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¿Qué es la autorregulación?

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El concepto de autorregulación proviene del campo de la fisiología. Fue conceptualizado por Cannon en 1932 para explicar una cualidad presente en todos los seres vivos: «Representa la capacidad para organizar el intercambio de sustancias con el medio externo de manera que los elementos necesarios para el correcto funcionamiento del metabolismo se mantengan siempre dentro de unos niveles óptimos».

Es decir, la autorregulación significa básicamente que un organismo sabe cuánto y cuándo necesita dormir o comer o cualquier otra necesidad fisiológica. Esta capacidad innata para desarrollar espontáneamente todas las funciones vitales propias de cada especie está presente en todos los organismos, desde los unicelulares, hasta los más complejos. En concreto en los mamíferos, el sueño, la comida y la sexualidad son necesidades esenciales para la supervivencia. Si pretendemos modificar o cambiar esta innata autorregulación desde el exterior, estamos produciendo una importante interferencia en su proceso natural con repercusiones poco saludables.

Sólo en la sociedad humana y en las situaciones de cautiverio en el reino animal, esta capacidad innata de autorregulación se pierde, ignorándose lo que el organismo necesita, cuándo y en qué cantidad.

Nuestra sociedad se plantea que hay que educar al bebé y al niño, modelar, enseñar cómo deben ser sus necesidades, porque el bebé no sabe y nosotros sí. ¿Por qué? Básicamente, porque desconfiamos de su capacidad. Desconfiamos porque también desconfiamos de nosotros mismos, después de años de imponernos un funcionamiento que ignora el contacto con el sentir. Y ¿qué les enseñamos? Curiosamente pretendemos enseñarles todas las funciones naturales que como mamíferos que somos son instintivas.

En primer lugar, hay que enseñarles a dormir. A dormir seguido y sin despertarse aunque necesiten a su mamá, su calor y seguridad. A dormir de un tirón, por una simple razón que responde a la necesidad adulta: mamá y papá tienen que trabajar y necesitan dormir bien. Hay un libro que ha captado perfectamente la legítima necesidad de los padres. Estivill (1995) ha logrado un auténtico éxito para lograr ese objetivo. Pero ¿qué pasa con los bebés? Si los bebés pudieran hablar, ¿que dirían después de noches de angustia y llanto sin sentido, reclamando a mamá?

Está claro, son necesidades antagónicas: las de papá o mamá, que necesitan dormir, y las del bebé, que necesita sentir la seguridad del contacto. ¿Cuál de esas necesidades es más imperiosa si consideramos la propia vulnerabilidad? Si tuviéramos que elegir entre comer nosotros o dar de comer a nuestro hijo la respuesta sería sencilla en la mayoría de los casos. Por otro lado, ¿alguien ha visto a algún mamífero «enseñar» a dormir a su cría? ¿Acaso existe alguna diferencia entre la necesidad de una cría animal y una humana? La diferencia está en la respuesta del mamífero adulto, sea animal o humano. Y no olvidemos que los seres humanos también somos mamíferos.

También hay que enseñar a mamar y a comer. Cada tres o cuatro horas era una práctica habitual hasta que se generalizó la lactancia a demanda, aunque todavía hay pediatras que continúan orientando la lactancia con tiempos pautados.

Así, funciones milenarias son reguladas desde el exterior por recomendaciones pediátricas o de familiares. ¿Quién mejor que el bebé sabe cuándo tiene hambre, sueño o ganas de contacto? ¿Acaso nos gustaría que nos dijeran cuánto, cómo y cuándo debemos comer, dormir o hacer el amor?

Autorregulación significa confiar. Confiar en el bebé y en su capacidad para conectar con sus necesidades innatas e instintivas y sobre todo no interferir en estas funciones tan simples, pero fundamentales, para el desarrollo de la salud del bebé. Significa respetar su ritmo, individual y único, de sueño, alimento o contacto.

Hagamos una breve puntualización: ¿es lo mismo lo normal que lo sano? Es normal dejar que un bebé llore, porque es habitual en nuestra sociedad para que no se malacostumbre, pero ¿es sano? Es normal el llanto en la separación en edades tempranas de la figura vinculante, pero ¿es sano? Es normal un cachete para intentar corregir una conducta que no nos gusta, pero ¿es sano? Lo normal es lo que predomina más en una sociedad concreta, la media estadística, pero no es necesariamente lo más saludable. No es necesario hacer análisis exhaustivos para darse cuenta de que nuestra sociedad no es sana, sino bastante neurótica o enfermiza (maltrato, violaciones, depresiones, etc.).

Por tanto, lo sano es tratar de no interferir en la autorregulación de las funciones naturales en los primeros años de vida. Son funciones relacionadas con las necesidades básicas, no con las necesidades creadas socialmente, como veremos más adelante.

Y aun así, es importante saber que no existen niños totalmente autorregulados. Como no existen niños ni adultos ideales, ni sanos en su totalidad, evitemos actitudes prepotentes e idealizaciones contraproducentes durante la crianza y la educación. Y no existen simplemente porque vivimos en una sociedad que es poco saludable y nos impregna a todos. Pero al menos, la no interferencia es un criterio saludable como referencia válida y necesaria hacia donde apuntar.

Amar sin miedo a malcriar

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