Читать книгу Amar sin miedo a malcriar - Yolanda Gónzalez Vara - Страница 8

1 EL MITO DE LA FELICIDAD INFANTIL LA ILUSIÓN DEL PARAÍSO

Оглавление

«Los niños son felices porque son niños.» ¿Qué opinas de esta afirmación?

Aunque la mirada del adulto respecto a la infancia ha ido variando a lo largo de la historia de la humanidad, en la actualidad todavía persiste en muchos sectores de la población la creencia de que la infancia es la etapa más feliz de la vida. Todavía hoy es común la creencia de que el bebé y/o el niño es feliz por ser niño o bebé. Todavía hoy se considera que la infancia es el paraíso que perdemos a medida que crecemos, cuando nos vamos enfrentando a la asunción de responsabilidades en la vida cotidiana, como pagar el crédito, trabajar, afrontar las dificultades de la relación con el jefe o la pareja. Todas esas realidades adultas nos llevan a pensar que en la etapa infantil sólo hay alegría y alguna que otra rabieta o llanto sin trascendencia.

Tendemos a ignorar que los pequeños, aunque estén bien alimentados, también sienten tensiones, dolor, miedos e incluso sufrimiento, si el malestar se prolonga en el tiempo. Queremos creer que nuestros hijos/as son felices, por el importante hecho de que nosotros sentimos que los queremos, que les damos lo que necesitan e incluso lo que nosotros no tuvimos. Y es así en parte. Pero sentir afecto por otro no garantiza que al receptor le llegue nuestro cariño.

He visto muchas creencias de este tipo en la consulta. Padres que, confrontados en un espacio terapéutico con sus hijos adultos, se derrumbaban al escuchar las narraciones de sus hijos sobre sus experiencias infantiles en la familia. Padres que creían haberlo dado todo ante hijos que se emocionaban al verbalizar la falta de cariño recibido.

La percepción de que los bebés y los niños son felices está mediatizada también en parte por la labilidad de sus emociones. Es decir, por los cambios emocionales rápidos que observamos en su estado y que nos llevan a minimizar e infravalorar tanto la intensidad de su emoción como la función que cumple para su desarrollo emocional. Es real, ellos juegan, ríen y, cuando lloran, enseguida vuelven a jugar y reír. Esta labilidad emocional es inherente a su proceso de desarrollo.

Su instinto vital les lleva a estar continuamente explorando y superando obstáculos. A través de su exploración, aprenden. Pero no olvidemos que, al mismo tiempo que aprenden, sienten. Y experimentan muchas sensaciones y emociones con cada pasito que dan en la exploración hacia el mundo exterior. Y además, lo hacen con mucha intensidad.

Más allá de las emociones de júbilo y alegría presentes con frecuencia en la infancia, los niños a veces se sienten muy solos, tristes o desorientados y las emociones les inundan sin poderlas manejar e integrar, como veremos en el capítulo sobre las emociones infantiles. Por tanto, ¿qué hay de cierto en el mito de la felicidad infantil?

La infancia no representa la seguridad de la felicidad, como nos gustaría creer. La infancia es una etapa crítica en el desarrollo madurativo, aunque no es la única. También la adolescencia representa un pasaje crítico hacia la madurez. Y tampoco podemos olvidar la última etapa, y no por ello menos importante en el recorrido vital, la vejez.

Pero entre todas las etapas de la vida, la infancia es la más vulnerable, como iremos viendo a lo largo del libro. Es la etapa en la que se depende totalmente del adulto para la supervivencia física y psíquica en la primera infancia. Es la etapa de la oportunidad, de la potencialidad, de los senderos por transitar, de los nuevos caminos por descubrir, pero todavía sin disponer de autonomía real.

Esta etapa de dependencia infantil necesaria con relación al adulto y más tarde al entorno familiar y escolar, es la que va a permitir al pequeño desarrollar o no una base saludable y segura desde la que podrá afrontar los retos y la aventura de vivir.

Retomando el a priori de la felicidad infantil se considera que, durante este corto período de su existencia, la función más importante del adulto es cuidar su salud física.

Es lo que se «ve» y cuantifica a primera vista, es decir, su desarrollo corporal. Expresiones como «que coma bien», «que duerma lo suficiente», «que no esté enfermo» son consideradas como la base de un desarrollo saludable. Más adelante, junto a estos criterios iniciales, se añade «que tenga acceso a una buena educación», «que sea un ser socialmente adaptado».

Estos son algunos de los objetivos que se anteponen como prioritarios en la crianza y educación en los primeros años de vida. Si bien son objetivos básicos para el desarrollo infantil, ¿son en sí mismos suficientes? Habitualmente, el desarrollo emocional es peor percibido y ocupa un lugar secundario en las funciones de crianza y educación muchas veces por desconocimiento, otras porque la comprensión de estos procesos del desarrollo infantil es más compleja.

Sin embargo, durante la infancia no es suficiente, para el desarrollo de la salud global infantil, centrarnos en qué atendemos, sino en cómo lo llevamos a la práctica. Este es un criterio esencial para fomentar o no la salud infantil integral desde una perspectiva biológica, psicológica y social. Es decir:

 No es lo mismo que coma que obligarlo a comer.

 No es lo mismo que duerma que aplicarle métodos externos para lograr ese objetivo, sin reflexionar sobre sus consecuencias.

 No es lo mismo lograr obediencia que favorecer actitudes razonables. Y así sucesivamente, como veremos en capítulos posteriores.

El cómo nos relacionamos con nuestros hijos/alumnos a través de los actos cotidianos de la vida no es menos importante que lo que les ofrecemos para sus cuidados diarios.

La interacción, la relación, la atención emocional, el vínculo, la estructuración del carácter, son aspectos esenciales para la formación de ese bebé o niño que tanto amamos.

Y la coherencia. ¡Cómo nos cuesta ser mínimamente coherentes, más allá del modelo educativo y de crianza que elijamos!

El «hoy sí, pero mañana no, porque lo digo yo» genera inseguridad, impotencia e incertidumbre en cualquier persona que lo padezca, y con mayor motivo en los pequeños, que dependen del criterio razonable o irracional del adulto para su desarrollo.

De ahí la importancia de evitar caer en la alternancia de modas educativas y métodos cambiantes que, sin ningún norte claro que resuene como saludable en nuestro interior, nos confunden como adultos y desazonan a nuestros hijos.

Por ejemplo: hoy aplico el «duérmete niño» y mañana no, «hoy te dejo ver la televisión porque me interesa que estés entretenido» y mañana no, «hoy te dejo jugar con mis llaves» y mañana no, «hoy te mando al rincón de “pensar” y mañana no, pues estoy de buen humor».

Hay muchos ejemplos de incoherencias que provocan desconcierto en el pequeño, por lo imprevisible de la respuesta del mayor.

Amar sin miedo a malcriar

Подняться наверх