Читать книгу Bar - Caiman Montalbán - Страница 15
Оглавление¡Qué tremendo resacón!. Es lo primero que me viene a la mente cuando me estiro como un gato sobre la única y sudada sabana, víctima ésta de Dios sabe qué balbuceos y tics dementes de borracho, interpretados en la calmosa negrura de la noche, rota por un amanecer sin concesiones en lo que respecta a la luz y los estridentes sonidos de las actividades matinales. Lo del amanecer, compruebo, quedó lejos cuando echo una legañosa mirada al frustrado despertador, pues son las cuatro de una tarde abrasadora.
No está mal, creo que aún me podré meter algo de comida antes de volver a empezar. Si me dan las seis en la cama lo tengo mas difícil, pues entro a las ocho como ya saben, y el subir y bajar pesadas cajas de refrescos y llenar esas estropeadas y sucias cámaras cuyos interiores son como pequeños infiernos fríos enmohecidos, me produce extravagantes arcadas y, con algo en la tripa, precoces vómitos. Pero son las cuatro y estoy seguro de conseguirlo. Así que me deslizo del colchón al váter y después de un rápido lavado y vaciado, salgo de casa con aspecto de pieza que no encaja en la maquina, en dirección hacia el bar mas próximo.
A esas horas, del menú uno se puede olvidar, salvo raras excepciones. El bar de cañas es pequeño y mugriento, exactamente no se sabe dónde está la mierda pero se sospechan seguros refugios para ella; debe de haber una uniforme y delgada capa de inmundicia recubriéndolo todo de manera que no se note, sólo se intuya. El dueño y camarero, un gallego cincuentón con orejas de elefante me saluda sin escatimar medios operísticos.
—¿Qué va a tomar el señor?
—Un pincho de tortilla y una caña.
—¿No quiere tomar una tapita de pulpo el caballero?
—No.
Mientras todo esto pasaba, incluido el pulpo, a través de mi apergaminada tráquea, un hombre pequeño, con gastado traje azul marino, brazos desproporcionadamente largos y zapatos exageradamente brillantes, hablaba alto y sin dejar saber a quién se dirigía; si a todos los allí presentes, a alguien en particular o a sí mismo. Con una gran capacidad de oratoria clamaba:
—Cuando una docena de claveles costaban cuatro perras yo follaba como un loco... —Me miró y asentí.
—... Ahora para echar un polvo con un saco de huesos... cuatro o cinco mil pesetas... con la pensión de mierda que me ha quedado después de cuarenta años de trabajo... cuarenta añazos... ¡me cago en pómez la piedra!... y no puedo echar un polvo... joder... no puedo joder... ja ja ja ... —Me miró de nuevo y volví a mostrar aprobación, no sé muy bien por qué.
Pidió un anís y empezó a hablar de fútbol. Repentinamente volvía con la misma historia, lo repetía todo y luego cambiaba de tema. Le agradaba que yo estuviera de acuerdo cuando me pedía confirmación con un gesto.