulo 12
ОглавлениеWill se mantenía a un lado junto con Connor echándole un ojo al pequeño Mick mientras las mujeres se ocupaban de sus respectivos puestos. Incluso Jess había entrado en acción y estaba recaudando donaciones para la fundación de su tío. Vio que Connor estaba mirándola lleno de arrepentimiento.
–Jess estará bien –le dijo Will intentando reconfortarlo.
–Ni siquiera me ha mirado cuando habéis vuelto.
–Está dolida por el hecho de que hayas pensado que había perdido a Mick, pero eso es todo. Confía en que estás de su lado y de pronto, por un instante, has sido como todos los demás, la has juzgado precipitadamente.
–He temido por mi hijo.
–Ella lo sabe, pero eso no hace que le duela menos.
–¿Qué hago? He intentado disculparme.
–Dale tiempo. Los dos ya habéis tenido discusiones antes.
Connor sacudió la cabeza.
–Esta vez es distinto. Es como si le hubiera arrebatado algo y ella no pueda perdonármelo.
Will sabía que Connor hablaba en serio, pero intentó animarlo de todos modos.
–No te pongas dramático. Esto pasará, Connor. Te lo garantizo.
–No sabía que los loqueros también dierais garantías.
–Bueno, es verdad que cuando estás tratando con clientes especialmente testarudos, imposibles y hasta los que es difícil llegar, no nos gusta prometer mucho, pero ya que los O’Brien sois tan razonables, creo que es seguro hacerlo –dijo con ironía.
–Muy gracioso –dijo con tono animado–. Pero hablo en serio. ¿Debería disculparme otra vez? Odio que me mire así, como si me atravesara y viera en mi interior.
–Ey, no hay nada malo en una disculpa sincera o en arrastrarse un poco. Si sientes que tienes que hacerlo, no lo dudes. Pero recuerda que le has hecho daño, de eso no hay duda. Aunque no sé si hoy Jess está de humor para perdonar nada.
–Bueno, tendré que hacer algo. Esas miradas que me lanza están matándome. Échale un ojo al pequeño Mick, ¿de acuerdo?
–Hecho. Puede que se mueva deprisa, pero mis piernas son más largas. No se alejará de mí.
Vio a Connor acercarse a Jess, decir algo para llamar su atención y titubear cuando ella le lanzó una mirada acusatoria, de dolor y traición. No pudo oír lo que Connor estaba diciendo, pero al rato los labios de Jess se curvaron en una pequeña sonrisa. Le dio un empujón a su hermano y empezó a reírse.
–¡Parad ya, vosotros dos! –ordenó Heather con el tono que solía emplear para llamar la atención de Mick–. Si vais a empezar a pelearos, no lo hagáis en mi puesto.
–Lo siento –murmuró Connor besando la mejilla de su mujer mientras Will se acercaba con el pequeño Mick corriendo a su lado–. Tenía que arreglar las cosas con Jess y le he dicho que podía pegarme, si quería.
Heather sacudió la cabeza y los miró con indulgencia. Después, se giró hacia Jess.
–¿Y lo único que le has hecho ha sido ese empujoncito? Me avergüenzo de ti. Deberías haberle dado un buen puñetazo en la barbilla por haberte hecho sentir así de mal.
–Ey, ¿tú de qué lado estás? –le preguntó Connor a su mujer.
–En este caso, del lado de tu hermana.
–Gracias –dijo Jess con solemnidad y los ojos brillantes. Se giró hacia Will–. Supongo que tú has tenido algo que ver para que se haya arrastrado y se haya disculpado.
–Puede que le haya mencionado que arrastrarse siempre es una opción, pero te aseguro que la invitación para pegarlo ha sido suya. Normalmente no apruebo la violencia física, por mucho que se requiera. ¿Todo está resuelto ya?
Connor miró a su hermana.
–¿Estamos bien?
–Sí –respondió ella abrazándolo–. No sé por qué me importa tanto lo que me dices ya que, está claro, que eres un gran perdedor.
–Pero me quieres.
Jess sonrió.
–Sí, supongo que sí.
Connor miró hacia Will y luego a ella, fijamente.
–Entonces tal vez deberías escuchar un consejo de hermano.
–No –dijo Jess alzando la barbilla con terquedad.
–Alto ahí –le advirtió Will.
–Solo iba a decirle que debería pararse a fijarse en ti –protestó Connor.
Heather suspiró.
–Connor, te quiero, pero Will tiene razón. De verdad no sabes cuándo parar.
–Solo estoy diciendo…
–¡No quiero oírlo! –dijo Jess con énfasis.
–Y yo no necesito que intercedas por mí –añadió Will y se giró hacia Jess–. ¿Quieres comer algo?
–Sí, por favor.
Solo cuando estaban alejándose juntos, Will se fijó en la expresión de Connor y tuvo la sensación de que su artero amigo había jugado muy bien su mano.
Jess reconoció que había sido manipulada por un maestro: su hermano.
–Connor acaba de echarme a tus brazos prácticamente y se ha ido de rositas, ¿verdad?
Will se rio.
–Sí.
–¿Quieres volver y pegarlo? Creo que podría derribarlo con tu ayuda.
Will enarcó una ceja.
–¿Tan infeliz te hace pasar un rato conmigo?
Ella pensó un segundo en la respuesta y admitió:
–La verdad es que no.
–Pues eso es un paso –dijo él con satisfacción.
–No seas engreído. Me ha gustado tenerte de mi lado antes y me ha gustado verte con el pequeño Mick. Pareces cómodo con los dos.
–¿Y por qué no iba a estar cómodo contigo?
–Porque yo no he sido muy amable contigo últimamente.
–Estás siendo precavida y lo entiendo.
Jess pensó en lo que Gail le había dicho sobre tener un hombre que de verdad comprendiera a su pareja y por primera vez pudo ver como un aspecto positivo el hecho de que Will la entendiera y que tuviera esa ilimitada paciencia con ella.
–¿Y qué me dices de Mick? ¿Estás cómodo con los niños en general?
–Más me vale si voy a seguir viéndome con los O’Brien.
Hay nietos por todas partes.
Ella se rio.
–¿Sí, verdad? ¿Y qué me dices de ti? ¿Quieres hijos?
–Por supuesto.
Lo miró asombrada.
–Lo has dicho sin dudar lo más mínimo.
–Porque tener una familia siempre ha sido mi sueño –la miró con curiosidad–. ¿Y tú?
Jess no tuvo una respuesta inmediata. Temía que si decía lo que se le había venido a la mente, fuera demasiado revelador y le diera a él algo que analizar. Por desgracia, Will era demasiado perspicaz.
–Jess, ¿te preocupa no poder ocuparte de tus hijos? ¿Lo que acaba de pasar con Connor ha reforzado ese temor?
Odió que Will hubiera dado en el clavo…, pero le encantaba que la conociera tan bien. Sus reacciones ante ese hombre se estaban volviendo cada vez más confusas.
–Sí. Me encantan todos los niños de esta familia y una parte de mí sueña con ser madre, pero no estoy segura de cómo debe actuar una madre. Lo único que sé es que no se marcha como hizo la mía.
–Es verdad que durante un tiempo, Megan no fue el mejor ejemplo. Su marcha fue más dura para ti porque eras muy pequeña, pero fíjate en los ejemplos que han supuesto para ti Abby y Nell. No podrías hacer nada mejor que aprender de ellas.
–Supongo –dijo, aunque aún albergaba muchas dudas–. Y después está lo del déficit de atención. Sé que me he enfadado con Connor por sugerir que me había olvidado de Mick, pero podría pasar, Will.
–No –contestó él con seguridad.
–¿Cómo puedes estar tan seguro?
–Porque sé la mujer tan cuidadosa que eres, y el hecho de que seas consciente de que puedes distraerte con facilidad hará que actúes con más atención. Tus hijos serán afortunados, Jess.
A ella le sorprendió el comentario.
–¿Suerte? ¿Por qué?
–Porque eres impulsiva e impredecible.
–Creía que eso era negativo.
–No para un niño. Serás la mamá más divertida.
–Pero los niños necesitan estabilidad y seriedad.
–Y por ello tú necesitas un hombre serio, estable y formal.
–Como tú.
–Por supuesto –dijo con los ojos centelleando–. Exactamente como yo.
Ella sacudió la cabeza.
–¿Qué voy a hacer contigo?
Will sonrió ampliamente.
–Me parece que las posibilidades son infinitas.
Por primera vez desde que habían dado comienzo a ese cauto juego, Jess se relajó y se permitió recordar que Will y ella tenían tras de sí una larga amistad. ¿Cómo había podido olvidarlo?
Había algo distinto en Connie, aunque Thomas no podía decir qué. Sus ojos brillaban más y sus mejillas se veían más rosadas. Por fin vio que llevaba maquillaje por primera vez desde que la conocía y algo le dijo que se lo había puesto para él. Sonrió.
–Hoy estás especialmente adorable –le susurró al oído y el rosa de sus mejillas se intensificó hasta adoptar un profundo rojo que ningún maquillaje del mundo podía ocultar.
–¡Para ya!
Él se rio.
–¿Que pare qué? ¿Que pare de lanzarte cumplidos?
–Sí.
–Pues solo dejaré de hacerlo cuando tú dejes de estar tan preciosa. Me robas el aliento.
Ella lo miró con exasperación y las manos en las caderas.
–Llevo años oyendo hablar del talento de los O’Brien para la zalamería, pero nunca había sido la receptora de tanta adulación.
–No es zalamería, es la pura verdad –insistió.
–Bueno, ya sea verdad o ficción, eres de lo más inoportuno. ¿Es que no te das cuenta de que estamos rodeados por tu familia?
–¿Y?
–Que son famosos por ir contándolo todo –le recordó.
Thomas se rio.
–No hay nadie en la familia cuyas opiniones me importen. ¿Y tú?
Ella parecía sorprendida por su actitud.
–¿De verdad estás tan seguro de que no vayan a quedarse impactados cuando descubran que estamos saliendo?
–Que sepas que te considero una mujer perfectamente respetable –dijo disfrutando al ver cómo se le encendían las mejillas de nuevo.
–No es a mí a quien cuestionarán –le contestó indignada–. Eres tú el que tiene mala reputación.
–¿Mala?
–Dos esposas. Eso podría considerarse escandaloso en ciertos círculos. Es más, imagino que tu madre te habrá dicho algo al respecto.
–No las tuve al mismo tiempo, todo sucedió en una secuencia de eventos perfectamente respetable. Y en cuanto a mamá y yo, hemos hecho las paces. Hace años aprendió que era una pérdida de tiempo y de aliento intentar controlarme.
Ella apretó los labios y se le encendieron los ojos.
–¿Es que no te tomas nada en serio?
–Sí. Mi trabajo y, últimamente, a ti.
–¿Qué voy a hacer contigo?
–Mucho, espero. ¿Empezamos con una cena esta noche?
Vaciló tanto que él pensó que tal vez le había salido mal la jugada por arriesgar demasiado.
–No estoy segura de que esté preparada para tratar con un hombre como tú –le dijo, aunque con una expresión extrañamente nostálgica.
–Connie, amor mío, creo que puedes con todo lo que te depare la vida –contestó él con total sinceridad–. Puedes hacer conmigo lo que quieras.
–Lo dudo, aunque supongo que una cena no es un riesgo demasiado grande.
–Bien por ti. Y esta noche iremos a Brady’s. Se acabó el escondernos en lugares alejados.
–¿Estás seguro? –preguntó dudosa.
–Nunca he estado más seguro de nada –la miró con intensidad–. ¿Y tú? ¿Te preocupa la opinión de Jake o de tu hija?
–Admito que se sorprenderán, pero se sorprenderían de todos modos de verme con cualquier otro hombre después de todos estos años.
–Entonces nada se interpone en nuestro camino, ¿no?
–Supongo que no.
–Bien –si había algo que sabía con total certeza era que si iban a darle una oportunidad a su relación, esta tenía que ser abierta y sincera desde el principio. No había nada malo en lo que estaban haciendo y las dudas que los demás pudieran tener sobre ellos, ya fuera su entrometida familia o el protector hermano de ella, sería mejor derribarlas cuanto antes.
Cuando Jess volvió al hotel el sábado por la tarde, la cocina estaba vacía a excepción de por un Ronnie aterrorizado.
–¡Menos mal! –exclamó el chico cuando ella entró–. Llevo una hora llamándola al móvil.
Jess metió la mano en el bolso y maldijo.
–Lo siento. Supongo que me lo he dejado en el despacho –olvidar el móvil rompía una de las reglas del fin de semana: nunca salgas estando incomunicada con el hotel. ¿Qué le pasaba? Esos eran la clase de despistes que la enfurecían.
–Tenemos un problema.
–¿Qué?
–Gail se ha puesto mala y ha tenido que marcharse. Me ha dicho que me ocupe, pero no sé qué tengo que hacer y hoy el restaurante estará abarrotado. He tomado unas cuantas reservas de mesas antes de saber que Gail tendría que irse. Tal vez deberíamos cerrar.
Jess se preguntó si el muchacho tendría razón, pero por otro lado, pensó que, aunque estuviera muriéndose, Gail no se habría ido del trabajo si no hubiera creído que el chico podía encargarse.
–Vamos a echarle un vistazo al menú –dijo intentando enfrentarse al problema metódicamente para no dejarse llevar por el pánico–. Dime qué platos puedes preparar.
Él miró los tres platos principales y se encogió de hombros.
–La he ayudado con todos, así que supongo que puedo con ellos siempre que tenga ayuda.
–Yo te conseguiré ayuda.
Levantó el teléfono y llamó a Kevin.
–Tengo una crisis.
Quince minutos después, su hermano llegó con Abby y la abuela. Jess, consternada, miró a la anciana.
–Abuela, no puedo pedirte que estés por aquí trabajando.
–¡Pues no sé por qué no! He cocinado para multitudes muchas veces y, a decir verdad, se me da mucho mejor que a tu hermana. Si Abby se queda, yo me quedo.
Jess reconoció el gesto de determinación de su barbilla alzada y asintió.
–De acuerdo. Pues gracias.
Se giró y vio a Ronnie y a Kevin ojeando los menús y las recetas plastificadas de Gail.
–Abby, tú te encargas de las ensaladas. Es difícil estropearlas. Ronnie dice que los postres están hechos, pero hay que cortarlos en porciones y emplatarlos. Dice que Gail suele añadir un poco de salsa de fresa o de chocolate para decorarlos, pero eso puedes saltártelo.
–No hay problema –dijo la abuela–. Sé decorar platos.
Jess los vio a los cuatro ponerse en acción.
–Gracias, chicos. Sois increíbles. Y tú también, Ronnie. No me extraña que Gail tenga tanta fe en ti.
Él le sonrió.
–Gracias. Supongo que esto será como mi adoctrinamiento a fuego, ¿no?
–Supongo que sí. Estaré fuera sentando a la gente, así que avisadme si necesitáis algo. Si necesitáis más ayuda, puedo meter a una de las camareras.
–Estaremos bien –le aseguró Kevin.
Salió de la cocina sintiéndose segura e hizo una llamada más. Esta vez, a su padre.
–Esta noche Ronnie se encarga de la cocina. ¿Crees que podrías traer a su padre para que vea lo bueno que es como chef? –sabía que era un riesgo, pero también sabía lo mucho que significaba para el chico la aprobación de su padre. Era algo que ella podía comprender y con lo que se identificaba.
–Lo llevaré –prometió Mick–. Aunque creo que evitaré mencionar a Ronnie por si algo sale mal. ¿Te parece?
–Perfecto. Gracias, papá.
Para asombro y alivio de Jess, la noche pasó sin incidentes. Nadie pareció notar que la cocina estaba siendo dirigida por un chico sin experiencia, un ex paramédico, una consejera en inversiones y una mujer octogenaria. Jess estaba maravillada con todos ellos.
Cuando se acercó para hablar con sus padres y los Forrest, miró al padre de Ronnie a los ojos.
–¿Qué tal la cena?
–Excelente. Tu chef mejora cada día.
Jess le sonrió.
–Pues debería decírselo a él.
–Creí que tu chef era una mujer.
–Y lo es, pero esta noche se ha ocupado su ayudante. Lo traeré.
Salió de la cocina un momento después con un reticente Ronnie detrás.
–Señor Forrest, me gustaría que conociera al joven que ha dirigido la cocina esta noche.
El hombre lo miró asombrado.
–¿Tú has hecho esta comida?
Ronnie asintió.
–Gail ha estado enseñándome y me he apuntado a unas clases.
–Gail cree que será un chef extraordinario –le dijo Jess.
–Bueno, está claro que ha tenido un comienzo extraordinario –apuntó Megan–. Ronnie, la cena ha estado excelente.
–Sí –dijo su padre mirándolo con respeto–. Supongo que debería haberte tomado en serio cuando dijiste que querías hacer esto.
–Bueno, por suerte, la señorita O’Brien y Gail sí que me tomaron en serio –dijo Ronnie–. Y para serte sincero, no puedo llevarme todo el mérito esta noche. He tenido mucha ayuda de los O’Brien en la cocina.
Ahora fue Mick el que se mostró asombrado. Jess le sonrió.
–Es una larga historia, pero Kevin, la abuela y Abby han hecho de pinches y han estado increíbles.
–Nell ha debido de estar en la gloria –dijo Megan con una carcajada–. Tendré que entrar en la cocina para felicitarla.
–Voy con usted –dijo Ronnie deseando escapar de allí.
El señor Forrest miró a Jess.
–Has sido muy buena con el chico.
Ella sacudió la cabeza.
–No, fue Gail la primera en ver su potencial.
–Bueno, te debo una por haberle dado una oportunidad en un principio.
–Me alegra que haya salido bien –dijo Jess antes de ir a hablar con el resto de comensales.
A las once, cuando el último de los clientes se había marchado, no solo estaba exhausta, sino que estaba entusiasmada.
Levantó la mirada del libro de registros y allí vio a Will.
–Llegas demasiado tarde. La cocina ya ha cerrado.
–Esperaba que tuvieras tiempo para una copa antes de irte a dormir –dijo justo cuando la puerta de la cocina se abrió y su improvisada cuadrilla salió al comedor. Will los miró con la boca abierta–. ¿Qué está pasando aquí?
Kevin se rio.
–Hemos acudido a una llamada de emergencia.
–Y hemos hecho un trabajo fantástico –añadió la abuela con los ojos brillantes de emoción, a pesar del evidente cansancio en su rostro.
–Sí, es verdad –asintió Abby–. Pero tengo que irme a casa con mi marido y las niñas. Se estaban partiendo de risa cuando les he dicho adónde venía. Abuela, ¿vienes conmigo?
–Sí, claro –contestó Nell, aunque no parecía que tuviera muchas ganas de irse. Abrazó a Jess con fuerza–. Gracias por dejarme formar parte de esto. Me ha encantado hacer de pinche.
–¿Dejarte? No podríamos haberlo hecho sin ti. Soy yo la que está agradecida.
Kevin se sentó en una silla.
–¿Qué tiene que hacer un hombre para tomarse una copa en este sitio?
Will lo miró divertido.
–¿Te apetece un vino? Sé dónde están.
–Trae una botella de vino –le gritó Jess y miró a Ronnie–. ¿Te quedas un rato?
Él chico asintió con ganas.
–Si no os importa… Estoy demasiado nervioso como para irme a casa.
–Claro que no nos importa. Eres una parte vital de este equipo. Hoy lo has hecho muy bien –y le dijo a Will–. ¡Trae cuatro copas!
Kevin miró a Will.
–Se te ve muy cómodo por aquí.
Jess se encogió de hombros.
–Ha venido unas cuantas veces.
–¿Ah, sí?
–No vamos a hablar de esto –le dijo muy seria–. Que hayas ayudado a salvarme el trasero esta noche no significa que ahora puedas tener el privilegio de interrogarme.
–Pero ser el hermano mayor sí me da ese privilegio.
–Puedes preguntarle a Connor cómo le ha salido a él hoy la jugada –respondió aliviada al ver que Will regresaba. Al menos confiaba en que su hermano no diría nada que avergonzara a Will delante de Ronnie, una persona ajena a la dinámica de la familia.
Relajada tras la frenética noche, Jess vio que estaba feliz de que Will estuviera allí formando parte de lo sucedido. Era como en los viejos tiempos, cuando todos habían salido juntos. Por segunda vez ese día se preguntó si tal vez se había agobiado demasiado con el paso de amistad a pareja, ya que, tal vez, ese cambio solo significaría más noches agradables como esa.
Miró y vio cómo Will estaba mirándola con deseo. Se le aceleró el pulso y pensó. Daba un poco de miedo el impacto que él estaba provocando en todos sus sentidos, pero uno de esos días tendría que decidirse. Hasta entonces tal vez podía actuar como una adolescente y restringir las citas a cosas que pudieran hacer con mucha gente. Imaginar la reacción de Will ante su estrategia de autoprotección la hizo sonreír.
La demanda de los servicios de Almuerzo junto a la bahía superó todo lo que Will se había imaginado. Aunque hubiera querido tener una cita… ya fuera con Jess o con cualquier otra chica… habría estado demasiado ocupado para organizarla. Al menos esa era la excusa que se había dado para no salir con nadie tras la desastrosa cita con Anna Lofton unas semanas atrás.
Sí, de acuerdo, eso y el hecho de que las cosas parecieran haber dado un cambio para mejor con Jess. Sabía que no podía meterle prisa, y por eso estaba intentando esperarla, esperar a que ella llegara a la misma conclusión que había llegado él: que ambos merecían una oportunidad.
Ocasiones como el encuentro casual en el festival y la relajada noche que habían pasado ese mismo día en el hotel parecían estar derribando las defensas de Jess. Solo tenía que ser paciente. Sí, tenía experiencia, llevaba muchos años siéndolo, pero cada vez le resultaba más difícil.
Unos días después de la noche en el hotel, estaba trabajando con el ordenador en su consulta cuando la puerta se abrió y Jess entró. La miró sorprendido. Era la primera vez que había cruzado el umbral de su lugar de trabajo y, ahora que lo pensaba, era la primera vez que ella había hecho un acercamiento y había ido a buscarlo.
Jess miraba a su alrededor con curiosidad.
–No hay diván.
–No todos los psicólogos los tenemos –respondió mientras intentaba averiguar qué le había hecho adentrarse en territorio enemigo–. La mayoría de la gente prefiere sentarse en un sillón cómodo.
–¿Has probado con un sofá grande?
–Durante un tiempo lo tuve, pero luego renové el mobiliario –sonrió–. ¿Has venido para hablar de mi decoración y mis muebles?
–Sinceramente, no sé qué hago aquí.
–¿Querías una sesión? –le preguntó disfrutando de ese rubor que había despertado su pregunta.
–Eres la última persona que querría que husmeara en mi psique. Ya lo haces demasiado cada vez que nos encontramos.
–Jess, al contrario de lo que tú crees, tu psique es lo último en lo que pienso cuando me encuentro contigo.
–¡Oh!
Y ya que él no quería ponerle el corazón a sus pies para que se lo pisoteara, cambió de tema.
–¿Por qué estás aquí?
Ella se movió por el despacho, agarró una revista y vio alguna que otra escultura antes de mirar curiosamente una caracola.
–¿La has encontrado por aquí?
–En la playa junto a tu casa, precisamente –la miró a los ojos–. ¿Es que no te acuerdas?
–Seguro que hay miles de caracolas, Will. ¿Por qué iba a recordar esta?
–Te cortaste en el pie con ella cuando tenías catorce años. Estabas sangrando mucho e intentabas no llorar. Te llevé a casa para que Nell pudiera vendarte el pie.
–¿Y guardaste la caracola? –preguntó incrédula.
Él se encogió de hombros sintiéndose ridículo.
–En su momento pensé que me la llevaba para que nadie volviera a hacerse daño con ella, pero después, no sé por qué, se quedó conmigo.
–¿Para recordarte que jugabas a ser Sir Galahad? –preguntó ella.
–Algo parecido.
–¿Puedo preguntarte algo?
–Me encantaría.
–¿Alguna vez has pensado en besarme? Quiero decir, antes de aquella noche en Brady’s.
Él sonrió ante su tono de solemnidad.
–Todo el tiempo.
–¿Y por qué no lo habías hecho nunca?
Will se rio.
–Porque tú no parecías querer que lo hiciera. Es más, siempre te has mostrado irritable a mi lado desde el día que nos conocimos. Y después de hacerme psicólogo, más todavía. Igual que antes, actúas como si te aterrorizara que viera algo dentro de ti que no quieres que nadie sepa.
–No tengo ningún secreto. Creo que todo el mundo del pueblo siempre ha sabido mis cosas.
–Entonces, yo no debería darte miedo, ¿no?
–Probablemente no –respondió y lo miró a los ojos–. Pero me das miedo.
Will sintió como si la tierra se hubiera movido bajo sus pies.
–¿Por qué?
–No lo sé.
Sintiéndose al borde de un precipicio que podría alterar para siempre su relación, le preguntó con naturalidad:
–¿Quieres que vayamos a cenar y así intentemos descubrir el porqué?
–Eso me suena fatal, como si fuéramos a tener una sesión de psicoanálisis.
–Yo no llevo a mis clientes a cenar. No es ético.
Jess le lanzó una penetrante mirada.
–Entonces, si me haces una pregunta, será simplemente porque quieres saber la respuesta. Pero serás tú, Will. No el psicólogo.
–Solo yo –respondió él muy serio.
–De acuerdo.
Mentalmente, Will gritó aleluya y después se levantó lentamente fingiendo indiferencia.
–Iré a por mi chaqueta.
Al salir, Jess lo miró de reojo.
–Entonces, cuando me conozcas bien, ¿me organizarás una cita con alguno de esos clientes de Almuerzo junto a la bahía?
Will se detuvo en seco y la miró con incredulidad.
–¿Y bien?
Él sonrió.
–No, si esta noche sale como quiero que salga.
Ella tragó saliva con dificultad.
–Entonces ese beso de hace unas semanas, ¿no fue de casualidad? –preguntó como si necesitara que le aclararan las cosas antes de arriesgar nada–. Eso es lo que quieres, ¿Will? ¿Que estemos juntos, como una pareja?
–No sé de cuántas formas tengo que decírtelo, pero para dejarlo perfectamente claro una vez más, sí. Creo que ya es hora de que lo intentemos. ¿No crees lo mismo? ¿No es esa la razón por la que has venido a mi despacho esta noche?
–Creo que es aterrador cambiar lo que ya tenemos –admitió–. ¿De verdad has pensado en lo que pasará si empezamos a acostarnos?
–Todo el tiempo.
–¿Y si no se nos da bien?
Él se rio.
–¡Oh, creo que se nos va a dar genial!
–¿Cómo puedes estar tan seguro? Tal vez deberíamos probar, ver qué tal sale, antes de implicarnos emocionalmente.
–Jess O’Brien, ¿estás sugiriendo que practiquemos sexo sin ataduras, sin complicaciones para ver qué tal se nos da y luego decidir qué hacemos?
–Creo que sí.
A pesar de verse prácticamente tentado a dejar que se saliera con la suya, Will se forzó a lanzarle una mirada de reprimenda.
–Yo no me voy a la cama en la primera cita –bromeó–. Además, ahora mismo estamos en un lugar público. Te garantizo que nuestra primera vez juntos no será en la hierba en mitad de un campo. ¿Qué clase de hombre sería si no hiciera que nuestra primera vez fuera romántica?
–Sinceramente, no lo sé. Pero creo que estoy dispuesta a descubrirlo.
Era la mejor noticia que Will había recibido en años. Sabía que cambiar su relación conllevaba sus riesgos, pero ya había llegado el momento. Sí, sin duda había llegado el momento, si hacía caso a cómo se le había acelerado el pulso.
–Entonces cenaremos según lo planeado. ¿En Brady’s o en algún sitio más discreto?
Ella torció el gesto.
–Dado que mi familia parece tener espías por todas partes, podríamos ir a Brady’s.
Will vio miedo en sus ojos.
–No pasará nada. Es una cita, Jess. Una simple cena y un poco de conversación. Nada que no hayamos hecho antes miles de veces.
A pesar de que intentó reconfortarla, los dos sabían que había mucho más. La cena de esa noche iría servida con esperanzas y expectativas y con la posibilidad de sexo como postre.