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DEPRESIÓN: ¿UNA PROTECCIÓN NATURAL?
Оглавление969.516. Nada más ver dicha cifra, creí haber leído mal. Pero no. Según datos del Ministerio de Sanidad de Suecia, cerca de un millón de suecos mayores de dieciséis años (a fecha de diciembre de 2018) toman antidepresivos bajo prescripción médica. Es decir, más de una novena parte de la población adulta del país. Pese a que vivimos más, que estamos más sanos y que tenemos a nuestra disposición toda clase de entretenimientos con pulsar un botón, parece que nuestro ánimo está más bajo que nunca. ¿Cómo es posible que nos haya pasado esto?:
La primavera pasada, mi trabajo como consultor tecnológico fue muy estresante. Al mismo tiempo, nuestro hijo tuvo problemas psicológicos y dejó de ir a la escuela. Por otro lado, acabábamos de comprar una casa sin haber vendido aún nuestro anterior piso, de modo que teníamos aprietos económicos. Dormía fatal y no me sentía nada bien, pero seguía en marcha. Luego, a mitad del verano, las cosas volvieron por fin a su cauce. Vendimos el piso, nuestro hijo pasó a recibir la ayuda adecuada y el volumen de trabajo disminuyó.
Estábamos deseando coger vacaciones, así que nos fuimos toda la familia a España un par de semanas. De inmediato, me di cuenta de que algo no iba bien. Apenas era capaz de levantarme de la cama y tenía en la cabeza una insoportable sensación de espesor. Nada me parecía divertido. Lo veía todo negro. Lo único que me apetecía era dormir, de modo que eso fue lo que hice. Durante catorce o quince horas al día. Y, aun así, seguía sin sentirme bien descansado. Cuando regresé a casa, me puse en contacto con mi centro de salud y, tras un electrocardiograma y un análisis de sangre, me dieron el diagnóstico: depresión por agotamiento. No entendía nada. ¡Pero si ya había pasado el periodo de estrés! ¿Por qué me deprimía ahora, cuando las cosas estaban por fin tranquilas?
Una depresión como la que afectó a mi paciente puede parecer ilógica, incluso desde una perspectiva evolutiva. Es fácil comprender que la ansiedad sea una herramienta que nos ha ayudado a sobrevivir; sin embargo, el que está deprimido tiende a querer dejarlo todo, a retraerse, a comer peor, a aislarse de los demás y a desinteresarse del sexo. Todo esto se traduce en una reducción de las posibilidades de supervivencia y de transmitir los genes. ¿Y por qué suele sobrevenir la depresión después de un periodo de estrés?
LA ANSIEDAD ES ESTRICTAMENTE HUMANA
El eje HPA desempeña un papel crucial en la forma en que los perros, gatos, roedores y otros animales reaccionan a las amenazas. Sin embargo, en ellos no funciona igual que en los humanos. Por mucho que se intente, nunca podrá persuadirse a una rata de que active su sistema de respuesta al estrés debido a la posibilidad de que haya más gatos en la zona el próximo verano. Ningún gran tiburón blanco liberará la más mínima cantidad de cortisol ante la expectativa de que la población de focas disminuya debido al calentamiento global. No obstante, esos hipotéticos escenarios sí que ponen en marcha el eje HPA en nosotros. «¿Y si no apruebo el examen?». «¿Y si no hago bien la presentación?». «¿Y si me deja mi mujer?».
La capacidad del hombre para prever el futuro es, quizá, nuestro rasgo definitorio más importante; pero ello lleva aparejado que nos imaginemos por anticipado aquello que queremos evitar. Que el sistema de respuesta al estrés pueda activarse en nosotros ante la perspectiva de que nos despidan, de que nos deje nuestra pareja o de que no podamos pagar la hipoteca es, digamos, el precio que pagamos por nuestra inteligencia. Y es que el cerebro tiene dificultades a la hora de distinguir las amenazas reales de las imaginadas.
Lo que hace la ansiedad es poner en marcha el sistema de respuesta al estrés por adelantado; así que no es de extrañar que el cuerpo haga las cosas de forma proactiva. Si uno está tirado en el sofá y quiere levantarse, necesita que su tensión arterial suba antes de ponerse en pie, ya que, de lo contrario, puede marearse. Lo mismo pasa con la ansiedad. Su misión es hacer entrar en acción el eje HPA de antemano.
Así pues, en el caso de las personas que tienen altos niveles de ansiedad en su día a día, el sistema de respuesta al estrés está siempre encendido, si no por completo, sí a fuego lento, listo para afrontar los peligros que se le puedan presentar. Esta circunstancia da lugar a que el cuerpo experimente una voluntad constante de movimiento y quiera alejarse en todo momento de donde está. Los síntomas son variados. Por ejemplo:
Inquietud mental. La sensación indefinida —no motivada por el aburrimiento o la curiosidad— de querer siempre pasar a otra cosa; de no desear quedarse en el sitio en el que se está, sea cual sea este. Deseas terminar la reunión para poder irte rápidamente de la sala. Comer rápido para poder levantarte cuanto antes de la mesa. Finalizar la llamada telefónica cuando apenas acaba de comenzar. Y así sucesivamente, siempre adelante, adelante, adelante.
Inquietud física. Los músculos del cuerpo se hallan en «modo lucha o huye» sin que haya nada contra lo que luchar o de lo que huir. Ese deseo muscular impulsivo hace que te resulte difícil estar quieto, así que te pones a toquetear cosas, a retorcerte el cabello, a tamborilear con el pie en el suelo. Tensas el cuello y la espalda hasta que se te forma una dolorosa contractura. Pasas la noche apretando la mandíbula y rechinando los dientes.
Fatiga. Ir por la vida en un constante estado de alarma consume energía. Y mucha. La consecuencia es que te agotas y te sientes hecho polvo al llegar a casa después del colegio o del trabajo.
Molestias estomacales. Si el cuerpo tiene que luchar o huir, no le importará lo más mínimo hacer la digestión, sino que priorizará otras funciones. No tiene sentido preocuparse por digerir la comida si tú mismo estás a punto de servir de almuerzo a otra criatura.
Náuseas. ¿Has intentado correr a toda pastilla nada más terminar de comer? Muy raro sería que se te diera bien con el estómago lleno. Pues bien, cuando tienes náuseas derivadas de la ansiedad o del hecho de estar sometido a un estrés intenso, lo que está queriendo hacer tu cuerpo con ellas es deshacerse de lo que has comido para poder luchar o huir con mayor eficacia. Esa es la razón por la que muchos actores y artistas tienen ganas de vomitar antes de un estreno o de un concierto, de lo nerviosos que se ponen.
Sequedad de boca. Cuando nos preparamos para entrar en acción, el corazón bombea sangre a los músculos para que estos obtengan más oxígeno y sean capaces de rendir al máximo. Las tres glándulas salivales que tenemos en la boca, las cuales segregan saliva extrayendo agua del flujo sanguíneo, cuentan con menos sangre para ello. El resultado es que se nos queda la boca más seca que un zapato.
Sudores. Un cuerpo que va a luchar o huir acabará recalentándose. Ante esa perspectiva, empieza a sudar para bajar la temperatura, ya que el sudor enfría nuestro organismo. En otras palabras, para rendir al máximo activa el sistema de refrigeración.