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3.1 Los tejidos de algodón

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Los primeros inventos de la Revolución Industrial afectaron al sector textil algodonero y, más concretamente, a la operación más sencilla pero más lenta del proceso: la hilatura, la obtención de hilo. Conviene recordar que la fabricación de tejidos requiere una larga serie de operaciones, de las cuales las principales son la hilatura y el tejido (cruzamiento de los hilos para formar la tela). Tradicionalmente eran suficientes de dos a cuatro hiladores para abastecer de hilo a un tejedor. Sin embargo, en 1733 John Kay introdujo una pequeña innovación en el tejido, la lanzadora volante, que se difundió hacia 1760. Se trataba de una lanzadora normal a la que se había añadido unas pequeñas ruedas y que se movía a lo largo de una guía mediante un cordel que estiraba el tejedor. Por lo tanto, pese a su importancia, la lanzadora volante no puede ser considerada una máquina, aunque permitía que la anchura de la pieza tejida pudiera ser mucho mayor que la tradicional, de la anchura de brazos del tejedor, y el proceso era más rápido; un tejedor necesitaba ahora el hilo de entre 8 y 10 hiladores. La lanzadora volante provocó una «sed de hilo», sobre todo de lana, que era la fibra textil más utilizada en la época. Sin embargo, las máquinas inventadas para solucionar el problema eran de movimientos bruscos, de manera que el hilo de lana se rompía a menudo (Landes, 1979). Por ese motivo, solo pudieron ser aplicadas durante mucho tiempo en el algodón, que era una fibra más resistente, flexible y homogénea que la lana. Solo después de que las máquinas fueran perfeccionadas mediante la experiencia obtenida en el trabajo del algodón fue posible aplicarlas a la lana y a las otras fibras.

La primera máquina de la Revolución Industrial fue la llamada spinning-jenny, o simplemente jenny, inventada por Hargreaves en 1768. La jenny era una máquina manual, movida por la fuerza del operario, que realizaba mecánicamente los procesos de torsión y estiramiento que anteriormente hacía el hilador con los dedos. Ahora bien, mientras que el hilador trabajaba con un solo huso, la primera jenny lo hacía con ocho husos a la vez; a finales de siglo ya podía llevar 120 e hilaba con una velocidad mucho mayor que la del mejor hilador. Al año siguiente, Arkwright inventó la water-frame, movida por energía hidráulica. En 1785 Samuel Crompton combinó ambas máquinas para obtener una máquina híbrida conocida como mule. Estas dos últimas máquinas tenían que ser movidas por energía externa, hidráulica o de vapor, y exigían por lo tanto la concentración de la actividad en la fábrica. Por otro lado, las tres máquinas fueron utilizadas al mismo tiempo durante bastantes años, ya que proporcionaban hilos aptos para usos diferentes. La característica común a todas estas máquinas es que requerían un obrero especializado. En 1825 Richard Roberts automatizó la mule (self-acting mule), que sería conocida en castellano como selfactina. Así, ya no era necesario un obrero especializado y cualquier persona podía manejar la máquina, que multiplicaba por algunos centenares la productividad de un hilador manual, por experimentado que fuera.

Esta serie de máquinas hicieron crecer en gran medida la producción de hilo, hasta el punto de que no había bastantes tejedores para trabajarlo y ello implicó que el precio del hilo cayera en picado: entre 1784 y 1832 se redujo a una décima parte. Gran Bretaña empezó a exportar hilo, pero sin duda la solución era mecanizar el tejido. En 1787 había habido un intento por parte de Cartwright que aportaba las soluciones básicas, pero que no resultaba viable porque el telar se estropeaba o rompía el hilo con demasiada frecuencia. El primer telar mecánico lo suficientemente seguro para ser operativo fue inventado en 1822 por el mismo Richard Roberts, pocos años antes de patentar la selfactina (1825). Aun así, los tejidos finos necesitaron del telar manual hasta finales del siglo XIX.

No hay que olvidar otra máquina que fue de una importancia capital: la desmotadora mecánica, obra del inventor norteamericano Eli Whitney (1793), que permitía separar las semillas del algodón del copo, la fibra textil. EE. UU., que con anterioridad al invento de la máquina de Whitney no era un gran proveedor de algodón a Gran Bretaña, pasó a dominar el mercado gracias al abaratamiento del precio que dicha máquina le permitía, pero también por la disponibilidad de tierras y de mano de obra esclava para su cultivo. La producción de algodón en EE. UU. se multiplicó por 60 entre 1790 y 1810.

Al mismo tiempo que aumentaba la capacidad de producción, se producía un descenso de precios. Este descenso afecta tanto a la materia prima como a su transformación, como puede verse en el cuadro 3.1.

La caída de los precios era general, pero a distintos ritmos: en 1810 el algodón y el tejido habían caído en torno a una cuarta parte, mientras que la hilatura había hecho ya su revolución: el hilo costaba una novena parte de su coste de 1785, lo cual llevaba el precio del producto final a menos de la mitad. En 1835 el algodón había seguido cayendo al mismo ritmo, la hilatura ya no bajaba más y la disminución del precio se producía en el tejido. Todo ello permitía que el precio final fuera menos de una cuarta parte del de 1835. Estos cambios suponían igualmente diferencias en el coste de cada componente en cada momento: en 1785 más de la mitad del coste correspondía a la hilatura y en 1810 al tejido, mientras que en 1835 los tres componentes eran relativamente parecidos.

La mecanización de la hilatura y el tejido del algodón tuvo un importante efecto transformador sobre la industria y el comercio británicos, y por lo tanto sobre toda su economía. Produjo importantes efectos de arrastre, tanto sobre la construcción de maquinaria como sobre el resto de industrias textiles y también sobre la industria química. Asimismo consolidó el trabajo en fábricas, profundizando así en la diferencia entre poseedores de los medios de producción y trabajadores. Por otro lado, al ofrecer un bien barato y de consumo masivo, tuvo un gran impacto comercial: a lo largo del siglo XIX el algodón fue el principal producto del comercio mundial y todavía en 1880 Gran Bretaña dominaba el 82% del comercio de algodón.

CUADRO 3.1

Componentes del precio del algodón (precios deflactados)


Evolución de los componentes y del precio final (1785 = 100)


Porcentaje de los componentes en el precio final


Fuente: Knick (1998).

Introducción a la historia económica mundial (2ª ed.)

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