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3.2 La siderurgia

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Tal como dice McCloskey (1985), si los tejidos de algodón simbolizan los bienes de consumo de la Revolución Industrial, el hierro simboliza los bienes de producción. En realidad, sin el aumento de la producción de hierro y su abaratamiento no se habría podido fabricar maquinaria a un precio competitivo y, por lo tanto, no hablaríamos de Revolución Industrial, sino de la introducción de algunas máquinas de hilar.

Pero en el caso de la siderurgia la revolución no consistió en la introducción de maquinaria nueva, sino en la de nuevos procesos, con tres fines: abaratar la obtención de hierro mediante la sustitución del carbón vegetal por el carbón mineral; aumentar la cantidad de hierro obtenido, y acortar el tiempo y el carbón necesarios para cada uno de los procesos.

Tal como ha quedado explicado en el capítulo 2, el hierro se utiliza de dos maneras principales: hierro fundido o colado y hierro forjado o dulce. El hierro fundido se obtiene directamente del alto horno en estado líquido y permite obtener las piezas deseadas simplemente vertiendo la fundición en moldes adecuados. Al no contener un porcentaje relativamente alto de carbón y otros minerales, resulta muy duro aunque frágil. Se utiliza para obtener formas complejas que no necesitan someterse a tensiones ni torsiones, como ollas, estufas, bastidores de máquinas, cañones... La innovación básica en la obtención de hierro fundido fue obra de Abraham Darby, quien en 1709 empezó a utilizar carbón mineral como combustible para fundir el hierro en el alto horno, pero no fue hasta después de muchas probaturas cuando, hacia 1750, obtuvo una fundición de calidad suficiente, gracias al uso de carbón de coque, obtenido destilando la hulla para aumentar su resistencia y su potencia calorífica. El coque permitía un ahorro importante (era mucho más barato que el carbón vegetal) y además evitaba la deforestación.

El hierro forjado se obtenía bien directamente de las fraguas tradicionales (grandes devoradoras de carbón vegetal, y por lo tanto de bosques), o bien volviendo a encandecer el hierro fundido con carbón vegetal para refinarlo, es decir, extraer las impurezas por oxidación (exposición al aire) y compresión (picándolo con grandes martillos desde todos los ángulos). Las ventajas del hierro forjado son la maleabilidad y la tenacidad, es decir, en estado al rojo vivo puede ser trabajado fácilmente y es mucho más resistente a la tensión y a la torsión. De él se hace un uso mucho más extenso que del hierro fundido: rejas, clavos, herramientas, vigas, partes móviles de las máquinas...

La revolución en el refinado del hierro fue obra de Henry Cort, que en 1784 introdujo un doble procedimiento: la pudelación y el laminado. En la pudelación, la fundición (el hierro fundido) no se dejaba enfriar, sino que se introducía en un largo horno de reverbero (en el que el combustible no estaba en contacto con el mineral) mientras era removido por obreros que manejaban largas palas. A causa del esfuerzo que requería en un ambiente sumamente caluroso, era el trabajo con una media de vida más corta: difícilmente se encontraban obreros por encima de los 35 años. Al final del horno de pudelación, la fundición era una masa pastosa que había perdido gran parte de sus impurezas. A continuación pasaba al tren de laminado, una serie de rodillos que comprimían la masa y extraían de ella más impurezas por presión. Con una gran ventaja añadida: si los últimos rodillos tenían gravadas determinadas formas (raíles o perfiles cuadrados o circulares, por ejemplo), el hierro salía ya con tales formas. La conjunción de la pudelación y el laminado permitía elaborar 15 toneladas de hierro en el tiempo que antes se necesitaba para obtener una, y lo hacía utilizando carbón mineral, mucho más barato. Y era solo el principio del proceso conjunto de aumento y abaratamiento de la producción.

Los procedimientos de Darby y Cort permitieron atender la fuerte demanda de hierro que acompañó a la Revolución Industrial (maquinaria, puentes, armamento, construcción) y también la demanda exterior de hierro barato. A finales de siglo se exportaba entre el 15 y el 20% de la producción. Sin embargo, el aumento más importante de la demanda de hierro provendría años después de la construcción del ferrocarril: la producción se multiplicó por cuatro en 20 años.

Dejando de lado las pequeñas pero importantes mejoras en los altos hornos, las innovaciones siguientes afectaron especialmente a la obtención de acero (hierro con una proporción determinada de carbón) y pasaron a ser obra ya de la etapa posterior, en la que se estudiarán.

La siderurgia proporciona un producto intermedio: el hierro tiene importancia para la Revolución Industrial una vez transformado en máquinas o estructuras. Por suerte, Gran Bretaña disponía de un gran número de mecánicos habilidosos, encabezados por un pequeño pero decisivo grupo de constructores de máquinas de precisión y de máquinas herramienta. Por citar solamente un ejemplo, la máquina de trepanar cilindros de Wilkinson es en gran parte responsable de la eficacia de la máquina de vapor, ya que impedía las fugas de vapor que se producían en los cilindros anteriores, que eran ajustados a mano; por desgracia, el destino principal de esta máquina era la fabricación de cañones.

Introducción a la historia económica mundial (2ª ed.)

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