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ASÍ SE FORMÓ EL SISTEMA DE RESPUESTA AL ESTRÉS

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El sistema de respuesta al estrés —el eje HPA— está ahí por idéntica razón que nuestras emociones: para ayudarnos a sobrevivir. Su desarrollo en el cerebro y en el resto del cuerpo de nuestros antepasados tuvo lugar con el objetivo de incrementar sus opciones de supervivencia en un mundo mucho más peligroso que el actual. Las amenazas a las que se veían expuestos no solo eran, a buen seguro, más frecuentes que las que hemos de afrontar en la actualidad, sino que también exigían de una acción inmediata. Quien se demoraba demasiado preguntándose qué hacer, si atacar o huir del león, es muy posible que fuera eliminado con rapidez del acervo genético.

Hoy en día, por suerte, la mayoría de las personas rara vez se ven envueltas en situaciones potencialmente mortales. Sin embargo, a pesar de ello, el mismo sistema del cerebro se activa en nosotros al estresarnos por causas psicosociales, como la fecha límite de entrega de un trabajo, la subida de los intereses de un préstamo hipotecario o el hecho de que nuestras publicaciones en redes no obtengan suficientes «me gusta». Como es lógico, en la actualidad, la respuesta al estrés que se pone en marcha en nosotros no es tan intensa como cuando uno se enfrenta a un león; no obstante, suele durar más tiempo, a veces varios meses o años. Y resulta muy probable que el eje HPA no esté concebido para mantenerse activo de forma tan prolongada. El torrente excesivo de hormonas del estrés puede conducir a que el cerebro deje de funcionar bien, y a que este pase a estar de manera constante en «modo lucha o huye»; es decir, relegando a un segundo plano toda actividad que no tenga que ver con atacar o salir por piernas. Esta vendría a ser su lógica:

 ¿Dormir? Puedo dejarlo para más tarde.

 ¿Digerir la comida? Puedo dejarlo para más tarde.

 ¿Reproducirme? Puedo dejarlo para más tarde.

¿Te resultan familiares tales razonamientos? ¿Te suena tal vez haberlos tenido en algún periodo estresante de tu vida? ¿Has sufrido entonces de malestar estomacal, náuseas, insomnio y disminución del deseo sexual? Por desgracia, son muchos los que responden de manera afirmativa. Estos síntomas, derivados de un estrés de larga duración, no son nada de extrañar si uno se fija en la forma en que el cerebro prioriza la resolución inmediata de problemas e ignora todo lo que no se halle implicado en ella. Sin embargo, las consecuencias de un estado de angustia y ansiedad prolongado no acaban ahí, sino que pueden, por desgracia, afectar también a nuestra salud mental. Estar bajo un nivel razonable de estrés agudiza nuestros sentidos; no obstante, si la presión que soportamos se vuelve demasiado fuerte, pasamos a dejar de pensar con claridad.

Si esto sucede, dejamos de usar la zona más avanzada y más exclusivamente humana de nuestro cerebro y recurrimos de nuevo a otras más antiguas y primitivas desde el punto de vista evolutivo. Es entonces cuando tendemos a actuar con fuerza y rapidez, pero sin la ayuda de la parte «pensante». Esto puede ser fuente de problemas.

En caso de experimentar un estrés intenso, debemos atacar o poner pies en polvorosa; es decir, no caben las medias tintas. El cerebro te dice que has de tomar una decisión rápida y entrar en «modo resolución de problemas». Se trata de una prioridad incuestionable, no hay tiempo de pararse a pensar en las formas. Cualquier fallo detectado en el entorno da lugar a una reacción fuerte. Es lo que sucede cuando nos irritamos por cosas pequeñas. «¿Por qué narices están los calcetines por el suelo?».

No tenemos tiempo de ser amables con los que nos rodean cuando estamos bajo un nivel de tensión agudo; por eso, a muchos nos sale el mal genio. Por el contrario, las sensaciones de bienestar nos llevan a bajar la guardia, y eso es lo último que quiere un cerebro que se siente amenazado: por eso, solemos sentirnos mal durante épocas de fuerte estrés. Otra de las funciones a las que el cerebro deja de dar preferencia es el almacenamiento de recuerdos a largo plazo. Para que estos se generen se deben crear conexiones entre las distintas áreas cerebrales, tarea que recae en el hipocampo, el centro de memoria de dicho órgano. La fortaleza de tales vínculos (y de la propia memoria) depende de que el hipocampo envíe una señal a través de los recién nacidos circuitos neuronales; algo que no le da tiempo a hacer durante una situación de estrés intenso. Por eso mucha gente recuerda peor las cosas a lo largo de estos periodos complicados.

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