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1.1. El envejecimiento de la población española

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La población española ha envejecido en las últimas décadas, resultado del aumento de la esperanza de vida (en 2019 de 83,6 años), las bajas tasas de natalidad –ya en 2019 3,5% menos respecto al año 2014– y el número medio de hijos por mujer (1,23 para el año 2019).

Los últimos datos ofrecidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE, 2021)8, señalan que en el año 2020 España registró un crecimiento vegetativo9 (diferencia entre nacimientos y defunciones) con un saldo negativo de –94.326; lo que muestra que, si bien el envejecimiento de la población va en aumento, se asiste a un descenso de esta al registrase más defunciones que nacimientos10, tendencia que se mantiene estable y progresiva desde el año 2015.

Como se ha señalado en diversos foros científicos, uno de los efectos esperados del envejecimiento de la población española es el aumento de las personas con discapacidad, ya que la edad longeva es uno de los factores concurrentes para la aparición de tales circunstancias. En este sentido la Encuesta de Discapacidad, Autonomía personal y situaciones de Dependencia 2008 (INE)11 halló que la edad media de las personas con discapacidad era de 64,3 años. Además, según el último Informe Olivenza 2018 un 6.12% de la población española en edad de trabajar –entre 16 y 64 años– sufre discapacidad.

A este escenario demográfico, se añade el progresivo aumento de la tasa de dependencia que, según el INE, para el año 2020 se sitúa en el 54,40%, con una previsión ascendente del 60% en 2030 o del 83,7% para el año 205012.

Envejecimiento, discapacidad y dependencia resultan tres fenómenos que caracterizan demográficamente a la sociedad española y remiten, en último término, a serias dificultades estructurales en los ámbitos del bienestar de las personas (salud, empleo, vivienda, educación, servicios sociales, etc.) y a la debilidad de las políticas públicas en su función protectora y redistributiva, algo característico de los modelos de bienestar familista.

De hecho, tras Italia, España es el segundo país de la UE con las tasas de natalidad más bajas (7,6, respecto a la medida europea de 9,3) y con menor número de hijos por mujer, además del retraso en la maternidad (2019, última actualización del INE). Una tendencia que ya se manifestaba en la década de 1980, pero que se ha ido acusando a lo largo de los últimos cuarenta años.

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