Читать книгу Amar sin miedo a malcriar - Yolanda Gónzalez Vara - Страница 6

INTRODUCCIÓN

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Cuántas veces los padres expresan este temor cuando atienden las demandas de sus pequeños… Cuántos niños ven frustradas sus demandas de atención para evitar la maldición de que se malcríen… Cuánto consejo «sabio» destinado a adiestrar a los padres que aún conservan el sentido común, intentando que lo abandonen en el baúl de los tiempos…

Sentido común que, como bien sabemos, es el menos común de los sentidos. La empatía, la intuición, la capacidad de contacto, la respuesta sensible, son conceptos esenciales para la salud, aunque no muy presentes en nuestra sociedad actual. Al contrario, suelen reprimirse, ignorarse y sepultarse bajo cientos de manuales sobre educación y crianza. Sin embargo hoy en día, y cada vez con más fuerza, renace en el corazón de muchos padres y profesores la necesidad de escuchar sin prejuicios el lenguaje emocional de sus hijos o alumnos, cuestionándose poco a poco la inercia educativa transmitida desde siglos de manera transgeneracional.

Más allá de la exigencia habitual en algunos adultos de intentar «hacerlo bien», se impone la necesidad de reflexionar y de recuperar el deseo de contacto genuino en el quehacer cotidiano con los bebés y los niños.

La vida es cambio, transformación. La vida cambia en todos los planos de la existencia, pero no de forma aislada. Desde la física cuántica se sabe que la naturaleza responde a una compleja trama de relaciones entre las diversas partes de su todo unificado. Formamos parte de una red interconectada e interdependiente entramada en la sociedad humana, aunque nos comportemos con una actitud individualista e insolidaria con el resto del sistema del que formamos parte. Por tanto, somos corresponsables de los cambios que se produzcan en nuestra sociedad y nuestra vida, a pesar del poder y la estructura política.

Nuestra sociedad cambia vertiginosamente. La estructura familiar está cambiando. También nuestro planeta se transforma como consecuencia de múltiples factores, pero también por la propia influencia humana. Cambia, todo cambia. Pero ¿cómo cambia nuestra sociedad y hacia dónde?, ¿son estos cambios saludables?, ¿qué va a pasar con nuestro planeta? Tenemos que reflexionar seriamente sobre el rumbo que la humanidad ha tomado hasta la actualidad y el grado de satisfacción global obtenido.

Hemos de preguntarnos con sinceridad, con relación a la primera infancia, ¿qué es lo que deseamos legar a los que más debiéramos amar en nuestra vida?

Podemos responder desde una postura intelectual y discutir durante horas sobre el estado de los modelos familiares actuales, los cambios sociales, o la devastación del planeta. Las conclusiones, si las hubiere, podrían ser interesantes o triviales, pero realmente ¿qué es lo que necesitamos? Ya hay demasiadas cumbres, reuniones de alto nivel y todavía pocas soluciones profundas. Estamos en un momento histórico, crítico. «Crisis» etimológicamente, significa peligro pero también oportunidad.Tenemos ahora y en este momento la oportunidad, y también la responsabilidad, de reflexionar sobre nuestro modelo social, educativo, familiar y planetario. Tenemos la responsabilidad de aportar con nuestro granito de arena un cambio de rumbo más saludable, tomando el timón de nuestra vida en esta red interconectada de la que formamos parte.

Con relación a la primera infancia, es importante tomar conciencia de que debemos cuidar la construcción de la casa desde los cimientos, antes de que la estructura esté dañada. Tenemos que cuidar las raíces del futuro árbol desde el inicio, para lograr entre todos bosques frondosos y saludables, que regeneren nuestra sociedad desde su origen. Tenemos que recuperar la capacidad de escucha interna, de respeto por el ritmo natural, de armonía con el funcionamiento natural, más allá del estrés y la locura social en la que estamos inmersos. Por ellos. Por los más pequeños. Por los portadores de la vela de la vida. Y para lograrlo, hemos de desarrollar la capacidad de empatía y escucha.

Para tener sentido común, es necesario no estar muy amurallado respecto a los propios sentimientos, ni acorazado en las propias emociones, de tal manera que podamos escuchar todavía con oídos de niño, ver con ojos de niño, sentir con corazón de niño. Sólo desde ahí podremos acompañar a nuestros hijos en su caminar, a nuestros alumnos en su descubrir y a nosotros mismos como padres en el difícil arte de acompañar en su desarrollo.

Y no es fácil, claro que no. La prueba de la dificultad está en la cantidad de ocasiones que somos conscientes de que como padres, educadores, o adultos que interactuamos con los pequeños, perdemos la paciencia y las buenas intenciones, como consecuencia de la supuesta «cabezonería cotidiana», por citar un ejemplo. O las veces que intentamos que obedezcan a nuestras peticiones una y otra vez sin éxito y acabamos gritando y utilizando esos recursos de los que luego nos sentimos culpables porque «no quería volver a gritar, pegar o castigar», pero no ha sido posible.

Y es aún más difícil cuando, de pequeños, no nos han escuchado, ni mirado, ni entendido en muchas de nuestras necesidades emocionales. Es más difícil si hemos tenido una educación autoritaria por excelencia y basada en la obediencia como único criterio educativo.

Pero es posible. Es posible establecer un puente de conexión entre mundos tan dispares como son el universo adulto y el infantil.

Y de esta posibilidad trata el presente libro.

No es un libro de recetas rápidas.

No es un libro para lograr obediencia.

No es una recopilación exhaustiva de investigaciones ni de textos, aunque implícitamente se apoya también en ellos.

Es, sobre todo, una guía para la comprensión de las necesidades infantiles. Para acompañarlos en su caminar y desarrollo.

Y todo ello, desde la MIRADA del niño/a.

No desde el adulto que mira al niño.

Es una guía desde la empatía, la observación y el respeto ante ese pequeño que no por ser vulnerable es tonto ni debiera ser manejable a nuestro antojo.

Os invito a navegar por estos mares infantiles, sin naufragios duraderos y llegando a buen puerto llevando de la mano a esta criatura, a su ritmo, y disfrutando del camino, más allá de los tropiezos…

Amar sin miedo a malcriar

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