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PERO ¿ES POSIBLE CAMBIAR? LA CONFIANZA EN LA AUTORREGULACIÓN

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Confiar en la capacidad de autorregulación de los niños, en la capacidad de cambio de los adultos, en la capacidad de maduración de los padres es la base para cualquier transformación real.

Personalmente, como psicóloga clínica con pacientes adultos, confío profundamente en el cambio… Si los adultos cambian, aunque de forma más costosa, ¿cómo no lo harán los bebés y los niños?

La confianza básica, en términos del psicoanalista Ericsson (1983), se produce «al experimentar a la persona que cuida como un ser coherente que corresponde a las necesidades del otro tanto físicas como psíquicas, de la manera que este espera, y por ello la cara a la cual reconoce y en la cual se siente reconocido merece ser investida de confianza». Esta confianza deriva, fundamentalmente, de la calidad de la relación maternal. En los bebés y niños pequeños todavía no se ha construido un carácter rígido ni una coraza muscular estructurada, como ocurre en el adulto. La plasticidad del organismo y del psiquismo infantil permite restablecer el funcionamiento natural de forma más rápida y espectacular cuando hay una disfunción, debido a su gran permeabilidad y potencialidad.

En este período especialmente es fundamental disponer de una actitud de escucha y empatía por parte del adulto. Esta es la base desde donde el pequeño/a buscará su equilibrio si lo ha perdido, en dirección a un desarrollo más saludable. Los bebés y los niños se autorregulan. Sienten directamente cuándo tienen hambre, sed, miedo o sueño y lo piden directamente, con su lenguaje corporal y emocional. Al igual que ocurre en el reino animal, y como mamíferos que somos, los organismos vivos tienen capacidad para sentir cuáles son sus necesidades básicas y saben cómo cubrirlas.

Ningún mamífero está mal nutrido si dispone del alimento necesario. Ningún bebé muere de hambre si se le ofrece lo que necesita. El instinto de supervivencia atraviesa todo lo que está vivo. Sólo tenemos que contactar con cada necesidad primaria y satisfacerla, sea hambre, seguridad, o amor. Desconfiamos de que los bebés sepan autorregular sus necesidades primarias (sed, hambre, sueño, seguridad, contacto, amor), porque desconfiamos de nosotros mismos. Creemos que ellos no saben lo que necesitan porque son bebitos.

Nosotros a veces no sabemos lo que necesitamos porque hemos perdido la capacidad de contactar con nuestras necesidades vitales. En lugar del contacto se ha impuesto un funcionamiento normativo que nos aleja de nosotros mismos. Hacemos lo que debemos, lo que el otro, la pareja, la sociedad espera que hagamos.

Como decía un profesor de Psicopatología en la universidad, somos «normópatas». Y la sociedad tiene cosas excelentes, pero en muchas ocasiones restringe la creatividad, el pensamiento crítico y la capacidad para contactar con las propias necesidades vitales, pretendiendo hacernos homogéneos en la aceptación de reglas sociales, a veces inaceptables para el bienestar emocional, con las consiguientes repercusiones para el equilibrio individuo-sociedad. Pero ellos son pequeños y todavía tienen intacta su capacidad para buscar el bienestar. De nosotros depende decidir si interferimos en ese proceso natural e instintivo cuando demandan lo que necesitan para su crecimiento y bienestar. Y la interferencia ocurre cuando malinterpretamos sus señales o las ignoramos y no se produce la respuesta sensible que necesitan en ese momento. No se trata de darlo todo. Nada más lejos desde el punto de vista de la salud. Se trata de discriminar qué necesidad instintiva o afectiva debe ser cubierta. Hablaremos de ello más adelante.

Los padres también necesitan que se confíe en ellos. Es asombroso comprobar cómo los padres también cambian a medida que acompañan con mayor seguridad a sus hijos, comprendiendo su lenguaje emocional y el proceso de desarrollo psicoafectivo de cada hijo. Acompañar en el crecimiento global a un hijo ofrece también al adulto la oportunidad de madurar.

Tener un hijo es la oportunidad de volver a pasar por todas las etapas de nuestra vida. Por tanto, es posible lograr una relación más saludable y satisfactoria siempre que no intentemos un cambio unidireccional cuyo objetivo sea moldear al pequeño (educar) según nuestro criterio sin reflexionar sobre nosotros mismos en interacción con la criatura.

Amar sin miedo a malcriar

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