Читать книгу Introducción a la historia económica mundial (2ª ed.) - Carles Sudrià Triay - Страница 47
4.1.1 El mercantilismo
ОглавлениеA partir de la crisis de la baja Edad Media, las monarquías, con el apoyo de las burguesías urbanas, lograron imponer su autoridad sobre la compartimentación feudal y crear los primeros estados modernos, dotados de aparatos de gestión y de control en los campos judicial, fiscal, administrativo, militar y eclesiástico. Este control permitió a los monarcas asegurarse la fidelidad de los estamentos privilegiados, primera condición para optar a los cargos de nombramiento real y a las rentas que estos proporcionaban y que permitían completar unas rentas feudales a menudo muy maltrechas.
Las nuevas monarquías intervinieron también en el mundo económico con el fin de aumentar el poder del monarca, y lo hicieron especialmente mediante la protección del comercio exterior: es lo que se denomina mercantilismo. El punto de partida del mercantilismo es la idea de que el poder del monarca depende de la riqueza del país y de que, en la época, el comercio exterior es la forma más rápida de enriquecimiento. Por lo tanto, el estado legisla a favor de los intereses comerciales, prohibiendo o gravando la entrada o la salida de productos, discriminando a favor de los barcos propios, concediendo monopolios de explotación de determinadas zonas o de fabricación de algunos productos, ocupando territorios e incluso guerreando para obtener territorios o beneficios económicos, tanto en Europa como fuera de ella. La finalidad principal de las políticas mercantilistas era obtener balanzas de pago favorables que permitieran acumular oro dentro del país.
Las políticas mercantilistas implicaban discriminación y reglamentación, y no siempre eran eficaces. Así, representaron un freno para el comercio internacional, encarecieron los productos e incluso provocaron guerras. Por otro lado, la carga impositiva fue creciendo a medida que aumentaba el lujo de la corte y los gastos militares, hasta el punto de provocar varias revueltas antifiscales, encabezadas por la burguesía.
De estas revueltas, la primera que tuvo éxito, y que se considera como punto de partida político del sistema capitalista, se produjo en Gran Bretaña tras la revolución de 1680. A pesar de mantener ciertas formas feudales (algunas de las cuales han llegado a nuestros días, como la Cámara de los Lores), el poder pasó a ser controlado por el Parlamento, que tenía que aprobar los nuevos impuestos y la gestión del presupuesto. A partir de ese momento, la actuación de los gobiernos tendió a ser favorable a los intereses de la burguesía, tanto en la legislación interior como en la política exterior: la abolición del absolutismo no conllevó la desaparición del mercantilismo.
La abolición definitiva del feudalismo y de la monarquía absoluta y su sustitución por regímenes parlamentarios capitalistas viene representada por la Constitución de los EE. UU. (1787) y sobre todo por la Revolución Francesa (1789). En el resto de Europa, la implantación legal del capitalismo fue un proceso lento que se fue produciendo a lo largo de los dos primeros tercios del siglo XIX.