Читать книгу La ternura de caníbal - Víctor Álamo de la Rosa - Страница 13

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SEIS

El incidente de Ramírez Oblea sí que salió reflejado en los telediarios, la verdad, aunque no porque Ramírez Oblea fuera en realidad un tipo importante, una conspicua personalidad del sistema o un prócer del Estado. Su desgraciado episodio caníbal fue objeto de desmedido tratamiento informativo porque el Gobierno, tras una iniciativa legislativa presentada por su hermano, el senador Ramírez Oblea, decidió utilizarlo para anunciar nuevas medidas coercitivas y nuevos planes de seguridad anticaníbales específicos para bancos, edificios de la administración gubernamental y sedes políticas, porque es perentorio garantizar la seguridad de gobernantes y banqueros, decía el portavoz del Gobierno en declaraciones magníficamente pregrabadas. No podemos dejar que nuestros representantes se conviertan en dianas fáciles para los caníbales. Un porcentaje del Presupuesto General del Estado se destinará a reforzar la presencia policial y otro a la construcción y ejecución de cabinas, muretes y urnas de cristal para despachos y oficinas ocupados por personas susceptibles de ataques caníbales. Cargos políticos y directores de oficinas y sucursales de bancos serán los primeros agraciados con la urgente e impostergable implementación de estas medidas. Más o menos eso decía el diligente comunicado hecho público a través de los cuatro medios de comunicación del Estado, los únicos que podían ofrecer información y no solo entretenimiento: la televisión, la radio, el periódico y la red. Quien no se dé por enterado es porque no ha querido y, como ya es sabido desde hace varias décadas, cualquier ataque caníbal será pagado con la pena de muerte, tal y como recoge nuestra legislación.

El senador Ramírez Oblea tuvo su minuto de gloria y no escatimó en reverencias de agradecimiento de su cuerpo gordo el día en que fue unánimemente aplaudido en el Senado, después de que el Gobierno hiciera suyas sus líneas de lucha contra el terrorismo caníbal, según la certera expresión acuñada en su discurso, un opúsculo bien pertrechado de argumentaciones y titulares redactado por su diligente asesor, un escritor fracasado que había aceptado plegar sus metáforas a la retórica oficial a cambio de estipendio y sabrosas dietas, un dinero fácil que le procuraba la buena vida que jamás alcanzó mientras escribió sus poemas y novelas. Eso mismo le dijo su hermano, el banquero Ramírez Oblea, en su habitación del hospital, con los restos de su cara envueltos en vendas, casi momificado, a través de un trozo de su boca sin labio: Muy bien dicho, hermano, entre todos acabaremos con el terrorismo caníbal.

La ternura de caníbal

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