Читать книгу Bar - Caiman Montalbán - Страница 13
ОглавлениеHacía una hora que unas tetas fresa me estaban haciendo perder el compás mientras servía copas. Ella lo sabía, la muy zorra, y yo no podía evitar mostrarlo. Tomaba vodka con zumo de naranja natural. Le había explicado que lo que ahí tenía por zumo de naranja no era más que un sucedáneo que pasaba por ello, y ella asentía coqueta admirándose de mi sinceridad.
Era su tercer copazo y la invité. Lo esperaba pero dio las gracias como si no. Yo tenía mis fines y eso también lo sabía. Una jodida sabia. Sin poder ocultar, sin querer. Insinuaciones. Cada trago llenaba un poco más la confianza y empecé a soltarle lo mucho que me gustaba todo eso que paseaba. Pinché a Los Carallos y sobre unos rápidos toques de violín brindamos. Reíamos. Abríamos puertas. Tenía un pelo fuerte, bien afianzado a la raíz, espeso como la crin de una yegua. Imaginé cabalgar sobre ella mientras se lo estiraba a conciencia. Resoplé y fui a servir un par de cervezas.
Y qué culo, tan redondo, a punto de saltar. Lo movía con tal maestría que siempre estaba presente, en primera línea, muy caliente.
Pude salir antes comiéndole un poco la oreja al jefe, cuando encontré un buen momento para ello, es decir, después de una de sus dosis de coca. Así que puse otra de lo mismo para ella y una birra para mí, metí una cinta de música variada y variopinta, y abandoné la barra dejando al jefe manejar su euforia poniendo las últimas como las primeras.
Se despegó definitivamente de sus amigas que no dejaban de soltar tímidas risitas, no sé muy bien si por envidia, por horror o por pasar el rato, y me topé con ella ya sin la protección que da estar detrás de una barra. Nos medimos e hicimos nuestros cálculos. No parecía difícil para ninguno de los dos. Apuramos la bebida y charlamos teniendo en mente lo que se tiene en mente en estos casos.
Malgastamos un poco más de tiempo y fuelle en otro par de garitos, pero la cosa marchaba y a ella le gustaba bailar contoneando toda esa divina exuberancia. Yo miraba (no solo yo), y bebía, así que los dos contentos.
Ya amaneciendo cogimos un taxi que paró gracias a su escote. En el ya soleado camino, empezamos a besuquearnos apestando a humo y a alcohol. Un poco sucio y muy caliente. El taxista rebuznando y pisando a fondo, el muy guarro.
En su casa, yo a doscientos y ella, poco ocultaba ya. Muy, muy caliente.
Quería comer todo aquello en el mismo momento de cruzar la puerta. A punto estuve de estropearlo todo cuando mis magreos tornáronse forcejeos.
—¡¡...No, si al final me violas... !! —Soltó con morboso y falso tonillo— ¡Jamón!
Paré unos segundos de reflexión y me sentí como un jodido violador por quererlo ya. ¡Ardiendo compadre!. Se colocó un poco el pelo y sonrió. No lo pensé dos veces, saqué la broma y se la presenté. Pregunté, todo lo caballeroso que la situación soportaba, si podría hacer algo por ella. Se subió la falda y dejó al descubierto unas interesantes bragas de encaje rojo que bajé agradecido. Mareado le di por culo sin querer queriendo, a la vez que estiraba su pelo. Al galope relinchante. En llamas.