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5.2. ETAPAS QUE PREPARARON EL EXTERMINIO30

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– Desarme: Se confiscaron las armas de la gran mayoría de la población. Las mismas armas que habían sido entregadas a la población para la guerra ruso-turca.

– Decapitación intelectual del pueblo: Primero se desharían de los intelectuales, políticos, poetas y religiosos, para evitar que el pueblo pudiese organizar la defensa. El secuestro de más de 600 intelectuales comenzó precisamente un 24 de abril de 1915 en la ciudad de Constantinopla.

– Emasculación (destrucción física masculina): Nada quedó al azar. Con la excusa de la Gran Guerra, enrolaron en el ejército turco a todos los hombres armenios entre 15 y 45 años, lo suficientemente fuertes como para sostener un fusil que nunca recibieron. A los soldados sólo se los utilizó como mano de obra para construir trincheras que inmediatamente se transformarían en sus propias tumbas.

– Eterna caravana hacia la muerte: Eso fue la deportación letal. Los turcos debían borrar de la faz de la Tierra a los armenios y todo vestigio de cultura armenia, para que nunca más existiese una “Cuestión Armenia” basada en reclamos territoriales o garantías y derechos para las minorías. Las órdenes las dio el mismo ministro del Interior, Talaat, y debían ser “cumplidas, sin titubeos y haciendo caso omiso a la conciencia”, decía su terrorífico telegrama. Sucede que las órdenes eran tan inhumanas que algunos soldados turcos o jefes del ejército no podían creer lo que se les estaba ordenando, y pedían explicaciones o aclaraciones. Quienes se negaron a cumplir las órdenes fueron fusilados.

Talaat había sido muy claro: “los armenios habían perdido el derecho a la vida en el Imperio otomano”; para no malgastar municiones, se los debía matar a cuchillo, o ahogándolos en el río Éufrates, entre otras metodologías abominables. En los poblados y aldeas sólo quedarían hombres enfermos, adolescentes, mujeres y ancianos. A ellos les esperaba la otra parte del plan: la deportación. Se colgaba en la plaza central de cada pueblo un aviso que ordenaba que la población debía partir para la “reubicación”. Se hizo creer a los armenios que se congregaría a la población para llevarla a una zona de exclusión bélica que los protegería de los efectos de la guerra reinante. Pocos años después, Hitler puso al frente de los campos de concentración: “El trabajo nos hace libres”.

Estaban planificadas todas las rutas para la deportación. Al norte se los ahogaría en el Mar Negro; los que vivían en el centro de Anatolia serían llevados, sin víveres y caminando, hasta el desierto de Deir-El-Zor, en cuyos pozos naturales serían arrojados y quemados.

Los métodos de aniquilamiento eran realmente espantosos y obviamente no se respetaba ni el sexo ni la edad de las víctimas. Las órdenes de Talaat aclaraban que los armenios no debían vivir ni en el vientre de sus madres embarazadas.

El río Éufrates, de aguas cristalinas, durante meses se tiñó de color rojo por transportar cientos de cadáveres ensangrentados. Miles de mujeres y niños terminaron sirviendo como esclavos en los harenes de los Pashá (jefes) turcos; hoy día, muchos ciudadanos turcos desconocen que su verdadero origen pertenece a la etnia armenia.

El genocidio silenciado

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