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NUESTRO CARÁCTER Y SU INFLUENCIA

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La primera piedra del camino es nuestro propio carácter. ¿Cuántas veces, nos decimos «esta vez, no voy a volver a tropezar en la misma piedra» y volvemos a repetir el mismo modelo de comportamiento o sentimiento? Somos, a veces, capaces de reconocer algunos rasgos de nuestro carácter, pero es más difícil flexibilizarlo, cambiarlo.

¿Qué es el carácter? La expresión popular conocida como «es que yo soy así», pretende explicar y justificar muchas de nuestras reacciones y comportamientos cotidianos, así como nuestra forma de entender la vida. Cada día, cada minuto, cuando interactuamos con otro, estamos haciéndolo desde nuestro carácter individual.

Sin entrar en una definición clínica del término, el carácter está compuesto por diversos mecanismos defensivos psíquicos que se incorporan a nuestra forma de funcionar de manera automática y no voluntaria.

Nuestro carácter nos permite por un lado economizar energía, ya que automatiza nuestras respuestas ante sucesos diversos, pero por otro también nos esclaviza, ya que pasa a ser en parte inconsciente y escapa a nuestra voluntad.

Ejemplo

Si de pequeña los adultos te decían de forma repetida cuando llorabas reclamando atención: «No llores, ¡qué fea te pones!» o te inhibían con un «los niños no lloran», o te ridiculizaban con «qué llorona eres», quizá tuviste que inhibir muchas veces el llanto, conteniendo tu respiración y apretando tu mandíbula, para que no emergiera la expresión del llanto, como lenguaje emocional de alguien que reclama ayuda o consuelo. Y te volviste «dura» al aprender a renunciar a expresar tus emociones, creyendo ya de adulta que «eres así». Quizá cuando oigas llorar a tu propio bebé se te activará ese patrón de funcionamiento y su llanto te irritará especialmente y, aunque sepas racionalmente que algo le debe de estar pasando, sentirás que no puedes conectar y empatizar con su llanto y sólo desearás que pare de llorar.

Son muchos los adultos que refieren malestar ante el llanto de un pequeño y son muchas las causas que se esconden tras este malestar, aunque estén sumergidas en el océano del inconsciente.

Este «yo soy así» a veces pretende explicar lo inexplicable: la tendencia a tropezar siempre en la misma piedra, aunque no queramos.

¿Por qué? ¿Es acaso inevitable?

Esta manera de ser y de percibir la vida no es ni genética ni casual. Aunque frecuentemente atiendo a padres a quienes les encantaría que así fuera para dejar de pensar en las causas del comportamiento de su pequeño y poder justificarlo con un «es que ha nacido así, qué le vamos a hacer», en realidad no es todo tan sencillo.

Esta creencia genética se refuerza cuando se tienen varios hijos con caracteres diferentes y los padres creen que los «educaron igual» y los «quisieron igual». Éste suele ser un tema muy habitual en las conferencias y en los cursos, pero rápidamente los padres comprenden que no «estaban igual» con el primer hijo que con el segundo. Con el primero sólo había uno a quien atender. Con el segundo se tenía la experiencia previa, que con el primero no era posible, y además había que atender también al primero. Quizá con el primero la madre trabajaba y con el segundo no, o a la inversa.

¿Y la relación de pareja? No es idéntica en el primer nacimiento y en el segundo. Probablemente hubo cambio de trabajo o incluso murió la abuela con el segundo embarazo, o al primero le diste el pecho mucho tiempo y al segundo no. Son muchos los factores que cambian en nuestra vida permanentemente porque la vida es cambio continuo. De lo contrario, si siempre estuviéramos igual y no hubiera cambio ni evolución en nuestra vida, ¡produciríamos clones!

Afortunadamente, criamos y amamos individualidades únicas, aunque nazcan en el «mismo» núcleo familiar sujeto a cambios constantes, como la vida misma.

Amar sin miedo a malcriar

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