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5. El papel de Europa en el mundo en la etapa preindustrial

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Europa occidental pasó de ser una zona atrasada en el conjunto de Eurasia en la alta Edad Media a organizar en provecho propio el comercio mundial y dominar gran parte de los territorios no europeos entre el siglo XVI y la Primera Guerra Mundial. Parece claro que el cambio de hegemonía se produjo en los siglos XIV y XV, y las diferencias se fueron ampliando en los siglos posteriores hasta desembocar en el cambio decisivo que representó la Revolución Industrial.

Esta visión de un avance de las economías europeas con respecto a las otras antes de la Revolución Industrial ha sido contradicha en los últimos años principalmente por Pomeranz (2000), con el argumento de que hasta el año 1800 las trayectorias de crecimiento y los niveles de renta y de productividad en Europa y en Oriente (especialmente en China) eran muy similares y que la gran divergencia que representa la Revolución Industrial se debe básicamente a dos factores accidentales, favorables a Gran Bretaña: la disponibilidad de carbón barato, que hizo posible la máquina de vapor, y la posesión de un imperio colonial, que garantizaba una oferta barata de productos que exigían mucha tierra, como el algodón y el azúcar. En cambio, la zona más desarrollada de China, el delta del Yangtsé, estaba alejada de las minas de carbón y China tenía que extraer del propio territorio todos los productos necesarios para asegurar la alimentación de una población creciente. Aunque la tesis de Pomeranz tiene la virtud de resituar las economías orientales, a menudo desatendidas o consideradas menos desarrolladas de lo que en realidad estaban, van Zanden (2009) replica que la Revolución Industrial fue posible por dos grandes factores favorecedores del crecimiento económico que se encuentran sobre todo en las sociedades europeas más avanzadas y que tienen origen en tiempos muy lejanos: el marco institucional y el modelo demográfico europeo.

El marco institucional, entendido como el conjunto de leyes, costumbres y creencias generalmente aceptados, tiene como características diferenciales, en primer lugar, la situación de las personas ante la ley: en Europa se dispone de leyes escritas, exigibles para todos (si bien con diferencias de derechos según el estamento de cada uno), pero modificables, lo que permitía una mejor adaptación a las necesidades sociales y económicas de cada momento. En segundo lugar, forman también parte del marco institucional un gran número de corporaciones (urbanas, de oficio, benéficas...) que permiten ámbitos de libertad y de protección mutua que facilitan el funcionamiento de los mercados, así como una cierta limitación del poder de las monarquías.

Según van Zanden (2009), el otro gran pilar que favoreció el crecimiento europeo es lo que denomina el modelo demográfico europeo. Se trata de una variante de las poblaciones con frenos preventivos (por lo tanto, de matrimonios comparativamente tardíos y no universales) con el añadido de una mayor libertad individual en la elección de pareja, una disminución de los vínculos familiares (respecto a los padres), una mayor especialización y más participación femenina en el mundo del trabajo, factores que en definitiva confluyen en una mayor acumulación de capital humano. Cabe decir que en este punto la argumentación de van Zanden, en especial su reducción del modelo demográfico europeo a la zona situada en torno al mar del Norte, no es lo bastante conclusiva. Aquí, sobre todo en el campo, seguía habiendo familias troncales (un hijo casado viviendo en la casa de los padres), y en todas partes había segundones, que disfrutaban de mayor libertad de elección (a cambio de una mayor pobreza). Además, gran parte del trabajo femenino era en el servicio doméstico, lo cual desde el punto de vista económico no representa un gran adelanto. En el resto de Europa había igualmente segundones, aprendices y sirvientes. A nuestro juicio, en este punto el hecho diferencial que debe tenerse en cuenta es la acumulación de capital humano, que depende sobre todo del grado de urbanización y de la demanda de productos manufacturados: tanto el porcentaje de aprendices como la oferta de trabajo femenino eran directamente dependientes y, sin duda, como ya hemos visto, la región situada en torno al mar del Norte supo aunar mejor que el mundo mediterráneo los factores de crecimiento económico.

Sin embargo, no cabe ninguna duda de que la gran divergencia no puede reducirse a una serie de cambios repentinos en la segunda mitad del siglo XVIII para aprovechar factores hasta entonces poco relevantes que permitirían poner en marcha el proceso de industrialización: las grandes divergencias habían empezado mucho antes, como mínimo en los siglos XIV-XV, y consistían más en diferencias en los ámbitos político y social que en el económico.

Introducción a la historia económica mundial (2ª ed.)

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