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4.1. EL EJÉRCITO Y LA ADMINISTRACIÓN

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La guerra permitió las conquistas e hizo del ejército el eje central institucional. Gracias a los recursos generados por las concesiones de tierras pudo pagarse la caballería turca, que crecía a medida que iban enajenándose otras tierras.

Mercenarios, esclavos, prisioneros de guerra y los jenízaros (formados con niños secuestrados de los pueblos que esclavizaban) nutrieron a la disciplinada infantería imperial; artilleros e ingenieros se sumaron a fines del siglo XV. (Eso explica que hoy haya turcos rubios de ojos claros y no oscuros y rasgados como los de los mongoles.)

En un sistema institucional cuyo eje era el ejército, toda la administración operaba en función de las necesidades de las fuerzas armadas: obtención de fondos, reclutamiento de efectivos, caminos, puentes. En la cima de la pirámide del poder estaba el Sultán; por debajo de él, el Gran Visir, que controlaba la institución religiosa a su vez responsable de la educación y la legislación, y los cadíes, ocupados en la administración central y el derecho penal.

Los musulmanes libres servían particularmente en la institución religiosa; los cristianos conversos (llamados “los esclavos del sultán”) habían sido reclutados militarmente y constituían el resto de la administración.

El idioma oficial y corriente era la lengua turca otomana; se escribía con caracteres arábigos.

Las diferencias culturales, lingüísticas y religiosas eran toleradas. Las provincias europeas aportaron los fieles de la Iglesia ortodoxa, menos onerosa que la cristiana católica.

Convivían musulmanes, cristianos, griegos y armenios agrupados en tribus, y gremios en las ciudades, a los fines económicos; en comunidades religiosas —con un aceptable nivel de autonomía— y los terratenientes y jefes tribales reconocidos como notables.

El desarrollo cultural fue brillante, en la literatura (historia, geografía y poesía), pintura y arquitectura.

El genocidio silenciado

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