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Capítulo 7

SEXUALIDAD HUMANA

JORGE NEIRA M. Y MAURICIO BESIO R.

Pocas cosas hay tan profundas en lo humano como aceptar de manera libre y responsable a una persona en el plano sexual. Esta condición de ser sexuado, dada, misteriosa, muy compleja, que nos acompaña toda la vida, que atraviesa nuestros tejidos: físico, psíquico y espiritual, y que tiene una plenitud o vacío inscrita en su sentido, a la cual estamos llamados a alcanzarla o desperdiciarla con nuestra voluntad.

Por lo diversa que es la forma de ejercer la sexualidad humana, nos parece necesario hacer primero una reflexión del orden antropológico y ético, sabiendo que son múltiples los ámbitos en que esta dimensión se podría abordar, y de este modo acceder a un mínimo de inteligibilidad que nos permita prepararnos de manera adecuada como agentes sanitarios para responder a una necesidad de ayuda clínica planteada por nuestras pacientes.

¿Qué esconde la sexualidad que el mismo placer sexual no es capaz de satisfacer? Ella nos esconde y nos revela el misterio del hombre, nos habla de su soledad y de su complemento, de su carencia y de su plenitud, de nuestra pertenencia al mundo animal, pero también de nuestra propia trascendencia.

El profesor de moral José Noriega dice: “La sexualidad promete mucho, pero cosecha poco”. Eso devela lo que al final del día el hombre contemporáneo recoge de la vivencia sexual, no es lo que anhelaba, el placer sexual no se corresponde con las expectativas que la persona y la cultura proyectaban.

El objeto de nuestra reflexión es el acto sexual como máxima expresión de la sexualidad, sabiendo que para llegar a este plano hay un largo camino, muchas veces lleno de dificultades, incógnitas y desafíos. ¿Cuál es el concepto englobado en esta acción humana que pueda dejarnos saciados en cuanto a su verdadera naturaleza? Problema no menor para el lenguaje, empezaremos por acercarnos a lo que dicen las organizaciones del ámbito médico que nos cobijan.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) se refiere a este objeto como:

Salud sexual es un bienestar físico, emocional, mental y social relacionado con la sexualidad; no es meramente la ausencia de enfermedad, disfunción o debilidad. La salud sexual requiere de un acercamiento positivo y respetuoso hacia la sexualidad y las relaciones sexuales, así como la posibilidad de obtener placer y experiencias sexuales seguras, libres de coerción, discriminación y violencia. Para que la salud sexual se logre y se mantenga, los derechos sexuales de todas las personas deben ser respetados, protegidos y cumplidos (OMS, 2002, Archivo de Sexología).

En esta definición, que deriva de la definición general de salud de la OMS, se rescata el aspecto positivo de la salud sexual y no el mero impedimento de lograr las fases de la respuesta orgánica, además de otorgarle la calidad de derecho humano.

Otra definición de la OMS dice:

Sexualidad es un aspecto central del ser humano presente a lo largo de su vida. Abarca el sexo, las identidades y los papeles de género, la orientación sexual, el erotismo, el placer, la intimidad y la reproducción. La sexualidad se vivencia y se expresa a través de pensamientos, fantasías, deseos y creencias, actitudes, valores, conductas prácticas, roles y relaciones interpersonales. La sexualidad puede incluir estas dimensiones, no obstante no todas ellas se vivencian o expresan siempre. La sexualidad está influida por la interacción de factores biológicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales, éticos, legales, históricos y espirituales.

En esta idea queda claro que está abierto a un universo más complejo, pero faltan las prioridades de su sentido.

La Organización Panamericana de la Salud la define como sigue:

La experiencia del proceso permanente de consecución de bienestar físico, psicológico y sociocultural relacionado con la sexualidad. (Promoción de la Salud Sexual. Recomendaciones para la acción, 19 de mayo de 2000, Guatemala).

Acá destaca los tejidos de la persona que se ven involucrados, además de señalar un bien/ mal que puede lograrse.

La Real Academia Española la define como:

Conjunto de condiciones anatómicas y fisiológicas que caracterizan a cada sexo.

Y la definición de Wikipedia:

La sexualidad humana representa el conjunto de comportamientos que conciernen la satisfacción de la necesidad y el deseo sexual. Al igual que otros primates, los seres humanos utilizan la excitación sexual con fines reproductivos y, para el mantenimiento de vínculos sociales, pero le agregan el goce y el placer propio y el del otro. El sexo también desarrolla facetas profundas de la afectividad y la conciencia de la personalidad. En relación a esto, muchas culturas dan un sentido religioso o espiritual al acto sexual, así como ven en ello un método para mejorar (o perder) la salud.

Como instituciones sanitarias, ambas aportan un avance, pero insuficiente a la hora de realizar un enfrentamiento a una persona concreta que experimenta un impedimento en esta esfera. Un acertado acercamiento lo realiza el médico psiquiatra Armando Roa Rebolledo:

El placer sexual rompe el enclaustramiento corporal propio y se inclina hacia la fusión íntima con el cuerpo y el alma del otro, porque la palabra sexo apunta por definición a una bipolaridad, al milagro de dos seres de idéntica especie diferenciados a fondo entre sí, y destinados a buscarse para restablecer la unidad de la persona completa en cuanto representante total de la especie […]. En el acto sexual dos personas diversas como lo son sus respectivos sexos se juntan en una unidad indiscernible, y en el momento de éxtasis orgásmico se evaden de sus respectivas identidades para asumir una nueva (Roa Rebolledo, 1988).

Sabiendo de las limitaciones del lenguaje para incluir todas las notas de un concepto, queremos entregar un concepto a trabajar:

Es una manera innata de presentarse a la existencia, que poseen algunos vivientes naturalmente divididos en dos versiones, carentes de la otra y complementarias entre sí. En el ser humano esta carencia y tendencia hacia el otro, además de la biológica se manifiesta con mayor intensidad en las dimensiones psicológicas y espirituales. Su plenitud se expresa en aquel acto sexual donde se logran completar estas tres dimensiones parcializadas. (H. Maturana, 2008).

Nos referiremos a esta definición como el ideal al cual acudiremos de forma permanente durante el desarrollo de esta reflexión. Destacan en este ideal tres aspectos: la bipolaridad como alteridad, o sea, el ser opuesto –y por lo tanto que se atrae–, la completud, y el éxtasis orgásmico. A este ideal es el que como personas y agentes sanitarios debemos aspirar, sabiendo que como tal, a veces no lo lograremos. Sin embargo, nos parece que debemos tenerlo presente, ya que como personas que somos lo merecemos. Ahora, este camino es complejo, misterioso, lleno de desafíos que reclaman comprensión fenomenológica, para lo cual lo abordaremos por varias vías como es la biológica, ética y médica.

BIOLÓGICA

La base material de esta condición de ser sexuado, de esta alteridad que concluye en las dos versiones complementarias que describimos en el ideal conceptual, depende en la especie humana de una compleja red de interacciones, que revisaremos de modo somero, y que para fines pedagógicos, los dividiremos en tres niveles:

1. Cromosomas: está causado por el par 23 o sexual, siendo 46, XX para la mujer y 46, XY para el hombre.

2. Determinación sexual: proceso del desarrollo en el cual se diferencia la gónada indiferenciada, que se inicia en la tercera semana y depende de genes tempranos que codifican distintos factores de transcripción. La migración de las células germinales desde el polo caudal del saco vitelino a las crestas genitales se produce entre las semanas cuarta y sexta. En este momento la gónada es bipotencial, está compuesta por las mismas células germinales, epitelio indiferenciado (potencialidad de células de la granulosa/ Sertoli), y mesénquima (potencial teca/ células de Leydig). La determinación hacia el ovario depende de la ausencia del gen SRY (Sex-determining region Y), que permite la expresión del gen WNT4 (contracción de int/Wingless), RSPO1 (R-spondin, on chromo-some 1), FOXL2 (Forkhead box protein L2) y las b-cateninas, que empiezan la cadena de estímulos y frenaciones que concluyen en la formación del ovario. Cuando la deter-minación de la gónada bipotencial es hacia testículo, el gen SRY, que está presente en la rama corta del cromosoma Y, codifica el principal factor determinante testicular: SOX9 (Sex Determining Region Y-Box 9), que junto al FGF9 (fibroblast growth factor 9), desencadenan las vías metabólicas a la cual se suman los genes SF1 (Steroidogenic factor 1)/NR5A1 (Nuclear receptor subfamily 5, group A, member 1), DAX1 (Dosage-sensitive sex reversal, adrenal hipoplasia critical region on chromosome X, gene 1), por nombrar los pasos iniciales que determinan la formación del testículo.

3. Diferenciación sexual: proceso en el cual la gónada produce la diferenciación al sexo fenotípico mediante los factores de transcripción y hormonas. En la etapa indiferenciada (6-8 semanas), tanto el embrión masculino como femenino tienen dos pares de conductos: los conductos mesonéfricos (de Wolff) y los conductos paramesonéfricos (de Müller). En caso del testículo las células de Sertoli producen el factor inhibidor de los conductos de Müller, y las células de Leydig producen testosterona que permite la diferenciación de los conductos de Wolff hacia genitales internos masculinos. A nivel de la piel la testosterona es transformada por la 5-a-reductasa tipo 2 en dehidrotestosterona que produce la diferenciación de los caracteres sexuales primarios en el varón.

En la formación de los genitales femeninos interviene de nuevo el gen WNT4, genes de la familia HOXA (Homebox cluster A) y Lim1 (LIM-homedomain transcription factor 1), entre otros, que junto a los estrógenos de origen materno y placentario, permiten que los conductos paramensonéfricos se unan caudomedial y ventral respecto a los conductos mesonéfricos, para fusionarse con posterioridad y formar la cavidad uterina y la vagina superior. Además, los estrógenos al impregnar el tubérculo genital bipotencial (sexta semana) determinan la formación de la vagina inferior, himen, clítoris y estructuras pudendas mayores y menores.

Hemos traído a colación esta red de interrelaciones, positivas y negativas, genéticas y epigenéticas, donde cada paso es susceptible de excesos y defectos, y por tanto causa de desórdenes del desarrollo sexual. Este no es el lugar para desarrollarlas, pero sí para tomar conciencia de la complejidad en la formación material de los dos sexos (para mayor información se refiere al lector al capítulo de anatomía y embriología del aparato genital femenino).

De esta manera ocurre la embriogénesis inicial de las dos versiones del ser sexuado, y ahora nos saltaremos a la adultez, para entender algunos aspectos dinámicos relacionados con la plataforma hormonal que la soporta.

De todos los transmisores que participan en la respuesta sexual, un lugar preponderante lo ocupa la testosterona, producida en lo fundamental por los testículos en el hombre (> 95%), y en la mujer por la conversión periférica (50%) y ovárica y suprarrenal en partes iguales. Aparte de influir en los caracteres sexuales secundarios masculinos, ejerce su papel en el impulso sexual en ambos sexos, por lo cual revisaremos su nivel sanguíneo a lo largo de la vida.

La testosterona total que circula en el plasma está unida a la proteína transportadora en 80% (SHBG), pero la biodisponible es la que circula unido a la albúmina (19%), y la fracción libre, 3% para el hombre y 1% para la mujer. Los valores para el hombre adulto son entre 8-38 nmol/L, y en la mujer de 0.7-3.0 nmol/L. Ahora, la curva a lo largo de la vida para el hombre se puede examinar en el trabajo de Mitchell (Mitchell et al, 2007), la testosterona total disminuye de forma lenta y la SHBG aumenta con una pendiente un poco mayor, por lo cual la testosterona biodisponible disminuye a lo largo de la vida, todo esto con una gran dispersión.

Para la mujer, la curva de la testosterona en el ciclo menstrual muestra un ascenso en relación con el proceso ovulatorio, y en relación a la menopausia, la testosterona total y la fracción biodisponible no muestran cambios significativos hasta 8 años posterior a su establecimiento. El cambio más revelante ocurre debido a los estrógenos que participan en la respuesta sexual, con receptores en el cerebro, genitales, mamas y tejido graso, y cuya acción cubre todos los ámbitos que favorecen la unión sexual y el proceso reproductivo. Durante el ciclo fértil su nivel oscila entre 40 a 400 pg/mL (peak de estrógenos que precede en 14-24 horas al peak de LH), y que después de la menopausia cae a 10-20 pg/mL, el cual procede de conversión periférica, restando así una plataforma material importante para la respuesta sexual, pero que no imposibilita en lo absoluto acceder al ideal, el cual dependerá ahora de las otras dimensiones involucradas.

Entrando ahora al área de la respuesta sexual humana, esta fue descrita por Masters & Johnson, y revisaremos un extracto de la respuesta femenina:

Fase de deseo o del impulso sexual

Es la sensación física de estar con su pareja. Este impulso está mediado por una sinergia de hormonas y neurotransmisores que se liberan en diferentes fases. La percepción del impulso tiene enormes variaciones individuales y es más pronunciado en el hombre, dependiendo asimismo de estímulos internos y externos.

Fase de excitación

Se provoca por estímulos muy diferentes, y en forma no evaluada empíricamente, para el hombre predomina el estímulo visual, así como para la mujer el tacto y el lenguaje corporal. Durante la fase de excitación se produce una gran vasodilatación del área pelviana que repercute en los cambios propios de las estructuras eréctiles. En la mujer se provoca una lubricación del introito vaginal por la secreción de las glándulas de Bartholin y de Skene, seguido de la erección del clítoris, engrosamiento y crecimiento de los labios mayores y menores por los cambios que experimenta los cuerpos bulbovestibulares.

Fase de meseta

Se producen cambios generales que afectan la frecuencia respiratoria, cardíaca y la tensión muscular. En la mujer el clítoris alcanza su máximo crecimiento, se relajan los músculos que rodean la vagina y el útero se eleva (contracción de la fibras musculares lisas del ligamento redondo), lo que permite el aumento de la complacencia vaginal.

Fase de orgasmo

Gran respuesta sistémica, el predominio del sistema nervioso parasimpático cambia al simpático, existen máximas cifras de presión arterial, frecuencia cardíaca y respiratoria. El sistema musculoesquelético experimenta contracciones (músculos extensores) y a nivel local contracciones de la musculatura del piso pélvico. En la dimensión psicológica, ocurren ondas de placer, gran relajación, sensación de abandono y acabamiento total.

Fase de resolución

En los cambios generales todos los parámetros cardiovasculares vuelven a sus valores basales, ocurre sudoración y el cuerpo se hace insensible a la estimulación erótica y aparece el período refractario. El tiempo de duración puede ser corto en la adolescencia y se alarga en el transcurso de los años; y en algunas mujeres existe predisposición a orgasmos múltiples. Además, todos los cambios ocurridos en los genitales vuelven a su condición inicial.

Como una de las complejidades de la respuesta que se extrae de la descripción de Master & Johnson está la relación con la variable tiempo. Las mujeres son lentas, los hombres más rápidos, las mujeres tienen mucha variación y los hombres son muy parecidos y las mujeres pueden no tener período refractario. De esta condición material tan distinta para las dos versiones: de la pulsión permanente que tensiona la testosterona en el varón, a la pulsión periódica por la ciclicidad de los estrógenos y su caída dramática después de la menopausia, es como tienen que dialogar a lo largo de la vida para acceder al ideal.

Un aspecto más a resaltar tiene que ver con la neuroanatomía, donde el homúnculo sensitivo del lóbulo parietal nos muestra la localización de los genitales. Esta representación se localiza en el extremo ubicado en la cisura interhemisférica, en contacto inmediato con la corteza cingulada anterior, integrante del sistema límbico, clave en la organización de la respuesta emocional humana. De esta forma estamos hechos, de tal manera que todo lo que concierne a los genitales, hablando en términos neurológicos, afecta de modo directo al comportamiento emotivo.

Pero informarse de los aspectos materiales de la sexualidad, ¿es suficiente para su conocimiento?, ¿ayuda a su gobierno?, ¿es el camino que nos llevará a su máxima realización? Decididamente no, es insuficiente, como viviente cognoscente que es el hombre y que está destinado a acceder a la esencia de las cosas, la sexualidad es uno de los vértices de los desafíos para la intelección humana, por la libertad intrínseca, la responsabilidad que implica, por la complejidad y extenso de su actualización, nos abre y conecta al mundo de la ética, a diferencia de todas las otras apetencias corporales.

ÉTICA DE LA SEXUALIDAD

¿Qué es la ética? Ética es la tendencia natural que tienen los seres humanos de escoger opciones para hacer algo, teniendo en cuenta el bien que de ese hacer obtendrán ellos y los demás. Para que un acto sea adecuado en términos éticos, entonces debe ser producto de una deliberación informada, con conciencia lúcida, con plena capacidad de decisión, donde lo que se elija lleva a plenificar nuestra naturaleza corpóreo-espiritual, y que como entes complejos que somos va a repercutir en todas las dimensiones de nuestro ser.

Entonces es evidente la intrínseca dependencia que tiene la sexualidad con la moral, y de eso hablaremos ahora, ya que como agentes sanitarios nos enfrentamos a una diversidad de trastornos concretos en la esfera de la sexualidad que determinan un deterioro en la salud individual y del círculo humano directo que lo rodea, con consecuencias muchas veces irreversibles o muy difíciles de reparar.

SENTIDO ANTROPOLÓGICO DE LA SEXUALIDAD

Para los existentes, cuya naturaleza es solo vivir y desplegar sus potencias vegetativas, mediadas o no por potencias sensitivas, su perfección será dada en la medida en que logre realizarlas por completo. Podemos decir que por muy sofisticados que sean sus comportamientos, todo lo que les conviene está relacionado con el despliegue de su organicidad corporal. Todo lo que los perfecciona está relacionado con el desarrollo de sus aspectos biológicos. No existe nada fuera del mundo estrictamente material que los rodea, que les pueda aportar a ellos algún tipo de plenitud sobre agregada.

En el existente racional y a diferencia de ellos, al poseer una manera de ser más perfecta, al ser de una naturaleza que trasciende lo orgánico y corpóreo, al ser un viviente abierto a todo el universo de esencias, al ser su hábitat todas las cosas en sí mismas, su perfección no está asegurada por aquella operación prestablecida desde su interior, que sí es suficiente para asegurar el despliegue perfecto de la biología de los animales sensibles y que es la que conocemos como conducta instintiva.

El hombre, por ser un intelecto, se propone sus propios fines y busca mediante la realización de sus actos libres lo que lo perfecciona, sabiendo que no es solo el desplegar aquella potencialidad biológica inscrita en sus cromosomas. No tiene propiamente instintos, su conducta puede iniciarse por impulsos nacidos desde sus condicionantes biológicos pero se completa mediado por su racionalidad. Más aún, muchas veces su actuar se inicia desde esta racionalidad a pesar o en contra de un impulso generado por una necesidad corporal. Es lo propio de este ser espiritual corporalizado, poseedor de esa apetencia intelectual que conocemos como voluntad y que lo constituye como un ser libre. Es por ello que su inteligencia crea un sistema en donde el vivir, además de actualizar sus potencias vegetativas, es el lugar donde expresa y desarrolla el producto de su actividad espiritual, que es la actividad que más lo caracteriza. El hombre es por naturaleza cultural, se desenvuelve en el producto de su inteligencia que es lo que denominamos cultura y que reemplaza con más perfección lo que en los demás animales irracionales asegura el despliegue de su existir predeterminado. Lo que un animal “sabe” de modo instintivo, el hombre lo aprende de la manera que su ambiente cultural se lo enseña, existiendo formas tan diversas como culturas.

Esta variedad de aprendizajes, que son la expresión de las distintas culturas, no puede entenderse sin límites. Es una variedad de formas diversas de vivir de manera racional, pero que está limitada en primer lugar por la realidad corporal del sujeto humano. Por ejemplo, cada cultura tiene formas diferentes de alimentarse y cada niño que nace es introducido en los tipos de alimentos según la cultura en que vive, pero jamás podría acostumbrarse a ingerir alguna sustancia que le cause un daño físico. El segundo límite que ninguna cultura pretende transgredir es aquel de las conductas que degradan su realidad espiritual. Dentro del infinito campo que existe en el actuar libre y con los matices distintos de cada ambiente cultural creado, todo hombre en cada una de las culturas descubre ciertos valores cuya transgresión lo degrada en lo que le es más propio: su destino trascendente. Como vemos, las fronteras que limitan el amplísimo campo de la creación intelectual y de la acción voluntaria del ser humano están dadas justamente por lo que el hombre es: una forma intelectual corporeizada, con necesidades y aspiraciones propias de su doble naturaleza.

Todo en el hombre, sus actividades, sus operaciones, sus aspiraciones, se comprenden desde su naturaleza, desde su principio operativo que le da su ser: el ser humano es un viviente natural espiritual. Su destino, su perfección es la de todos los intelectos, la contemplación de aquellas formas más perfectas. En su camino hacia su destino, necesitado de órganos corporales para acceder a lo que le corresponde a su manera de ser, vive su intelectualidad encarnada, creando todo lo que puede como un espíritu anclado entre el suelo y el cielo, considerando sus necesidades físicas y corporales. Lo máximo que puede crear y aspirar en su etapa de viador, es un ambiente donde se expresa y se respeta esta doble naturaleza suya. Eso es lo que conocemos como cultura.

Entonces es difícil revelar lo que le conviene al hombre en su estado en este mundo. Como individuo cultural todas sus operaciones, incluso aquellas que en los otros vivientes solo están destinadas a la manutención más elemental, están en él embebidas y elevadas por otros destinos que corresponden a una expresión de una cultura y por ende de su naturaleza espiritual. La alimentación no posee un sentido puramente nutricional, sino que adquiere el sentido de compartir aquellas interioridades propias de los seres personales, en un ritual lleno de significados transmitidos y respetados de generación en generación. Lo considerado natural, que sirve de clave para identificar lo que conviene a los animales y que es fácil entender como todo lo biológico, es en el hombre indistinguible de lo cultural, que no es otra cosa que el producto de su actividad intelectual o espiritual.

Lo que favorece y perfecciona al hombre no es solo lo que asegura el despliegue de su potencialidad de crecimiento y reproducción, como sucede en los vivientes irracionales. Lo que conviene y perfecciona al hombre es lo que entendiendo y respetando su desarrollo físico, respete y comprenda también que cada una de sus operaciones, cada uno de sus actos posee el sentido propio de los seres personales, capaces de entender sus tendencias naturales y de conocer el valor y dignidad del otro, para así entregarle lo que le corresponde. En definitiva, lo que conviene y perfecciona al hombre es todo aquello que, velando por su crecimiento biológico y corporal, vele por su engrandecimiento espiritual y lo acerque a su destino allende de este mundo material y que es el destino de toda sustancia espiritual o personal.

La sexualidad es una de las operaciones del ser humano en donde este dilema se manifiesta con un máximo desafío. Si bien todo el actuar humano, desde sus funciones más básicas están atravesadas por su espiritualidad y por lo tanto embebidas de su producto mundano –lo que conocemos por cultura–, es en esta operación donde su individualidad está más radicalmente enfrente de otro, donde su intimidad se expone y entrega a otro ser humano que lo completa, para que así completados participen en la generación y educación de otro ser de su misma dignidad y trascendencia.

La naturaleza humana, su especial dignidad entendida y otorgada por su intelectualidad inmaterial subsistente, exige que los actos propios de los impulsos sexuales se ejerzan de una manera que respete a esa dignidad tanto en los participantes en esos actos como también en el ser humano generado. Solo el trato proporcionado a esa naturaleza y destino llevará al hombre y mujer a la plenitud que ellos merecen. Solo el ejercicio de una sexualidad correspondiente a lo que el ser humano es, podrá llevarlos a decir que viven una sexualidad placentera y gratificante. Por otro lado, el hijo generado tendrá la satisfacción de haber venido a este mundo de una manera adecuada y proporcionada a su dignidad de persona y podrá desarrollarse con todo lo que necesita para el destino que merece.

Intentaremos en las próximas líneas explicitar el sentido de la sexualidad propia del viviente humano como también cuáles son sus exigencias éticas. Trataremos de mostrar lo que parece muy difícil, demostrar que a pesar de todos los estímulos adversos existentes en nuestra sociedad que hemos construido, solo el ejercicio de una sexualidad a modo humano lleva al máximo placer y satisfacción.

El ser humano es hombre y mujer, su existencia individual es masculina o femenina. Es esto tan así, que a pesar de lo difícil que es en el hombre separar lo que es biológico de lo que es cultural, lo único claro es que ser hombre o ser mujer no es una opción voluntaria. Uno se sabe hombre o se sabe mujer o por último, en algunos casos siendo corporalmente de un sexo se es psicológicamente del otro, pero en definitiva, no es esto materia de una opción libre. Además de ser hombre o mujer, podemos decir desde nuestra propia experiencia que el que es hombre no aspira a ser mujer ni viceversa. Es posible que por razones de justicia se aspire a un trato social similar al del otro sexo, pero no se aspira a ser de ese otro género. El hombre no siente como carencia el no poder embarazarse ni la mujer siente como carencia el no poseer una mayor fuerza física. Si algo no se aspira naturalmente y si no se siente carencia de ello, es porque no le corresponde como perfección. No deja de ser asombroso esta doble manera de ser persona humana, cada uno comparte el aspirar a la plenitud que le corresponde por ser humanos, pero al menos en este mundo sublunar, sus aspiraciones y por lo tanto su plenitud reviste aspectos distintos.

Si atendemos a esa diversidad de aspectos en donde la mujer y el hombre ponen la aspiración de su felicidad, veremos que no se trata de cualquier diversidad, sino que de una con un cierto orden y más aún ese orden se dirige y se relaciona de modo estrecho con la dirección del orden del otro sexo. Esta mutua inclinación de intereses que se aprecia desde el despertar de la maduración sexual en la niña o niño, y que se manifiesta en el deseo de compartir ciertas intimidades, que son diferentes al compartir propio del trato de los de igual sexo, tiene por supuesto un correlato biológico, existe una atracción mutua entre el hombre y la mujer, existe incluso una disposición anatómica diferente, pero convergente y perfectamente adaptable entre ellos. Sabemos además del aporte dividido del material genético que aseguraría una prole más sana. Es sin embargo en lo que respecta a lo más propio del ser humano, en lo que corresponde a su interioridad de naturaleza espiritual, donde es incluso más evidente que esa diversidad de aspiraciones de la mujer y el hombre adquiere la característica de una complementariedad tal, que no es otra que alcanzar aquella relación que logre la compleción o plenitud que no puede conseguir un individuo humano solo en este mundo.

El ser humano es sexuado porque su naturaleza se presenta en cierto sentido en dos versiones, ambas equivalentes y merecedoras de la misma dignidad personal. Sin embargo, con estas dos maneras de manifestarse, la naturaleza humana está llamada no a un despliegue independiente una de la otra, sino que por el contrario, a completarse en una unión total que comprometa los dos niveles de la persona, biológico y espiritual. Es en esa unión completiva donde se entrega lo que se posee y se recibe lo que se carece, para así alcanzar aquella perfección que necesita el ser humano en su camino a su destino, constituyendo esto el sentido más profundo de su ser sexuado.

Exigencias éticas de la sexualidad humana

Desde la perspectiva que hemos esbozado, desde una mirada que comprende la sexualidad humana como completiva, como la unión que otorga la plenitud a un ser parcializado biológica y espiritualmente, y donde se comprenda al hijo generado como la expresión máxima de esa compleción, podemos entonces entender que los actos que definen esa unión, si bien es cierto con frecuencia, por diversas circunstancias en el transcurso vital de los individuos, se realizan de muy diversas formas y bajo condiciones que no permiten que su sentido se manifieste en su totalidad, debemos aspirar a ello. Es importante tener conciencia de que por válidos que se consideren los motivos por los cuales no se ejerza una sexualidad adecuada, merecemos y debemos siempre aspirar a lo que nos corresponde como seres personales y mientras no lo hagamos no podemos pretender lograr una completa satisfacción en el plano sexual.

En consideración a las distintas apreciaciones que existen respecto a lo que el hombre es en esta sociedad plural donde nos desenvolvemos, es absolutamente necesario iniciar el análisis de lo que estimamos exigible para el ejercicio de una adecuada sexualidad humana, desde lo más básico y elemental. Resulta sorprendente por lo habitual, encontrarse en la consulta médica con pacientes afectados por sintomatología, relacionada o no con la esfera sexual y que en definitiva esta resulta secundaria al ejercicio de una sexualidad que no respeta ni siquiera los requerimientos más elementales. Más sorprendente aún, resulta constatar que ni siquiera se tiene conciencia de ello.

Veamos de menor a mayor, desde lo mínimo exigible, ciertas condiciones sin las cuales ni siquiera nos podríamos distinguir del animal sexuado más elemental, para llegar al final a las exigencias más elevadas, a aquellas que cumpliéndolas, el ser humano alcanza la plena satisfacción al lograr la operación más perfecta y completa, con el máximo gozo asociado.

Voluntariedad. Parece exigible para que los actos sexuales lleven algo de humano, para que se distingan en por lo menos algo del apareamiento animal, que sean actos voluntarios. Una violación puede ser comprendida como un acto sexual; sin embargo, en ninguna cultura ni bajo ninguna concepción del hombre, por muy materialista que esta sea, ni por mucho que se considere al ser humano como solo un animal con un mayor grado de complejidad, se ha considerado una agresión sexual como el ejercicio de una sexualidad propiamente humana.

La aceptación universal de este hecho ya representa un logro en la discusión sobre la naturaleza humana. Por lo menos se acepta como existente en la especie una facultad radicalmente distinta y un reconocimiento de que al hombre conviene una conducta diferente a la de los demás vivientes.

Privacidad. La sexualidad humana, entendida como sexualidad personal, impone que sus actos propios se realicen en un ambiente de adecuada privacidad. Es justo la constitución personal del hombre y de la mujer lo que condiciona que todo acto de la sexualidad requiera la total ausencia de extraños. Esto es tan así que con frecuencia la sola intranquilidad respecto a la posible irrupción de un tercero impide totalmente la plena consumación del acto. Es común en la práctica clínica la consulta por frigidez o anorgasmia, cuya única causa es por ejemplo, la imposibilidad de mantener una adecuada privacidad conyugal por la habitual intromisión de los hijos u otros familiares, problema que se soluciona total y fácilmente por una correcta delimitación de los espacios en el hogar.

Afectividad. Si avanzamos un paso más en aquellas condiciones exigibles en términos éticos para un ejercicio de la sexualidad, debemos considerar si es necesaria alguna participación afectiva y si es así, qué especie de sentimiento o pasión es el requerido para que dicha actividad sea adecuada al ser humano.

Los afectos, sentimientos y emociones son todas palabras que corresponden a lo mismo y según Tomás de Aquino, son los actos de los apetitos sensibles, o sea, las emociones son las tendencias sentidas y el objeto de la emoción sería entonces sentir esas tendencias. Los sentimientos en realidad no son sentidos por un nuevo y misterioso sentido interior, sino que es la misma tendencia que se siente. Las emociones son ciertas perturbaciones del sujeto ante la valoración de la realidad y su consecuente aceptación o rechazo. Es la alteración de la subjetividad ante una realidad que se desea o que se rechaza. Entonces, son pasivas, ya que es algo que a uno le pasa, algo que uno padece, no algo sobre lo cual se puede decidir.

El enamoramiento sería aquel sentimiento que acompaña a la actividad sexual y que corresponde a aquella alteración que padecemos cuando sentimos ese impulso sexual. Es la pasión descrita por tantos poetas y novelistas, y de la cual no somos libres de sustraernos, porque poseerla o no va más allá de nuestra voluntad. Es entonces, el enamoramiento simultáneo con el impulso sexual y también inseparable de él, ya que si hay impulso sexual se padece como enamoramiento. Sería imposible la existencia del deseo sexual sin sentirlo enamorándose.

Pareciera que el enamoramiento, entendido como aquella alteración que padecemos por el impulso sexual, aportaría poco como exigencia ética de una adecuada sexualidad humana, ya que ni siquiera compromete una función superior del hombre por estar al margen de su voluntad. Simplemente nos sucede como parte de la tendencia sexual. Es sin embargo, este sentimiento entendido como tarea, es decir, el enamoramiento como decisión libre y voluntaria de mantener ese afecto en el tiempo, lo que convierte esa emoción en algo que conviene a la pareja humana y que es condición para una sexualidad perfectiva y que todos conocemos como amor.

Donación. La mujer y el hombre, entendidos como seres personales, constituidos por una esencia espiritual que trasciende y a la vez comprende su realidad corporal, exigen que su sexualidad se ejerza de acuerdo al sentido que ella posee, única manera de llevarlos a la plenitud que ambos merecen. Tenemos luego que reflexionar sobre cuál es el afecto, sentimiento o emoción proporcionada y adecuada al ejercicio de una sexualidad de tipo personal.

Si nos detenemos en este instante y nos preguntamos: ¿será el enamoramiento el sentimiento que representa el momento adecuado, donde el mayor acto completivo de la pareja humana se pueda llevar a cabo satisfaciendo su objeto, concediendo aquella plenitud a que ambos están llamados a acceder? Veamos si existe algún momento donde el afecto sentido sea de tal cualidad que proporcione una máxima satisfacción y represente la situación ética óptima en la relación de pareja humana.

Tanto la atracción como el enamoramiento, emociones que nos hacen padecer una perturbación de nuestra subjetividad, son por su naturaleza pasiva insuficientes para establecer un marco ético apropiado a lo que es el ejercicio de la sexualidad en el hombre. La índole personal de este exige que sus actos sexuales sean gobernados por sus facultades más propias. El sentido de la sexualidad humana y la dignidad inherente a su ser personal impiden que sea suficiente su ejercicio solo llevado por un impulso biológico, con la emoción que este genera de modo pasivo en su sensibilidad. Es entonces aquí donde participan esas facultades superiores: la razón que descubre el valor del ser personal del otro, la belleza de su naturaleza espiritual, el hecho de que es ella o él y solo ella o él, la persona que puede complementar la naturaleza incompleta de su ser humano. Pero no únicamente eso, sino también la evidencia de que uno es el llamado a completar lo faltante en el otro, sintiendo el agrado de entregar aquello que el otro requiere, en términos físicos y espirituales. Ahí aparece el descanso de esa voluntad satisfecha de haber recibido y entregado, completando y completándose en la unión perfectiva de esa naturaleza humana dividida. La emoción, el afecto que acompaña, que produce, que sentimos –y que perturba nuestra intimidad– en esa plenitud alcanzada, es lo que conocemos por amor.

Permanencia en el tiempo. El amor como tarea, donde la voluntad se inclina al bien mostrado por la razón, donde se descubre en otro un sujeto apetecido primero de forma biológica como objeto de satisfacción física, para de manera progresiva descubrir en él la bondad irradiada de su ser espiritual particular y donde los dos son llamados a formar la unidad completiva aspirada como perfección para ambos, implica que es justo la decisión libre, aquel acto propio de la estirpe humana por el cual vamos deter-minando lo indeterminado de nuestro caminar, el fundamento de una sexualidad humana. Si reflexionamos sobre cuáles son los hechos que han sido determinantes en forjar y especificar nuestra biografía, concluiremos que ellos han sido nuestros actos de mayor libertad. Es la promesa en ese sentido, lo único que puede determinar y fijar lo indeterminado de nuestro actuar futuro1.

El prometerse en forma mutua el uno al otro aparece no solo como condición necesaria, sino como fundamento de la sexualidad humana plena. No bastan el deseo o la sola aspiración de mantenerse unidos para siempre para sembrar las condiciones que lleven a esa plenitud deseada. Nadie puede entregarse a otro de la manera que busca entregarse un hombre a una mujer y vice-versa, sintiendo esa máxima emoción conocida como amor y con una total confianza, sin esa promesa que fija y determina todo actuar futuro, en actos que vayan solo en proteger e incrementar la calidad de esa relación perfectiva. Solo en ese ambiente se hace predecible el actuar de cada uno de los participantes, en el cual cada uno puede confiar que mañana también existirá la intención de mantener y aumentar esa entrega completiva, puede darse una donación confiada y tranquila que por un lado satisfaga el medio exigido para la educación de los hijos y que además alcance el gozo que acompaña el descanso de la apetencia de plenitud sexual.

Apertura a la vida. El sentido completivo de la sexualidad humana incluye la posibilidad de la generación de un hijo. La aspiración de ser padres es muy profunda y va mucho más allá que la correspondencia con un impulso biológico. Más aún podemos decir sin temor a equivocarnos, que en el hombre el deseo de ser padre o madre no es de ningún modo un impulso surgido desde su corporalidad. El instinto reproductivo en los animales no corresponde para nada a una apetencia por generar a una cría, ya que esa posibilidad escapa totalmente del alcance del conocimiento animal. El instinto reproductivo es en realidad un instinto de apareamiento, ya que la apetencia descansa en la consumación de la cópula y no en el hijo generado. La radical complejidad de las apetencias en el hombre y la subordinación política a sus facultades superiores, permiten que su sentido procreativo quede en su totalidad al descubierto, poseído por la inteligencia, apetecido como un bien y no oculto en una conducta en absoluto determinada como en el instinto animal. Por tanto, en el hombre ese sentido procreativo es conocido y el tener un hijo es buscado como tal. Para también satisfacer este deseo de ser padre o de ser madre, ejercemos la actividad sexual.

Más que la compleción buscada por el individuo humano en su pareja del otro sexo e imposible de alcanzar en la individualidad de cada uno, es la entrega generosa de ambos –que no busca ya la mera satisfacción de su incompletud y que supone ahora la total donación para la plenitud del otro– la que impone que en su máxima expresión y donde se alcanza el máximo gozo, sea el ejercicio de la sexualidad no solo no evitando procrear un hijo, sino que en la disposición de recibirlo amorosamente si este llega. Es en ese ambiente, en donde se juntan de modo armónico el sentido unitivo y procreativo, donde se logra la óptima expresión de todos los sentidos y fines de la sexualidad humana, donde se vive la plenitud sexual con una máxima emoción.

Ejercer los actos sexuales solo para satisfacer un impulso de apareamiento no es propio del sujeto humano, ejercerlos solo intentando satisfacer un anhelo de plenitud individual es insuficiente y a la larga decepcionante. Ejercerlos buscando la plenitud del otro, incluyendo el deseo o la aceptación de recibir con generosidad un hijo, es el objeto de la sexualidad del hombre y de la mujer, y es allí donde sí es posible que cada uno de ellos alcance la felicidad sexual que merece.

CONCLUSIÓN

La frecuente negación en los seres naturales de una finalidad y destino, que actúa en cada uno de ellos como principio de estructuración y de operación, y que genera en el tiempo los órganos que posibilitan ejercer de forma progresiva aquellas facultades que lo especifican como un individuo de tal especie, ha llevado a que ellos sean considerados solo como mecanismos de variable complejidad, producto de un origen absolutamente azaroso, carentes incluso de la finalidad extrínseca de los artefactos creados por el hombre, es decir, concebidos como máquinas sin siquiera un sentido útil.

En el caso del hombre, tanto su consideración mecanicista sin destino ni sentido como su contraparte, esta es su consideración como solo una voluntad sin ningún arraigo a una naturaleza fundante, impiden la captación de cuáles de sus conductas le convienen, y permite además que de manera sistemática se le intenten imponer conductas que lo degradan.

La naturaleza y esencia inmaterial y subsistente del principio organizador del individuo humano lo convierten en un intelecto, capaz de abrirse a la infinitud de las esencias de los seres naturales, y también capaz de conocer el sentido de todo su operar. Puede, por lo tanto, conocer para él un destino allende sus condicionantes materiales y reconocer a la vez su arraigo biológico. Todo en el sujeto humano, toda su actividad y toda su operación están impregnadas, subordinadas y gobernadas por aquella facultad racional que, reconociendo el sentido de sus pulsiones, se traza fines acordes a ese destino. Es por ello que la comparación del hombre con cualquier organismo animal, por muy pedagógica que esta sea, será siempre insuficiente y reductiva. Toda la operación humana está embebida de su dimensión personal. Es el individuo en cuanto racional, en cuanto conocedor del sentido de sus impulsos, el que actúa. No es un comportamiento inconsciente absolutamente determinado por su biología, ni tampoco es una conducta nacida de una voluntad autorreferente y arbitraria. La sexualidad humana se entiende desde esa perspectiva. Aunque es cierto que la libertad y la capacidad de autotrazarse fines permite al sujeto humano ejercerla de diversas maneras, existen algunas de ellas que de modo claro lo degradan como es el caso de la violencia sexual. Por otro lado, existe una forma de ejercerla en su óptima operación, donde al alcanzarla se logra el máximo de satisfacción, el máximo placer sensual y el máximo gozo espiritual. Lograrlo debe ser nuestro aspirar, conformarse con menos a veces es parte de la realidad, efecto de nuestras decisiones o producto de las decisiones de otros, pero nunca el aspirar a menos debe ser producto de una política de Estado, que pretenda que todos nos conformemos con lo mínimo.

En el sujeto humano la sexualidad tiene un sentido tan profundo que ni siquiera existe en algún idioma del mundo una palabra que logre expresar en su totalidad el acto máximo de expresión sexual. Unas como coito o cópula enfatizan su carácter biológico –compartido con los demás vivientes– y otras como la expresión “hacer el amor” refieren a su dimensión espiritual con abstracción de la corporalidad humana. En el hombre todo es cuerpo y espíritu, su sexualidad es biológica y personal, es procreativa y unitiva. La sexualidad humana es la expresión de una naturaleza compartida. Es la mujer y el hombre que se atraen y se buscan para complementarse y completarse, aportando y entregando amorosamente lo que solo cada uno de ellos puede entregar al otro. Su mitad biológica para la generación de un hijo, su mitad psicológica femenina y su mitad psicológica masculina, su afectividad de mujer y su afectividad de hombre.

Es cierto que cualquier expresión sexual, por acercarse aunque mínimamente a esa compleción aspirada, puede producir en nosotros algún tipo de emoción y también algún placer, pero es solo cuando un hombre se puede entregar a una mujer y una mujer a un hombre totalmente, con plena confianza y tranquilidad, sin necesidad de ninguna protección, en una relación de fidelidad no solo deseada, sino también prometida, con una absoluta y agradecida receptividad para la llegada de un hijo, cuando se alcanza aquel máximo gozo y placer físico y espiritual, experimentando aquel sentimiento, emoción o afecto entendido como amor. Podemos muchas veces vivir con menos, pero es importante tener conciencia que mere-cemos y podemos alcanzar lo máximo.

Agradecimientos. A Carolina Paz Garfias y Dr. Alejandro Martínez

Lecturas recomendadas

Besio MF. Hacia una sexualidad plena. Una mirada antropológica y ética. En Guzman E. Selección en temas en ginecoobstetricia. Tomo II. Santiago, Chile: Ediciones Publimpacto; 2007.

Burger HG et al. Hormonal changes in the menopause transition. Recent Prog Horm Res. 2002; 57: 257-275.

Howard L et al. Serum androstenedione and testosterone levels during the menstrual cycle. J Clin Endocrinol Metab. 1973; 36: 475.

Masters W.H. & Johnson V.E. Human sexual response. Boston: Little Brown & Co.; 1966.

Maturana H, Verden-Zoller G, The Origins of humanness in the biology of love. Editorial Imprint Academic, 2008.

Mitchell Harman S. et al. Longitudinal effects of aging on serum total and free testosterona levels in healthy men. The Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism. 2007; 86 (2).

Roa Rebolledo A. Ética y bioética. Santiago: Editorial Andrés Bello; 1988.

Speroff L, Glass RH and Kase NG. Clinical gynecologic endocrinology and infertility (Fifth edition). Baltimore, MD: Williams and Wilkins.

1 Cfr. Arendt Hannah, De la historia a la acción: “La irreversibilidad de la acción se redime o salva mediante el perdón; el remedio de la impredictibilidad, de la inseguridad futura se encuentra en la facultad de hacer y mantener promesas. El perdón y la promesa nos capacitan para enfrentar la irremediable fragilidad y contingencia de la acción humana”.

Ginecología General y Salud de la Mujer

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