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EL OFICIO DE MADRES-PADRES: CAMBIANDO LA MIRADA

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¿Dónde se aprende? Es un hecho que para cualquier oficio o carrera se requiere preparación. ¿Y para ser padres?

El otro día, en uno de los grupos de padres-madres que coordino, un padre decía: «Me siento engañado. Nadie me dijo lo duro que es ser padre. Nadie me habló de las noches sin dormir o el desconcierto que siento a veces ante sus demandas».

Otra madre comentaba: «Creí que con darle de comer o cambiarle los pañales todo marcharía bien. Me doy cuenta de que tenía una visión idealizada de la maternidad. En el fondo, buscaba compañía, sentirme plena. Y ahora afloran todas mis lagunas, mis miedos y el temor a no hacerlo bien».

En las últimas décadas, la familia ha sufrido enormes transformaciones que han dado lugar a múltiples modelos familiares (nuclear, monoparental, homosexual, etc.).

Paralelamente, vivimos en una época sin precedentes en el campo científico y tecnológico. La sociedad avanza a un ritmo vertiginoso que obliga a sus miembros a rápidas adaptaciones. Y con esta velocidad hacia no se sabe dónde, ¿qué ocurre con la primera infancia?

En la sociedad occidental, la primera infancia aparentemente nada en la abundancia. ¿Abundancia de qué?

Primera y fundamental reflexión. Abundancia de objetos, juguetes, tecnología, que se traduce en una feroz invitación al consumismo. Las generaciones anteriores no han tenido tanto tecnicismo aplicado al juego, pero jugaban, inventaban, fantaseaban. Jugaban. También es cierto que jugaban cuando era posible, ya que la realidad familiar a veces los obligaba a realizar tareas relacionadas con el cuidado de hermanos o labores caseras, como ayudar a los padres.

Actualmente, la invasión de juguetes de vanguardia, la televisión, el ordenador, los videojuegos, el móvil, junto al acceso temprano a la educación infantil (cero a dos años) que la sociedad moderna «propone» a los pequeños, unas veces para su disfrute, otras para suplir la ausencia materna o paterna, pretenden sustituir, paliar o compensar lo insustituible: la necesidad de amor y seguridad.

Las necesidades afectivas, de seguridad y de amor parental, se mantienen intactas en el tiempo durante toda la historia de la humanidad. La práctica clínica con pacientes evidencia que no hay mayor sufrimiento que la vivencia de abandono, soledad y ausencia afectiva durante los primeros años de vida.

Que el modelo familiar ha sufrido muchas transformaciones en los últimos años es una realidad constatada, pero las necesidades emocionales infantiles no se han suprimido ni han disminuido ¡desde hace treinta mil años!, la edad que tiene el cerebro del hombre de Cromagnon, que es similar al cerebro actual. Por muchos ordenadores, Nintendo y otros juegos interactivos con los que se cuente hoy en día, las necesidades de protección, respuesta empática y afecto, siguen estando presentes en los bebés-niños y continúan necesitando ser satisfechas adecuadamente por los adultos.

Cuando se tiene un bebé, las condiciones laborales no cambian lo suficiente para poder atender sus necesidades. Se justifica la falta de atención prioritaria en esta etapa con una sobrevaloración de la función de la calidad afectiva. Y, si bien es cierto que la calidad de la relación es fundamental, la cantidad de dedicación no es menos importante en los primeros años de vida. Es decir, a más temprana edad es necesaria una mayor dedicación a tiempo real para crear la relación y favorecer el vínculo.

Trabajar y estar con el bebé es realmente estresante y difícil de realizar. Los papás/mamás requieren tiempo también de calidad para interactuar y atender a los pequeños.

Socialmente, debería disponerse con facilidad de excedencias retribuidas (como en otros países europeos) para ejercer la paternidad/maternidad responsable, sin tanto estrés para los adultos y su consiguiente repercusión sobre los pequeños.

Y también debería priorizarse el tiempo para poder acudir a grupos de padres-madres, lugar privilegiado donde compartir las dudas, alegrías y miedos de la crianza y educación de los hijos. Es más, debería iniciarse la preparación a la maternidad/paternidad incluso antes de que se inicie el embarazo. Esta es la práctica que cada vez más padres solicitan y tengo la fortuna de poder atender.

El oficio de ser padres/madres es el más importante para la humanidad, pero para ejercer la función más milenaria de la especie humana, en una sociedad extremadamente cambiante, los padres se encuentran solos.

Se requieren espacios de reflexión y de trabajo personal para evitar el aislamiento en la crianza, espacios que favorezcan estilos relacionales con los hijos más satisfactorios y menos alienantes. Probablemente, estos espacios específicos (grupos dinámicos de madres-padres) no serían necesarios si contáramos con un nivel emocional saludable y con una capacidad de contacto y empatía suficientemente desarrollados para interactuar con los pequeños/as, favoreciendo vínculos seguros y sanos.

Es probable que algunos futuros padres gocen de mucha capacidad de contacto con las necesidades emocionales infantiles, pero no es lo más frecuente, pues la mayoría de nosotros hemos tenido una infancia con buenas intenciones en los cuidados parentales, pero con mucha ignorancia emocional sobre las necesidades afectivas profundas.

Todavía hoy en su mayor parte, la maternidad y la paternidad se ejercen «sobre la marcha». Es decir, se prueban estrategias educativas un poco a ciegas, repitiendo la educación recibida con ligeros cambios externos. En muchas ocasiones, el criterio educativo responde a las indicaciones puntuales del pediatra o la vecina y/o familiares cercanos. Generación tras generación, volvemos a reproducir modelos educativos.

Tú que estás leyendo este libro, muy probablemente has leído ya otros sobre crianza o educación. ¿Por qué? Porque te interesa o te preocupa la crianza de tu hijo y estás buscando respuestas a muchas preguntas naturales que surgen ante el hecho nuevo de ser madre o padre, aunque lo vayas a ser por tercera o cuarta vez. A veces estás desorientado, «porque eso de ser padre o madre» no es tan fácil como creías. También, porque deseas darle lo mejor de ti a tu hijo y eres consciente de las dudas que te asaltan, muchas veces por desconocimiento, otras por la presión social, que pretende que reacciones según la mayoría en temas tan delicados y variados como son los que rodean la crianza.

Tener información sobre el proceso de desarrollo evolutivo a nivel psicoafectivo resulta fundamental para conocer los procesos, para comprenderlos y no malinterpretarlos. Pero es mucho más importante tener capacidad de contacto, de sentir, de ponerse en el lugar del otro, no sólo intelectualmente, sino desde la emoción que nos transmite ese otro.

El concepto de empatía («sentir con otro») es esencial en cualquier interacción humana, pero no está muy extendido. Si lo estuviera, nuestra sociedad estaría más humanizada y sería más solidaria. Sólo tenemos que mirar a nuestra sociedad occidental consumista. Irradia infelicidad, enfermedad e injusticia (guerra, desigualdad social, maltrato, depresiones), por no mencionar la tragedia de otras sociedades que nadan en la miseria de la subsistencia, desprovistas de todos sus recursos naturales.

Por todo esto, el modelo de la prevención y promoción de la salud infantil es necesario.

Ninguna revolución social ha logrado cambios duraderos en la calidad de las relaciones humanas y sociales básicamente porque no hay cambio profundo que no comience en uno mismo.

Por tanto, si queremos legar una sociedad más saludable a nuestros hijos, tenemos que empezar a tratar de escuchar y comprender a la primera infancia, atendiéndola desde la raíz, es decir, desde el mismo momento en que se proyecta y se inicia una vida. Se trata de un apasionante proceso que comienza con el deseo de embarazo, continúa con la concepción y la gestación, para culminar en el parto natural y los primeros años de vida.

Podemos intentar poner en práctica un modelo saludable, favoreciendo un continuum en la relación, un hilo simbólico invisible, sólido y amoroso, sin fisuras ni rupturas en la formación del vínculo padres-bebé y niño. No se trata de ser padres perfectos, porque no existe tal perfección y, mucho menos, en una sociedad neurótica como la nuestra. Lo único real es el deseo y el intento de aproximarnos a la creación de una relación que sea lo más saludable posible, desde la presencia emocional y la capacidad de dar amor, el único verdaderamente incondicional.

Y todo ello a pesar de las renuncias temporales que representa la crianza, pues, usando términos economicistas, la mejor inversión a largo plazo (cubiertas las necesidades básicas de supervivencia) es la salud emocional. Sólo desde esta base podremos no repetir lo disfuncional, lo no saludable e incluso lo patológico en nuestros hijos.

Los padres, los profesores, los profesionales de la salud y los adultos en general somos portadores de actitudes saludables o patológicas, según nuestra propia historia personal global. Por tanto, somos responsables, que no culpables, de los resultados que observamos en la infancia y más tarde en la adolescencia. Pero es más fácil quejarse de tal o cual comportamiento o carácter infantil que implicarse en modificar la relación. Es más sencillo lamentarse de una situación que cambiar lo que sea necesario para mejorar la calidad de las relaciones humanas y por tanto sociales.

Es más habitual decir que «es difícil» que ponerse manos a la obra. Por tanto, es cuestión de empezar a caminar, aportando como padres y profesionales nuestro granito de arena y evitando actitudes destructivas cada vez más presentes en nuestra sociedad.

Albert Einstein afirmaba: «Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo».

Amar sin miedo a malcriar

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