Читать книгу La ternura de caníbal - Víctor Álamo de la Rosa - Страница 22
ОглавлениеQUINCE
¿De dónde había salido tanto pelo?, me pregunto. ¿Y de qué manantial habían emergido tantos caracoles rubios, leónida cabellera de rizos, imposible laberinto de cuevas, pasadizos, esponjosidades enruladas?
Parecía otra mujer. Si no es por su sonrisa diciéndome que sí que sí, soy Melany, la de la bici, habría tenido una duda mayor que la que ella misma leyó en la mueca de sorpresa de mi cara, en ese gesto que le inspiró la broma.
—Soy yo —dijo, y ya al besarnos con saludo las mejillas pude sentir mi cara contra el colchón de sus cabellos y la fragancia agradable que exhalaba su pelo.
—Es que no te recordaba así.
Volvió a sonreír.
—Milagros de peluquería —dijo, con mohín de coquetería zalamera. ¿Aparcaste la moto?
—Sí, ahí mismo —señalé.
—Pues vamos mejor caminando. El restaurante que he pensado está aquí cerca, casi a la vuelta de la esquina. Así el casco no me aplastará el pelo —bromeó.
—Claro, de acuerdo. Esos rizos se merecen toda la libertad —dije, dejando claro que yo también sabía hacer bromas.
Caminamos, sin tocarnos o rozarnos, uno junto al otro.
—¿Qué tal tu día?
—Bien, normal, sin novedad en el frente.
Tengo que describirla, es perentorio que lo haga, pero preferiré hacerlo dentro de un momento, cuando lleguemos al restaurante y Melany se quite la gabardina color caramelo que la envuelve hasta las rodillas. Entonces seré más preciso y pintaré mejor. Con más luz, más colores, mejor paleta.
Caminamos. Estos momentos tienen su complejidad. Caminas y miras de lado para conversar, pero los ojos no se encuentran sino breves porque hay que mirar al frente para no perder el paso ni romperse los cuernos contra una farola o una papelera o un bolardo o un contenedor de basura. No es fácil. Ni caminar ni conectar una charla. Nunca hay que hablar del tiempo.
—¿Trabajas, Melany?
—Sí, ahora estoy trabajando de enfermera, haciendo una sustitución.
—¿Enfermera?
—Sí.
—¿Y te gusta?
—Sí, en realidad solo hago primeros auxilios en ambulancias. Y tú, ¿trabajas?
—Yo trabajo en la fábrica de las afueras. Siempre he trabajado en la fábrica. Nada interesante.
—Bueno, es lo que hay. De algo hay que vivir.
—Sí. ¿Y dónde me llevas? Tengo hambre.
—Es un restaurante que está aquí mismo, en el pasadizo que une las calles del Ruego y del Perdón, no sé si lo conoces.
—Pues no, ni idea.
—Tiene un nombre muy gracioso, Le Comilón, y ofrece una carta bastante variada y un menú de picoteo con curiosidades gastronómicas interesantes. Espero que te guste.
—Estupendo. No lo conozco. ¿Le Comilón? Es gracioso, sí.
—Es que la carta ironiza con los nombres de los platos para ridiculizar un poco la pomposidad de la nouvelle cuisine francesa. Pero el cocinero es muy castizo y muy cachondo. Ya verás. De pronto eliges un plato cuyo nombre en la carta es casi ilegible, largo y presuntuoso, y vas y te encuentras después con algún tipo de variación sobre la simple base de una tortilla de papas, por ejemplo. Me gustan esas sorpresas.
—Vaya, qué ocurrencia.
—Sí, el cocinero está en contra de ese dicho que dice que con la comida no se juega. Él dice que es justo al contrario, que hay que jugar, improvisar. Será divertido. Mira, ya estamos llegando. Es ahí.