Читать книгу La ternura de caníbal - Víctor Álamo de la Rosa - Страница 10
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Ramírez Oblea, a la postre, tuvo inmensa suerte. Dos veces no lo cuenta. Algo así le dijo a su hermano, el senador Ramírez Oblea, cuando lo visitó en el hospital. Casi no lo cuento, hermano. Porque llegó la ambulancia, envuelta en fosforescencias naranja y girando sus luces apremiantes, cuando boqueaba estertores finales, con su cara hecha un mapa de sangre, hilillos que delimitaban países y provincias, y le quitaron de encima al caníbal, y pudieron colocarle la mascarilla de oxígeno y hacerle la retahíla urgente de primeros auxilios y ponerlo en una camilla y trasladarlo a la ambulancia que, también con algo de suerte, no se topó con demasiado tráfico y pudo acelerar a fondo hasta enterrarse en las entrañas del más cercano complejo hospitalario. Luces de quirófano, susurros de cirujanos, tráfico de metálicas herramientas quirúrgicas y prisas. Ramírez Oblea pasará allí todo el próximo mes y medio, recibiendo visitas, leyendo revistas, hablando de política con su hermano, porque, tras operarlo de urgencia durante cinco horas y someterlo a varias transfusiones de sangre, infructuosamente trataron de recomponerle un poco los maltratados tejidos de la cara, aunque estaba claro que no habría de disfrutar más de los placeres rutinarios del afeitado. Que no se queje, de todas formas, que la mayoría de gentes no pueden contar ni en sus mejores sueños el relato de haber sobrevivido al ataque mortífero de un caníbal.