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4. Un crecimiento moderado y desigual

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Hay que recordar que la Revolución Industrial no es más que el momento de arranque del crecimiento autosostenido. No sorprende, por lo tanto, que el crecimiento de la renta per cápita durante los años de la Revolución Industrial no fuera demasiado espectacular. Ello se debe a que solamente unos pocos sectores estaban mecanizados, con un reparto muy desigual sobre el territorio y un escaso impacto sobre el conjunto de la economía: en el año 1800 el algodón solo representaba el 7% de la producción nacional y el hierro el 1%, con lo cual a partir de 1760 se necesitó más de un siglo para duplicar el producto per cápita del trabajador británico. Por lo tanto, cuando las técnicas econométricas permitieron hacer estimaciones sobre las tasas de crecimiento en Gran Bretaña, los resultados fueron, a primera vista, sorprendentes por su moderación: entre 1760 y 1801, el crecimiento del producto nacional bruto era del 1,4% anual, aunque per cápita se reducía al 0,2%. En cambio, si nos centramos en el sector industrial, los cálculos dan una tasa de crecimiento entre 1760 y 1801 que duplica la de 1700 a 1760. Y en la siguiente etapa la producción industrial se multiplicó por más de 6 (O’Brien, 1993), pero aún en 1861 solo una tercera parte de la población trabajaba en el sector industrial moderno: más o menos la misma proporción ocupada en el servicio doméstico (McCloskey, 1985).

CUADRO 3.2

Tasa anual de crecimiento de la renta en Gran Bretaña (%)


Fuente: Crafts (1997).

Tal como ya hemos dicho, esta moderación del crecimiento ha llevado a algunos autores a negar validez al concepto de Revolución Industrial o a retrasar esta hasta muy entrado el siglo XIX, en el momento en que el crecimiento global es más claro. Sin embargo, no puede negarse que desde las primeras innovaciones la Revolución Industrial representa una discontinuidad, una ruptura respecto a la etapa anterior. Tal como recuerda O’Brien (1993), a pesar de su lentitud la tasa de crecimiento inglesa entre 1750 y 1850 no tiene precedentes históricos.

Además, el crecimiento fue muy superior en los sectores afectados por la industrialización: el algodón pasó de representar un 2,6% del producto industrial en 1770 a representar el 22,4% en 1831. Algo parecido, en un tono menor (del 1,5 al 7,6%), puede decirse del hierro (cuadro 3.3).

CUADRO 3.3

Valor añadido de la industria británica


Fuente: Guía práctica..., pp. 34-35, a partir de Crafts (1987).

La producción se fue mecanizando progresivamente, proceso a proceso y sector a sector. El sector industrial tradicional y el revolucionario convivieron largamente, lo que ha llevado a hablar de una economía e incluso de una industria duales, con un sector moderno, en rápido crecimiento, y un sector tradicional, de crecimiento irregular y moderado. Pero, a pesar de que la idea es sugestiva, conviene no olvidar que los dos sectores no eran estancos, sino que estaban muy relacionados, especialmente en tres aspectos:

1 Mecanización y trabajo artesano coexisten largamente en las mismas industrias (hilatura mecánica y tejido a mano, siderurgia moderna y metalurgia tradicional, etc.).

2 Más importante aún, una parte del crecimiento del sector tradicional se debe a la demanda inducida por los sectores industrializados, algo que se ve muy claramente en la construcción, que pasó de representar el 11% de la producción industrial en 1770 al 24% en 1841, sin que experimentara cambios tecnológicos de importancia. El crecimiento responde en parte al aumento de la población, pero sobre todo a la urbanización y a la edificación industrial, y (a la inversa de lo que vemos en el caso del algodón) al aumento de los precios, favorecido por el incremento de la demanda. Otras industrias tradicionales se vieron favorablemente afectadas por la disponibilidad de herramientas más baratas y mejoras en el transporte y en la organización de los mercados.

3 Toda la economía se vio favorecida por los cambios sustanciales que paralelamente a la innovación industrial experimentaron los sectores comercial y financiero, es decir, por el crecimiento del capitalismo (von Tunzelmann, 1993).

Finalmente, hay que tener presente que la utilización del valor añadido como indicador del crecimiento económico (indispensable, dada la heterogeneidad de los productos que se deben sumar) infravalora el crecimiento de los sectores industrializados. El porcentaje que representan en cada momento estos sectores se ve disminuido porque sus precios bajan gracias al aumento de la productividad. Queda también infravalorado por el impacto sobre otras industrias, que figura como aumento de estas y, por lo tanto, como disminución porcentual del sector industrializado. Restablecer estos cálculos es muy difícil, pero es evidente que el peso de los sectores industrializados fue superior al que indican las cifras que intentan medirlo.

Sin embargo, incluso aceptando las cifras del valor añadido, la industria moderna (algodón, hierro y carbón), que representa una parte pequeña (13,2%) de la producción en 1770, alcanza prácticamente el 30% en 1801 y el 36% en 1831, aunque en este último momento, si calculamos su valor con los precios de 1770, el porcentaje se acercaría al 60%. Además, si le añadimos la industria de la construcción, que como hemos visto depende mucho del proceso de industrialización, el valor añadido de los sectores industrializados ya habría superado al de la industria tradicional en 1801.

Introducción a la historia económica mundial (2ª ed.)

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