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3.5 La organización de la producción

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En cada ciudad la actividad artesana fue organizándose en asociaciones de oficio o gremios. El gremio era la asociación de maestros de un mismo oficio, organizada, reconocida y regulada por el municipio. Sus finalidades eran el monopolio del oficio (nadie podía ejercerlo si no era admitido como maestro en el gremio correspondiente) y el control de la actividad, velando por la calidad del producto. Cada gremio disponía también de mecanismos de ayuda mutua y aseguraba la representación del oficio en los órganos de poder municipales. Aunque solamente los maestros del oficio formaban parte del gremio, este albergaba también indirectamente las otras dos categorías profesionales típicas de la época, el aprendiz y el oficial.

Los gremios de oficio fueron importantes hasta el siglo XVII y, a pesar de sufrir una clara decadencia en el XVIII, en algunos países como Alemania llegaron hasta mediados del siglo XIX.

Gran parte de la producción artesana, incluso la destinada a mercados lejanos, siguió obteniéndose en el marco de la organización gremial, en especial en Italia, Francia y Alemania, pero incluso allá donde los gremios mantenían su vigor, la producción para el comercio a larga distancia, más masiva y dependiente de los gustos de zonas lejanas, pronto escapó al control de los maestros gremiales para pasar a manos de empresarios que dirigían la producción, indicando las cantidades y calidades que deseaban, y a menudo avanzando materias primas o dinero y fijando por adelantado el precio de los productos. En este último caso, el maestro gremial se convertía en trabajador a tanto la pieza, aunque por regla general continuaba siendo propietario del taller y del instrumental, es decir, del capital fijo. Así pues, la organización gremial se mantiene, pero esconde unas relaciones de producción diferentes.

El cambio de la estructura de producción gremial a la empresarial pasa por varios estadios intermedios hasta culminar en la fábrica. Encontramos en primer lugar el llamado putting out system (o Verlag System, en alemán): el empresario da trabajo a varios maestros y señala las características del producto y los plazos de entrega, logrando así la estandarización y el control de la producción. Existe todavía un aspecto más importante: si la elaboración de los productos implica procesos diferentes (como en la producción de tejidos, el trabajo de la piel o la obtención de productos metálicos), el empresario organiza toda la cadena de producción, haciendo desaparecer los mercados intermedios y procurando evitar los cuellos de botella que a menudo se producían en dichos mercados.

Sin embargo, el putting out system, nacido en el seno del mundo gremial, tendrá mucha más importancia con la difusión de la industria en el campo, situación característica de la Edad Moderna. Muchos empresarios comienzan a trasladar a las zonas rurales una parte creciente de la producción, de forma que se produce una división del trabajo: la obtención de algunos productos intermedios o de productos sencillos y los procesos intensivos en mano de obra poco o nada especializada se trasladan al campo, mientras que la ciudad mantiene la elaboración de productos de lujo y a menudo los acabados de los productos rurales, es decir, las operaciones que requieren mayor habilidad (más oficio). Esta deslocalización de la industria respecto a la ciudad obedece a dos razones principales: por un lado, evita la reglamentación gremial, lo cual permite por ejemplo ofrecer productos nuevos (que a menudo resultaban de calidad inferior, pero más baratos); por otro, aprovecha la disponibilidad de materias primas y el coste inferior del factor trabajo: en el campo, los ingresos familiares no dependían básicamente de la actividad artesana y el coste de oportunidad del trabajo era prácticamente cero en muchos momentos del año.

En muchos lugares de Europa la industria rural no superó este estadio de campesinos secundariamente artesanos, pero en las zonas de actividad más intensa, de mayor demanda de trabajo, se produjo una especialización superior: muchas familias pasaban a tener la producción artesana como actividad principal y completaban sus ingresos trabajando en el campo en los momentos de más demanda de mano de obra, y por lo tanto de jornales más altos. Es lo que se denomina protoindustrialización. El aumento de población no productora directa de alimentos que conlleva esta situación solo es sostenible si hay una zona agraria próxima capaz de incrementar su producción para proporcionar al área protoindustrializada los alimentos necesarios sin un aumento excesivo de los precios. Por lo tanto, la protoindustrialización favorece una integración del mercado que beneficia a todos los participantes: no solo a las zonas protoindustrial y agrícola, sino también a la ciudad próxima, punto a menudo de finalización y casi siempre de venta de los productos artesanos rurales y mercado en el que los trabajadores de las dos zonas podían adquirir más artículos. Ambos aspectos permiten ampliar el radio de mercado, interior y exterior, de la ciudad.

El concepto originario de protoindustrialización (Mendels, 1972) postulaba que se trataba de una fase previa a la industrialización. Sin embargo, la evidencia demuestra que muchas zonas protoindustriales nunca se convirtieron en zonas industriales, algo fácilmente comprensible: las principales materias primas protoindustriales eran la lana y el lino, mientras que los elementos definidores de la primera industrialización serían el algodón, el carbón y el hierro. No obstante, la fase de protoindustrialización era una buena preparación para la industrialización (aportaba conocimientos técnicos y de mercados), de manera que algunas zonas protoindustriales se transformaron en zonas industriales y otras apoyaron la industrialización de un área cercana.

La relación de producción se transforma en capitalista cuando, dando un paso más, el empresario proporciona también el capital fijo, es decir, los locales y la maquinaria, a cambio de la obligación de trabajar en exclusiva para él. La fábrica aparece cuando el aumento de la demanda pone de manifiesto los inconvenientes de la industria en el campo: dificultades para organizar la producción y asegurar la cantidad y la calidad (de Vries, 1982). Cuando se quería introducir un producto nuevo para el cual los trabajadores rurales no tenían ni conocimientos ni herramientas, si la demanda era creciente y se presumía constante, valía la pena el esfuerzo de concentrar la producción y profesionalizar a los obreros. Fue el caso de la industria algodonera. La fábrica, una vez realizada la inversión inicial, ahorraba gastos de transporte, fraudes y trabajo de mala calidad, al mismo tiempo que permitía una velocidad de rotación muy superior al capital circulante. Así pues, la fábrica, surgida muy entrado el siglo XVIII, debe considerarse un precedente directo de la Revolución Industrial (Berg, 1987), aunque solo adquirió pleno sentido con esta.

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