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4.2. DECADENCIA DEL IMPERIO
ОглавлениеA fines del siglo XVII comenzó el ocaso del Imperio turco-otomano. Las guerras perdidas (Austria, Rusia) menguaron los territorios. Para rescatar su pasado esplendoroso, la burocracia civil aconsejaba imitar los avances militares de los Estados europeos. Así lo entendió Mahmud II, pero el objetivo sería inalcanzable sin cambios en el gobierno y la sociedad.
Si el eje institucional pasaba por el ejército, la modernización exigía un cambio en su estructura. Desprendido en 1831 del viejo ejército, el Sultán optó por una fuerza moderna con sus estamentos bien pagados y educados para la disciplina. La burocracia debía crecer para recaudar eficientemente los impuestos y crear un sistema educativo apto para proveer oficiales y funcionarios capacitados profesionalmente. Las inversiones en telégrafo y ferrocarriles demandaban partidas cada vez mayores de dinero y, cuando el Estado ya no pudo lograrlo con las recaudaciones, apeló a la dependencia financiera europea, y como ocurría y ocurre contemporáneamente, los centros financieros ejercieron el control y la administración de los recursos prestados.
La centralización administrativa y cierto nivel de liberalización para las personas (derechos ciudadanos, más libertades, igualar los derechos de los musulmanes y los no-musulmanes) implicaron una profundización de la reforma.
Toda reforma genera oponentes y sectores que dudan de sus resultados si no se profundizan con acompañamiento popular. Jóvenes identificados como los nuevos otomanos aparecieron en escena para reclamar más reformas, incluida una Constitución promulgada en 1876 pero anulada dos años más tarde. Como ya se dijo anteriormente, el germen había prendido: revolucionarios conocidos como los Jóvenes Turcos provocaron en 1908 una revolución que derribó al gobierno totalitario de Abdul Hamid II.
Abdul Hamid II no pasa a la historia por su linaje de hijo y hermano de sultanes. Pasa en gran medida por su comprobada ineficiencia como gobernante. Ingresa a la historia porque con él se inicia el colapso del Imperio turco-otomano y comienza la Cuestión Armenia. Las masacres de Abdul Hamid II, el Sultán Rojo, de 1894-1896 costaron la vida a más de 300.000 armenios en el Imperio turco-otomano. Esas masacres preanunciaron el genocidio. Por su autoritarismo, el Sultán desconoció principios elementales de igualdad y respeto a las minorías étnicas que había incorporado la primera Constitución turca de 1876. Como secuela de la guerra ruso-turca, inmigraron caucasianos y tártaros, que se sumaron a la minoría kurda para despojar de sus bienes a los cristianos y matarlos impunemente con tolerancia legal. En medio de semejante escenario, llega de Tiflis un iluminismo armenio, culto, que estimula la formación de agrupaciones políticas revolucionarias, como se leerá más adelante.
Abdul Hamid II marcó el principio del fin del Imperio turco-otomano, como también el principio de lo que ha dado en llamarse la Cuestión Armenia. Caído Abdul en el golpe militar de 1908, se restauró la Constitución. Los revolucionarios unieron sus fuerzas al grupo opositor Comité de Unión y Progreso (CUP), que ese año tomó el control del Imperio e introdujo reformas radicales.