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4.2 La nueva mentalidad racionalista y el liberalismo económico

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Los sistemas político y económico feudales fueron muy atacados desde el punto de vista filosófico por el racionalismo, que considera que la aplicación de la razón debe ser el principio director de la actividad humana. El comportamiento racional se basa en la existencia de leyes naturales, que las leyes positivas pueden completar pero no contradecir. Hobbes, Locke y Hume fueron los principales difusores de esta idea, cuyo corolario, puesto de relieve especialmente por Adam Smith, es que también la actividad económica está regulada por leyes y mecanismos naturales, que son básicamente la libertad personal y de empresa, el derecho de propiedad y el mercado. La actuación conforme a las leyes naturales permite al individuo o al grupo (familiar, estatal) obtener el máximo provecho económico y el crecimiento acumulado que este conlleva.

La racionalización es un ideal al que se tiende y que afecta a países y regiones en mayor o menor medida. A pesar de ser un proceso que hoy en día no se puede dar por acabado, no cabe duda de que en el siglo XVIII los países donde más había calado eran los más avanzados (Holanda, Gran Bretaña, Francia, EE. UU., Suiza) y a la vez los que tenían más posibilidades de dar un salto adelante en sus economías.

Desde el punto de vista económico, la libertad de empresa trae consigo el liberalismo, opuesto al intervencionismo estatal que representaba el mercantilismo. La crítica básica al mercantilismo proviene de Cantillon (1755), quien afirma que los intercambios internacionales favorecen a todos aquellos que participan en ellos, y por lo tanto postula la posibilidad de un crecimiento económico global, propiciado por el comercio. Sin embargo, la codificación de las críticas al mercantilismo y la creación de una ideología económica alternativa –el liberalismo económico– fueron ante todo obra de Adam Smith. El punto de partida de Smith es que el interés personal, el egoísmo de cada uno, es el motor que permite satisfacer las necesidades globales. Los demás están dispuestos a ofrecernos sus bienes, servicios o dinero a cambio de los nuestros. El dinero expresa la libre elección de los individuos entre varios bienes alternativos y maximiza, por lo tanto, el provecho y la satisfacción de cada uno. De este modo, la suma de egoísmos personales resulta beneficiosa para el conjunto: existe una mano invisible que encamina la libre actividad de cada uno hacia el bien general y el crecimiento económico.

Por lo tanto, el mejor sistema económico es el que permite a todo el mundo actuar sin trabas, lo cual implica desterrar los obstáculos a las leyes naturales, que son básicamente tres: la arbitrariedad legal y judicial, sustituida por la proclamación de leyes justas y aplicadas de forma imparcial; el exceso y la mala gestión de los impuestos, que deben ser moderados y tienen que invertirse en provecho de la comunidad; y los privilegios, tanto de nacimiento (feudales) como de cargo (militares, eclesiásticos), de territorio (fueros) o económicos (gremios, monopolios). La supresión de los privilegios implica la igualdad de oportunidades: la igualdad ante la ley, la elección para los cargos de las personas más preparadas y la libertad de trabajo y de empresa.

Las ideas de Adam Smith se encuentran en sus obras principales: La teoría de los sentimientos morales (1759) y Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones (1776).

La economía de libre mercado permite obtener los productos más baratos por la eliminación de los derechos de aduana, pero sobre todo impulsa la especialización: cada uno, persona o país, puede dedicarse a producir aquello en lo que tiene ventajas comparativas, puesto que dispone de mercados más amplios. A su vez, la especialización impulsa el progreso técnico, que abarata la producción y en consecuencia amplía el mercado, creando así un círculo virtuoso de crecimiento. Smith lo ejemplifica con la fabricación de agujas: en un mercado restringido, cada operario lleva a cabo todo el proceso; en un mercado más amplio, el trabajo se divide al máximo (un obrero corta el alambre, el otro hace la punta, el otro el ojo, etc.) y así se consigue multiplicar fabulosamente la producción. De este modo, el trabajador venía a ser una pieza más de una máquina formada por varios hombres: la Revolución Industrial podría considerarse como la sustitución de estas máquinas humanas por máquinas inanimadas.

Introducción a la historia económica mundial (2ª ed.)

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