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LA ANSIEDAD SURGE ANTE UNA POSIBLE AMENAZA

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Ansiedad. La mera palabra hace que nos sintamos incómodos. Pero ¿qué es, en realidad? Bueno, básicamente, por muy difícil que le resulte de entender esto a una persona que la padece con intensidad, es también un mecanismo de supervivencia. Consiste en un fuerte malestar que se deriva de experimentar algo como una amenaza, lo que, a continuación, desencadena el sistema de respuesta al estrés en el cuerpo.

Pongamos que te estás esforzando para entrar en la universidad y que hace un par de semanas hiciste el examen de ingreso. Las notas se acaban de publicar en el sitio web de la facultad.

PÁNICO ESCÉNICO

¿Qué es lo que te estresa más que cualquier otra cosa? Quizás hablar en público. Para muchas personas, es un factor estresante tan grande que incluso se le ha dado nombre a la angustia que produce: glosofobia. La explicación de por qué resulta tan desagradable tener los ojos de la gente clavados en uno mismo tiene que ver, a buen seguro, con lo importante que ha sido siempre para nosotros, desde un punto de vista evolutivo, no ser excluidos de la comunidad. En situaciones como esa, para prepararnos ante lo que pudiera suceder si salimos mal parados y somos humillados públicamente —y, por consiguiente, repudiados a continuación por el grupo—, nuestro cerebro activa el sistema de respuesta al estrés y el corazón comienza a latirnos a toda velocidad.

Que seamos tan sensibles que nuestro entorno nos evalúe no es más que otro ejemplo de hasta qué punto nuestro cerebro no está adaptado a la realidad moderna. Es cierto que, aunque hagamos una mala presentación en la oficina, es poco probable que perdamos el empleo por ello; y aún más difícil es que corramos el riesgo de morirnos de hambre. Sin embargo, en el mundo para el que fuimos modelados, ser expulsados de la comunidad podía convertirse en un asunto de vida o muerte. La integración social no solo ha sido siempre una cuestión de seguridad, sino también de supervivencia. El que iba por su cuenta tenía los días contados.

Inicias sesión con tu clave y contraseña, comienzas a buscar con nerviosismo tu nombre y, por fin, resulta que… has suspendido. ¡No! ¡No! ¡No! Tanto el corazón como la mente se te aceleran: «¡Si ya había hecho planes e incluso había encontrado un apartamento en la ciudad! ¿Qué van a decir todos?». Entonces, un gran estrés se apodera de ti. Tu frecuencia cardíaca aumenta, igual que la cantidad de sangre que llega a tus músculos, los cuales han de poder rendir al máximo cuando sobreviene un peligro. Aunque, por supuesto, el resultado del examen no va a variar por mucho que se produzca este bombeo, tu cuerpo se está preparando para la batalla o la huida.

Ahora, retrocedamos unas semanas hasta unos días antes de hacer la prueba. Vienes durmiendo mal, no tienes apetito y, en general, te sientes inquieto. No puedes dejar de pensar en qué pasará si suspendes. Eso es ansiedad. ¿Qué sistema es el que se activa en tu cuerpo? ¡El eje HPA! El mismo mecanismo de combate o escape se pone en marcha tanto con la ansiedad como con el estrés, si bien por distintas razones. La diferencia reside en que este último es una reacción a un peligro presente, mientras que la primera lo es a uno futuro e incierto.

El estrés nos ayuda a afrontar determinados trances, ya lo sabemos, pero ¿por qué tenemos ansiedad? ¿No sería mejor, para un óptimo resultado en el examen, que no la sufriéramos? No es tan simple. La ansiedad nos permite planificarnos y concentrarnos en lo importante ante una previsible amenaza. El que piensa que «todo se andará» y se pone a ver Netflix en lugar de estudiar no está aumentando, precisamente, sus probabilidades de aprobar.

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