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ОглавлениеCuando llego abajo, hay un coche detrás del de Sarita que está pitando. Hago un gesto de disculpa con las manos, pero el tipo sigue pitando.
—¡Qué borde ese tío! —Es el saludo de mi amiga.
—Tendrá prisa —le contesto.
—Luego nos besamos y abrazamos como se debe. Ahora mejor que nos alejemos de ese energúmeno. Algunos no se han dado cuenta todavía de que ya hace años que estamos en un país civilizado. Venga, date prisa, que te estás mojando.
Me quedo callada. Ella siempre ha tenido más sentido patriótico que yo.
—Ya han sacado al tirano del valle —me dice.
—He visto algo en el móvil —le contesto.
—Yo lo he estado viendo en directo en la televisión.
—¿Pero no estabas trabajando?
—Lo he visto en la pantalla del ordenador del curro. Estábamos todos igual. Muy emocionados. Algunos hasta lloraban.
—¿De pena o de alegría? —le pregunto.
—De todo habrá habido. Pero nadie ha dicho ni una palabra.
—Eso sí que es raro.
—No creas. Todavía hay cosas de las que no se habla en mi oficina. No se te olvide que trabajo en un organismo público lleno de uniformes. En mi trabajo hay que callar sobre determinados asuntos.
—O sea, que estamos como cuando éramos pequeñas, y nos decían que había temas de los que no se hablaba porque las paredes oían.
—Querida, algunas paredes siguen deseando oír. Así que en mi trabajo nadie sabe de qué pie cojeo. O sea, que nadie sabe a qué partido voto, ni si hoy estaba contenta o no.
—Pues vaya.
—Así es la vida, amiga mía. En fin. Te voy a llevar a un restaurante nuevo que te va a gustar. Es un vegetariano.
—Buena idea. Cada vez como menos carne.
—¿Esa frase es recta o indirecta?
—¿Qué quieres decir?
—Que si te refieres a carne de vaca o de humano.
Me echo a reír. Casi se me había olvidado que Sara pensaba en el sexo constantemente. En su interpretación lingüística, toda frase tenía una razón sexual. Toda mirada iba con segundas intenciones. Según ella, cada acto humano estaba motivado por un deseo desenfrenado hacia el otro. O hacia la otra. Freud habría podido utilizarla de ejemplo para justificar la mayoría de sus teorías.
—Me refiero a la carne que se come —le aclaro.
—Toda la carne se come —me contesta mientras echa el freno de mano. Ha encontrado un sitio para estacionar justo al lado de nuestra vieja facultad.
—Ya me entiendes. Menos carne y más verdura. Esa es mi filosofía últimamente. Paso demasiadas horas sentada. Hago poco ejercicio, así es que intento comer lo más sano que puedo.
—Pues entonces he acertado al elegir este restaurante. Te va a encantar. Y ahora sí, ese abrazo y ese par de besos que aún no nos hemos dado.
Nos abrazamos y noto que ha cambiado de perfume. Antes llevaba un aroma muy fresco de cítricos, de Hermès. El de ahora es más empalagoso. No me gusta tanto, pero no se lo digo. No obstante, ella se da cuenta de que he notado la diferencia.
—Siempre tan sensible a los olores. Sí, me he pasado a La vie en rose de Lancôme.
—Es muy fuerte —le recuerdo—. Antes te gustaban más frescos.
—Pero todo cambia, querida. Ahora me gusta envolverme en aromas más aterciopelados.
—Hablas como en un anuncio —le reprocho.
—A lo mejor. Estamos en la edad en la que tenemos que anunciarnos bien.
Al mirarla de frente veo que hay algo diferente en su rostro.
—Ya te has dado cuenta. Has tardado, pero ya has visto la novedad.
—¿Te has puesto bótox en los labios?
—¡No! Qué barbaridad. Por supuesto que no.
—Pues …
—Es ácido hialurónico. Da volumen y corrige las arrugas.
—Pero si estás preciosa sin nada de eso. Siempre has sido la más guapa.
—El tiempo no pasa en balde. Ni para ti ni para mí.
—Yo nunca me voy a poner nada en la cara —afirmo tajante.
—Eso mismo decía yo.
—Eso decíamos hace años, cuando empezamos a ver mujeres a las que se les notaba de lejos que se habían operado.
—Yo no pienso lo mismo que hace treinta años. ¿Tú sí?
—Yo tampoco —le contesto y la vuelvo a abrazar.