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A mí sí que me gustó la película. Mucho. Muchísimo. Tanto que me pedí para mi cumpleaños el disco. Un disco que ponía una y otra vez en el tocadiscos. Me aprendí de memoria todas y cada una de las canciones, aunque aún no había estudiado inglés. Como estaba la traducción en la cubierta, iba leyendo y entendiendo lo que podía. Así que podría decirse que aprendí inglés con Jesucristo, con María Magdalena y sobre todo con Judas, que era mi favorito. Y supongo que también el del autor del musical.

Por eso no entendía la polémica que se había armado en revistas, periódicos, tertulias, e incluso en el colegio. Especialmente en la clase de Religión.

—Supongo que ya habréis ido a ver esa película moderna sobre la pasión de Nuestro Señor —nos dijo un día en clase don Rafael, el profesor de religión que era, además, cura.

La habíamos visto ya casi todas las chicas de la clase.

—Y ¿qué pensáis? Hay quienes consideran que es una herejía, otros dicen que es racista, otros que es una visión moderna de Cristo.

—Yo creo que es eso último que ha dicho, don Rafael —contesté yo.

—¿No te parece que es una herejía sugerir que Cristo tenía relaciones con la pecadora?

—Pues yo no vi que tuviera más relación que la de amistad con María Magdalena —apostillé. ¡Con las ganas que me había quedado yo del beso que nunca se dan!

—No hay que fijarse más que en las miradas que intercambian.

—En él solo hay mirada de piedad, de compasión, de cariño. Nada más.

—¿Y en ella? —insistía el cura, siempre vestido de negro, con el alzacuellos blanco y las hombreras brillantes y llenas de caspa.

—Ella está enamorada de él, pero eso no es ningún pecado. —«I don´t know how to love him», decía ella en su canción más importante.

—Las escrituras no dicen que la ramera esté enamorada de Jesús. Eso es una herejía.

—No es una herejía —me atreví— amar a alguien que es digno de ser amado. Además, ella no está casada con nadie, ¿por qué no va a querer a un hombre como él?

Don Rafael se quedó callado, al igual que lo estaban mis compañeras, que asistían impávidas a la discusión que estábamos teniendo el profesor y yo. La verdad era que estaban asombradas porque no se esperaban de mí, que era prudente, estudiosa y un tanto mojigata, que fuera capaz de discutir casi de teología con el reverendo.

—¿Y qué me decís del racismo que hay a lo largo de toda la película? —intentó don Rafael cambiar de tema.

—¿Racismo? —Todas nos mirábamos sin entender.

—Judas es representado por un actor de color —dijo el profesor.

—¿Y qué? —pregunté yo.

—¿Cómo que «y qué»? ¿Acaso no es un agravio a toda la raza negra que Judas sea negro? Es un caso de racismo flagrante.

—¿Racismo? —insistí—. Yo no veo racismo por ningún lado.

—A lo mejor es que eres una racista.

—¿Yo, racista yo? —Eso me ofendió sobremanera. Tenía amigos mulatos porque una amiga de mi madre se había casado con un militar americano negro como el tizón.

—Si te parece bien que Judas sea negro es que eres racista. Es como decir que los negros son traidores y malvados.

—Lo que me parece racista —dije en el tono más directo y a la vez respetuoso que encontré— es plantearlo. Si usted pensara de verdad que los negros son iguales que los blancos, no plantearía que el hecho de haber elegido un negro para el papel de Judas es un acto de racismo. Yo no me lo planteo. Es negro, ¿y qué más da? Es un hombre. María Magdalena es oriental. ¿Y qué? Es una mujer. Y Cristo es rubio y de ojos azules. ¿Y qué? Es otro hombre, y no creo que hubiera muchos palestinos de pelo y de ojos claros. ¿Nadie se ha planteado eso? El actor es ario, como le gustaban a Hitler. ¿Es por eso la película un alegato nazi? Pues no.

Don Rafael se quedó callado y se sentó. Se colocó las gafas y nos dijo que estudiáramos un rato. Mi compañera de pupitre me dio un codazo y me guiñó un ojo. Eso quería decir que aprobaba mis palabras, lo que para mí era más importante que si en ese momento me hubieran dicho que tenía poderes especiales para salir volando por la ventana.

—Mañana tendremos examen —anunció don Rafael.

—Pero si tenemos ya dos para mañana —replicó una de las chicas que se sentaban en la última fila.

—Pues así tendréis tres, como tres son las personas de la Santísima Trinidad.

Y don Rafael se levantó, cogió su maletín tan negro como sus ropas y como la piel del guapísimo Carl Anderson, que era el cantante que interpretaba a Judas, y salió de la clase.

El brindis de Margarita

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