Читать книгу Antienvejecimiento - Felipe Hernández Ramos - Страница 9

CAPÍTULO 1 EN BUSCA DE UNA VIDA MÁS LARGA

Оглавление

Dijo Unamuno que todos los seres humanos sentimos un «ansia de no morir», un «hambre de inmortalidad», un «anhelo de eternidad».

Los egipcios comían testículos de animales en un vano intento por recuperar la juventud. En China, durante la dinastía Han (206 a. C.-220 d. C.), el emperador Wu Ti se sintió muy atraído por la idea taoísta de la inmortalidad física, en especial por la preparación de píldoras de la inmortalidad mediante la alquimia. Según el taoísmo, la vida es el resultado de la combinación de las fuerzas opuestas yin y yang (fuerzas femenina y masculina). Así, al fundir el plomo (oscuro o yin) y el mercurio (brillante o yang), los alquimistas imitaban el proceso de la naturaleza, y creían que el producto obtenido sería la píldora de la inmortalidad. Posteriormente, algunos emperadores chinos tomaron presuntos elixires de la vida, hechos de mercurio, y murieron.

Al explorador español Juan Ponce de León se le conoce por su insaciable búsqueda de la fuente de la juventud. Los indígenas le dijeron que en una isla llamada Bímini existía una fuente capaz de rejuvenecer a los ancianos. Ponce de León salió en busca de la isla, pero nunca halló ni bebió, por supuesto, las aguas de la legendaria fuente de la eterna juventud.

Un médico del siglo XVIII recomendaba, en su libro Hermippus redivivus, que en primavera se encerrara en una pequeña habitación a muchachas vírgenes, se recogiera aliento en botellas y se usara como pócima para prolongar la vida. Ni que decir tiene que este método tampoco funcionó.

La lista de estupideces que los seres humanos han llevado a cabo a lo largo de los siglos con el objetivo de no envejecer o hacerlo más lentamente es muy larga y está plagada de fracasos. No obstante, vivimos en la época de las «grandes esperanzas», esperanzas proclamadas por la ciencia, que parecen abrir ante nosotros una amplia gama de alternativas con el objetivo de alargar la vida y mejorar su calidad.

Ciertamente, en los países industrializados la esperanza de vida ha aumentado de manera espectacular en el último siglo, gracias sobre todo a una mejor asistencia sanitaria, unas medidas higiénicas más eficaces y una nutrición más completa. En España, desde mediados del siglo XIX hasta principios de la década de los noventa del siglo pasado, la media de vida se elevó de 50 a 75 años en el caso de los varones, y de 54 a 80 en el de las mujeres. Pero ¿quiere decir esto que el anhelo del ser humano de una vida más larga se ha satisfecho? Para contestar esta pregunta es preciso comenzar por hacer una distinción entre esperanza de vida y longevidad máxima.

Se entiende por esperanza de vida el promedio de años que va a vivir una persona nacida en un determinado momento y sometida a las tasas de mortalidad específicas de ese mismo año. La longevidad máxima se refiere a la edad máxima que puede alcanzar el miembro de una especie determinada. Así pues, aunque cada vez más personas alcanzan una longevidad que se acerca a la máxima posible en la especie humana, no existe ninguna prueba concluyente de que la longevidad máxima haya aumentado durante los últimos siglos o milenios.

Éste, junto con otros aspectos demográficos, como una menor natalidad, están «envejeciendo» la población, especialmente en los países occidentales, donde se prevé que para dentro de veinte o treinta años un 30% de la población será sexagenaria. En este grupo, si nada lo impide, estaré yo mismo.

Ivan Šimonovic, presidente del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, advirtió, ante la segunda Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento, celebrada en Madrid en abril de 2002, que «el envejecimiento de la población es un fenómeno global que afecta o afectará a todo hombre, mujer y niño en cualquier rincón del planeta [...]. En el año 2050, la población de ancianos superará a la de jóvenes por primera vez en la historia de la humanidad». Kofi Annan, secretario general de las Naciones Unidas, apuntó en la cumbre que, en menos de cinco décadas, la cifra de mayores de 60 años aumentará de 600 millones a casi 2.000 millones, superando así la de menores de 15 años. Dijo además que el 80% de estos ancianos vivirá en los países en vías de desarrollo. Debido a la disminución de los nacimientos y a la mayor expectativa de vida, la composición de la población ha experimentado grandes cambios. La Asamblea General exigió aumentar el personal médico y los servicios a fin de satisfacer las necesidades especiales de la gente mayor y así lograr que envejezcan «con seguridad y dignidad».

España ocupa el 13.º lugar en la lista elaborada por The Economist de esperanza de vida de los hombres a nivel mundial. Para las mujeres es mayor y se sitúa en el 5.º lugar, sólo superada por Japón, Francia, Hong Kong y Suecia.

La esperanza de vida se ha duplicado en menos de un siglo en los países industrializados, lo que ha convertido el envejecimiento de la población en un fenómeno mundial. Las perspectivas demográficas para 2050 indican que España será el país europeo más envejecido, con la tasa más alta de mayores de 65 años, y el tercero en mayores de 80 años, que supondrán el 12% de la población. Ese año, si nada lo impide, el porcentaje de ancianos superará al de niños y adolescentes (0-14 años).

El aumento gradual de la longevidad es producto del descenso de la mortalidad infantil, el progreso económico y las mejoras higiénico-sanitarias. A principios del siglo pasado, las enfermedades infecciosas y parasitarias causaban la mayor parte de las defunciones. En la actualidad, ha cambiado el patrón: la gente vive más años, pero la muerte es originada por enfermedades crónicas, degenerativas y discapacitantes, muchas de ellas vinculadas a los hábitos de consumo y estilos de vida poco saludables que se han generalizado.

No debemos olvidar que cumplir años, en sí mismo, no significa disfrutar de buena salud. Según un informe del Instituto Europeo de Estadística publicado en 1999, las expectativas de salud libre de discapacidad más altas se registran en Grecia y sólo llegan hasta los 65 años en ambos sexos. Además, la longevidad máxima permanecerá inalterable de no haber cambios sustanciales en la política agroalimentaria y sanitaria, es decir, dejar a un lado los intereses económicos egoístas y ofrecer a la población información fiable sobre los alimentos y la oportunidad de acceder sin cortapisas a una medicina más natural, basada en el uso de complementos terapéuticos inocuos, pero efectivos. En otras palabras, más verdad, más medicina preventiva y que el ciudadano sea dueño y gestor de su salud y no un mero espectador de su enfermedad. Reconozco que soy un tanto pesimista sobre lo que espero que las administraciones públicas puedan o quieran hacer al respecto, dados los enormes condicionantes económicos que hay en juego. Así pues, seguiré formando parte de ese grupo minoritario de investigadores y autores que tienen como objetivo suministrar información prosalud a todo aquel que quiera leerla o escucharla.

En medio de esta situación «condicionada», ¿es posible que los que hemos alcanzado ya la presumible mitad de nuestra vida podamos hacer algo efectivo, científicamente posible y sin riesgos para, no solamente alargarla, sino mejorar su calidad?

Después de llevar quince años dedicado al campo de la salud y haber dedicado muchas horas a la investigación y formación en terapia ortomolecular, cuyo sustrato es la biología molecular, escribir docenas de artículos en diferentes revistas especializadas y formar parte de un colectivo en constante alerta ante nuevas alternativas en nuestra profesión, creo que sí existen opciones eficaces, seguras y no agresivas para ralentizar el envejecimiento y mejorar la calidad de vida. Sin embargo, no creo en los productos milagrosos, ni considero que el uso de fármacos sintéticos, incluidas las hormonas, sean el mejor camino para seguir; es más, estoy convencido de que el método de trabajo que promulgo y enseño desde hace más de diez años y que mis profesores, a su vez, enseñaron hace décadas, sigue siendo la mejor terapia antienvejecimiento. ¿Quién se atrevería a negar que la dieta equilibrada, el ejercicio físico regular, el bienestar emocional y el uso (y no abuso) de complementos nutricionales, sabiamente seleccionados, son una efectiva estrategia que mejora la calidad de vida y mantiene alejada la enfermedad?

Para comprender bien este método es necesario no perder la visión global de esta obra. Es decir, si tú, apreciado lector, buscas una página o un capítulo que te indique una fórmula o un sistema sencillo y específico de frenar la vejez, no la encontrarás. No obstante, sí te haré una promesa: si te tomas tiempo para «digerir» la información, para reflexionar, aplicando los conceptos fundamentales que conforman este método, podrás disfrutar de mejor salud, más energías y un aspecto más vigoroso y jovial.

Sin embargo, antes de entrar a fondo en la nutrición ortomolecular, la dieta, los complementos, etc., creo necesario recordar los cambios fisiológicos que acompañan al envejecimiento, las tres teorías sobre el envejecimiento que cuentan con un mayor respaldo científico, analizar someramente qué es la medicina antiaging y, especialmente, dedicar un importante apartado al estudio de los radicales libres, auténticos protagonistas del envejecimiento.

Antienvejecimiento

Подняться наверх