Читать книгу La ternura de caníbal - Víctor Álamo de la Rosa - Страница 19
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Tocaré sus hidromurias hasta encontrarle el clémiso y de ese esparcimiento blando de la noche no me iré sin la recompensa del sexo desahogo, ese alivio que vuelve a confinar, aunque sea en celda frágil, a la bestia buscadora de coito sin compromiso sin amor sin matrimonio ni hijos ni serias complicaciones. Esa felicidad rasa, fácil y primera: Ágata, saca tus uñas, maúllame temblores y obscenidades, que mañana nos dará igual. Huéleme y te huelo, olfateémonos los conductos, danza de animales. Nos rodearemos moviéndonos en círculo, como si nos persiguiéramos lo que hay bajo nuestras colas gatas para que el maúllo se alargue hasta casi el rugido tigre y tigresamente copulemos y entonces de golpe se acaben los miramientos y los pudores para ponernos a bailar en serio, sin saber quién está arriba y quién abajo en este abajo arriba girándula, como si quisiéramos envolvernos el otro al uno el uno al otro vueltas y más vueltas sobre la cama, a derecha izquierda derecha izquierda cual sargenta marcha marcial hasta encontrar el punto tuyo que también es el mío. Punto nuestro. Punto adentro las gotas de sudor que nos rebosan y los ángeles que nos rebasan para darnos tiempo a que las respiraciones acompasen sus silencios y llevarnos a los algodonados espacios del sueño.
Esos borbotones del sexo, agarrados a la intimidad de la noche que nos oculta los secretos mutuos, Ágata, nada que ver con el frío de las mañanas, la indiferencia amistosa, las prisas por acercar la hora de la despedida, aunque en realidad no estemos tan ocupados. Ni siquiera un simple desayuno juntos, un poco de ese rarísimo saber estar sin palabras, algo de esa comprensión más allá de la comprensión. Nos ocultamos muy bien. No nos concedemos que pueda interesarnos lo que hay detrás de nuestros nombres y nuestras pieles. Sabemos que entre nosotros no hubo más.
No.
Hay.
Más.