Читать книгу La ternura de caníbal - Víctor Álamo de la Rosa - Страница 24

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diecisiete

Casi tres semanas después, cuando acudí a las oficinas de mi compañía de seguros, me entero de que el solicitado jefe de agenda infernal había sufrido un ataque caníbal y que estaba aún convaleciente, recuperándose en el hospital. Que había sido allí mismo, según entraba a la oficina, un visto y no visto. Por la espalda. Con alevosía. Que había habido suerte porque el caníbal no se esperaba que el jefe estuviera tan fuerte, tan en forma, tan hecho de horas y horas de musculación de gimnasio. Que había sido para todos un susto muy grande del que tardarían en reponerse. Eso me dijo su secretaria para en realidad deshacerse de mí y cancelar mi cita sine die y pedirme por favor aceptar disculpas por el imprevisto, hágase cargo, la desgracia, nadie habría sido capaz de imaginar una cosa así, dijo, convincente. Si le parece, vuelva a llamarnos dentro de un mes, puntualizó, mortificando sus labios con una forzada sonrisa de amabilidad incluida en el sueldo.

Confesaré que no sentí ni pizca de lástima sino todo lo contrario. Una alegría recóndita, íntima, que ni siquiera sabía que podía estar ahí, agazapada en algún pliegue entre mis tripas. Ni siquiera comuniqué a la apenada secretaria que lo sentía. No me molesté en sacar el disfraz de la hipocresía. Perdí mi tiempo y tendré que salir casi una hora más tarde de la fábrica, pero mereció la pena. ¿Quién dijo que la venganza es mala para la salud?

—Señor, de todos modos, tengo aquí un informe que me dice que su caso ya ha sido revisado por nuestros abogados y que su apreciación es negativa.

—¿Y eso qué significa?

—Pues significa lo que ya le adelanté, que nosotros no tenemos por qué pagar la bicicleta.

—Ya —dicho esto con inmensa cara de tonto.

—Ahora bien, si hace esa cola mi compañera le dará un impreso de apelaciones y podrá rellenarlo —propuso.

—¿Y para qué?

—Nuestros abogados volverán a leerse su caso.

—¿Y para qué? ¿Es que mostraron dudas en su informe negativo?

—No.

—Dígame la verdad, por favor.

—No, la verdad es que no mostraron dudas. Al contrario, son muy rotundos en sus apreciaciones.

—¿Y para qué demonios me dice entonces que rellene el impreso de apelaciones?

—Señor, es el procedimiento.

—¿El procedimiento? No me fastidie.

—Por favor, no se altere.

—No me altero. Ya me voy. No necesita apretar ese botón para llamar a seguridad.

—De acuerdo. Gracias, señor.

—Gracias a usted.

Me giré para irme, mas luego volví y la miré fijamente hasta que ella captó de nuevo mi presencia y me preguntó si se me ofrecía algo más. Le dije:

—¿Sabe? No soy un caníbal. Al menos por ahora.

La ternura de caníbal

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