Читать книгу Bar - Caiman Montalbán - Страница 26
ОглавлениеLa náusea me despertó.
La luz amarillenta del vagón de metro iluminaba ásperamente rostros recién despertados y, por su aspecto, mal desayunados, camino de sus trabajos, con gestos desasosegantes. Mirándose unos a otros desde la lejanía de sus mentes. Otros, leyendo desde sus trincheras de papel, parapetados. La mayor parte mirándome. O eso parecía. Me pregunté qué pensarían de un tipo con clara apariencia de no haber dormido, con evidentes síntomas de estar intoxicado con Dios sabe qué. Pensarían en sus hijos y en la suerte de que yo no lo fuera. No les culpaba, yo también me alegraba de no ser sus hijos.
De vuelta a casa, cuando los demás salen, después de una fuerte juerga, solo queda un orgullo a contracorriente y cierta culpa por el hecho de ser auscultado.
Volvió la náusea y esta vez perdí las riendas. Una vomitona tipo sifón bajaba a presión, salpicando en un radio de acción de un metro al menos. De reojo veía cómo los más cercanos saltaban perseguidos por mi inmundicia. Lo tomé con calma y cerré los ojos, sonaron unos cuantos joder y tiene cojones la cosa. Ya no había sitio para los dos, era mi pota o yo, así que salí lo mas dignamente posible dos estaciones antes de la mía.
En la estación me senté en una de las sillas de espera y no tardó el calambre que hizo salir el resto. Me levanté y anduve unos metros ya perseguido por mis potas.
Decidí salir del tubo y dar un paseo hasta casa mientras combatía a la náusea. Lo que parecía una salida de los infiernos no fue mas que un espejismo. Afuera, los coches abarrotaban las calles en un intento de llegar a sus destinos como hormigas perezosas.
Pitidos y humos invadían el ambiente donde mi cerebro palpitaba al son de los motores. Me dirigí hacia un bar a desayunar algo por no dar pie a posibles mareos. Ya dentro, me quedé mirando cómo un tipo sorbía un donut empapado en café, sórdido sonido, sexo sucio, un cancerígeno sapo masturbándose sin cuartel. Sentí una nueva arcada que interpreté para una audiencia numerosa y hambrienta, expectante por la continuación de mi acto. Tuvieron lo suyo ante mi sorpresa. Una pota fácil ya no tan abundante, pero sí compacta, salía lisonjera a través de mi violácea garganta.
Inmediatamente después, pude contemplar otras náuseas compañeras de reparto, con papelitos mas modestos, pero de segura ejecución, que corrían hacia los baños.
Salí rápido, tras mi actuación, con insultos por aplausos.
De nuevo fuera, dejé de ver gente. Sólo veía el resultado de grotescos polvos, apestosos y torpes, andando entre espasmos, caras eructadas, sin sentido. Llegado a ese punto, tuve que controlar para que mis definiciones no me alcanzasen por extensión.
Me encontré un poco mejor, pero ya entraba en la vieja técnica del dolor de cabeza; esto me mantuvo ocupado hasta llegar a casa.
Ya en casa y antes de poder dormir, intenté hacer una disertación sobre la resaca, pero ésta me absorbió en dirección a un sueño oscuro y agitado.