Читать книгу Bar - Caiman Montalbán - Страница 22

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Después de haber meado una cantidad indefinida de veces la cosa empieza más bien a aburrir, y es entonces cuando sueles dejarlo para luego. Poco a poco lo vas dejando para más tarde. Quiero decir que me estaba meando y pasaba de bajar al baño, ¡cojones!. Tiré una cerveza más y le di un buen trago dejando el vaso por la mitad. Cogí la bayeta y empecé a darle una pasada a la barra. Encendí un cigarrillo y lo dejé apretado entre los labios esperando adquirir cierto equilibrio. Terminé de darle lustre a la barra y con el fin de olvidar mi atormentada vejiga, me puse a escuchar la conversación de una pareja. Al chaval de afilada nariz y gafitas de toque intelectual le tocaba escuchar a su compañera de sienes palpitantes.

—La cosa es más o menos así —decía— Te lanzas hacia alguien. Te desvives e incluso hieres. Avanzas. Te pones perfume y sonríes al espejo a ver qué tal. Continúas. Das un buen tajo en condiciones y ves la sangre. Ya es tuyo. Obtienes placer y al tercero cae. Lo tienes agarrado. Te embriaga el triunfo durante unos instantes. La cosa no está mal. Conseguirlo no es tan difícil. Controlas. Pero si lo piensas un poco y logras recordar, compruebas que en realidad ni mucho menos ha sido fácil. Te fumas un pitillo, y cuando lo estás apagando en el cenicero, te das cuenta de que no es para tanto. ¿Esto es todo?. Entonces solo puedes reír y pensar en el poco dinero que te has gastado hoy. Porque si lloras, si bajas la guardia, es más que probable que el siguiente tajo, rojo y abierto como una rosa lucirá en tu pecho. Puede que sea tan perfecta como una rosa. Puede que sea una rosa... pero paso de rosas. No me divierte que quieran jugar conmigo. —Se echó a llorar.

—¡Bobadas! —dijo él— Yo no lo veo así. Verás: Estoy de acuerdo con que la cosa duele. Con que sangra. El viejo juego del poder... Pero yo sólo quiero echar un polvo, no te voy a atar con cadenas, ni siquiera deseo mearte encima. Así que no debes adoptar esa postura. Estás a la defensiva. Relájate. Yo te gusto, lo sé. Te he visto interesada por mi cuenta corriente y mi paquete. Sabes apreciar a un buen hombre y cederás, ya lo creo que cederás.

—No eres bueno... ocultas algo...

—Pero si soy un pedacito de Dios en la Tierra y tu estás jamona. Te advierto que si me terminan doliendo los huevos no te lo perdonaré nunca, nunca, nunca.

—¿Hablas en serio?

—Claro mi amor. Abrázame.

Y se abrazaron. No pude aguantar más. Salté la barra y me fui a mear.

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