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¿CON QUÉ TEORÍA NOS QUEDAMOS?

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Creo que las dos primeras teorías (radicales libres y telómeros) son complementarias y la confianza en el papel determinante de una no debe descalificar a la otra. Ambas cuentan con suficiente respaldo científico. La de los radicales libres no se relaciona tanto con la herencia genética como con los factores medioambientales que favorecen su proliferación (alimentación manipulada, productos químicos, metales pesados, etc.), mientras que la teoría de los telómeros está directamente vinculada a la constitución heredada. Por otro lado, aunque no me confieso partidario de las terapias hormonales de reemplazo, reconozco que el desequilibrio endocrino está presente en la génesis de muchas patologías, especialmente el estatus de respuesta al estrés del individuo. A esto también dedicaré un apartado al desarrollar el concepto global e integral de la terapia ortomolecular.

Como he indicado anteriormente, el estudio de la telomerasa se ha convertido, en los últimos años, en uno de los campos de la biología molecular que ha generado más interés, con el loable objetivo de valerse de esta enzima para compensar la reducción de los telómeros, y quizá conseguir detener el envejecimiento o al menos demorarlo sustancialmente. Resulta interesante constatar que el boletín Geron Corporation News señala que los estudios de laboratorio realizados con la telomerasa ya han demostrado que las células humanas normales pueden modificarse a fin de que adquieran «una capacidad de duplicación infinita».

Pero a pesar de tales avances, no creo que existan razones para creer que, a corto plazo, los biólogos logren prolongarnos significativamente la vida mediante la telomerasa. Y ello porque, entre otros motivos, el envejecimiento implica mucho más que el deterioro de los telómeros. El doctor Michael Fossel, autor del libro Reversing human aging (El reverso del envejecimiento humano), ha dicho al respecto:

Si derrotamos el envejecimiento en su forma actual, de todos modos seguiremos degenerando con la edad de alguna manera nueva, menos conocida. Si extendemos nuestros telómeros indefinidamente, tal vez no contraigamos las enfermedades que asociamos con la ancianidad, pero terminaremos desgastándonos y muriendo.

Existen, en efecto, varios factores biológicos que contribuyen a provocar este proceso. Uno de ellos es indudablemente el estrés oxidativo provocado por la proliferación de radicales libres. Pero creo que, de momento, las respuestas siguen ocultas, fuera del alcance de los científicos. Leonard Guarente, miembro del Instituto Tecnológico de Massachusetts, ha reconocido: «Por ahora, el envejecimiento mantiene, en buen grado, su enigmática complejidad» (revista Scientific American, otoño de 1999).

En definitiva, mi opinión es que las teorías expuestas son válidas, en mayor o menor medida, para explicar el proceso del envejecimiento, pero creo humildemente que todas ellas están lejos de explicar o encontrar la auténtica razón, la primera razón del envejecimiento. Dedicaré un poco más de espacio a esta idea en mis reflexiones de conclusión del libro.

Ésta es la opción que creo más inteligente: emprender un plan racional, pero no obsesivo, que nos permita disfrutar de la mejor salud que nuestra herencia constitucional nos permita. Sinceramente, creo que, siguiendo un plan como el que propongo en esta obra, quien haya recibido una buena herencia constitucional puede ganar 10-20 años de vida (dependiendo de cuándo lo inicie), lo que probablemente le podría llevar a vivir, como sostiene el doctor Claude Lagarde, 120 años. Y quien haya recibido una herencia constitucional mediocre puede incrementar en 10-15 años su expectativa de vida, lo que le permitiría vivir 80 u 85 años. Todo ello sin olvidar, en cualquier caso, que se gana no sólo en cantidad, sino también en calidad de vida. Este plan o método pasa por buscar la estabilidad y el equilibrio en diferentes planos: el bioquímico-celular, el mental y, por qué no decirlo, el espiritual. En esta obra me centraré en el primero de ellos, aunque son inevitables las pinceladas referidas a los otros dos, los cuales serán tratados más ampliamente en mi libro Psicoenergética ortomolecular, de próxima aparición.

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